Guillermo Pessoa


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“Stalin había dado la orden de asesinar a Trotski. El agente de la KGB, un tal Kotov, encargado de las operaciones contra éste en México, se valió de dos comunistas españoles, Caridad Mercader y Ramón Mercader (madre e hijo), para llevar a cabo el plan. Ramón Mercader se había trasladado a Nueva York y de allí a México con el pasaporte de un brigadista canadiense fallecido, Frank Jackson en setiembre de 1939” esto señala uno de los narradores de esa excelente novela del escritor cubano Leonardo Padura que es El hombre que amaba a los perros.

«Toda su familia había sido asesinada o había muerto por culpa de Stalin y creo que quería que su nieto sobreviviera», comenta precisamente el nieto del dirigente bolchevique: Esteban Volkov, cuyo padre, yerno de Trotsky, fue enviado a un gulag en los años 30. Su madre, Zinaida, se suicidó cuando vivían exiliados en París. Volkov tenía trece años, en aquel fatídico año 1940. Ya en la madrugada del 24 de mayo, Volkov se despertó de un sobresalto, ya que pistoleros enviados por Stalin habían entrado en la casa. Saltó de la cama y se escondió en la esquina de su habitación. En medio del tiroteo fue alcanzado en el pie, pero los guardaespaldas de Trotsky les hicieron frente y eventualmente los atacantes huyeron. Trotsky y Natalia salieron ilesos. «¿Que si tenía miedo? Al principio sí», recuerda, «pero cuando escuchamos la voz de mi abuelo, lleno de vida, pues… es difícil describir la alegría al ver que nos habíamos salvado de los atacantes». Pero a partir de entonces Trotsky apenas salía de casa y las medidas de seguridad se incrementaron con más guardias y más armas. También se acabaron las salidas al campo. «Yo pronto me acostumbré a vivir en esas condiciones», dice Volkov.

Sin embargo, el 20 de agosto el citado Ramón Mercader, mediante el subterfugio de haberse relacionado con una periodista y militante trotskista que tenía acceso a la casa de Coyoacán, consumará el ataque homicida. Hablando despacio, como para no descuidar ningún detalle, Volkov cuenta que “volvía de la escuela cuando vi que la puerta de la casa estaba abierta y había un coche de la policía estacionado afuera. Temeroso, corrí hasta la casa y encontré a los guardaespaldas en estado de confusión. Antes de que se lo llevaran de allí, vislumbré al abuelo, tendido sobre el suelo de su estudio, sangrando abundantemente. Natalia estaba a su lado: Que el niño no vea esto”, recuerda que Trotsky le dijo a su compañera. El gran dirigente de la revolución rusa murió al día siguiente en un hospital de ese país americano.

 

Como señalaban otros artículos de pasadas ediciones de SoB, la persecución de la camarilla burocrática que usurpaba y comandaba el Estado que había inaugurado la revolución rusa de 1917 se hallaba en pleno ascenso y los vergonzosos Juicios de Moscú acabarán con toda la Vieja Guardia del partido bolchevique que había dirigido la más importante revolución del siglo XX. Sólo quedaba Trotsky, quien luego de ser expulsado de más de un país capitalista había encontrado asilo en el México de Lázaro Cárdenas, exponente de un nacionalismo burgués de fuertes roces con el imperialismo norteamericano.

Trotsky cuando se refería a lo acontecido en 1917 en relación al rol jugado por Lenin, señalaba que el papel del individuo en la historia (siempre subordinado a las condiciones objetivas y los sujetos sociales y políticos a los cuales representa) cobraba en determinadas coyunturas un papel determinante, y ese fue el caso en la Rusia de Kerensky. Lo dicho para el líder bolchevique, vale perfectamente para Trotsky en 1940, quien expresaba en su propia persona el hilo histórico de la continuidad de la memoria y la tradición del socialismo revolucionario que tanto los imperialismos, como el fascismo y la burocracia soviética combatían sin cuartel.

Creemos que el mejor homenaje para con el revolucionario ruso, es levantar bien alto sus banderas y defenderlas ante todas las distorsiones y equívocos no inocentes que sobre ellas se han vertido. En un texto de 1926, Trotsky con su habitual claridad, y como se verá, no exenta de ironía; escribía sobre la política inglesa y la lucha por el socialismo en Gran Bretaña, lo que le permitía desarrollar dos o tres puntos claves de la estrategia y los objetivos revolucionarios. No con el afán de presentar un recetario acabado ni mucho menos, pensamos que gran parte de estos señalamientos son enseñanzas universales que el siglo pasado y lo que lleva de desarrollado éste, han confirmado plenamente. Allí, afirmaba lo siguiente:

Serían abolidas: primero, la monarquía, lo que tendría por efecto excusar a Mrs. Snowden (esposa de un dirigente socialdemócrata) de la necesidad de lamentar el surmenage de los miembros de la familia real; segundo, la Cámara de los Lores, en la que legislan los señores Seymour (uno de los tantos integrantes burgueses de dicha Cámara)  en virtud de mandatos que les procura el fallecimiento en tiempo oportuno de su bisabuela; tercero, el Parlamento actual, cuya ficción e impotencia recuerda casi todos los días el Daily Herald. El parasitismo de los nobles latifundista desaparecería para siempre. Las principales ramas de la industria pasarían a manos de la clase obrera, que forma en Inglaterra la aplastante mayoría de la nación. El poderoso aparato de los periódicos conservadores y liberales, así como las casas editoriales, podrían ser empleados para ilustrar a la clase obrera… Los obreros elegirían sus representantes, no en las circunscripciones electorales, establecidas para engañarlos, que actualmente dividen a Inglaterra, sino por fábricas y talleres. Los Consejos de diputados obreros (Soviets) renovarían de arriba abajo todo el aparato del Estado. Los privilegios del nacimiento y de la riqueza desaparecerían con la adulterada democracia mediatizada por los Bancos. Se establecería una verdadera democracia obrera que reuniría la gestión de la economía del país con su administración política. Un Gobierno por primera vez verdaderamente apoyado en el pueblo establecería relaciones libres, igualitarias y fraternales con la India, Egipto y las demás colonias actuales. Concertaría sin dilación una poderosa alianza política y militar con Rusia obrera y campesina. Esta alianza se establecería por largos años; los planes económicos de los dos países serían concertados por largos años, de modo que coincidiesen en los puntos útiles… ¿Por qué hay que justificarse de la acusación de querer introducir en Inglaterra el orden soviético? La burguesía pretende, aterrorizando a la opinión pública obrera, inspirarle el saludable temor de cualquier atentado contra el régimen británico actual. Y la prensa obrera, en lugar de desenmascarar impecablemente esta política de hipnosis reaccionaria, se adapta a ella cobardemente y, por eso mismo, la sostiene… Como escribía el socialista francés Paul Lafargue: el gobierno de los trabajadores abrirá las puertas de las cárceles, pondrá en libertad a los ladronzuelos y guardará a los grandes: banqueros, capitalistas, grandes industriales, grandes propietarios, etc., bajo cerrojo. No se los molestará, pero los considerará como rehenes responsables de la buena conducta de su clase. El poder revolucionario se formará por la simple conquista, y sólo cuando el nuevo poder sea completamente dueño de la situación pedirán los socialistas al llamado sufragio universal la sanción de sus actos. Los burgueses han tenido durante tanto tiempo alejadas de las urnas a las clases desposeídas, que no deberán sorprenderse demasiado si todos los antiguos capitalistas son privados de los derechos electorales hasta el momento en que haya triunfado el partido revolucionario.

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