Por Ale Kur

Donald Trump llegó a la presidencia de EEUU sosteniendo una orientación conocida como “América Primero”. En la práctica esto suponía, en el terreno de la política exterior, un giro «nacional-imperialista». Es decir, una afirmación mucho más ofensiva de los intereses nacionales de EEUU como potencia imperialista, a expensas del resto del mundo (incluidas las otras potencias imperialistas como Europa y China).

Esto implicaba, según el programa de Trump, la imposición de tarifas arancelarias elevadas para proteger la industria norteamericana frente a la competencia exterior, así como acabar con los tratados comerciales «desfavorables» con otros países (que generan en EEUU un enorme déficit comercial, casi 600 mil millones de dólares en 2017). Especialmente, esto implicaba endurecer y tensar al máximo la relación con China, principal competidor de EEUU por la hegemonía económica global.

Por otra parte, en cuanto al terreno militar y de seguridad, el “América Primero” iba a implicar supuestamente una especie de «aislacionismo», mediante el cual EEUU iba a dejar paulatinamente de intervenir en otros países, dejando que el resto del mundo «se arregle por su cuenta». Estos eran aspectos especialmente ilusorios, porque es imposible para una potencia imperialista afirmar sus intereses globales sin aplicar el garrote militar, especialmente en las regiones más estratégicas del globo.

Por otra parte, Trump se planteaba un reacercamiento con Rusia e inclusive la posibilidad de un alejamiento de la OTAN, que significaba en última instancia un enfriamiento de las relaciones con Europa. Estos aspectos implicaban una fuerte ruptura con el “statu quo” geopolítico, en caso de llevarse adelante.

Una vez asumido el gobierno, Trump dio diversos pasos para llevar adelante algunos aspectos de este programa. Pero rápidamente la mayor parte del mismo quedó “en el aire”, sin estar nada claro si tiene la intención (y sobre todo la posibilidad real) de retomarlo o de abandonarlo, o de conservarlo como una especie de gran «amenaza» para negociar condiciones más favorables.

Comenzaremos por la excepción a la regla: el terreno donde Donald Trump mostró una orientación más inflexible y coherente. Se trata de su relación con el Estado de Israel: allí Trump se mostró como un pro-sionista rabioso, reconociendo a Jerusalén como su capital, dando luz verde a los nuevos asentamientos en Cisjordania, felicitando a sus fuerzas armadas por las masacres cometidas, etc. En el mismo sentido se encuentra también la revocación de la participación de EEUU en el pacto nuclear con Irán, volviendo a instalar las sanciones económicas contra el régimen iraní.

Aquí empieza y termina la coherencia e inflexibilidad del gobierno de Trump en política exterior. En prácticamente todo el resto de los terrenos, su orientación fue una combinación permanente de “zig-zags”, de avances y retrocesos, de amenazas no cumplidas, que por momentos quedan en el olvido y luego vuelve a poner sobre la mesa cuando necesita mostrar una posición de fuerza.

Con relación a Rusia, su intento de acercamiento terminó rápidamente abortado ante las presiones del FBI, la CIA y el Pentágono, que siguen considerando a Rusia como el viejo enemigo de la Guerra Fría y como una amenaza de primer orden a la seguridad de los Estados Unidos. Por estas razones EEUU mantiene todavía las sanciones económicas contra Moscú implementadas desde la crisis de Ucrania y la anexión de Crimea, que perjudican inclusive a las propias empresas norteamericanas que hacen negocios allí (como la petrolera Exxon). En relación a la OTAN, Trump mostró un poco los dientes contra sus aliados europeos exigiéndoles una mayor participación en el financiamiento de la alianza militar, pero sin salirse ni un milímetro del «statu quo».

En cuanto a Corea del Norte, allí se pudo observar una de las mayores incoherencias del gobierno Trump. Se sucedieron varios periodos de amenaza de exterminio nuclear con gestos de distensión. Al momento de escribir esta nota, no está claro si finalmente existirá o no una reunión entre Trump y Kim Jong Un para enfriar el conflicto, pese a que había sido anunciada hace pocas semanas atrás con bombos y platillos luego del “exitoso” encuentro entre los mandatarios de ambas Coreas.

En Siria, Trump amenazó varias veces al régimen de Al Assad con la guerra, llegando inclusive a lanzar ataques de misiles contra blancos suyos, para luego volver al silencio que, en los hechos, implica una aceptación táctica de las negociaciones entre Rusia, Turquía e Irán, en las que se viene pactando una división del país en esferas de influencia. Por el momento, Trump no parece dispuesto a sacar los pies del plato, limitando la influencia directa de EEUU a los territorios que ocupan los kurdos y sus aliados en el noreste del país. La mayor amenaza en este terreno proviene del lado del enfrentamiento en Israel e Irán, que puede terminar encontrando en Siria su campo de batalla (excepto que lleguen a un acuerdo que dé por satisfechas a ambas partes).

Con respecto a la cuestión comercial, el mandatario norteamericano viene llevando adelante también una orientación extremadamente zigzagueante. La única medida decidida de Trump en este terreno fue la retirada de EEUU del acuerdo TTP con países asiáticos, pero que de cualquier manera ni siquiera había llegado a implementarse. En cuanto a los aranceles a las importaciones, en un momento dado Trump anunció tarifas tanto contra China como contra Europa, y contra sus socios del NAFTA Canadá y México. Luego volvió atrás con buena parte de estos aranceles. Luego amenazó con más aranceles a China… para luego retirar la amenaza…  y volver a plantearla nuevamente esta semana. Muy posiblemente, las negociaciones de China y Corea del Norte se encuentren «cruzadas», es decir, se resuelvan en cierta medida en paquete, dada la influencia de Pekín sobre el régimen norcoreano. Por otra parte, el resto de los “frentes” de batalla comercial se resuelven semana a semana en las negociaciones que Trump lleva adelante tanto con sus socios del NAFTA como con la Unión Europea, estando abiertos todos los escenarios.

Esto configura de conjunto una orientación totalmente imprevisible en la política exterior de EEUU bajo Trump. Los analistas pueden escribir una cosa una semana, y luego la semana siguiente tener que escribir todo lo contrario ante un nuevo giro inesperado. Pero no se trata sólo de un problema periodístico, sino de una constante de la situación geopolítica global, que adquiere una enorme gravedad para todos los países.

Pero ¿qué hay de fondo en esta incapacidad por parte de Trump de seguir una línea clara y coherente?

El asunto tiene por lo menos dos aspectos diferentes, aunque interrelacionados. Uno de ellos es el propio estilo político de Donald Trump, que concibe a la política exterior como una especie de juego de póker -donde se busca que el adversario nunca sepa a ciencia cierta lo que uno tiene y lo que no, lo que es poder real o intenciones reales y lo que es «bluff» (amenazas vacías, no sustentadas en recursos reales)- con el objetivo de hacerse valer mediante estas maniobras.

En este sentido, Trump no deja de ser en el fondo un “showman”, que busca aumentar su estatura internacional (y dentro de EEUU) con gestos teatrales, tratando de dominar siempre los titulares de los medios con sus acciones o palabras. En este sentido, se trata de un personaje con aspectos “posmodernos”, que se dirige más al mundillo de las pantallas y las redes sociales que a la realidad. Aquí pesan también mucho las características de su base social, de un nivel político y cultural muy atrasado, que ven en estos rasgos precisamente la principal “fortaleza” de su líder.

Pero el otro aspecto de la cuestión es todavía más estructural, y tiene que ver con que las propias relaciones de fuerza en el mundo se encuentran en un estado de «fluidez». El viejo predominio indiscutido de EEUU retrocedió fuertemente y ya no es un arma infalible para imponer criterios a lo largo del globo. Por el contrario, el resto de los actores mundiales tienen un peso relativo mayor y por ende mayor autonomía (China, Rusia, Europa, y en menor medida Irán, Corea del Norte, etc.).

En ese marco, para llevar adelante una agenda “nacional-imperialista”, EEUU tiene que poner a prueba permanentemente las relaciones de fuerza para ver hasta dónde puede avanzar y hasta dónde no, y no tiene otra forma de hacerlo que con el método de «prueba y error». Claro que este es un método enormemente peligroso, en el que siempre se puede llegar hasta el límite del enfrentamiento militar, lo que amenaza con salirse rápidamente de control ante cualquier error de cálculos o inclusive accidente inesperado.

Esta combinación de elementos deja al mundo en una situación de gran incertidumbre, donde difícilmente puedan hacerse pronósticos certeros de cómo se desenvolverán los acontecimientos geopolíticos.  El resultado es una mayor inestabilidad internacional, que se replica a su vez al interior de los países, profundizando las tendencias a la polarización e inclusive a la crisis y enfrentamientos.

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