Verdadera montaña rusa política, que logró ya varias veces desmentir todos los pronósticos (como con la elección inesperada de Benoît Hamon y François Fillon en las primarias del Partido Socialista y Los Republicanos, respectivamente), las elecciones francesas serán hasta el último día una caja de Pandora. Mientras en las últimas semanas, luego de la caída de Fillon a causa de los escándalos de corrupción, todo parecía encaminarse a una segunda vuelta entre el social-liberal ex PS Emmanuel Macron y la racista y xenófoba Marine Le Pen, los últimos sondeos vuelven a abrir todos los interrogantes.

En efecto, los dos candidatos hasta ahora favoritos vienen retrocediendo sostenidamente, mientras que Fillon y Mélenchon progresaron de tal manera que su calificación a la segunda vuelta aparece como una probabilidad real. Marcadas por la crisis de los partidos tradicionales, las elecciones se terminarán definiendo el domingo mismo en el cuarto oscuro, como resultante de varias tendencias que es imposible prever.

Una inestabilidad sin precedentes

Si el funcionamiento “normal” de la estabilidad política de la democracia capitalista de las últimas décadas estaba marcado por la alternancia de dos partidos tradicionales que concentraban la gran mayoría del electorado y que estaban seguros de alternarse en el poder, la crisis económica mundial que vivimos desde el 2008 y la consiguiente deslegitimación de estos partidos clásicos, garantes de los planes de austeridad, ha hecho de esta estabilidad una cosa del pasado. El caso francés, que constituye junto a Alemania el núcleo de la Unión Europea, viene a confirmar esta tendencia a la crisis de representación política que podría retroalimentar la crisis económica al desviarse de los planes de la burguesía (como el Brexit, impulsado por el aprendiz de brujo Cameron seguro de ganarlo, que terminó perdiendo el referéndum y abriendo un terremoto).

A tan sólo unos días de la elección, es imposible saber con certeza qué candidatos se calificarán para la segunda vuelta; lo único que está claro es que la elección marcará el “entierro” del PS, que obtendrá el quinto lugar, dato no menor tratándose de un partido clave de gobierno de los últimos treinta años. Los cuatro favoritos tienen una intención de voto demasiado cercana para dar un pronóstico claro: según la última encuesta Cevipof, Macron obtendría 23%, Le Pen 22,5%, Fillon 19,5% y Mélenchon 19%. Se trata de una clara fragmentación del escenario electoral, cuando hasta ahora Macron y Le Pen alcanzaban el 25% o más y se encontraban cómodamente lejos del tercer y cuarto puesto. Ahora, todos los escenarios son posibles para la segunda vuelta.

Esta situación de indefinición se refuerza además por la enorme indecisión que marca todavía al electorado. Por el momento, todavía 28% de franceses no están seguros de votar: una cifra similar a la de 2012, que constituyó en su momento un récord de abstención, pero que, en caso de participar de la contienda electoral, podrían inclinar la balanza hacia uno u otro lado. Pero, además, incluso entre aquellos seguros de ir a votar, el 28% no está seguro de su elección: aunque declaran una preferencia, la misma podría cambiar en los próximos días. Es por eso que todo se definirá el mismo domingo: con los últimos días de campaña, pero también con todos los fenómenos de voto útil que operarán en el cuarto oscuro y que son muy difíciles de determinar.

Esta inestabilidad va a continuar incluso luego de las elecciones presidenciales, porque el problema muy agudo que se plantea es con qué mayoría sería capaz de gobernar cada candidato. Aunque una victoria presidencial constituye un gran envión para las legislativas, nada está asegurado. No está claro cómo gobernaría el favorito Macron, con un movimiento político sin grandes delimitaciones, formado hace algunos meses, sin aparato: apoyándose como él mismo lo señala “tanto en la derecha como en la izquierda”, es decir, ¿teniendo que formar una mayoría legislativa ad-hoc caso por caso, con la inestabilidad que eso conlleva? Y Marine Le Pen o Mélenchon, que cuentan con apenas algunos puñados de diputados en el parlamento, ¿pueden estar seguros de arrasar en las legislativas al punto de tener una mayoría estable?

Sea cual sea el resultado final de la elección, lo que la misma deja claro es que el régimen político francés atraviesa una crisis de proporciones, que no será tan fácil de resolver en la medida en que los planes de la burguesía son seguir atacando frontalmente a los sectores y a las clases populares. El antecedente inmediato del desprestigio de los grandes partidos son en efecto las reformas antisociales profundas que pusieron en pie (Reforma de las Jubilaciones de Sarkozy en 2010, Reforma Laboral de Hollande en 2016), aprobadas contra la posición mayoritaria de la población, gracias a la represión y a los mecanismos políticos autoritarios.

Tres candidatos rabiosamente pro-capitalistas

Señalemos algunos elementos de la campaña y de la evolución de los principales candidatos en las últimas semanas, que también explican la inestabilidad actual. De la parte de Macron, el mismo tuvo que realizar durante meses un difícil ejercicio de equilibrista: mantenerse como un candidato “ni de izquierda ni de derecha”, una especie de tecnócrata ajeno a la política, pero obligado en el fondo de ganarse al electorado de ambos bandos del espectro político. La existencia misma del fenómeno Macron es un reflejo de la crisis política: si un proyecto “atrapatodo” como el suyo tiene éxito, es precisamente por la descomposición de las referencias políticas tradicionales. Si por el momento ha logrado esto más bien con éxito, esta indefinición es también la fuente de su retroceso: fue perdiendo votantes hacia Fillon y también hacia Mélenchon, es decir a derecha e izquierda, a medida que la campaña de ambos levantaba vuelo.

De parte de Fillon, viene logrando recomponerse más allá de los escándalos de corrupción, y sobre todo realizando una operación de “unión” en el seno de su propia familia política, ampliamente dividida luego de las primarias y sobre todo de los escándalos de Fillon, ocasión en la cual diversos sectores del partido se jugaban por su renuncia, y no fueron hasta el final precisamente por la falta de un reemplazante que fuera mayoritario. Fillon logró últimamente ir recomponiendo esos lazos y recabando el apoyo más explícito de sectores del aparato partidario (como sus ex contendientes en las primarias, Sarkozy y Juppé), lo que lo pone nuevamente en capacidad de acceder a la segunda vuelta.

De parte del Front National, Marine Le Pen pagó de alguna manera el costo de una campaña demasiado centrada en el discurso “soberanista”, anti UE, y sobre todo de ruptura con el euro, una medida que no es para nada mayoritaria entre la población (ni entre su electorado). De cierta manera, esto era una consecuencia del proyecto de “des-diabolización” del FN: es decir, tratar de alejarse en cierta manera de su perfil histórico racista, pro gobierno de Vichy (el gobierno colaboracionista con el nazismo), para aparecer como un “partido normal”. Pero ante el desinfle de los últimos días, Le Pen decidió volver al “núcleo duro” de su identidad y mostrar su verdadera cara: en su meeting en París el lunes se centró sobre el problema de la inmigración, diciendo que era un “drama para Francia”, que había que “devolverle Francia a los franceses”. Declaró que con ella en el gobierno los atentados no hubieran existido, y que apenas llegada al poder frenaría de manera total toda la inmigración legal hasta decidir de unas “cuotas máximas”.

Más allá de las diferencias de “grado” en la violencia de sus programas económicos, o de las cuestiones relativas a la inmigración o a los “temas de sociedad”, lo que caracteriza a estos tres candidatos es que son fieles representantes de los intereses capitalistas. En efecto, están de acuerdo con que la solución a la crisis pasará por seguir aumentando las ganancias de las empresas: ya sea por un liberalismo cada vez mayor que destruya las condiciones de trabajo para Macron y Fillon, ya sea por una defensa nacional-imperialista del capitalismo francés para Le Pen, basada en la división de los trabajadores según su nacionalidad, origen o creencias.

El ascenso de Mélenchon y su giro “presidenciable”

La gran novedad de las últimas semanas es el ascenso fulgurante de Mélenchon, que de repente ha logrado morderle los talones a Fillon (en algunas encuestas incluso pasándolo) y que frente a la enorme fragmentación, aún puede mantener la esperanza de calificarse para la segunda vuelta.

Consideramos que esto se debe básicamente a dos cuestiones. Por un lado, a que es prácticamente el único que ha logrado llevar adelante una campaña militante en el sentido estricto del término: ha logrado reunir a decenas de miles de personas en varios meetings a lo largo de las últimas semanas, reflejando una verdadera dinámica por abajo. Se trata en efecto de un candidato con lazos más “orgánicos” con la clase obrera y los sectores populares, que refleja en cierta medida a las organizaciones sindicales, asociativas (o en todo caso a sus militantes): logró encarnar las aspiraciones de “transformación” de amplios sectores hartos con la política neoliberal de las últimas décadas, incluso de sectores que se han movilizado en los últimos años.

En ese sentido, es de alguna manera el subproducto de la persistencia de sectores en resistencia de la sociedad francesa, que aún no han avanzando hacia una verdadera conciencia revolucionaria, pero que reflejan una cierta conciencia “reformista en serio” que sobrevivió al giro social-liberal del PS, con mayor referencia de clase; de alguna manera, la victoria de Hamon en la primaria del PS había reflejado este fenómeno (como lo reflejan también Sanders o Jeremy Corbin, referentes del “nuevo reformismo”). La segunda base del ascenso de Mélenchon, entonces, es la base electoral desilusionada con el PS: su ascenso es directamente proporcional al retroceso de Hamon, que perdió varios puntos en las últimas semanas; frente a la crisis terminal del PS, Mélenchon logró erigirse como el voto útil en la “izquierda”.

Sin embargo, el programa de Mélenchon no constituye una solución de fondo para los trabajadores. Su eje es el de “relanzar la economía” mediante una mayor inversión, una receta clásica keynesiana, pero también la de un “proteccionismo solidario”, es decir la defensa en clave “soberanista” de los intereses del capitalismo francés. Así, Mélenchon contribuye a la ilusión de que habría una “identidad nacional” que defender, que se trataría de defender los “intereses de la nación” y que, entonces, obreros y capitalistas franceses tendrían intereses comunes frente al enemigo externo (por ejemplo, Alemania). Las fronteras de clase son así reemplazadas por las fronteras nacionales, un discurso muy peligroso en el marco actual de ascenso de la xenofobia y el racismo.

Además, Mélenchon decidió responder a su ascenso electoral con un giro “presidenciable”, es decir, postulándose como un serio gestor del sistema. En ese sentido, se preocupó de asegurar que los inversores no tenían “nada que temer”, que él “no iba a hacer como en Cuba”, que no era “de extrema izquierda”, que su plan prioritario no era salir del euro. Frente a la (exagerada) campaña “anticomunista” de algunos medios de comunicación, Mélenchon decidió responder con una mayor moderación. Se presenta así como alguien “razonable” para dirigir el país, haciendo eje en una entrevista radial en su larga trayectoria como político profesional: cargo electo a nivel comunal y regional, luego Ministro bajo el gobierno del PS de Jospin… Porque, además, el proyecto de Mélenchon es un proyecto puramente institucional: todas sus reformas podrían ser obtenidas por la pura participación electoral, sin necesidad de imponerlas con la movilización…

El “voto útil” es por la independencia de clase, la ruptura con el capitalismo y para preparar las luchas

En la recta final de la campaña, se refuerzan las presiones hacia el voto útil. Esto también significa que hay una presión redoblada sobre el NPA y sobre aquellos que piensan en votarlo para que se definan por Mélenchon, como posible mal menor frente al resto de los candidatos. Así, el trotskismo que no tiene chances de ganar debería desistir de dar la pelea por un programa independiente para permitir que la izquierda reformista pase a segunda vuelta.

Pero la mecánica del “voto útil” es una gran trampa, que sólo apunta a obligar a los trabajadores a elegir a su próximo verdugo, al “mal menor”, a renunciar a su derecho a hacer política, a presentar sus propias reivindicaciones en nombre del “realismo”. Precisamente, no hay nada más inútil y contraproductivo para los explotados y oprimidos que validar los programas que se volverán finalmente contra ellos mismos, en vez de aprovechar las elecciones para hacer oír una voz independiente, de nuestra propia clase social, para hacer de este evento una oportunidad para organizar las luchas por venir.

Por eso consideramos más que nunca, frente a la situación de profunda crisis social y política actual, que los trabajadores tengan su propia voz en las elecciones, a través de la candidatura de Philippe Poutou, obrero de Ford y militante del Nuevo Partido Anticapitalista. Una voz que levante un programa que propone una serie de medidas de urgencia sociales, no para reconstruir el capitalismo francés, sino para hacer valer los intereses de los trabajadores frente a los patrones con los que ninguna frontera nacional nos une. Un programa para prohibir los despidos, para nacionalizar sin indemnización a los grandes sectores económicos (la banca, los transportes, la energía, la columna vertebral de la industria francesa), para acabar con la desocupación a través de la repartición del trabajo existente y la reducción de la jornada laboral.

Un programa que denuncia de lleno el régimen político en descomposición, como lo hizo Philippe Poutou en sus punzantes ataques durante el debate presidencial contra Fillon y Le Pen, expresando la bronca de millones contra los políticos profesionales corruptos. De denuncia también del Estado policial y represivo actual, que sólo logra aplicar sus políticas económicas anti-obreras sobre la base de un giro autoritario cada vez más pronunciado. De denuncia del Estado racista, imperialista y colonialista francés, que sigue haciendo la guerra en todo el mundo para defender sus intereses, contra toda idea del “interés” y la “identidad” nacional, inclusive la que defiende Mélenchon cuando abandona La Internacional a favor de La Marsellesa y llena sus meetings de banderas tricolores en vez de la bandera roja de la clase obrera y el socialismo.

En fin, un programa que desnude las elecciones como lo que son: un circo antidemocrático luego del cual, gane quien gane, somos los trabajadores y el conjunto de los explotados los que vamos a encontrarnos bajo los ataques de la burguesía. Que aproveche esas elecciones no para volver a depositar confianza en las instituciones, para postularse como “salvador supremo” como es el caso de Mélenchon, sino para convertirlas en una tribuna de agitación por la ruptura con este sistema, una palanca de organización para nuestra clase y para los combates a venir. Ese es el contenido de la campaña de Philippe Poutou y del NPA: retomar todos los asuntos en nuestras manos, deshacernos de las lacras que nos gobiernan para hacernos dueños de nuestro destino. Votar por Philippe Poutou, lograr que cientos de miles o millones lo hagan, es la mejor manera de demostrar que no nos resignamos a elegir entre la peste o el cólera, que no nos resignamos al “mal menor”, sino que seguiremos la lucha por defender todos nuestros derechos y por construir una sociedad sin explotados ni oprimidos.

Ale Vinet 
SoB Francia

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