Por Claudio Testa



La crisis política de Ucrania, que analizamos en Socialismo o Barbarie (19/12/2014), fue agravándose hasta desembocar en la caída de Viktor Yanukovich, el presidente electo en el 2010.

Pero su retirada, o más bien su huída días atrás, está muy lejos de haber cerrado la crisis. Y, menos aun, de significar que se ha abierto un curso progresivo que augure una salida favorable para los trabajadores y la juventud ucraniana.

Por el contrario se ha puesto al orden del día el peligro de una partición de Ucrania, de una ruptura territorial entre los oblasts (“regiones”) al noroeste del rio Dnieper, que mayoritariamente habrían apoyado el “Euro-Maidan” –el movimiento que derrocó a Yanukovich– y los situados al sureste, que en cambio no sostuvieron al movimiento opositor.

Incluso, en varias ciudades y regiones importantes del sureste, como Járkov –uno de los principales centros industriales– y Crimea –que es una República Autónoma con el estratégico puerto de Sebastopol–, hubo fuertes movilizaciones contrarias al Euro-Maidan, que habrían crecido con el desenlace de la huida de Yanukovich de Kiev.

Esto, por supuesto no es una sorpresa para nadie, tampoco para los que, desde afuera, vienen moviendo los hilos de la política ucraniana. Por un lado, Alemania (a nombre de la Unión Europea) y EEUU (que hace su propio juego); por el otro, la Rusia de Putin, un renovado Imperio que no es más “progresivo” ni tampoco un “mal menor” en comparación con sus rivales geopolíticos de Occidente.

Tanto los operadores occidentales como los de Moscú operan sobre una realidad social y política, y sobre herencias históricas y problemas que podrían facilitar una secesión de Ucrania.

Es que Ucrania arrastra una serie de diferencias regionales que pueden usarse de combustible para luchas fratricidas. Entre ellas están las diferencias de idioma, de comunidad religiosa, etc. Al sureste, hay un amplio sector rusificado, que en muchas ciudades y oblast es mayoritario; al noroeste domina el idioma ucraniano. Al este, el credo ampliamente dominante es el ortodoxo; al oeste, los “uniatos”, relacionados con la occidental Iglesia Católica, les hacen competencia, junto con otras confesiones.

 

Jugar con fuego: el espejismo de la Unión Europea

 

Pero no fue el dilema de persignarse de derecha a izquierda (los ortodoxos) o de izquierda a derecha (los papistas) el desencadenante del estallido que tumbó a Yanukovich, sino la cuestión de la Unión Europea. Fue una bomba con la que jugó para contentar a la gente y que explotó finalmente en sus narices.

Yanukovich, aunque esencialmente fiel a Moscú, cavó su propia fosa. Inició y alentó durante dos largos años negociaciones (y exageradas ilusiones) en un eventual acuerdo con la Unión Europea. Finalmente, cuando parecía a punto de firmarse, dio marcha atrás. Los motivos eran justificados: los buitres de la Unión Europea imponían condiciones leoninas. De aceptarlas, hubiese significado la ruina de gran parte de la industria ucraniana.

Sin embargo, los amplios sectores esperanzados en la UE, no atendieron razones. Muchos ya estaban hartos de cuatro años de presidencia de Yanukovich. Pero también actuó un factor más profundo e “irracional”, que un activista obrero ucraniano describe así en una entrevista:

“Hay que entender desde el principio que mucha gente tiene una peculiar comprensión de ‘Europa’. Ven un ideal utópico –sociedad sin corrupción, con altos salarios, seguridad social, imperio de la ley, políticos honestos, caras sonrientes, calles limpias, etc.– y a eso lo llaman ‘Unión Europea’. Cuando uno intenta explicarles que la Unión Europea no tiene nada que ver con esa bonita pintura, que actualmente su pueblo quema las banderas de la UE y protesta contra los ajustes, etc., esa gente te contesta: ‘¿Y qué? ¿Acaso en Rusia se vive mejor?’

“Pero, por el otro lado, está el hecho de Ucrania ha sido históricamente dividida en dos entidades cultural/político/lingüísticas. La parte del sur y el este tienen más habitantes, casi toda la industria, hablan ruso y son más fieles a la agenda cultural y política “pro-rusa”, incluso a la nostalgia de la Unión Soviética. En el oeste de Ucrania son más agrarios, hay menos población, hablan más el ucraniano y se recuestan más en el oeste. Durante la última década, Kiev se ha desplazado políticamente de la primera a la segunda parte.”[“Maidan and its contradictions: interview with a Ukrainian revolutionary syndicalist”, Přátelé Komunizace, 19/02/2014]

Es sobre esa realidad que operan tanto desde la Unión Europea como desde Moscú para disputarse la “torta” ucraniana. Un gran peligro es que, en este “tira y afloja”, Ucrania se desgarre en dos pedazos, que respectivamente se transformen en sendas semicolonias de Berlín y Moscú, respectivamente.

 

Moscú no cree en lágrimas

 

Es importante tener claro este marco internacional en que se desarrollan los acontecimientos ucranianos. O sea, el papel que juegan la UE germanizada, por un lado, Moscú, por el otro… y EEUU con idas y vueltas que reflejan diferencias tácticas y de intereses en Washington.[[1]]

Recalcamos esto, porque gran parte del “progresismo” castro-chavista, y en general de las viudas de Stalin, se empeñan en presentar a Rusia y China como potencias cuanto menos “benévolas” e incluso hasta “antiimperialistas”. Someterse a los dictados de Moscú sería ventajoso para los ucranianos.

La realidad es muy distinta. Ucrania, y especialmente su clase trabajadora, iba a un desastre con los proyectados acuerdos con la Unión Europea. Pero la alternativa por la que habría optado Yanukovich –firmar en Moscú el tratado de Comunidad Económica de Eurasia con Rusia, Bielorrusia, Kazajistán y otros países de la ex URSS– no era menos mala. La entrada a la Comunidad Económica de Eurasia implica, por ejemplo, imponer a la clase trabajadora ucraniana la pérdida de gran parte de sus conquistas sociales… Y tampoco le garantiza que sus empleos no sean arrasados por la competencia, especialmente con Rusia.

Por lo pronto, la consecuencia inmediata del ingreso a la Comunidad Económica de Eurasia, es que Ucrania se obliga a adoptar sus normas y patrones laborales… que son mucho peores, neoliberales salvajes.

Es que Ucrania, a pesar de sus crisis recurrentes, ha mantenido un nivel de vida superior al de Rusia y Bielorrusia, y conservado derechos laborales mayores. Todo eso, se iría al diablo, dentro de la Comunidad Económica de Eurasia.

 

El gran problema: traer de vuelta a la clase obrera

 

Como lo señala repetidas veces el activista obrero que citamos –y también otros militantes de la izquierda “roja” en Ucrania, trotskistas y anarquistas– la clave de todo es que la clase trabajadora no ha vuelto aún a escena, no sólo políticamente sino tampoco con luchas “económicas”.

Por eso, como dice el dirigente de una organización revolucionaria de la vecina Rumania, “para que las cosas tengan sentido en Ucrania, necesitamos traer de nuevo a la clase trabajadora”.[2] Ese inmenso proletariado aún no ha superado la atomización ni el “agujero negro” en su conciencia que le dejó el stalinismo.

Eso no implica que los miembros de la clase obrera sean “pasivos” por definición. Pero sí que cuando intervienen en luchas o movilizaciones “lo hacen como ‘ucranianos’, o ‘ciudadanos’, pero no como ‘trabajadores’…”[“Interview with a Ukrainian revolutionary syndicalist”, cit.] Y agrega: “la clase obrera sigue siendo en parte apática, y en parte confía en los grandes partidos populistas burgueses”.

Asimismo, en esta situación pesa el hecho de que el proletariado, como ya señalamos, aún no ha perdido muchas de las concesiones heredadas de la época soviética… que son administradas por los mismos aparatos de burócratas sindicales. Por una combinación de circunstancias, la nueva burguesía postsoviética ha vivido peleándose entre pro-rusos y pro-UE, y no ha sido capaz de establecer un régimen brutal autoritario como el de Putin o el Lukashenko en Bielorrusia, que imponga el neoliberalismo salvaje. Así, el nivel de vida de los trabajadores en Ucrania es sensiblemente superior al de Rusia y Bielorrusia.

Sin embargo, esto se está volviendo “insostenible” para el capitalismo ucraniano. La ferocidad de las peleas entre los sectores pro-UE y pro-Rusia, revela al mismo tiempo la necesidad “estructural” de ajustar cuentas con la clase trabajadora. En la medida en que se logre un “gobierno fuerte” para todo el país y/o que la cosa se resuelva por vía de la partición de Ucrania, la clase obrera corre el peligro de ser quien pague la cuenta.

El papel notorio (aunque no dirigente) de los grupos fascistas anti-rusos en el Euro-Maidan y la aparición en el este de grupos similares aunque pro rusos –los llamados “Cosacos”–, redobla la necesidad de que los trabajadores entren en escena, como clase y no como “individuos” ni “ciudadanos”.

 

Claudio Testa

 



[1].- Ver Wallerstein, “The Geopolitics of Ukraine’s Schism”, blog Commentary, 15/02/2014.

[2].- Florin Poenaru, «To make sense of Ukraine, we need to bring the class back in», criticatac, 24/02/2014.

 

Contra Moscú y la Unión Europea

Por la plena independencia de una nueva Ucrania de los trabajadores y la juventud

La historia del pueblo ucraniano ha sido en gran parte la del sometimiento y reparto entre las potencias de Occidente y Moscú. En los años de apogeo del stalinismo, Trotsky afirmaba con razón que Ucrania estaba “crucificada por cuatro estados”. Y para mayor desastre, uno de esos estados era la Unión Soviética, que inicialmente había sido la esperanza para los trabajadores y el pueblo de “convertirse en el poderoso eje en torno al cual se unirían las otras secciones del pueblo ucraniano.” [Trotsky, “La cuestión ucraniana”, 22/04/1939]

En vez de eso, de todos los pueblos de la Unión Soviética, el de Ucrania fue quizás el que más sufrió en carne propia los crímenes de stalinismo. Y ese factor histórico todavía pesa en la conciencia y en las dificultades para que su clase obrera entre escena como “clase-para-sí”. Es decir, levantando una alternativa política y social propia.

Pero el curso de los acontecimientos históricos generalmente no concede aplazamientos ni prórrogas. Ahora se está haciendo evidente que la miserable burguesía ucraniana, encabezada por el puñado de oligarcas, sólo tiene como programa o “proyecto de nación” la opción del sometimiento a la UE o a Moscú.

Desde la disolución de la URSS en 1991 y la (supuesta) “independencia” de Ucrania, sus únicos debates y proyectos han alrededor de por cual amo optar.

Ahora, el “tira y afloja” entre las dos facciones amenaza con dividir nuevamente a Ucrania. O, aunque se conserve formalmente la unidad, esto vaya acompañado de la pérdida real de la independencia, sea por vía del sometimiento a la Unión Europea dirigida por Berlín, o sea mediante el sometimiento a la Comunidad Económica de Eurasia, donde manda el Kremlin.

Así, en un nuevo contexto histórico, se replantea la cuestión de la independencia de Ucrania.

Pero eso no podrá lograrlo la Ucrania capitalista y burguesa, que hoy ha llegado al borde de la secesión. Sólo una Ucrania de los trabajadores y la juventud, sólo una Ucrania obrera y (realmente) socialista, podrá ser independiente.

 

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