En la tradición política  argentina cada vez que el fantasma recurrente de la inflación vuelve a escena, inmediatamente se instala la analogía con el Rodrigazo, metáfora inevitable, por haber sido dicho proceso un clásico del fenómeno inflacionario que popularmente se conoce como que “los precios suben por el ascensor y los salarios suben por la escalera”.

Este mecanismo resulta característico del capitalismo como “lima” del salario de los trabajadores, en ocasiones de crisis se “desboca”, este suceso conocido como hiperinflación produce inevitablemente  enfrentamientos entre las clases que pueden llegar a cuestionar la autoridad de los gobiernos.

Tal escenario que se vislumbra amenazante en el futuro inmediato, alcanzó su pico histórico en el llamado Rodrigazo  y su correlato en las Coordinadoras interfabriles de junio del 75,  pero si bien el método de la analogía puede resultar útil a fines explicativos, tiene sus límites y la historia debe ser estudiada fehacientemente evitando extrapolaciones para capitalizar antiguas experiencias en nuevas realidades.

Engels, al final de sus días, cuando tuvo que clarificar los aspectos fundamentales del materialismo histórico debió aclarar que “(…) la concepción materialista de la historia tiene muchos partidarios, a quienes sirve de excusa para no estudiar historia.”

Entonces… ¿qué pasó?

En mayo de 1974 a meses de su regreso del exilio y tras la breve primavera camporista, retornaba al poder el general Perón. Su asunción en la presidencia coronaba la lucha de casi dos décadas de las masas trabajadoras que lo veían como el paladín de la justicia social, pero las condiciones no eran ya las prósperas del período de posguerra de  sus primeros gobiernos, el país sufría las consecuencias de una crisis económica internacional, y la misión de Perón esta vez consistía en ajustar la economía a la nueva realidad. Tarea que fue abortada por el fallecimiento del viejo líder. Quedó entonces  en manos de su viuda, la vicepresidenta Isabel Martínez, “Isabelita”, la responsabilidad de llevar adelante el apriete a los trabajadores, el detalle (muy importante), es que ésta no era la misma clase dócil del anterior periodo peronista, en la resistencia a las distintas dictaduras había aprendido a organizarse autónomamente.

El ajuste se materializó en el llamado Rodrigazo, plan económico puesto en marcha el 4 de junio de 1975 por el entonces ministro de Economía, Celestino Rodrigo.

La estrategia del plan de Rodrigo apuntaba a limitar los salarios que desde febrero estaban en discusiones  paritarias. Los gremios como el SMATA, UOM, UOCRA y textiles, entre otros, habían logrado aumentos que superaban el 100%. El gobierno decretó entonces la anulación de los convenios laborales a cambio de un aumento general de salarios del 40%. Esto fue lo que desató la movilización de los trabajadores, fundamentalmente del sector industrial.

Desde febrero de ese año había comenzado un proceso embrionario en distintos sectores obreros ante el comienzo de las discusiones paritarias. En Córdoba, los obreros de IKA Renault decidieron en asamblea hacer abandono de tareas. Con distintos grados y medidas la movilización fue desarrollándose en fábricas de Córdoba, Santa Fe y el Gran Buenos Aires.

La burocracia sindical peronista desbordada, se ve obligada a exigir a Isabel la homologación de los convenios. Ante la negativa del gobierno, la CGT llama sorpresivamente a una huelga general para el 27 de junio, con una imponente movilización a Plaza de Mayo. Muchos obreros de la construcción que unos días antes habían ido a la Plaza, arrastrados por sus dirigentes, a corear “¡Gracias Isabel!”, volvieron para insultar a la Presidente y a su ministro de Bienestar Social, el “brujo facho” José López Rega.

 Rechazo y movilización

Así relataba un protagonista de los hechos y fuente histórica indispensable, el recientemente fallecido  compañero Oscar Alba: “La movilización se desarrolló a partir del surgimiento de las Coordinadoras fabriles que nucleaban a las fábricas de distintos gremios de una zona. En el Gran Buenos Aires se formaron las Coordinadoras de Zona Norte, Sur y Oeste (La Matanza) y en Capital Federal la Coordinadora del Transporte (subtes e interlíneas de colectivos) y la de Capital norte, organizada alrededor de Grafa, una fábrica textil que empleaba a 4.200 obreros.

Las grandes fábricas quedaron paralizadas desde el 27, y desde entonces se sucedieron diariamente movilizaciones a la CGT para exigirle a la burocracia peronista a que llamara a un paro general hasta lograr la homologación de los convenios, en marchas organizadas y dirigidas por las respectivas coordinadoras. Miles de obreros y obreras se concentraban frente al viejo edificio de la calle Azopardo y desde las escalinatas de la Facultad de Ingeniería hablaban los dirigentes de las fábricas. Los oradores denunciaban el plan del gobierno y planteaban la necesidad de enfrentarlo con una huelga general por tiempo indeterminado hasta hacerlo caer. ‘¡14.250 o paro nacional!’ fue la consigna voceada por los trabajadores en esas concentraciones. En los anocheceres de aquel invierno, por la avenida Madero, relucían los miles de cascos amarillos de los obreros de Propulsora Siderúrgica de La Plata, o las nutridas columnas de la Zona Norte que hormigueaban por el centro.

Por su parte la burocracia trataba de negociar con el gobierno sin llegar a la huelga general. Pero el gobierno se mantenía inflexible. En tanto, las movilizaciones obreras seguían desarrollándose en forma independiente de la conducción burocrática de los sindicatos, que veían en las Coordinadoras el germen de una nueva dirección.

El 3 de julio las Coordinadoras fabriles llamaron por su cuenta a una gran movilización a la Plaza de Mayo. Pero el gobierno se lanza a reprimir: la policía enfrentó y dispersó la columna de la Zona Norte en Panamericana y General Paz, la Coordinadora de Zona Sur choca con la policía en el Puente Pueyrredón, mientras que en Capital más de dos mil obreros de los turnos mañana y tarde son gaseados en las puertas de la fábrica Grafa. Los obreros entonces volvieron a entrar a la fábrica y la tomaron, rodeados por la policía hasta la noche. La jornada dejó también más de un centenar de trabajadores detenidos.

Al día siguiente la burocracia emite descaradamente un comunicado en donde ‘exhortan a todos los trabajadores a mantenerse férreamente unidos, solidarios y disciplinados a sus legítimos organismos de conducción gremial y no dejarse utilizar por elementos que aprovechando la difícil situación por la que atraviesa el país quieren llevar a una perturbación que impide resolver los grandes problemas’ (Clarín, 4-7-75). No obstante la represión sufrida el 3 de julio, la movilización obrera se mantiene y se extiende.

Finalmente, la burocracia, atenazada entre la intransigencia del gobierno de Isabel y la creciente movilización obrera, declara una huelga general de 48 horas, el 7 y 8 de ese mes. A las 36 horas de paro, el gobierno anuncia la homologación de los convenios y unos días después, el 11 y el 18 de julio, respectivamente, caen el Ministro de Bienestar Social, José López Rega y el ministro de Economía, Celestino Rodrigo.” [1]

Desde el PST acompañamos, organizando e impulsando la movilización, y en el caso de la Coordinadora de Zona Norte, como protagonistas relevantes de esas gloriosas jornadas de la clase obrera, jornadas que resultaron catedráticas en la formación de una generación de jóvenes  que nos iniciábamos en la lucha por el socialismo.

Otra compañera militante  de la Juventud Socialista, Patricia, nos cuenta: “Estuve presente en la movilización que organizó la Coordinadora interfabril de Zona Norte a la CGT reclamando el paro general para que se homologuen los convenios que había anulado el gobierno peronista de Isabel. Recuerdo que como militante juvenil el partido nos encargó que conversáramos con los trabajadores, que evaluáramos su respuesta a la propuesta de salida a la crisis de gobierno que se había precipitado, había una gran discusión política entre las corrientes, ya que era evidente que el gobierno peronista no podía sostenerse, pero no había acuerdo en la salida a la crisis.

El campo frente a Fanacoa estaba repleto de compañeros de todas las fábricas de la zona, no era una multitud dispersa, eran columnas organizadas, como batallones de un ejército, unos con sus uniformes, otros con sus cascos; es uno de los recuerdos más impactantes de mi vida, donde se veía a parte de la clase obrera industrial segura de su poder, discutiendo  sobre el futuro del gobierno del país. En un momento en el avance hacia Capital trató de pararnos la policía, estaban sobre un puente, apuntaban, fue un momento muy tenso pero después pasamos. Ya frente a la CGT habló Pedro (Pedro Apaza, militante obrero del PST y dirigente de la empresa Del Carlo) [2] en representación de la Coordinadora, fue el único orador. Al día siguiente la GCT decretó el paro general de dos días que dejó tambaleando al gobierno, fue absoluto, con una movilización multitudinaria a Plaza de Mayo.»         

La experiencia de las Coordinadoras interfabriles fue la más importante de la  clase obrera post Cordobazo, al punto que puso en jaque y estuvo a punto de derribar al gobierno peronista,  experiencia inconclusa por el golpe genocida y tarea pendiente para la clase obrera en el futuro.

Las condiciones generales intrínsecas del capitalismo perduran a través del tiempo, pero en el marco de nuevas mediaciones, se expresan en oportunidades y desafíos que enfrentarán los trabajadores en su lucha contra la burguesía. En estos combates el aprendizaje del pasado resulta indispensable, pero el futuro no va a ser copia ni mera reproducción, el proletariado en su inmensa creatividad reinventará la historia en la medida que vaya  tomando conciencia de su potencial revolucionario.

M. Lautaro

 Notas

1- 27 de junio de 1975: el Rodrigazo, la clase obrera enfrenta al gobierno peronista, Oscar Alba, Socialismo o Barbarie, periódico, 06/07/06.

2- Arturo Apaza, desaparecido el 12/5/76, tenía 32 años.

 

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