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Un acuerdo que cede ante los intereses de la burguesía catalana

 

Hace una semana, después de tres meses de incertidumbre y negociaciones tras los ajustados resultados del 27S, el Consell Polític de la CUP con 36 votos a favor del no y 30 por el sí, resolvía no dar su apoyo a la investidura de Artur Mas para que repitiese como president de la Generalitat. Esta decisión desató una ola de histeria y agitación marcada por la dura pugna entre Junts pel si y la CUP: para la burguesía y el personal político catalán, era inadmisible que el destino del país estuviera en manos de “un puñado de antisistema”. Durante una semana y con el tiempo en contra, las presiones, amenazas y la falta de acuerdo configuraban un escenario empantanado donde la posibilidad de celebrar nuevas elecciones parecía un hecho inminente.

Durante toda la semana las posturas parecían inamovibles. CDC mantenía a Mas como candidato, acusaba a la CUP de “falta de madurez” y de aliada del “Estat Español”, de no tener “sentido de país” y amenazaba con repetir la fórmula de JxS en caso de que hubiera habido nuevas elecciones. Oriol Junqueras, de Esquerra Republicana de Catalunya, a la vez que pedía “seguir negociando” ratificaba a Más como su candidato. Por su parte, la CUP mantenía su negativa de investir a Artur Mas, en particular luego de la realización de su asamblea en Sabadell, donde ocurrió un empate entre 1515 militantes a favor de votar la investidura de Mas para “salvar el proceso independentista” y 1515 militantes en contra.

Sin embargo, a un día de vencerse el plazo de investidura, el panorama cambió drásticamente. El sábado Artur Mas, presentándose como un héroe, jactándose de su generosidad y en nombre del proces, comparecía dando a conocer el acuerdo con la CUP presentado como “Acuerdo de Estabilidad parlamentaria”. El acuerdo fija, entre otras cosas, que Mas daba un paso al costado proponiendo un nuevo candidato, el ex alcalde de Girona y militante de CDC Carles Puigdemont, al tiempo que la CUP se compromete a integrar a dos de sus diputados a la dinámica parlamentaria de JxS y a “no votar en ningún caso en el mismo sentido que los grupos parlamentarios contrarios al proceso y / o el derecho a decidir cuando esté en riesgo dicha estabilidad”.

Aunque esta posibilidad parecía extremadamente remota y la noche anterior al acuerdo una nueva reunión entre Junts pel Si y la CUP había encallado, no se trató, sin embargo, de “un relámpago en el cielo sereno”. Desde el NO de la Asamblea de la CUP, varios de sus dirigentes habían planteado que ahora correspondía a CDC y a Junts pel Si mover ficha, que debía proponer otro candidato, ya fuera Junqueras de ERC, Romeva (“independiente” y cabeza de lista de JxSi) e incluso un dirigente “menos manchado” de la propia CDC. Centrándose en la persona de Artur Mas y no en el programa de fondo de Junts pel Si, la CUP abría la puerta a un acuerdo como el que finalmente fue alcanzado.

Del caos y la incertidumbre de hace unos días hoy Catalunya tiene nuevo President y comienza una nueva legislatura, finalmente Puigdemot fue investido con el voto favorable de los 62 diputados de Junts pel Sí y de 8 de la CUP. A partir de ahora el “independentismo” cuenta con una mayoría parlamentaria que le permite continuar y encarar las tareas hacia la “desconexión” con el estado español y la construcción de una república catalana. Y sobre todo, capaz de aprobar presupuestos de austeridad y de continuar con la política llevada adelante gracias al apoyo de la CUP, que se compromete a garantizar la “estabilidad parlamentaria” del futuro gobierno.

Las reacciones frente al acuerdo no se hicieron esperar. Casi en paralelo al pleno de investidura en el Parlament, desde la Moncloa Rajoy criticaba duramente el acuerdo y llamaba a cerrar filas e impugnar todo aquello que haga el gobierno catalán que atentara contra la unidad de España. Para la derecha del PP y Ciudadanos Mas había cedido a las presiones de los antisistema rupturistas de la CUP. Por supuesto que dentro de estas filas defensoras de la Unidad de España y contrarias a la autodeterminación del pueblo catalán, se ubica el PSOE. Desde otro ángulo Podemos también ha criticado el acuerdo calificándolo, correctamente, como una hipocresía que no hace más que poner en manos de CDC la política de Catalunya por 18 meses, aunque su propuesta de solución al tema catalán pasa por un referéndum pactado con el estado.

Efectivamente, el acuerdo alcanzado sorprende, pero no tanto por la renuncia de Mas a ser candidato, sino por las condiciones que se le imponen y asume en silencio la CUP, además del contenido y los intereses que expresa este acuerdo. Es que más que un paso al costado lo de Artur Mas significó la designación, a dedo, de su “heredero” Puigdemont, un hombre del riñón de CDC y que como ya ha dicho, llevará adelante el programa de Mas presentado el pasado 9 de noviembre. A qué se debe que un partido anticapitalista, feminista y por el socialismo como ese autodefine la CUP haya aceptado este este acuerdo y estas condiciones?

El gobierno de Puigdemont, continuidad de Artur Mas

En los hechos, bajo la excusa de no poner en riesgo el “proceso soberanista”, lo que acaba de votarse es un gobierno que representa una continuidad directa de lo actuado los últimos años: la austeridad en Catalunya, con “aroma independentista”. Porque el problema no es de personas sino de programa y de los intereses que el mismo representa y defiende. El programa de Junts pel Si es el programa de la burguesía catalana que manipula el legítimo deseo de los catalanes a decidir su futuro en favor de sus intereses. Un gobierno de Junts pel Si significa continuar con los programas de austeridad llevados adelante por CDC estos últimos años: el “plan de emergencia social” que el gobierno llevará adelante es risible[1], los subsidios a la gran patronal seguirán su curso, y ninguna medida de fondo será tomada para combatir los dramas sociales como el desempleo, los deshaucios, la degradación de la salud y la educación publicas.

Además se trata de un gobierno que por más “independentista” que se declare, se dedicará a encauzar el legítimo deseo de los catalanes de decidir su propio destino, que se expresó en las movilizaciones masivas de las Diadas sucesivas desde 2012, hacia la vía institucional, por arriba, de negociaciones con el Estado central. El derecho a la autodeterminación de Catalunya no puede ser el fruto de las negociaciones institucionales con el podrido régimen del 78: solo la movilización en las calles podrá imponerlo. Ni liberación nacional ni nada que se le parezca: el gobierno de Puigdemont sólo será la continuación de la política llevada adelante los últimos años, con el agregado de la “pata roja” de la CUP.

Ese es el problema de fondo: los compañeros de la CUP se equivocaron al plantear la cuestión desde un ángulo personalista, señalando que el problema sólo era Mas y no Junts pel si, además de limitarse al juego parlamentario, es decir, a los pactos y las negociaciones por arriba, jugando a las sumas y restas de mayorías y minorías. El debate en el seno de la CUP está demostrando los límites de esta política, contraria a levantar un programa de clase, independiente apoyado en la movilización y organización en las calles de los trabajadores y sectores populares, que defienda claramente la perspectiva de que ninguna espernaza liberadora puede venir de la mano de la burguesía catalana y sus partidos.

La subordinación y la división de la CUP, un problema estratégico

Hay que decir con claridad que el acuerdo entre Junts pel Si y la CUP constituye una fuerte subordinación de esta última, que se somete así política y estratégicamente a los partidos de la burguesía catalana. No se trata de una acusación moral contra la CUP, y mucho menos contra sus militantes de base, una gran parte de los cuales rechazaron la investidura a Mas y son contrarios al acuerdo actual y que además participan activamente de diversas luchas sociales. Pero esto no invalida el hecho de que, objetivamente, el acuerdo implica apuntalar a los partidos de la burguesía catalana responsables de la austeridad de los últimos años, al precio de una subordinación política total de la CUP, que se ata de pies y manos frente al nuevo gobierno.

En efecto, como hemos señalado, el acuerdo implica el traspaso de dos diputados de la CUP al grupo parlamentario de Junts pel Si, y el compromiso de sus ocho diputados restantes de no votar jamás en contra del nuevo gobierno cuando eso ponga en peligro la realización de sus políticas. En el acuerdo firmado, la CUP se auto-critica expresamente de su “beligerancia contra Junts pel Si”, que habría “puesto en cuestión el proceso soberanista”, invalidando así todos los rasgos progresivos de la pelea política que llevó adelante hasta ahora. Además, se compromete a “renovar el grupo parlamentario para visualizar el cambio de etapa y asumir la autocritica”: es decir, a forzar la dimisión de los opositores. Se trata por lo tanto de una subordinación política a Junts pel Si.

Más allá de consideraciones tácticas alrededor de la “eficacia” o no con la que la CUP llevó delante las negociaciones, de los cálculos electorales que la misma haya realizado de cara a nuevas elecciones o de la presión –muy fuerte- de los medios, la burguesía y la casta política catalana sobre la CUP, lo que se expresó en la decisión de investir a Puigdemont fue una orientación estratégica.

La misma es el fruto de la concepción estrategica de un sector más “independentista”, en el sentido que antepone la cuestión de la independencia a las cuestiones sociales, respondiendo a una concepción etapista de creer que de la mano de la burguesía catalana (sea ERC o CDC) es posible lograr la independencia y mejorar las condiciones de vida de los catalanes: la “liberación nacional” podría encontrar como aliados a sectores de la burguesía catalana y la liberación social quedaría planteada para más adelante.

Frente a esto se expresó un sector más anticapitalista que cuestiona la preeminencia de la independencia sobre las reivindicaciones de clase y a Mas como representante de la corrupción y los recortes, por lo que para este sector, la independencia no se antepone a cualquier precio. Este es el debate que subyace en el fondo de la fractura en la CUP y el que explica en última instancia el acuerdo. Que finalmente una postura se haya impuesto sobre la otra, no quita que la tensión está ya instalada.

El pacto entre Junts pel Sí y CUP es efectivamente al menos en parte una sorpresa. Sorprende porque en los hechos significa ceder hegemonía a la derecha, dejar en manos de esta el “proces” y dar luz verde para que ésta continúe gobernando a favor de los intereses de los ricos y en contra de los trabajadores. Pero este pacto también debe ser el puntapié de un debate estratégico de fondo: qué programa levantar para Catalunya, para ligar independencia nacional y liberación social? Para nosotros, este debería basarse en la más firme independencia de la burguesía catalana, férrea enemiga de los trabajadores y el pueblo catalán, que ha aplicado los recortes y ha llevado el proceso independentista a un callejón sin salida. La única manera de ligar de forma revolucionaria el problema nacional y el problema social es construyendo una alternativa independiente, basado en la movilización en las calles y en la fuerza transformadora de la clase trabajadora.

No dudamos, como declararon los compañeros de la CUP de que no renuncian a su programa   de proceso constituyente, plan de choque y de desconexión con el estado, pero también les decimos que este acuerdo en los hechos significa someterlo a los intereses de la burguesía nacional y llevarlo a la vía muerta.

Luego de la decisión de la CUP de rechazar la investidura de Mas por considerarlo el símbolo de la corrupción y de las políticas de recortes emanadas de Madrid y la Troika, un amplio sector de la militancia de izquierda y de la población en general que votó el 20D en contra del PP y los recortes, esperábamos que la CUP fuere más allá y no invistiera ni a Mas ni a nadie de Junts pel Si. La propia división de la CUP empezó a abrir una serie de debates estratégicos y a demostrar que se necesita un debate de fondo en la izquierda independentista alrededor de la manera en la que ligar lucha nacional y lucha social.

Sin duda, a pesar del acuerdo, estos debates continuaran y la propia CUP, y de manera mas amplia la izquierda radical catalana y del conjunto del estado están en “ebullición” en torno a estas cuestiones.

Por nuestra parte, reafirmamos nuestra posición al respecto: que ninguna alianza con la burguesía catalana abrirá las vías para la independencia nacional de Catalunya, que esta orientación estratégica solo puede llevar a la subordinación política y a constituir un sostén del programa de ajustes en nombre del “proceso independentista”. De lo que se trata, para luchar por el derecho a decidir del pueblo catalán y por la solución de la urgencia social, es de construir un fuerte movimiento en las calles, independiente de todo sector burgués, anclado en la clase trabajadora, que ligue la cuestión nacional y la cuestión social bajo la perspectiva de la transformación revolucionaria y socialista de la sociedad.

[1]              210 millones, sólo el 4% de lo que la propia CUP había cifrado como necesario para afrontar la enorme crisis económica y social de Catalunya

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