Todos nos hemos enterado de las “sinceras” declaraciones del ex titular de la Unión Industrial Argentina (UIA) Héctor Méndez, formuladas la semana anterior: “entre los empresarios se llamaba a la obra pública movicom porque va con el 15 adelante» (en referencia a las coimas que debían pagarse a funcionarios). “Lo que uno tiene que hacer es un mea culpa. Yo también he sido cómplice de muchas cosas, un pacto de silencio respetuoso porque nadie quiere ser botón, meterse en el negocio del otro porque cada uno cuida su propio negocio, ante la corrupción todos se rasgan las vestiduras y sostienen que hay que denunciarlo, cuando llega el momento nadie denuncia nada y la víctima es el pueblo, la gente es la que paga todo, la que pierde todo, la que se desilusiona y la que va y vota y cree». Esta semana, ya ante el fiscal que lleva la causa sobre presuntos sobornos a los funcionarios, si bien aclaró que personalmente él no participó de coimas y suavizando los dichos anteriores, volvió a admitir que “he sido cómplice de callarme la boca”.

Sin desperdicio realmente y con un corolario que nos habla de los sentimientos que posee el Sr. Méndez: “la gente (entiéndase los laburantes fundamentalmente) es la que paga y pierde todo” con la corrupción estructural del capitalismo periférico argentino y no sólo de éste, agregamos nosotros.

Precisamente, señalar los vasos comunicantes, estructurales, entre corruptela, coima, sobornos y el Estado capitalista y sus distintos y varios elencos gobernantes es lo que el socialismo revolucionario sostuvo siempre (con lo cual demuestra su vigencia, sin por eso ignorar que el mundo y el capitalismo de 1850 no es exactamente igual que el de 2016) y a esto dedicaremos las pastillas socialistas de hoy.

No sólo porque uno se puede pasar todo un día (si goza de tiempo y no logra que el estómago se le revuelva infinitamente) mirando TN y sus acólitos, sino también en los editoriales de C5N (uno de los poquísimos espacios que se pueden ver en la tele) y esa relación umbilical entre corrupción y capitalismo brilla por su ausencia.

La caracterización (compleja) del Estado moderno, cuando comienzan a desarrollarse las relaciones sociales capitalistas (que éste debe garantizar y reproducir) fue una necesidad perentoria del socialismo revolucionario. Marx y Engels, en una frase célebre del Manifiesto Comunista, lo definían como el comité de administración de la clase burguesa, aclarando en textos posteriores que si se pudiese hablar de que éste representaba un interés general, era el de los capitalistas, que al ser una clase con clivajes en su interior, aquél debía regular y arbitrar entre dichos intereses parciales.

 

Marxistas posteriores profundizaron esta conceptualización (teniendo en cuanta las especificidades, unidad y diferencia, entre un Estado capitalista de un país metropolitano y uno periférico o semicolonial), definición que era válida no sólo para los gobiernos dictatoriales sino para la democracia, el supuesto “gobierno del pueblo”. Una democracia al servicio de los ricos. En un texto clásico, Engels (algo que recordaba Lenin en los albores de la revolución de octubre) afirmaba: En la república democrática la riqueza ejerce su poder indirectamente, pero un tanto más seguro y lo ejerce en primer lugar, mediante la corrupción directa de los funcionarios y en segundo lugar en la alianza entre los gobiernos y la Bolsa.

 

Ejemplificábamos en un editorial anterior este aspecto cuando decíamos:

“El Estado burgués no sólo lucha por mantener a raya a la clase obrera, sino que también actúa como árbitro entre las distintas fracciones de la burguesía. La corrupción, es decir la compra de funcionarios, es uno de los mecanismos que tiene ésta para inclinar la balanza y hacer que el árbitro juegue en su favor. Es el ‘aceite’ que lubrica esa maquinaria, y por lo tanto es una necesidad sin la cual la misma no funciona ágilmente. Corrupción, capitalismo, funcionarios, burguesía: un cuarteto que marcha junto y de la mano”. A confesión de parte, relevo de pruebas, dicen los abogados. Las palabras de Méndez confirman esto de manera categórica.

 

El capitalismo posee rasgos estructurales, “cimientos” podríamos decir, que conforman su ADN. Marx en un año tan temprano como 1851, analizando la coyuntura política de la Francia de ese momento, nos proporcionaba una verdadera pastilla socialista, cuando afirmaba: Siendo el déficit presupuestario de interés directo de la fracción de la burguesía en el poder, se explica el hecho de que el presupuesto extraordinario, en los últimos años del gobierno de Luis Felipe, haya sobrepasado en mucho al doble de su monto bajo Napoleón  (el primero gobernaba al país galo hacia la mitad del siglo XIX, mientras que el primer Napoleón lo hizo durante el primer quinquenio de dicha centuria). Además, pasando de esa manera enormes sumas entre las manos del Estado, daban lugar a fraudulentos contratos de entrega, a corrupciones, a malversaciones y estafas de todo tipo.

 

Para el socialismo revolucionario esto no obedecía a la codicia individual de algunos empresarios y a las no menores ganas de enriquecerse de un funcionario público, aunque esos elementos en cierta manera existen, pero ocupan un lugar subordinado en la explicación del fenómeno. El capitalismo, su clase dominante y dirigente y el Estado que garantiza y salvaguarda su funcionamiento tienen como fundamento “la valorización del capital” o dicho más vulgarmente: su norte es la búsqueda de la rentabilidad.

 

El joven Marx cuando aún no había develado el “secreto” del total funcionamiento del sistema capitalista al cual veía como necesario reemplazar (si bien le reconocía sus méritos históricos), intuía ya algo de esto cuando señalaba citando a uno de sus artistas preferidos, el dramaturgo W. Shakespeare: el dinero es la deidad visible que se encarga de trocar todas las cualidades generales y humanas en lo contrario de lo que son, la confusión y la inversión general de las cosas…. el dinero es la puta universal, la alcahueta universal de los hombres y los pueblos. Méndez no comprende (ni le interesa) a Marx, pero éste lo explica y grafica con exactitud, a él y a la clase que representa.

 

Guillermo Pessoa

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