«Oíd mortales el grito sagrado, libertad, libertad, libertad”.

Lo anterior no es un brote exacerbado de nacionalismo que profesamos. Es hacer mención a uno de las tantas muestras de cómo el capitalismo y dentro de éste las llamadas democracias, repiten hasta el hartazgo que su sistema y su régimen son los paladines de la libertad y le enrostran enfáticamente a sus enemigos y hasta adversarios, la falta o la limitación de ésta.

Sin tener la intención de abrumar al lector, veamos en las últimos semanas, ejemplos en todo el mundo de lo que señalamos. Theresa May, la líder conservadora elegida entre gallos y medianoches como sucesora de Cameron en  el cargo de primer ministro de su Majestad Británica, durante su discurso de asunción, señaló que “el país necesita llevar adelante el control de la libre circulación y los fundamentos de la libertad”. Días más tarde, Francoise Hollande, en medio del reaccionario ataque en Niza, decía a quien quería escucharlo que “tenemos un enemigo que continuará golpeando a todas las personas y todos los países que tienen la libertad como un valor fundamental». Para no fatigar a quien lee, como ya advertimos, invitamos a cualquiera a que tome las declaraciones de Hillary Clinton, los Obama y hasta el impresentable de Trump y compruebe cómo, también ellos, se llenan la boca con el bendito señalamiento de la libertad.

Digamos también que el contexto, la coyuntura reaccionaria que cubre gran parte del mundo ayuda a esta oratoria hipócrita. Los atentados del ISIS, el golpe abortado en Turquía, la consecuente islamofobia que reina en Europa y no sólo allí, la debacle del gobierno venezolano y lo que ocurre en Brasil, por citar elementos claves, dan cierto pie para que los líderes imperialistas se llenen la boca con la sacrosanta libertad.

En pleno surgimiento del primer gobierno obrero y campesino de la historia en la antigua Rusia, Lenin, uno de sus máximos dirigentes, decía en un discurso a los trabajadores, lo que constituye la pastilla socialista de hoy. Afirmaba:

¿A qué llaman ellos libertad? Esos franceses, ingleses y norteamericanos civilizados llaman libertad, al menos, la libertad de reunión. En la Constitución debe figurar un artículo que diga: “Libertad de reunión para todos los ciudadanos”. “Ese es -dicen- el contenido, la manifestación fundamental de la libertad. Y ustedes, los bolcheviques, han violado la libertad de reunión.”


Sí -contestamos -, la libertad que predican ustedes señores ingleses, franceses y norteamericanos, es un engaño si está en pugna con la liberación del trabajo del yugo del capital. Se han olvidado de una pequeñez, señores civilizados. Se han olvidado de que la libertad de ustedes está inscrita en una Constitución que legitima la propiedad privada. He ahí el quid de la cuestión.


La libertad al lado de la propiedad: eso es lo que tienen ustedes inscrito en su Constitución. El que ustedes admitan la libertad de reunión es, por supuesto, un progreso inmenso en comparación con el régimen feudal, con la Edad Media, con la servidumbre. Lo han reconocido todos los socialistas mientras se han valido de la libertad de la sociedad burguesa para enseñar al proletariado a sacudirse el yugo del capitalismo.


Pero la libertad de ustedes no es más que libertad en el papel, y no en la práctica. Eso significa que si en las grandes ciudades existen locales espaciosos, como éste, pertenecen a los capitalistas y a los terratenientes y suelen llamarse “clubs de la nobleza”. Pueden reunirse libremente, ciudadanos de la república democrática de Rusia, pero el salón es propiedad privada; perdone, por favor, pero hay que respetar la propiedad privada; si no la respetan, serán unos bolcheviques, unos criminales, unos bandidos, unos salteadores y unos truhanes. Pero nosotros decimos: “Le daremos la vuelta a todo esto. Primero haremos que este edificio deje de ser ‘club de la nobleza’ y lo convertiremos en local para las organizaciones obreras; ya hablaremos luego de la libertad de reunión”. Ustedes nos acusan de violar la libertad. Por nuestra parte, nosotros decimos que toda libertad, sí no se supedita a la tarea de emancipar el trabajo del yugo del capital, es un engaño.

La libertad pues es sólo formal si no va acompañada de la posibilidad material de ejercerla. Al igual que la igualdad entre el explotado y el explotador. Como reconoció hasta un no socialista a principios del siglo pasado: La ley, en su majestuosa igualdad, prohíbe tanto a los ricos como a los pobres dormir bajo los puentes”. Lo interesante, y enteramente justo de las palabras del líder bolchevique, es que los socialistas revolucionarios reconocemos el logro inmenso que muchas de las libertades democráticas que se lograron por la lucha de los trabajadores y el pueblo, son una conquista inmensa con respecto al pasado feudal (y en relación a dictaduras militares o regímenes fascistas o teocráticos en el capitalismo) y a las que hay que defender ante el propio ataque de sus defensores cuando la lucha de clases provoca más de un cortocircuito, y éstos no dudan en recortarlas o impugnarlas.

Es por eso que los socialistas pensamos que la verdadera libertad será aquella en que la propiedad privada y el capitalismo sean superados en un  sistema opuesto a éste y que la libertad entonces posea  un contenido real que permita el pleno desarrollo de todos y cada uno de los individuos que lo componen. Temas que seguramente estarán presentes el 14 de agosto cuando debatamos en la jornada del pensamiento socialista.

 

Guillermo Pessoa

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