Ante un despido discriminatorio en YPF, nos escribe un trabajador de la refinería de Ensenada, describiendo el papel de agentes de la patronal de la burocracia del SUPeH (Sindicato Unido de Petroleros e Hidrocarburíferos) y el carácter antiburocrático que todavía anida en la planta

«Primero vinieron a buscar a los comunistas y no dije nada porque yo no era comunista.
Luego vinieron por los judíos y no dije nada porque yo no era judío. Luego vinieron por los sindicalistas y no dije nada porque yo no era sindicalista.
Luego vinieron por los católicos y no dije nada porque yo era protestante.
Luego vinieron por mí pero, para entonces, ya no quedaba nadie que dijera nada».

(Famoso poema atribuido al dramaturgo Bertolt Brecht, que en realidad pertenece a Martin Niemöller)

Quise empezar con este poema para graficar un poco la falsa sensación reinante entre optimismo e inocencia que se palpa en todos los rincones de la refinería, muchos miran para otro lado, otros en cambio miran fijo hacia el horizonte buscando vaya a saber uno qué cosa, pero en muy pocos casos se animan a hablar abiertamente de lo que está sucediendo, ya no solapadamente sino a todas luces. Y no es más que el despido, la pérdida de la fuente laboral… el tan anunciado ajuste.

Lo cierto es que desde que el timón cambió de manos, en el país ha comenzado un proceso de profundización del sistema, siendo la punta de lanza un feroz ajuste, que no dejará exenta a la actividad petrolera. Como todos bien sabemos, para Mauricio Macri, los sueldos son un costo y su gobierno ha venido sin duda a bajar los costos operativos del sistema. Produciendo a su vez la más escandalosa transferencia de recursos de los sectores populares a los sectores privilegiados de los últimos años.

 

Hace unos meses se inició en YPF un proceso de “depuración” orientado, según los CEOs, a bajar los costos, por lo tanto han decidido sacudirse de encima a los que ellos creen un lastre, un gasto innecesario. Estos gastos innecesarios no son otra cosa que compañeros (gente) de trabajo que han dejado no sólo parte de su vida sino también su salud dentro de la refinería; algunos más otros menos tiempo, pero al fin y al cabo valiosos años.

 

Así que comenzaron en silencio pero sin pausa los llamados despidos por goteo; estos no son otra cosa que la lenta pero incesante marcha hacia la reducción de personal, tanto propio como contratado, pero para que esto suceda el gobierno no puede actuar solo, es condición necesaria la complicidad del sindicato SUPeH, con el guiño de quien en la década de los 90 no le tembló la mano para cesantear a 4.000 compañeros (sí, cuatro mil) y no es otro que Antonio Cassia (secretario general de la Federación del SUPeH), quien a su vez obra localmente por cuenta del inescrupuloso Ramón Leonardo Garaza (secretario general del SUPeH-Ensenada), de escasas ideas pero muy versátil a la hora de la entrega de compañeros.

Primero despidieron a Leonardo, quien estaba con carpeta médica, luego a algunos compañeros del sector de almacenes y últimamente a Carlos.

Carlos es joven, no supera los 35 años y por esas cosas de la vida hace un tiempo se le manifestó una epilepsia. Luego de unos meses, su médico le dijo que no podía trabajar más en el régimen de turno porque no le hacía bien al tratamiento de su enfermedad. Presentó los certificados médicos correspondientes en YPF y en breve lapso recibió el telegrama de despido aduciendo que no había vacante para reubicarlo y que pudiera desempeñar otra función.

Ante esta situación, la primer postura de los representantes sindicales fue legalista (pero utilizando la mitad de la bibliografía que ataca los derechos de los trabajadores); o sea, que si la empresa tenía argumentos legales para despedir al compañero, ellos no podían hacer nada.

Pero por suerte los compañeros de Carlos no se quedaron quietos y comenzaron a presionar a los dirigentes para que cambiaran la postura adoptada y obraran para lo que fueron elegidos (defender al compañero) y dejaran de actuar como abogados de la compañía. A disgusto, pero conscientes de que estamos en un momento electoral sindical, hicieron un pacto con los CEOs para darle a Carlos empleo; ojo, no su empleo del cual había sido echado sino un empleo tercerizado, prestando servicio para una empresa que es un secreto a voces que pertenece al SUPeH (NEPEA). En este nuevo empleo Carlos difícilmente puede progresar en su carrera laboral, ya que siempre será un contratado y a la hora de elegir la empresa, como es lógico, optará por su personal propio, obviamente que su remuneración será menor, que los beneficios del plan de su obra social no serán los que tenía, además de que tiene altísimas chances de nunca reingresar a YPF, porque desde la década del 90 a esta parte ningún compañero echado reingresó como personal propio.

La puesta en escena fue cuasi perfecta, el detalle es que Garaza avisó a los compañeros reunidos en defensa del puesto laboral de Carlos, que ni él ni ninguno de los compañeros iríamos contra la voluntad del compañero y su familia. Luego de una reunión obviamente pactada de antemano y con un final arreglado entre la empresa y el sindicato, se procedió a darle un marco formal e ingresaron Carlos, un miembro de su familia y Garaza a reunirse con los directivos de la refinería, quienes se opusieron pero no tanto y todo terminó con nuestro compañero con un empleo de menor calidad.

Este yeite de respetar la decisión del compañero, que dicho así parecen las palabras de un gran demócrata, oculta que ya estaba todo arreglado y que el que iba a perder era Carlos y atrás de él todos los compañeros, ya que sentamos un antecedente peligroso, hubo un despido arbitrario y discriminativo y no pasó nada, todo siguió su curso.

Esto me hizo acordar, permiso voy a hacer una analogía futbolera, cuando en un estadio de fútbol argentino agreden a un jugador por ejemplo con un piedrazo, se detiene el partido y salvo que el jugador sea sacado en ambulancia, el juez del partido le pregunta al jugador si quiere que continúe el encuentro, dándole tamaña responsabilidad para la cual no está preparado. A Carlos lo pusieron en la misma situación, no debía ser él quien decidiera si tomar el puesto que le ofrecían, porque es natural que escogiera no quedarse sin trabajo, ya que seguramente tiene una familia a quien mantener o al menos ayudar a subsistir.

Debía ser el sindicato quien adopte una postura de no permitir el despido, quien sí fue elegido para estos menesteres y exigir la inmediata reincorporación del compañero.

Dicho todo esto, en verdad compañeros, ¿podemos creer, como quiere que lo pensemos Garaza, que esto es una conquista? ¿Que a Carlos le hicieron un favor? ¿Que defendieron el puesto de trabajo? ¿O fue un despido encubierto más, una traición más sumada a la lista de infinitas traiciones perpetradas por la burocracia sindical hacia el movimiento obrero?

 

 

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