Por Rafael Salinas



La Asamblea Nacional de la burocracia cubana acaba de aprobar por unanimidad, como es costumbre, una nueva Ley de Inversiones Extranjeras. Esta medida sería un paso importante en el curso de restauración capitalista en que está embarcada.

La nueva ley da “tenedor libre” a los capitales extranjeros que se instalen en la isla. O, mejor dicho, da “tenedor libre” en lo que respecta a la explotación de los trabajadores cubanos, sobre todo en la “Zona Especial de Desarrollo” que se está poniendo en marcha junto con un megapuerto en Mariel, cercano a La Habana. Todo eso desarrollado por la multinacional Odebrecht de Brasil.

La importancia de esta nueva medida hay que ubicarla en los avatares del proceso restauracionista votado en el Congreso del PCC de abril de 2011. Este ha venido avanzando –la mercantilización tiñe hoy en mayor o menor grado todas las relaciones sociales en la isla– pero en el marco de un desarrollo anémico que el año pasado habría sido poco más del 2%… si creemos las estadísticas de la burocracia.

Sólo el despido de trabajadores y su paso al “cuentapropismo” sería un éxito relativo, con unos 650.000…. pero aún lejos de la meta de un millón fijada por la burocracia. Pero lo más importante es que este “paso a la actividad” privada no ha generado por sí mismo ningún crecimiento de la economía ni desarrollo de las fuerzas productivas. La mayor parte de esta masa de “cuentapropistas” (como en el resto de los países latinoamericanos) vegeta en la miseria de “mini emprendimientos” como el reciclaje de basuras, la venta callejera, etc.

El rumbo votado en el Congreso de 2011, tenía que ver con la decisión de la burocracia, después de largas vacilaciones, de emprender el llamado “modelo chino” de retorno al capitalismo… y de conformación de una burguesía. Esto último, la formación de una nueva burguesía, es la imprescindible médula social de la restauración.

Dicho de otra forma: en un país aislado (sea la ex Unión Soviética, China o Cuba), donde las fábricas y la tierra fueron estatizadas, las relaciones mercantiles sin embargo pueden ser dominantes (algo muy difícil o imposible de evitar bajo la presión decisiva del mercado mundial). Pero eso no implica automáticamente el nacimiento de una nueva burguesía y la consiguiente restauración capitalista.

La experiencia de los ex “países socialistas” nos dice que esto puede producirse a través de derrumbes catastróficos (ex URSS y Este europeo) o ser conducida “ordenadamente” por la misma burocracia (China, Vietnam), que además se beneficia haciéndose billonaria o millonaria.

En Cuba, por diversas razones, en primer lugar, el bloqueo del imperialismo yanqui, el proceso restauracionista se viene dando en “cámara (muy) lenta”. Por supuesto, la burocracia cubana no puede optar por la vía de la URSS. La restauración vía derrumbe, implicaría el regreso de la burguesía cubana de Miami. Por esa cuestión de vida o muerte, los burócratas cubanos se embarcaron en el “modelo chino”… Pero hay un pequeño obstáculo: Cuba no es China. Y no es sólo un problema de tamaño.

El éxito formidable de la burocracia china en el gran negocio de la restauración se debe a que lograron un colosal desarrollo capitalista… a costa por supuesto de la más despiadada superexplotación de los trabajadores. Pero esto funcionó en el contexto de una relación con el capitalismo mundial que Cuba no tiene.

Concretamente: todo empezó cuando el jefe de la burocracia, Deng Xiao-ping, con la consigna “hacerse rico es maravilloso”, creó las “zonas económicas especiales” a principios de los ’80. En ellas, el capital extranjero (y luego los nuevos capitalistas chinos) tendrían “tenedor libre” para explotar. Alimentadas por millones de trabajadores rurales emigrados y bajo un régimen de campo de concentración, sin horarios ni derechos laborales, lanzaron al mercado mundial mercancías a precios imbatibles.

En Cuba, la nueva Ley de Inversiones Extranjeras, la “Zona Especial de Desarrollo” y el puerto de Mariel quieren ser un calco, a escala infinitesimal, de lo de Deng.

Sin embargo, el tamaño importa. En caso de “éxito”, las medidas tomadas en Cuba pueden contribuir decisivamente a acelerar la restauración capitalista con la generación de una burguesía propia. Pero el producto final no será una China en miniatura.

China se transformó en una gran potencia capitalista. Cuba, con ese posible ingreso masivo de capital extranjero y bajo el poder de su corrupta burocracia, corre el peligro de derivar en una factoría semicolonial. Y los burócratas que se hagan millonarios, difícilmente puedan o quieran establecer relaciones de igual a igual con las corporaciones que decidan establecerse en Mariel y otras “zonas especiales de desarrollo”.

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