Roberto Sáenz


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“Por solidaridad con el movimiento social contra la Ley de trabajo, Camille Senon, 93 años, sobreviviente de la masacre de Oraudour-sur-Glane (Haute-Vienne) en 1944, se ha opuesto a recibir la Orden nacional de mérito propuesta por el primer ministro, Manuel Valls. ‘En el actual contexto, me es imposible aceptar de su parte esta distinción (…) significaría renegar de toda mi vida militante por la justicia, la solidaridad, la libertad, la fraternidad y la paz” (Libération, 30-05-16).

 

A propósito de un reciente viaje por Viejo Continente para seguir el desarrollo de nuestra corriente internacional, nos llevamos algunas impresiones de la situación política europea. Presentamos aquí algunas reflexiones en las que “mecharemos” aspectos políticos con históricos y culturales.

 

Un clima general reaccionario

 

La primera impresión de la coyuntura europea es el clima reaccionario que la caracteriza. El terror yihadista y la crisis migratoria están omnipresentes en los medios. Respecto de la crisis migratoria, basta con decir que es la más grave desde la Segunda Guerra Mundial.

La guerra supuso flujos poblacionales de millones de personas. Primero la huida hacia el este y la URSS de poblaciones eslavas, y la llegada de migrantes alemanes. Posteriormente, el retorno hacia Alemania de millones vinculados a ese origen, por no hablar de otros desplazamientos poblacionales, como los millones de judíos llevados a las cámaras de gas, los soldados rusos prisioneros, los trabajadores franceses forzados en el Reich alemán, y un largo etcétera. Habitantes básicamente europeos.

Salvando las distancias, actualmente se trata de poblaciones que arriban desde Medio Oriente y África, aunque los hay también desde el resto de Asia e incluso Latinoamérica. El caso es que en 2015 arribaron 1.000.000 de personas. Pero en lo que va de 2016, dado el torniquete colocado por la política restrictiva de la Unión Europea, solo 200.000. Los ahogados en el cruce clandestino del Mediterráneo son para el horror: clara expresión de la barbarie capitalista mundializada: ¡10.000 inmigrantes desde el 2014 muertos en el mar!

Yendo en un sentido opuesto a la actitud solidaria manifestada al inicio de la crisis (atentados del ISIS en Francia y Bélgica mediante), comenzó a operarse en toda Europa un giro hacia la derecha de franjas crecientes de la población, franjas que ven en los inmigrantes una amenaza a sus condiciones de vida.   

En un primer momento, Alemania se destacó por su reacción positiva: activistas de a pie se encargaban de las actividades solidarias. Pero esta actitud mutó rápidamente en su contrario: se vino a pique el “compromiso” del gobierno de Merkel de recibir “a quien quisiera ingresar al país” (la canciller alemana terminó negociando un acuerdo archirreaccionario con Erdogan para expulsar a los inmigrantes a Turquía), lo que sumado al confuso episodio de violaciones en los días finales del año pasado dio lugar a un giro hacia la derecha. 

Muchos desarrollos tienen que ver con este clima más general. Caminando por París llaman la atención los militares recorriendo el centro de la ciudad fusiles en mano. Y atención que se no se trata de fuerzas policiales, sino directamente del ejército, lo que no es un menor aunque no tenga igual magnitud que si esto ocurriera, por caso, en la Argentina, donde el recuerdo de la última dictadura militar aún está fresco[i].

Expresión de este clima reaccionario son las elecciones que están ocurriendo en Europa, donde el tema migratorio le da pasto a las formaciones de extrema derecha. Es el caso de Austria, donde el FPÖ (Partido de la Libertad de Austria) quedó fuera de la presidencia por solo 30.000 votos[ii]: “(…) el score record del FPÖ –49,7%– traduce la progresión de una corriente que se expande sobre todo el Viejo Continente, sobre el fondo de la erosión de los partidos tradicionales y de la crisis migratoria (…) Por toda Europa, el score de los partidos tradicionales está en baja. Beneficia a la izquierda radical en el Sur, en razón de las políticas de austeridad, y a la extrema derecha en la mayoría de los demás países” (Le Monde, 25-05-16)[iii].

Una expresión de importancia del desborde electoral hacia la derecha es que en las elecciones presidenciales del año próximo en Francia pasaría a segunda vuelta el Front Nacional de Marie le Pen, partido que en las elecciones municipales del 2015 quedó primero obteniendo el 30%.

Paradojas si las hay, mientras que el conflicto contra la ley El Khomry supone un fuerte cuestionamiento a la coyuntura reaccionaria por la izquierda, la próxima elección presidencial se dirimiría entre la derecha y la extrema derecha…

Es importante señalar, de todas maneras, que la generalidad de los partidos de extrema derecha que participan del juego electoral no se caracteriza por poseer formaciones de acción directa extraparlamentarias. Los grupos neonazis de este tipo son minoritarios (salvo Alba Dorada en Grecia), lo que no quiere decir que esta característica no pueda cambiar si las cosas se polarizan, ni que la votación de la extrema derecha no encierre enorme peligro potencial.

Por otra parte, no se trata de caer en impresionismos ni perder de vista que existen contrapesos: en España el corrimiento electoral se desarrolla hacia la izquierda, expresándose en Podemos, una formación del nuevo reformismo similar a Syriza, que ahora se encamina a una nueva elección presidencial en acuerdo con Izquierda Unida con la pretensión de desbancar al PSOE como segundo partido del país[iv].

 

Los trabajadores franceses al centro de la escena

 

Pero nos queremos referir a otro aspecto de la coyuntura europea: la imposición de contrarreformas laborales con la excusa de la crisis y la “falta de competitividad”. El giro reaccionario supone una nueva “vuelta de tuerca” en la ofensiva contra los trabajadores. Si luego de la crisis del 2008 ocurrió el rescate estatal de los bancos y empresas en quiebra, y posteriormente se vivió una crisis de las deudas estatizadas, lo que caracteriza el actual momento es un ataque más en profundidad: el intento de imponer contrarreformas laborales a las clases trabajadoras continentales.

Alemania bajo el gobierno socialdemócrata de Schroeder[v], España hoy bajo Rajoy, Italia bajo el actual gobierno de Matteo Renzi, Bélgica con el intento de Ley Peeters, y el proyecto El Khomry en Francia, son todas iniciativas que tienen en común llevar la batalla al centro de la producción: a las condiciones de organización y contratación laboral.

Ocurre que están haciendo furor los mecanismos flexibles de contratación como los “minijobs” en Alemania o los “zerohours” en Inglaterra, contratos donde el trabajador debe estar a disposición de la empresa a cualquier hora que se lo llame, cualquiera de los siete día de la semana: ¡condiciones de esclavitud laboral que los huelguistas en Francia denuncian como intento de retorno al siglo XIX!: “(…) [un] proyecto de reforma del Código de Trabajo, que en el país de las treinta y cinco horas y del hiperpoder de chantaje de los sindicatos (…) representaría una verdadera [contra] revolución. Una adaptación de un sistema arcaico y anquilosado a las exigencias de las empresas” (“Ley de trabajo: una victoria a lo Pirro”, Courriere International nº1333, 19/25 de mayo 2016).

Pero precisamente aquí se coloca la segunda tendencia o contratendencia de la coyuntura europea: la emergencia en Francia de un movimiento masivo de contestación a la ley laboral que lleva meses. Nadie puede anticipar el resultado de esta pulseada. Hollande no parece tener mucho que perder; será difícil hacerlo retroceder sin la puesta en pie de una verdadera huelga general, acción que la CGT no se muestra muy dispuesta a convocar.

De todas maneras, lo que se está viviendo en el país galo es una recuperación de las luchas sociales que habían retrocedido luego de la derrota del 2010 frente al proyecto jubilatorio de Sarkozy (redoblado este retroceso por los atentados y la imposición del estado de emergencia el año pasado); una lucha con elementos de radicalización e ingreso en la escena de la clase obrera en la sexta potencia económica mundial, lo que no es poco.

Un dato a subrayar es cómo funcionan estas coyunturas reaccionarias: generan, muchas veces, respuestas inesperadas. El escenario social aparece “planchado”, la ofensiva en manos de los de arriba. Pero de repente emerge un enorme movimiento de contestación; lo que sin embargo tiene una explicación: no es pura obra de “magia” político social. 

Ocurre que a diferencia del apogeo de la ofensiva neoliberal en los años ’90, su legitimidad actualmente es débil. La cuestión se expresa en el bajísimo nivel de popularidad de Hollande: un 14% en contraste con el 70% que apoya las medidas de lucha (esto incluso cuando se viven los trastornos de la falta de gasolina, la basura en las calles, los servicios de trenes y colectivos reducidos, etcétera).

Mientras el clima político mundial se mantenga en clave “progresista” (lo que dependerá en gran medida del resultado de las elecciones yanquis), el problema de la débil legitimación de las medidas reaccionarias seguirá siendo una traba para la ofensiva capitalista. Débil legitimidad sobre la que hay que pegar haciendo “sangrar” a estos gobiernos reaccionarios. De ahí que una orientación de unidad en las luchas enarbolando todas y cada una de las tareas mínimas y democráticas sea tan importante en el actual momento.

Agreguemos que Francia es un país donde a pesar de los retrocesos, su clase trabajadora no han sufrido una derrota de conjunto. El país del “hexágono” (así se llama a Francia popularmente) mostró una recuperación de las luchas luego de las derrotas de los años ’80, recuperación que con alzas y bajas se mantiene desde 1995: “la situación francesa es contradictoria con aquella vivida por otros países europeos, en los cuales el avance despiadado del capitalismo ha hecho mucho más daño” (Léon Crémieux, “Strong headwinds ara making France a stormy sea”, www.internationalviewpoint.org).

Algunos analistas señalan que dicho ciclo se habría “cerrado” y que lo que se está viviendo hoy sería otra cosa; no nos parece muy convincente el argumento. Quizás lo cierto sea que en determinadas porciones de la vanguardia luchadora, los niveles de radicalidad son algo mayores que en los procesos anteriores, algo que marcan varios analistas de izquierda (Cremieux, Divés, Salingue, Palheta, Rimbert, etcétera).

En Francia, el país del “hiperpoder sindical”, la clase obrera no parece haber sufrido una derrota de conjunto como sí ocurrió en Inglaterra o España en las últimas décadas. Señalemos que en Inglaterra los marxistas se están “devanando los sesos” para explicar por qué desde 1991, cada año que pasa el nivel de huelgas industriales es menor que el anterior (“Striking debates”, Paul McGarr, International Socialist nº 149)[vi].

 

Una tendencia general a la desestabilización

 

De todas maneras, sea cual sea la valoración que se haga de la actual coyuntura, lo que es un hecho es que las tendencias generales apuntan a una desestabilización general de la inédita pax imperialista democrático-burguesa que se ha vivido en el continente y parte importante del mundo en las últimas décadas.

La base material de esto son los interrogantes que se ciernen sobre la economía mundial, la que pasados largos ocho años del desencadenamiento de la crisis no logra salir de la larga depresión en que se encuentra.

Es verdad: no se trata de una bancarrota catastrófica; ni siquiera se puede decir que haya hoy una recesión mundial. Sin embargo, viene creciendo el debate entre los economistas del mainstream acerca del “estancamiento secular” que caracterizaría al mundo, tema que ya hemos tratado en estas páginas.

Durante el viaje no percibimos nuevos elementos en materia del debate económico. Sí notamos el tema recurrente de la crisis del sistema de partidos, cuya base material es la crisis económica.

La crisis del sistema de partidos tradicionales ya la hemos abordado arriba. De todas maneras, nos interesa profundizar en esta tendencia al hundimiento del centro político y el crecimiento de los extremos, porque es uno de los aspectos más característicos del deterioro del “medio ambiente político” que, por otra parte, remite a otros periodos de la situación europea y mundial: a la “era de los extremos”, los años 20 y 30 del siglo pasado.   

Es verdad que todo está ocurriendo de manera muy mediada hoy, como en “cámara lenta”. Pero de todas maneras, no deja de ser expresión de fenómenos de fondo: por ejemplo, el deterioro que se vive –en sus condiciones de vida, sociabilidad, organización, una verdadera desmoralización o “desafectación identitaria”– entre franjas de los viejos trabajadores, y también nuevos precarios sin experiencia, los que terminan apoyando a las formaciones nacional-imperialistas tipo el FN de Marie Le Pen.

Del otro lado del Atlántico, la expresión de estas tendencias han sido las enormemente exitosas candidaturas del “socialista” Sanders por la izquierda, entre la juventud, y Donald Trump por la derecha cosechando el voto de trabajadores blancos adultos.

Que el sistema de partidos tradicionales tienda a hundirse, que crezcan los extremos, aun si “la sangre no llega al río” todavía, no deja de ser un síntoma de que las cosas podrían desestabilizarse: “La cuestión de los inmigrantes será de aquí al 2018 probablemente menos sensible. Pero eso no alcanzará para invertir la tendencia: el escrutinio ha mostrado el nacimiento de una división en la sociedad, entre una Austria que va globalmente bien, pero donde una parte tiene terror al futuro” (Le Monde, 25-05-16).

Pero si por un lado sectores de la sociedad tienen “terror” al futuro y giran a la derecha, por el otro sectores de los trabajadores y la juventud se radicalizan contra los gobiernos reaccionarios: porciones crecientes de la juventud podrían estar pasando de una conciencia general antineoliberal a una difusamente anticapitalista: “Esta radicalización desde abajo se está desarrollando en tandem con la radicalización de las clases propietarias (…) Sus raíces se encuentran en una crisis política cuya profundidad es desconocida: no estamos lidiando con una desafectación temporaria de los votantes con sus representantes tradicionales, sino con una creciente incapacidad de los partidos dominantes –y las clases cuyos intereses defienden– para producir un consentimiento activo de la gente a sus elecciones políticas (…) Esto habla de una crisis de hegemonía del tipo de la que hablaba Gramsci en los años 1920 y 1930” (¿A new beginning in France?, Julien Salingue y Ugo Palheta).

En todo caso, habrá que verificar si la radicalización está yendo más allá de determinadas porciones de la juventud (juventud en la cual el trotskismo francés hoy es muy débil, cuestión que abordaremos en otra nota), así como la dinámica general de la crisis.

Pero más allá de los ritmos, lo cierto es que los factores que minan la estabilidad del régimen capitalista parecen estar haciéndose cada vez más presentes incluso en Europa, uno de los principales centros de la estabilidad mundial desde la segunda posguerra.

 

[i] En Francia el régimen de la V República que impera desde De Gaulle es bien bonapartista, y ha pasado por momentos muy reaccionarios como la guerra de Argelia a finales de los años ’50; de todas maneras, para remontarse a un gobierno abiertamente dictatorial o fascista hay que caer en el régimen de Vichy de los años 1940/4.

[ii] La elección fue ganada, finalmente, por el candidato ecologista socialdemócrata Alexander Van der Bellen, que logró captar todo el voto de rechazo a esta fuerza de extrema derecha. Adelantémonos a señalar, de paso, que esta es una característica presente en las elecciones europeas: llegado el punto de la opción entre las formaciones de extrema derecha y cualquiera de otro signo, el voto útil ha ido a parar a la otra formación impidiéndose el acceso de dichos partidos a cargos ejecutivos nacionales.

[iii] Habrá que ver ahora cómo influyen estas tendencias en el referéndum en Gran Bretaña alrededor de la pertenencia a la Unión Europea (ver nota en esta misma edición).

[iv] A decir verdad, el desborde del bipartidismo en España está ocurriendo tanto por izquierda como por derecha si tomamos el caso de Ciudadanos, nueva formación electoral neoliberal que busca reemplazar en el lugar de la centro derecha al desprestigiado PP. Izquierda Unida es la expresión electoral del Partido Comunista Español. El PSOE es el Partido Obrero Socialdemócrata de España, un partido al que de “obrero” no le queda nada, un proceso de completa descaracterización de clase como el caso del Partido Socialista de Hollande en Francia (a estos partidos se los llama “social liberales” en reemplazo del viejo mote de socialdemócratas).

[v] Una contradicción a este curso es que en Alemania se acaba de acordar una reducción de la edad jubilatoria de 67 a 63 años.

[vi] Todavía recuerdo un intercambio de ideas ocurrido años atrás con Chris Harman (importante dirigente del SWP, ya fallecido), donde este confesaba su preocupación por lo duradero de la derrota de la clase obrera inglesa bajo el thatcherismo, una derrota de la cual el proletariado inglés, increíblemente, aún no se ha recuperado.

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