Por Antonio Soler, Praxis - Socialismo o Barbarie, 02/09/2015



 

 

La crisis política abierta este año es duradera. Esto es así, entre otros motivos, porque la clase dominante y sus partidos no tienen una alternativa claramente viable para suplantar al gobierno y su política.

El afán de la oposición de acortar el mandato de Dilma a través de cuestionamientos éticos no encuentra una alternativa burguesa disponible. Es que la participación en finanzas ilegales es generalizada y no sólo del PT. Además, el gobierno ha ido aplicando las medidas de ajuste que reclamaba la comunidad empresarial.

La amenaza de destitución sigue siendo una carta en la manga, en caso de que el gobierno no demuestre capacidad de gestión económica para imponer una salida a la derecha de la crisis. Pero hoy la destitución de Dilma no parece lo más probable.

Además, tal “solución” podría generar resistencia del movimiento de masas, lo que agravaría aun más la crisis política y haría más difícil paliar la crisis económica a costa de los trabajadores.

 

Gobernabilidad… para profundizar el ajuste

 

A pesar de las fracciones -e individuos-, las diferencias entre los políticos de la clase dominante no impiden la construcción de un acuerdo que permita continuar con la transferencia la crisis económica de la clase obrera.

A pesar de su fraccionamiento, hay acuerdo en transferir la crisis a la clase trabajadora. Así, además de las medidas de ajuste que recortaron decenas de miles de millones en salud y educación, reducción de derechos laborales en desempleo y pensiones, hay nuevas medidas antiobreras que están en marcha.

Entre ellas, la Agenda Brasil (pactada con el PMDB), el Programa de Protección al Empleo (política de la burocracia de la CUT que baja los salarios en un 10%) y reducciones del 30% de gastos del estado.

 

La recesión alimenta la polarización

 

La recesión de Brasil, como en toda América Latina, está relacionada con la caída mundial de los precios de las materias primas. Esto llevó a una recesión como no se veía desde hace décadas.

Los datos de 2014 y de la mitad de 2015 y las expectativas de crecimiento hasta fin de año, indican que se llegará a dos años de recesión. La caída del 2015 será de 2 a un 3% del PBI. Las expectativas para 2016 no son menos sombrías.

Es una recesión sin precedentes desde 1990. Pero lo que más importa es ver su incidencia en el ajuste del empleo y los salarios.

Es un hecho que, incluso en medio de la ofensiva política y económica contra los trabajadores y la juventud, estos no están derrotados. Han seguido resistiendo. Pero esa resistencia no se ha podido generalizar, debido a la política de las direcciones de las principales centrales obreras.

En algunas huelgas a principios de año, los trabajadores impusieron la lucha a las direcciones burocráticas. Así se logró revertir despidos, como en Volkswagen. Pero en los sectores relacionados con la construcción, como los proveedores de servicios de Petrobras, se impusieron los despidos masivos.

Ahora, al agravarse la crisis y la ofensiva contra las huelgas, hay más dificultades para arrancar conquistas.

En la industria, dos huelgas recientes –GM de Sao José dos Campos, dirigida por Conlutas, y Mercedes Benz de São Bernardo, liderada por la CUT– no lograron victorias categóricas.

Otro ejemplo de resistencia en situación desfavorable es la de los funcionarios de las universidades federales, que resisten los recortes en la educación.

Estas luchas demuestran la necesidad de una política unificada de huelgas, para tener chances de ganarles al patrón y al gobierno.

Por supuesto, la unificación de los trabajadores en la lucha es obstaculizada por la burocracia de la CUT, que sigue siendo la central con más sindicatos y trabajadores.

Sin embargo, no es verdad que los sindicatos independientes no puedan, con otra política, contribuir más a la unificación de las luchas y salir del aislamiento.

 

Fragmentación izquierda

 

Este escenario de polarización política, con fortalecimiento de la derecha y catástrofe económica para los trabajadores, exige una respuesta de la izquierda socialista, a la altura de la situación.

Pero la política de sus sectores mayoritarios ha sido muy equivocada, al no apostar por la construcción de un frente de izquierda para fortalecerse ante la burocracia.

En la situación política después de junio, en que había una polarización por izquierda, fue un error tremendo haber mantenido dividida a la izquierda socialista entre dos o tres agrupaciones sindicales (Conlutas, Inter y América, entre otras). En la situación actual, esta fragmentación de la izquierda ya es un absurdo completo.

La fragmentación no nos permite constituirnos en una herramienta de exigencia y denuncia de la burocracia, para impulsar la lucha contra el ajuste. Tampoco genera una relación de fuerzas más favorable, mediante la construcción de un espacio para aglutinar a los sectores más amplios de vanguardia que están rompiendo con el gobierno y la CUT.

Es necesario que las corrientes de izquierda que alientan esa fragmentación sindical –como el PSTU y sectores del PSOL–, cambien esa perspectiva, si quieren constituirse como alternativas frente a la CUT  y la UNE.

Es preciso tomar medidas para la confluencia de las «centrales» de izquierda en un único instrumento de lucha de los trabajadores y la juventud.

 

Romper con el sectarismo para luchar contra el ajuste

 

Esta fragmentación de la izquierda tiene su correlato en las tácticas políticas para el movimiento. Así, en las últimas semanas, la izquierda se ha dispersado ante importantes acontecimientos políticos. No percibe que una parte significativa de la vanguardia obrera y juvenil está haciendo un movimiento contradictorio pero progresivo de ruptura con las políticas del gobierno.

Tras el acto del 16 de agosto –encabezado por sectores de derecha y del PSDB, que movilizó en el país cerca de 200 mil personas y promovió la destitución de Dilma–, el acto del 20 de agosto contra la derecha fue motivo de controversias y de tácticas distintas en la izquierda.

La manifestación del 20 de agosto fue convocada inicialmente para la lucha contra el ajuste fiscal, como centro. Pero, aprovechando el carácter destituyente de las marchas del 16, el PT, la CUT y la UNE comenzaron a darle un carácter de defensa del gobierno.

Para el acto del 20, el problema táctico de la izquierda socialista es el de qué hacer frente a esta maniobra oficialista para desviar el contenido de la movilización. Un sector de esa izquierda renuncia a dar una lucha política en la manifestación, argumentando que inevitablemente tendrá un carácter gobiernista. Y que por eso los sectores independientes no debíamos participar. Esa fue la actitud del PSTU, el PCB, el MES y otros.

Creemos que esa postura fue equivocada. Cayó en sectarismo y el abstencionismo, renunciando a dar batalla en la manifestación para que girase contra el ajuste, y en defensa del empleo y el salario. Asimismo, propusimos que la izquierda integrase en el acto una gran columna por la independencia de clase, polarizando directamente con los sectores progubernamentales.

El acto del 20 de São Paulo fue de unas 60 mil personas, y en todo el país unas 100.000.

La demostración tuvo sin duda un carácter contradictorio. Desde los carros de sonido se hacía un discurso incoherente. Se denunciaba la política económica del gobierno, por un lado, y de hecho se lo defendía, por el otro.

Pero en la calle, entre los que marchaban lo que prevaleció fue la quejas contra el desempleo, la reducción de los salarios y el ajuste neoliberal de Dilma.

Es necesario diferenciar la manipulación de la burocracia (que trata de separar a Dilma de su política económica) y confusión política que existe en amplios sectores del movimiento social.

En el primer caso se trata de una ideología para justificar los ataques del gobierno contra los trabajadores. En el segundo, refleja un movimiento contradictorio de la conciencia que puede terminar en una ruptura con el lulismo.

En ese acto, la izquierda debió colocarse como una cuña entre el gobierno y los trabajadores, demostrando que para combatir el ajuste es necesario luchar contra el gobierno y la burocracia sindical. Pero, debido al sectarismo, se perdió esa posibilidad de diálogo político.

 

Sectarismo: Un vez más es necesario luchar contra él

 

El Espaço Unidade de Ação –formado por Conlutas y la CUT Pode Mais– llama el 18 de septiembre a una manifestación, la “Marcha dos Trabalhadores e das trabalhadoras. Contra Dilma-PT, Cunha e Temer-PMDB, Aécio/PSDB”.

Esta formulación de consignas expresa la política de Conlutas que es llevar a cabo una lucha en abstracto contra el gobierno.

Estamos a favor de que el movimiento de masas derribe a este o cualquier otro gobierno de la clase dominante. Sin embargo, en la actual coyuntura y sus relaciones de fuerza, la defensa del juicio político a Dilma favorece a la derecha. Es que no contamos con un movimiento de masas que pueda suplantar al gobierno con una perspectiva de los trabajadores.

Es necesario construir un polo que tenga como bandera la independencia de los patrones y el gobierno. Para eso, y para que podamos movilizarnos masivamente, tenemos que unificar las banderas alrededor de la lucha contra el ajuste, la Agenda Brasil y otros ataques del gobierno y los patrones.

La táctica de tener como centro el derrocamiento de Dilma, ignora totalmente la correlación de fuerzas en las que operamos, así como los movimientos en la conciencia de los trabajadores. Esta va de la lucha contra el ajuste, a la lucha contra el gobierno y los patrones; y no al revés. No tener eso en cuenta, hace difícil lograr el 18 una participación masiva.

Lamentablemente la línea del Espaço Unidade de Ação para el 18 de septiembre está orientada sólo a marcar una posición. No tiene nada que ver con las necesidades reales del movimiento de masas, que hoy es la de luchar de forma independiente contra el ajuste y buscar la unidad de la izquierda para dar un combate mayor.

Estamos a favor de participar en esa manifestación que, a pesar de llevar una política sectaria, tiene un carácter clasista. Pero lo haremos con el eje de la lucha contra el ajuste, con independencia del gobierno y los patrones.

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