Roberto Sáenz


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“Macri cree que los empresarios son demasiado individualistas. Hace poco, uno de los principales empresarios argentinos se quejó ante el Presidente porque venía de un trimestre en el que no tuvo ganancias. ‘Apenas salí empatado’, le dijo. Macri le contestó en el acto: ‘Ese es el problema con ustedes. No están dispuestos a perder durante un trimestre para ayudar a sentar nuevas bases y ganar después durante muchos trimestres’. Macri no se sorprende. ‘Los conozco’, desliza siempre, ya resignado” (Joaquín Morales Sola, La Nación, 17/07/16).

Entrando en la segunda mitad del año, el gobierno mantiene la iniciativa. La unidad entre los de arriba en torno a las políticas del oficialismo, así como la fragmentación de las manifestaciones de protesta por abajo, es lo que explica la fortaleza del gobierno.

De todas maneras, en las últimas semanas han venido acumulándose elementos que van en un sentido contrario: al visible deterioro económico, se le suma un descontento social en crecimiento; elementos que apuntan a un mes de agosto donde se expresará una mayor conflictividad.

Parte fundamental de este escenario es el “ruidazo” convocado para el 4 de agosto próximo. Nuestro partido se prepara para sumarse a esta nueva manifestación de protesta con la perspectiva de construir una gran Jornada Nacional de lucha: una jornada que permita unificar la pelea de trabajadores y vecinos, apuntando a derrotar el brutal ajuste oficialista. 

Un sujeto ausente

Un primer aspecto a analizar tiene que ver con los elementos de “debilidad” estratégicos del gobierno: su apuesta a que el empresariado haga algo que no parece dispuesto a concretar. Aquí ocurre algo curioso: la referencia tanto de parte de los K en su momento como hoy de Macri, a un “sujeto ausente”: el empresariado inversor.

Recordemos que bajo el kirchnerismo el famoso “relato” se anudaba alrededor de la vieja idea populista de que habría una “burguesía nacional” que, ayudada desde el Estado, llevaría el país hacia adelante. Ya durante el siglo pasado los gobiernos burgueses progresistas apelaron a este mismo sujeto y con idénticos resultados: en nuestros países latinoamericanos, nunca hubo una semejante burguesía con tales aspiraciones de encabezar un “proyecto de nación independiente” que resolviera las taras de su estructura dependiente (bajo nivel inversor, carencias en materia de infraestructura, no integración del aparato productivo, etcétera)[1].

Si eso no se verificó el siglo pasado, menos aún podía ocurrir a comienzos de este “posmoderno” siglo XXI bajo los K, hasta por el hecho que, materialmente, dicha burguesía “nacional” simplemente no existe. Lo que existe es una tendencia a la extranjerización de los capitales, el dominio del entramado económico por parte de las multinacionales (una tendencia mundial) y, como parte de ello, la tendencia a la transformación en “multilatinas” de aquellas grandes empresas de origen nacional, las que se rigen por los mismos criterios que las demás empresas: las ganancias por toda divisa, no cualquier perspectiva extraeconómica.   

Pero lo paradójico del asunto se agudiza, si se quiere, bajo Macri. Es sabido que se trata de un gobierno directo de los empresarios: un gobierno integrado en su inmensa mayoría por ex CEOs de multinacionales. El propio Mauricio Macri es hijo del dueño de una gran “multilatina” (el grupo SOCMA), regenteada por su padre (Franco Macri), que se transformó en un imperio económico haciendo negocios con el Estado bajo la dictadura militar…

Así las cosas, al relato K de la “burguesía nacional”, se lo ha reemplazado por la apelación al empresariado en general, del que se espera traiga la “lluvia de inversiones” que aún no se ve por ninguna parte[2]. Luego veremos -más concretamente- por qué esta lluvia inversora no se verifica. Por ahora detengámonos en cómo la apelación macrista es también un relato: es decir, una apelación ilusoria.

Ocurre que menos aún que la inexistente “burguesía nacional”, la burguesía realmente existente, inextricablemente vinculada al capital internacional, tiene cualquier veleidad “nacional”: un proyecto trascendente más allá de las ganancias constantes y sonantes. Hasta podríamos exagerar señalando que nunca antes en la historia la gran patronal ha sido más economicista: su exclusiva motivación es obtener ganancias sobre ganancias en el menor tiempo posible.

Pero esto es así, ¿cómo se puede esperar que inviertan un peso o lleven adelante negocios con otra consideración que no sea la de las ganancias, como les pide Macri? Hay muchas anécdotas relatando el tono de Macri con el empresariado: “los conoce, por eso desconfía y los discursea”… El problema es que discursearles, apelar a su “moral” (cuando no tienen otra moral que la de las ganancias), puede arrancarles aplausos o “emociones”, cosas intangibles así, pero nunca lograr que inviertan un cobre[3]

La paradoja de la apelación a un sujeto burgués siempre ausente (“nacional y popular” o multinacional), es lo que ni los K ni el macrismo podrán jamás hacer: apostar a la única fuerza social que podría resolver los problemas: los de abajo, los explotados y oprimidos, la clase trabajadora (una suerte de “tercero excluido” por parte de ellos que es la base social en que se referencia la izquierda).

La apuesta por la infraestructura

Veamos ahora la “lluvia inversora” que supuestamente iba a venir ni bien asumiera Macri. Es un lugar común afirmar que tal “lluvia” no se está verificando. Como tantas otras promesas del oficialismo (inflación en el 2016 del 25%, devaluación sin aumento de precios, una economía reactivándose en el segundo semestre), las inversiones se están desvaneciendo en el aire[4].

Las excusas para la sequía inversora son variadas[5]. Por ejemplo, el cínico planteo de las multinacionales, de “por qué no invierten primero los argentinos”… Para “ayudar” a los capitalistas argentinos a repatriar sus capitales[6], el gobierno ideó el blanqueo. Pero a estas horas no está claro qué resultado tendrá el mismo. Inicialmente se llegó a especular que podrían volver al país hasta 50.000 millones de dólares. Hoy el panorama es más borroso.

Ocurre que desprenderse del 10% de su capital no es algo que necesariamente caiga simpático entre los capitalistas. La AFIP parece aprestarse a tomar medidas de presión, cotejando cuentas y propiedades en el exterior. Sin embargo, podría encontrarse con una sorda resistencia. El blanqueo quizás haya caído “simpático” como medida general; pero a la hora de hacer cuentas tomando en consideración su bolsillo individual, las cosas podrían ser muy distintas[7].

De todas maneras, hay problemas más estructurales que limitan las inversiones: por ejemplo dónde invertir, que no sea como “capitales golondrinas” que se colocan a interés y luego se van. Ocurre que la industria automotriz vive una depresión por el derrumbe del mercado en Brasil (¡la caída de la producción en el país ya alcanza el 30% respecto del 2015!), un destino nada simple de reemplazar incluso si ya se están buscando alternativas (los únicos mercados que tuvieron algún crecimiento fueron los de Perú, Chile y los asiáticos, de baja incidencia en el sector).

Si de la industria automotriz pasamos a las extractivas (más allá de la minería, que también sufre la caída del precio de las materias primas), está el problema que los hidrocarburos no están en un boom; si sus precios se recuperaron en algo durante los últimos meses, para que vuelva a estar a tope la opción del fracking (como es el emprendimiento de Vaca Muerta) falta mucho realmente, por lo que en esta materia no es esperable un furor inversor.

Luego está la apuesta a la infraestructura, actual leitmotiv del gobierno. Pero ocurre que esto también es complejo. Es posible que por esta vía (sosteniendo el gasto público) se reactive un poco la cosa. Pero un verdadero plan de infraestructura, estratégico, implicaría un gasto de 100.000 ó 200.000 millones de dólares; nada de esto es de lo que habla Macri, que alardea ridículas inversiones por un 5 ó 10% de estas cifras[8]

Las inversiones en infraestructura son consideradas “inversiones de capital social general”: requieren enormes desembolsos y hacen a mejorar las condiciones generales de la producción: rutas, aeropuertos, puertos, fuentes de energía, etcétera. Pero por esto mismo son de largo plazo y por su magnitud, requieren de una fuerte participación estatal (un Estado hacia el cual se direccione una parte de la ganancia capitalista, algo que un gobierno neoliberal como Macri dirige en un sentido contrario).

Para semejantes inversiones –cuyo retorno se opera en el largo plazo- hace falta una burguesía con visión estratégica: que esté dispuesta a renunciar a ganancias presentes en función de ganancias futuras multiplicadas. ¿Alguien puede creer que haya una burguesía así en nuestro país?

Como hemos visto más arriba, tal burguesía con vocación estratégica no existe. Por esto mismo es que las inversiones en infraestructura no pueden ser el factor dinamizador que ilusoriamente busca Macri.

La fiesta de los capitalistas agrarios

En estas condiciones, lo que existe es una economía deprimida y con precios que no moderan su alza. Todos los analistas señalan que este año ya está perdido: el PBI caerá el 1.5%. Por otra parte, y como señalábamos en nuestra edición anterior, la inflación no da muestras de moderarse: alcanzaría este año más del 40%: ¡la cifra más alta en varias décadas!

A pesar de la recesión, varios son los factores que presionan al alza inflacionaria: el continuo aumento de las tarifas (una nueva ronda ocurriría en el 2017), la expectativa devaluacionista (un deslizamiento del dólar que ya está ocurriendo, con el paralelo alcanzando $ 15.50 el dólar), una emisión monetaria que no se modera (porque el déficit fiscal sigue alrededor del 5% del PBI; se ahorró en tarifas, pero se les dio a los capitalistas enormes “regalos impositivos”), etcétera.

Por otra parte, y en materia de crecimiento, contribuye al estancamiento el “medioambiente” mediocre en el cual se mueve la economía nacional: no sólo el retroceso regional, sino que mundialmente la economía no levanta cabeza.

¿Qué queda entonces? La prédica del campo como factor dinamizador. Es verdad que los capitalistas agrarios están de parabienes. Y no es para menos: la devaluación de la moneda, conjuntamente con la cuasi eliminación de las retenciones, han vuelto a generar ganancias extraordinarias. Una transferencia de recursos que no solamente suma por la vía de embolsarse muchos más pesos por dólar exportado, también ingresos absolutos –por así llamarlos- al dejar de pagar retenciones, además del beneficio multiplicado que significan los aumentos de los precios en el mercado interno. Ejemplo: el aceite, que este mes volvería a aumentar al menos el 6%, ¡cuando el acumulado del año ya alcanza el 50%!

En el feliz relato campestre del oficialismo hay, de todas maneras, un grave problema. Si por su productividad el campo es la principal rama generadora de divisas, su incidencia en materia de empleo es cada vez menor. La Argentina es un país en el cual la casi totalidad de su población es urbana: ¿alguien puede creer que las “economías regionales” vayan a resolver los problemas del país?

La transferencia de recursos hacia la burguesía agraria sirve para que ella sea una de las más fanáticas bases sociales del oficialismo; pero no alcanzará para resolver los problemas de la economía nacional, una ecuación que el macrismo no parece tener resuelta, mientras que el deterioro económico hace crecer el malhumor social.

4/08: ruidazo nacional

Es este cuadro de creciente malhumor social el que dio lugar al exitoso cacerolazo de quince días atrás, así como el que está convocándose a estas horas para el 4 de agosto. Y agosto se anuncia también como un mes con mayor cantidad de protestas sociales luego de la “calma chicha” producida por la borrada de la CGT (dejando pasar el ajuste con la excusa de la “gobernabilidad”…).

Si la exigencia de paro general debe ser reafirmada, de lo que se trata en lo inmediato es de trabajar por una gran Jornada Nacional de lucha. Una gran jornada que, organizada desde abajo, dé un canal de expresión unificado al creciente malhumor social, permitiendo una confluencia entre los sectores de trabajadores que tienen medidas anunciadas para las próximas semanas (docentes, estatales, etcétera), y vecinos de los barrios populares.

Una jornada que levante un programa sintetizado en: Fuera Aranguren, retrotraer los aumentos de servicios (luz, gas, agua, transportes) al comienzo del año, apertura de los libros contables de las empresas de servicios, reapertura de las paritarias (estatales, docentes y en el sector privado), no a los despidos, apoyo a todas las luchas, etcétera.

Una jornada que se articule alrededor no de meras acciones aisladas (es decir, no solo para la TV, como termina siendo incluso el caso de sectores de la izquierda como el FIT), sino que signifique una medida contundente, unificada: que apunte realmente a cambiar el curso defensivo de la coyuntura.

Nuestro partido se jugará a participar con todo en el próximo ruidazo, así como en cada una de las luchas de las próximas semanas; esto mientras se prepara nacionalmente para la Jornada del Pensamiento Socialista que realizaremos el 14 de agosto en el Bauen.

 

[1] Esta burguesía sí existió en los países imperialistas durante el siglo XIX, dando lugar a lo que en el marxismo se llama resolución de las tareas pendientes de la revolución burguesa.

[2] Se suponía que éste sería el principal factor dinamizador de una economía sumida en recesión.

[3] Un factor adicional aquí es que como gobierno neoliberal, de libre mercado, ha renunciado incluso a los estériles métodos de presión utilizados por los K en la figura, por ejemplo, de un Guillermo Moreno. Y sin métodos de presión, menos que menos se podría lograr que hagan lo que no quieren.

[4] Recordamos aquí la famosa frase de Marx del Manifiesto Comunista “todo lo sólido se desvanece en el aire” (un rasgo característico bajo el capitalismo), con el agregado que la promesa inversora de Cambiemos nunca fue realmente sólida…

[5] Retengamos la idea que la economía, para crecer, requiere de un promedio de entre el 22 y el 25% del PBI anual en materia de inversiones; hoy esta cifra está algo en torno al 16 ó 17%…

[6] Se considera que los argentinos tienen entre 250.000 y 400.000 millones de dólares en el exterior.

[7] ¡Otra vez el furioso economicismo de los capitalistas que habíamos detectado cuando se trataba de su “vocación nacional”!

[8] Formalmente, el anunciado “Plan Belgrano” implicaría inversiones por 16.000 millones de dólares, en diez años. No se trata solamente de que es una cifra demasiado extendida en el tiempo sino que, además, hay que ver si empieza a concretarse realmente el emprendimiento…

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