Por Ale Kur


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Al momento de escribir este artículo, el partido Likud (al cual pertenece el Primer Ministro Benjamin Netanyahu) acaba de cerrar un acuerdo para ampliar su coalición gubernamental. El principal y más resonante de los nuevos “aliados” es el partido de ultraderecha YisraelBeiteinu[1] (quien ya había formado parte de coaliciones con Netanyahu en gobiernos anteriores). La novedad es que esta vez su principal referente, Avigdor Lieberman, ocupará el cargo de Ministro de Defensa.

Es muy importante aclarar que el Ministerio de Defensa no es una cartera más, “inocua”. Se trata de la dirección político-estratégica de las Fuerzas Armadas. Como tal, tiene la potencialidad de hacer y deshacer guerras, enormes masacres (internas y externas), golpes de Estado, etc.No hay que olvidar además que el Estado de Israel cuenta con armas nucleares y con una de las capacidades militares más grandes del mundo (con tecnología destructiva de punta), que se encuentra estructuralmente en un estado de guerra o semi-guerra permanente con los palestinos, que invadió y hasta ocupó en reiteradas ocasiones sus países vecinos (Líbano, Jordania, Egipto y Siria, de la cual sigue ocupando los Altos del Golán), y que viene en un estado de tensión latente con Irán, que en cualquier momento puede estallar en forma de un gran enfrentamiento.

Por lo tanto, que el Ministerio de Defensa esté en manos de un ultraderechista es un salto en calidad de la deriva fascista del Estado de Israel, que pone a Medio Oriente en un enorme peligro.

Una de las declaraciones más estridentes de Lieberman fue realizada en 2009[2] en el marco de los brutales bombardeos israelíes contra la Franja de Gaza. Allí planteó que “hay que continuar combatiendo a Hamas de la misma manera que lo hizo Estados Unidos con Japón en la Segunda Guerra Mundial. Allí no fue necesaria la ocupación del país”. Cualquiera que conozca un poco de historia sabe que EEUU derrotó a Japón en base a la detonación de dos bombas atómicas (Hiroshima y Nagasaki) que masacraron a más de 200 mil civiles y destruyeron completamente dos ciudades (dejando además las zonas radioactivas y por lo tanto inhabitables), y que eso fue lo que provocó la rendición incondicional japonesa. Si Lieberman realmente está dispuesto a llevar hasta el final esa concepción estratégica como jefe de las Fuerzas Armadas, estaríamos en la antesala de un enorme genocidio sobre la Franja de Gaza.

El partido YisraelBeiteinu es abiertamente racista y anti-árabe, “halcón” en política exterior, partidario de la “mano dura” en política interior. Impulsa el “Plan Lieberman”, que es la anexión por parte de Israel de las colonias judías en Cisjordania-Palestina (es decir, gran parte del territorio y sus mejores zonas agrícolas), al mismo tiempo que la “transferencia” a un posible Estado palestino de la soberanía sobre el “triángulo” (zona israelí con gran concentración de pueblos palestinos), retirándole por lo tanto la ciudadanía israelí a cientos de miles de árabes que habitan en la región.

De llevarse adelante este plan, cristalizaría de manera definitivala situación actualmente existente, en lacual los palestinosfueron expropiados de susmejores tierras y recursosy confinados a un conjunto inconexo de poblaciones empobrecidas, por lo cual cualquier intento de poner en pie un Estado propio carecería de cualquier sustento material real. Pero al mismo tiempo, el plan Liebermandejaría a buena parte de los actuales palestinos-israelíes sin la “compensación” de tener algunos derechos dentro de Israel[3]. Sería en definitiva la concreción del sueño sionista de quedarse con la tierra pero no con sus habitantes originarios, constituyendo un “Estado judío” homogéneo demográficamente y ocupando todo el territorio posible de la región palestina.

Entre otras “delicias”, Lieberman apoya también la pena de muerte a los condenados por terrorismo (lo cual en el lenguaje sionista quiere decir: a todo palestino que resista por cualquier medio contra el Estado de Israel). De llevarse adelante, esto podría significar el exterminio de miles y miles de palestinos (luchadores o personas llevadas a actos de desesperación individual) que se encuentran detenidos en las cárceles israelíes.

Una crisis estructural

Los realineamientos de la coalición gubernamental son sintomáticos de una profunda crisis política, de carácter estructural, en la que está sumido el Estado sionista.El problema de fondo es la incapacidad por parte de la clase dirigente israelí de encontrar una solución al “problema palestino”. Y con “solución” nos referimos aquí a cualquier tipo de solución, sea progresiva o reaccionaria, sea acorde a los derechos humanos o completamente opuesta a ellos.

Por un lado, está en la naturaleza del Estado sionista la tendencia a acaparar la totalidad del territorio de la Palestina histórica (es decir, de lo que antes del 48 era el Mandato británico de Palestina), y al mismo tiempo a sacarse de encima a su población originaria, los palestinos. Esto fue lo que sucedió en el 48 con la “nakba”, la tragedia palestina: las proto-fuerzas armadas israelíes llevaron adelante una limpieza étnica de pueblos y aldeas árabes enteras, generando una oleada de pánico entre los palestinos que debieron abandonar en masa el país. Desde el 67, con la ocupación de Gaza, Cisjordania y Jerusalem Oriental, las políticas de colonización y expropiación de tierras terminaron por destruir toda cohesión de la sociedad palestina en esas regiones. La trampa de los Acuerdos de Oslo, firmados por Arafat en los 90, sólo llevó a la profundización de la política de asentamientos sionistas, y por ende al desmembramiento del territorio en el cual supuestamente se iba a construir un “Estado palestino”.

Pero al mismo tiempo esta política, para llevarse hasta el final, necesitaría un salto en calidad en la política de agresión hacia los palestinos: requeriría del comienzo de deportaciones en masa o hasta de un plan de exterminio. Más allá de las intenciones de los políticos israelíes, esto no puede realizarse tan fácilmente en las actuales condiciones políticas internacionales:  la opinión pública mundial no toleraría un nuevo genocidio, además de que la resistencia palestina sería feroz. Por eso el sionismo no puede desplegar hasta el final las conclusiones lógicas de su programa: la limpieza étnica de los palestinos.

Al mismo tiempo, toda la estrategia israelí en los últimos 50 años hizo imposible la solución de los dos Estados. La política de asentamientos judíos en Cisjordania desmembró totalmente el territorio palestino, dejándolo con la forma de un “archipiélago” inconexo. Además, todas las mejores tierras de cultivo, junto a la totalidad del agua (fundamental para la agricultura en una región muy árida), quedaron en manos sionistas. Las poblaciones palestinas no tienen entonces ni siquiera condiciones para una supervivencia económica más o menos autónoma: dependen profundamente de su interconexión con la economía israelí. En esas condiciones, hablar de “Estado palestino” sería una fantochada, y el sionismo ni siquiera parece estar dispuesto a conceder ese rótulo fantasioso.

Al mismo tiempo, ocurre otro proceso fundamental: la expansión demográfica de la población palestina dentro de Israel, que tiene tasas de natalidad mucho más altas que la de población judía. Esto significa que, de continuarse la tendencia actual, en algunas décadas el Estado de Israel ya no tendría una sólida mayoría judía (más aún si se ve obligado a absorber la población árabe de Cisjordania y/o de Gaza).

El conjunto de estos factores provoca una profunda crisis: no puede haber dos Estados, ni limpieza étnica, y la tendencia demográfica opera en contra del “Estado judío”. Eso lleva a Israel una crisis existencial, en el sentido de que no puede terminar de definir nunca su propia naturaleza ni un proyecto estratégico serio. Esto se pudo observar en los últimos años en el debate sobre el proyecto de ley del “Estado-nación” presentado por Netanyahu, que reafirmaba el carácter racista del Estado (dirigido en definitiva contra los palestinos), y que generó una crisis que no pudo resolverse.

En esas condiciones, el sionismo sólo puede dar al conflicto respuestas de corto plazo, espasmódicas, como los feroces bombardeos sobre la Franja de Gaza que se repiten cada tantos años, o las provocaciones contra los símbolos nacionales palestinos (la Mezquita de Al-Aqsa). La población israelí, mayoritariamente solidaria con su Estado racista, acompaña estos brotes guerreristas y gira cada vez más a la derecha. Los palestinos, por su parte, incrementan su resistencia, como se puede observar en la reciente ola de movilizaciones y enfrentamientos con las fuerzas de seguridad israelíes (considerada por algunos como una Tercera Intifada[4]) y por la oleada de actos desesperados de apuñalamiento realizados por “lobos solitarios” palestinos.

Todos estos elementos son los que subyacen a la actual situación política. Las condiciones preparan un gran estallido, que seguramente sea muy sangriento. La responsabilidad del mismo recae enteramente sobre el Estado racista de Israel y sobre sus aliados internacionales, principalmente Estados Unidos y la Unión Europea.

[1] Se trata de un partido que representa principalmente a israelíes que provienen de la emigración de la ex URSS. Su ideología reaccionaria no tiene origen religioso (el programa del partido es mayormente laico): su racismo es centralmente étnico-nacionalista.

[2] “Lieberman: Do to Hamas what the US did to Japan”, The Jerusalem Post, 13/1/2009 (http://www.jpost.com/Israel/Lieberman-Do-to-Hamas-what-the-US-did-to-Japan).

[3] Esto es especialmente problemático ya que, en las condiciones de colonización, de desposesión, de apartheid y de bloqueo a la que son sometidos los palestinos, prácticamente la única forma de sobrevivir que tiene gran parte de la población palestina es en trabajos dentro de Israel, además de que los (pocos) palestinos con ciudadanía israelí pueden acceder a los programas de seguridad social de dicho país.

[4]Ver nota: “Palestina: la rebelión de los hijos de Oslo”,Por Ale Kur, Socialismo o Barbarie, 22/10/15 (http://www.socialismo-o-barbarie.org/?p=6613).

 

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