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Para el común de los mortales, acomodarse en la cabeza el panorama de la economía argentina a partir del nuevo gobierno puede conducir a mareos y cefaleas, por la cantidad de variables en danza. Para peor, en muchos casos esas variables pueden evolucionar de manera diversa, afectando el resultado. Y para colmo, de varios de esos indicadores no hay información fiable o precisa. Por ejemplo, se sabe cuál es el volumen aproximado del comercio exterior, pero por el número del PBI, retocado hace poco abandonando la base tradicional de 1993, nadie pone las manos en el fuego. Se sabe cuál es el monto de vencimientos de deuda externa, pero el total de deuda está sujeto a variación según quién y cómo lo calcule; hasta el último número más o menos confiable, el de fines de 2013, sufre cambios incluso en los propios cálculos oficiales. Se puede saber (corrigiendo el maquillaje contable del BCRA) cuál es el monto aproximado de reservas, pero nadie sabe el índice real de inflación.

Antes de tirar la toalla, proponemos hacer una revisión con cierto orden de las variables fundamentales, tomando en cuenta su historia pasada, su evolución actual y sus perspectivas.

 

De los superávits gemelos al regreso de la “restricción externa”

 

Repasemos rápidamente los fundamentos de la economía kirchnerista desde sus inicios. Néstor Kirchner asumió con una situación de default y recesión brutal, pero entre la reducción de los pagos de deuda (sólo se siguió pagando, religiosamente, al FMI y demás organismos) y el aumento de los ingresos por exportaciones, rápidamente se recompusieron las arcas del Estado. Las reservas del BCRA no paraban de aumentar y el balance fiscal daba superávit.

La base material de esta bonanza relativa fue el superávit comercial, que a su vez tenía su origen en el ciclo de alza de precios de materias primas que benefició a toda Latinoamérica y los emergentes en general. La renegociación de la deuda con una quita importante alivió por un período la sangría de dólares (que de todos modos en esos años sobraban). A eso se sumó, en el marco de la crisis financiera global, la medida económicamente más fuerte de todos los años kirchneristas: la estatización de las AFJPs. Esto tuvo, entre otras consecuencias, la de modificar sustancialmente el perfil de deuda pública, que pasó de tener como acreedores a bancos y aseguradoras privados a ser deuda intra Estado, es decir, deuda del Tesoro con la ANSeS.

Fue esto lo que el kirchnerismo llamó “desendeudamiento”, algo que siempre debió tomarse con pinzas y que ahora, directamente, está en pleno proceso de reversión. Porque las condiciones imperantes en la primera década del siglo han cambiado para el mundo y la región (1), y porque a eso se agrega el deterioro específico del “modelo” argentino.

Ese deterioro se manifiesta en varios aspectos clave: el descenso del superávit comercial y el aumento del servicio de deuda pública dinamitaron el superávit fiscal, que pasó a déficit hace rato. La penuria de dólares y de reservas obligaron al fisco y al Banco Central a recurrir a instrumentos que aceleraron la inflación, la que, al tener como única ancla la cotización del dólar, socavaba la competitividad de la economía argentina. Esta situación, a su vez, ponía bajo presión el comercio exterior, fuente casi exclusiva de divisas, por lo que llegaron a partir de 2011 los controles y restricciones a la obtención de divisas, tanto para importaciones como para ahorro. Y todo esto, lógicamente, repercutió en baja de la actividad industrial en una economía que sigue dependiendo de insumos importados, y así llegamos al actual cuadro de recesión con inflación (pero todavía sin alza importante del desempleo).

Así, en el fondo, para el gobierno, al menos desde 2011, la única manera de evitar que todo se desmadre es mantener un flujo mínimo de divisas, provenientes esencialmente del comercio exterior (no se tomaba nueva deuda ni crecían sensiblemente las inversiones extranjeras directas). Las restricciones a las importaciones tuvieron un impacto directo en las exportaciones de aquellos productos sensibles a insumos extranjeros, en primer lugar la industria automotriz. Y esto es cuantificable:

 

Comercio exterior argentino, en millones de dólares

 

2011 2012 2013 2014 2015 (estimado)
Exportaciones 84.000 81.200 81.600 71.900 60.000
Importaciones 74.000 68.500 73.600 65.200 55.000
Saldo 10.000 12.700 8.000 6.700 5.000

Fuente: Ministerio de Economía

 

Comercio exterior argentino, en millones de dólares

2011                2012                2013                2014                2015 (estimado)

Exportaciones                        84.000              81.200              81.600              71.900              60.000

Importaciones                        74.000              68.500              73.600              65.200              55.000

Saldo                           10.000              12.700                8.000                6.700                5.000

 

El patrón es muy claro: desde el inicio de las restricciones, producto del regreso de la penuria de divisas, las exportaciones se redujeron un 28,5%, las importaciones en un 25,7%, y el superávit comercial a la mitad. Es un superávit forzado, artificial, y para colmo en baja permanente. Es por esta razón que en los últimos dos años el gobierno se vio obligado a intentar el regreso al endeudamiento hecho y derecho, operativo en el que estaba embarcado con alma y vida cuando, en junio de 2014, llegó el fallo adverso de la Corte Suprema yanqui. Un contratiempo inesperado (aunque no imprevisible) que no sólo le dejó de regalo al kirchnerismo el problema de las acreencias buitres, sino que, como resultado de no haber cedido al chantaje de Griesa, Singer y Cía., le complicó todos los planes de emisión de deuda. Lo que nos lleva al punto siguiente: ¿quién, cómo y cuándo puede retomar el camino habitual de la economía política argentina, que es “resolver” los problemas endeudándose?

 

Margen económico para endeudarse, sí

 

Dentro de todos los desbarajustes que el kirchnerismo le deja a la próxima gestión (recesión con inflación, bajas reservas, racionamiento de divisas, tipo de cambio reprimido, arreglo pendiente con los buitres, déficit fiscal galopante), hay algunos frentes más aliviados. Uno es el cronograma de pagos de deuda pública: aunque la capacidad de pago del país ha bajado mucho en comparación con los “años dorados”, los próximos dos años no tienen un horizonte de pagos tan preocupante (el acuerdo con los buitres ya será otro cantar). El otro, relacionado con el anterior, es que estructuralmente la composición de la deuda es otra, en parte gracias, como dijimos, a la estatización de las AFJP.

En comparación con otros países de la región, Argentina tiene muy bajas reservas, pero una deuda también muy baja en relación con el PBI. Esa relación, que en muchos países desarrollados supera el 100 y el 200%, es en Argentina, a 2013, del 39,5% (cifra que hay que tomar con reservas que veremos luego). Y de esa deuda, casi el 60% (unos 130.000 millones de dólares) tiene como acreedor al propio Estado (ANSeS, BCRA, Banco Nación, etc.). De esta manera, esa deuda es de refinanciación garantizada y además en pesos, no en divisas.

Por ejemplo, desde la creación del Fondo de Desendeudamiento, el BCRA transfirió al Tesoro casi 50.000 millones de dólares, utilizados para cancelar pagos de deuda, importaciones, frenar corridas, etc. La ANSeS presta títulos, el BCRA presta pesos… el principal financista del Estado argentino es el propio Estado, lo que pone los pelos de punta a los neoliberales pero reduce la exposición de la economía argentina a las presiones del imperialismo y las finanzas internacionales.

Así, la deuda con acreedores privados pasó de representar el 82% del PBI en 2004 a sólo el 10,8% en 2013, y la deuda con organismos multilaterales de crédito (FMI y BM, sobre todo) pasó del 20,7% al 5,1% del PBI en el mismo período. Sumando acreedores no estatales, del 103% al 16% del PBI en diez años.

El propio Estudio Broda, insospechado de simpatías K, admite que el déficit de cuenta corriente (ingresos vs. egresos totales de divisas) es del 1,2% del PBI, de los más bajos de la región, justamente en razón de esa baja exposición relativa.

De esta manera, el espacio de la próxima gestión para endeudarse es amplio. Cuenta un analista que entre los economistas de los principales candidatos ya se habla de “otra herramienta para sumar reservas: lanzar un blanqueo más generoso de capitales con un bono a 10 años, apuntando a sumar de arranque 8.000 millones de dólares” (G. Laborda, Ámbito Financiero, 6-6-15). Obsérvese que los candidatos a prestar a la futura gestión son capitalistas locales, no bancos extranjeros ni el FMI, con el anzuelo de que ya es “otro gobierno”.

Sin embargo, las cifras citadas, que el kirchnerismo suele presentar alborozado como prueba del éxito del “desendeudamiento”, ocultan otros problemas. El mayor de ellos es que la tasa de interés de la deuda argentina es de las más altas del mundo, del orden del 9-10%. El peso de esos intereses acumulados no se refleja con seriedad en las estadísticas oficiales, por lo que el monto real de la deuda sigue siendo materia de especulación y puede calcularse sólo por aproximación.

En efecto, un estudio de Héctor Giuliano, especialista en temas de deuda vinculado a la CTA Micheli, calcula que la deuda a 2013 sería no de 214.400 millones de dólares, sino, computando intereses y el cupón PBI, de 301.000 millones de dólares. Falta saber cuánto es el PBI en dólares, cálculo del que se dan las versiones más dispares, con un piso de 290.000 millones hasta 600.000 millones de dólares. Tomando el dato del Banco Mundial de 2015 (540.000 millones) y aceptando, conservadoramente, la cifra de Giuliano no para 2013 sino para hoy, la ratio deuda/PBI trepa al 56%. Comparada con muchos otros, es baja, pero no muy distinta a la del final de la década menemista, cuando orillaba el 60%. Y en una economía que genera pocas divisas, el servicio de deuda puede volver a obligar a pagar deuda con deuda, igual que en los 90.

 

Margen político para ajustar en serio, no

 

Como hemos visto, la economía capitalista argentina ha acumulado una serie de desequilibrios tales que han transformado en agujeros lo que a comienzos del ciclo kirchnerista eran los pilares más sólidos. Esos desequilibrios son los que los economistas neoliberales del establishment, que asesoran a todos los candidatos patronales (y son sus candidatos a la cartera de Economía), quieren resolver con un ajuste clásico: devaluación, tarifazos, baja del salario real, reducción del gasto público y mayor productividad laboral vía más explotación y más desempleo.

Pero aquí el problema es político: las condiciones de la lucha de clases no dan para eso. Después del paro del 9 de junio, de las paritarias perforadas y de una sensación general de sociedad que no aceptará mansamente un retroceso en sus condiciones de vida, los analistas y candidatos patronales están empezando a aceptar esto como algo que no tiene fácil remedio.

Veamos si no: uno de los mayores gurúes neoliberales del país, Miguel Ángel Broda, en el 32º Congreso del Instituto Argentino de Ejecutivos de Finanzas, “anticipó pocos cambios en la política económica en 2016, gane quien gane en las presidenciales, e incluso dijo que tal vez haya que esperar hasta 2019. Sobre una devaluación, advirtió que a su juicio ni Scioli ni Macri tienen en mente una corrección máxima del tipo de cambio mayor al 15%, y tampoco habría que esperar una eliminación del cepo cambiario. (…) En ningún caso habría posibilidad de volver al FMI, organismo con el que, a juicio de Broda, sería con quien más convendría endeudarse” (El Cronista Comercial, .12-6-15). El tono era de lamento, claro está, por lo tímido e insuficiente del ajuste, pero a la vez de resignación por lo que un economista burgués llamaría los “límites polítucos” en los que debe moverse. La lucha de clases, bah.

Por su parte, el candidato de Broda, Macri, al evaluar quién podría acompañarlo como vice en la fórmula presidencial, “ya tachó el nombre de Carlos Reutemann, que generó un ataque de pánico en el PRO cuando en ExpoAgro recitó una poesía antisubsidios y planes sociales. Fue más allá de lo que Macri se permite, siquiera, susurrar frente al espejo” (P. Ibáñez, Ámbito Financiero, 15-6-15). A diferencia de Lole, Macri sabe que no se puede convencer a la mayoría del país de eliminar esos planes, a los que detesta.(2)

Y otro columnista vocero de los garcas resume así el estado de ánimo del empresariado: “Los más pesimistas no ven a ninguno de los posibles presidentes (Scioli, Macri o Massa) con la espalda política suficiente como para hacer algo distinto al gradualismo. Temen, en el fondo, que los tiempos por venir se transformen en una descomposición lenta” (“Cuando los desequilibrios llevan al gradualismo como única opción”; H. de Goñi, El Cronista Comercial, 12-6-15).

En resumen: en una economía que se queda sin nafta pero no estallará en 2015, las cuentas pendientes que debe ajustar la clase capitalista parecen encontrar su límite en las condiciones sociales que, para los candidatos con chance, son una cuesta demasiado empinada para remontar. Les queda el realismo de Broda: tal vez para 2019…

Marcelo Yunes

 

Notas

  1. Ver al respecto nuestro análisis “El fin de la ‘década dorada’”, en revista Socialismo o Barbarie 29, de reciente aparición.
  2. Un reflejo de esos límites a la reversión del “populismo kirchnerista” es la jugada oficialista de proponer por ley una actualización de la AUH similar a la de las jubilaciones. Inmediatamente, los voceros del PRO en el Parlamento comprometieron su voto a favor. ¡No sea cosa de quedar como enemigos de los pobres, cuyos votos necesitan más que nunca! La elección de Santa Fe los convenció de que con el “amarillo puro” no van a llegar lejos.

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