Por José Luis Rojo


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“La dictadura del proletariado es opuesta [por Zyromsky, que en los años 30 evolucionaba desde posiciones centristas hacia el stalinismo, R.S.] a la democracia proletaria. Sin embargo, la dictadura del proletariado, por su propia esencia, puede y debe ser la suprema expansión de la democracia proletaria. Para realizar una grandiosa revolución social, el proletariado necesita la manifestación suprema de todas sus fuerzas y de todas sus capacidades: se organiza democráticamente precisamente para terminar con sus enemigos. La dictadura debe, según Lenin, ‘enseñar a cada cocinera a dirigir el Estado’. La espada de la dictadura está dirigida contra los enemigos de clase; la base de la dictadura está constituida por la democracia proletaria”.  (León Trotsky, ¿Adónde va Francia?)

 

Continuando con la crítica a las concepciones teóricas del Partido Obrero, profundizaremos ahora en su unilateral concepción de partido, así como en el abordaje erróneo de la dictadura proletaria, que no parte de ninguna de las enseñanzas históricas legadas por la experiencia del siglo XX.

 

¿Estado dentro del Estado u organización de combate?

 

“El partido obrero no se limita a ser un ‘instrumento político’ sino que representa una modificación de alcance histórico en las relaciones entre las clases. En última instancia, equivale a la formación de un Estado dentro del Estado, un principio de doble poder; representa un cambio histórico cualitativo” (“El estudio del ¿Qué hacer? un siglo después”, Prensa Obrera 1257).

 

Esta errónea idea del PO de que el partido tendría a ser una suerte de “Estado dentro del Estado” es una concepción que era característica de la socialdemocracia alemana. En un trabajo de próxima aparición haremos una crítica más sistemática de esta concepción. Sin embargo, aquí adelantaremos algunos lineamientos.

Ya autores como Nettl (biógrafo de Rosa Luxemburgo) observaban que la socialdemocracia alemana se consideraba a sí misma como una suerte de “Estado dentro del estado”. Sobre la base de las presiones objetivas del crecimiento económico y de una vida política esencialmente parlamentaria, esta concepción trasmitía la idea de una “autosuficiencia” que llevaba al conservadurismo y lo alejaba del carácter de partido de combate en las luchas de la clase obrera que caracteriza a la organización revolucionaria.

La idea del partido como un “Estado” trasmite una comprensión de totalidad, de un conjunto de las relaciones políticas de la clase “resueltas” en el partido. Si el partido es un “Estado”, una organización ya “totalizada”, ¿para qué se va a molestar en transformar la realidad? ¿Qué sentido tiene ello? Cualquier intervención en la realidad, en la medida en que supone riesgos, termina siendo vista como “peligrosa”, problemática, dañina. ¿Para qué arriesgarlo todo si el partido ya es una “sociedad dentro de la sociedad” que se “abastece” a sí misma? De ahí a la adaptación conservadora al parlamentarismo había sólo un paso, y el SPD lo dio.

El PO parece tener la misma concepción. En un informe de una escuela de cuadros realizada por la juventud de este partido alrededor del ¿Qué hacer?, se informa que llegó a esta conclusión, característica, supuestamente, del pensamiento de Lenin… Cómo a partir del estudio de la concepción del partido de Lenin se llegó a esto, sólo Mandrake puede saberlo. En todo caso, una cosa es segura: esta definición está mal de cabo a rabo y no aparece en ninguna parte de esa obra clásica del gran revolucionario ruso.

El PO tiene un grave problema de concepción cuando considera que el partido concentra todas las relaciones políticas de la clase como tal; una definición equivocada que pierde de vista que el partido es, en definitiva, la expresión política del sector más avanzado de la clase obrera, no de toda la clase obrera. Si así fuera, haría a la pérdida misma del carácter del partido como organización de vanguardia, de combate, diluyéndolo en toda la clase, que está marcada inevitablemente por elementos de atraso político que sólo en el largo proceso de la revolución y la transición al socialismo pueden ser reabsorbidos.

 

Cuando el partido es todo y la clase obrera nada

 

El PO tiene otro problema más vinculado a las cuestiones de la conciencia del proletariado y la construcción del partido. Reduce, esquemáticamente, todo el mecanismo de la subjetividad al partido. Se podría decir que para ellos “el partido lo es todo, la clase nada”. Pero esto es un grave error. No es que esté mal “inclinar la vara” para el lado del partido, para el lado de su construcción. O que la experiencia histórica no haya indicado que no hay propiamente revoluciones socialistas, y, menos que menos, proceso de transición al socialismo, sin la clase obrera y el partido revolucionario al frente del proceso.

Pero el PO no comprende la complejidad que suponen estas relaciones. Comprende solamente al partido, y nada más. Y, para colmo, muestra una ceguera absoluta a la hora de extraer cualquier enseñanza del proceso histórico vivo del siglo XX, que muestra que las cosas no son tan lineales.

Trotsky recordaba algo que el PO olvida habitualmente: no sólo la clase sin el partido no es nada; tampoco el partido sin la clase obrera es mucho. Veamos si no la experiencia de la Oposición de Izquierda en el Partido Bolchevique (o lo que quedaba de él) en los años 20. Trotsky señalaba, correctamente, que la derrota de la fracción obrera bolchevique que él encarnaba se debió, en primera y fundamental instancia, al retroceso, desmoralización, y, en definitiva, derrota de la clase obrera rusa. No se pudo apoyar en ella para sustanciar su batalla contra el stalinismo.

Seguramente el PO conoce el genial texto de Cristian Rakovsky: “Los peligros profesionales del poder”, donde el gran compañero de Trotsky en la batalla contra el stalinismo ascendente desarrollaba agudamente el tremendo problema que la clase obrera hubiera salido del “espacio público”, que “la plaza hubiera quedado vacía”. Trotsky lo parafrasea en su Stalin: “Un partido político es sólo un instrumento histórico transitorio, uno de los muchos instrumentos y escuelas de la historia (…) Sólo quienes se [orientan] por la discusión abstrusa pueden pedir de un partido político que sojuzgue y elimine los factores, mucho más poderosos, de masas y clases hostiles a él (…). La revolución machaca y destruye la maquinaria del viejo Estado. Ahí reside su esencia. La liza está repleta de contendientes. Ellos deciden, actúan, legislan a su modo, exento de precedentes, juzgan y dan órdenes. La esencia de la revolución está en que la misma masa se constituye en su propio órgano ejecutivo. Pero cuando la masa se retira del palenque, vuelve a sus diversas residencias, a sus vivencias particulares, perpleja, desilusionada, cansada, el teatro de los acontecimientos queda desolado. Y su frialdad se intensifica cuando lo ocupa la nueva máquina burocrática” (Stalin, tomo II, El Yunque, p. 283)

Conclusión: el partido, la dictadura del proletariado, sin la clase obrera, no son nada; al menos no como organización revolucionaria del poder de esta misma clase.

El PO parece contar poco con la clase obrera o, en todo caso, cuenta con ella pero siempre como una clase muda, que no parece tener nada que decir, sin arte ni parte en el proceso de la revolución social. De ahí que unilateralice completamente el rol del partido revolucionario en abstracción de la misma clase, su vanguardia, sus organismos, su conciencia y demás mecanismos de la subjetividad de la clase obrera que incluyen, claro está, al partido revolucionario en un lugar privilegiado.

 

La incomprensión del doble carácter de la dictadura del proletariado

 

Esto nos lleva a un último problema en la concepción del PO: cualquier análisis de la burocratización de la revolución rusa, cualquiera evaluación histórica que subraye la importancia de la democracia obrera, de los organismos de poder de la propia clase, es considerado por el PO una posición “democratizante”, es decir, oportunista: “La función histórica de la dictadura del proletariado es (…) la destrucción del poder de la burguesía, no la instalación del reino de la libertad (…) Entre los trotskistas, el revisionismo tomó una forma distinta [el autor se refiere a la de la socialdemocracia alemana de comienzos del siglo XX. JLR], que caracteriza al gobierno obrero como una forma de autodeterminación de las masas, privándolo de su filo revolucionario: la expropiación de la burguesía” (Christian Rath, “El Partido Obrero y el gobierno obrero”).

Oponer la dictadura proletaria a la democracia obrera es un disparate, y más proviniendo de una organización que se considera “trotskista”; es no haber entendido nada de las lecciones de la lucha de clases del siglo XX, y de la mecánica del proceso de transición al socialismo. Una experiencia donde, además, en la segunda posguerra sí se expropió a la burguesía, lo que no significó mecánicamente que haya llegado la clase obrera al poder.

Claro que hay análisis verdaderamente “democratizantes”; en su momento Lenin y Trotsky enfrentaron las posiciones reformistas de Kautsky que significaban una capitulación escandalosa a la “democracia en general” (¡que no era otra cosa que la democracia burguesa!) en detrimento del poder proletario. Se trataba de la crítica socialdemócrata a la Revolución Rusa. Una década después Trotsky tuvo que polemizar con algunos militantes revolucionarios desmoralizados (el caso de Víctor Serge) alrededor del balance de Kronstadt; ver al respecto Su moral y la nuestra.

Pero otra cosa muy distinta es perder de vista la importancia estratégica, la naturaleza íntimamente democrática que necesariamente tiene el poder de la clase obrera, la dictadura del proletariado; el carácter necesariamente colectivo de la organización de su poder.

El PO ha perdido completamente de vista el carácter de la dictadura del proletariado como dictadura y democracia de “nuevo tipo”, tal como lo planteara Lenin en El Estado y la revolución. Efectivamente, la dictadura proletaria es una dictadura de nuevo tipo porque, en su caso, es ejercida por la inmensa mayoría de la población sobre una minoría y no como fueron en el pasado todas las dictaduras. Pero, a la vez, es una democracia de nuevo tipo en la medida que es el gobierno de la mayoría de los explotados y oprimidos, un régimen que en el pasado nunca existió.[1]

Y no se trata solamente de un texto de Lenin entre otros. Se trata de toda la experiencia de la degeneración burocrática de la Revolución Rusa la que está puesta sobre la mesa alrededor del significado de esta definición leninista, y las consecuencias que tuvo que la dictadura del proletariado dejara de ser una “democracia de nuevo tipo” (¡uno de cuyos objetivos era “enseñar a cada cocinera a dirigir el Estado”!). El PO ni siquiera sospecha que la pérdida de su carácter democrático significaría, literalmente, la pérdida del poder por parte de la clase obrera y de su carácter de dictadura del proletariado.

 


[1] El PTS ha intentado hacer una crítica al PO con algunos puntos de contacto con la que planteamos aquí. Sin embargo, al hacerlo de una manera tan esquemática como doctrinaria, deja lugar a que el PO lo ridiculice (ver crítica de Coggiola a sus posiciones en “Partido obrero y gobierno obrero”, parte 2). En el balance el PTS tampoco es consecuente, al considerar que todo se reduciría a una “pelea de modelos”: uno “democrático” (con soviets), otro “burocrático” (sin soviets); de todos modos ambos “formas de poder proletarias”…

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