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“–¿Imagina un inicio difícil para el próximo gobierno? –Sí, porque la magnitud de los desequilibrios macroeconómicos acumulados será muy grande” (Reportaje a Marcos Buscaglia, economista jefe del Bank of America para Latinoamérica, La Nación, 12 de mayo del 2015).

 

Fue un hecho simbólico del peso de los medios en la actual ronda electoral (¡y del vaciamiento político de las campañas!). La participación de Scioli, Macri y Massa en el primer programa del año de Tinelli pareció marcar el inicio de la campaña presidencial.

Que al día siguiente Cristina emitiera el decreto de convocatoria formal a las elecciones, es lo de menos: la campaña ya había sido convocada por el principal conductor televisivo del país.

En lo que sigue trazaremos, entonces, el cuadro de situación a tres meses de las PASO presidenciales.

 

Una transición desacostumbrada

 

Lo primero a señalar respecto del recambio presidencial, es que se da en el contexto de una situación desacostumbrada para las características políticas del país.

Históricamente, los cambios de ciclo político en la Argentina siempre fueron traumáticos. Dejemos de lado los acontecimientos anteriores a 1983, cuando se vivieron golpes de Estado o “semi-insurrecciones” del tipo del Cordobazo (independientemente de si coincidieron o no plenamente con las fechas electorales).

Pero incluso si nos referimos a los últimos 30 años continuados de democracia de los ricos, las cosas lucen demasiado “tranquilas” para los patrones del país.

Basta que recordemos el recambio de Alfonsín por Menem, que se dio en medio de la salida anticipada del primero, dos hiperinflaciones, una rebelión del hambre y una situación de crisis general que en nada se asemeja a la transición –más o menos “ordenada”– que se vive hoy.

Tampoco es comparable el recambio de Menem por De la Rúa. Es verdad que las elecciones de 1999 ocurrieron sin mayores traumatismos y que el presidente de la Alianza pareció asumir en condiciones de estabilidad, cuando todavía regía el 1 a 1.

Sin embargo, las rebeliones populares en el interior del país ya habían comenzado y, si el desempleo creciente atornillaba al proletariado industrial a sus puestos de trabajo, estaba en el aire la sensación de que se venía una crisis general como la que finalmente ocurrió a finales del 2001.

Desde ya que hoy también se acumulan problemas. Todos los analistas marcan los “desequilibrios macroeconómicos” que deberá resolver cualquiera sea el signo del gobierno que venga en diciembre próximo.

Es un hecho además que el sistema de representación política que caracteriza al país está cruzado por una crisis que podría señalarse como “estructural” (de ahí que la izquierda haya ido ganando posiciones no acostumbradas en el terreno parlamentario), que no goza de la suficiente fortaleza frente a la eventualidad de la emergencia de grandes crisis.

De todos modos, aun con las reservas del caso, persiste el hecho de que la transición político-electoral que está recorriendo el país en este 2015 está caracterizada por una estabilidad relativa que remite a dos aspectos de importancia que la explican.

Primero, a diferencia de otros fines de ciclo (recordamos aquí también la crisis económica del final de la dictadura militar del 76), la situación económica luce un importante deterioro pero no se avizora una crisis general en lo inmediato.

Segundo, es indiscutible que la vida política exhibe una cierta “reinstitucionalización” que en lo inmediato aleja a la Argentina de escenarios del tipo “Que se vayan todos” del 2001.

 

El desplazamiento político de las clases sociales

 

Es en este cuadro que se vive una creciente polarización electoral. El dato más significativo es que Massa parece estar deshilachándose sin remedio. La “demostración de fuerza” en Vélez pasó como “sueño de una noche de verano”; no sirvió como dique de contención para que la fuerzas del intendente de Tigre no se siguieran vaciando.

Y no se trata solamente de la salida de Cariglino o Giustozzi de sus filas. A estas horas se está especulando qué pasará con el “Colorado” De Narváez, que cuando se anotó en las filas del Frente Renovador creyó apostar una ficha ganadora, y ahora todo el mundo da a Massa como perdedor seguro de la elección.

En el fondo, la polarización electoral que está liquidando a Massa remite a problemas de fondo que tienen que ver con el desplazamiento político-electoral de las clases sociales (o de amplios sectores de ellas).

Varios medios han comenzado a plantear que en el kirchnerismo se está viviendo una euforia creciente. Cristina dio la orden de no repetir el error de las PASO en Capital Federal (el FPV se presentó con siete candidatos a intendente) y a estas horas sólo quedan los dos candidatos seguros para la interna: Scioli y Randazzo.

Se comienza a especular incluso que Scioli podría sacar más de diez puntos de diferencia sobre Macri en octubre, ganando la elección en primera vuelta. Pero si se trata de especulaciones demasiado por anticipado, expresan de todos modos fenómenos plausibles.

Entre los trabajadores hay bronca por el deterioro salarial, por el impuesto al trabajo, por la inflación, por los ritmos de trabajo y un largo etcétera. Pero a la hora de la comparación con las condiciones imperantes en el 2001, el oficialismo sale victorioso (lo mismo que su discurso de alerta acerca de que votar a Macri sería “volver a los 90”).

Esto no quita que haya un sector que ha hecho una experiencia más completa con los K y se estén inclinando por la izquierda (sobre todo en el seno de la nueva generación obrera). Volveremos sobre esto.

Pero en lo que hace al grueso de los trabajadores (más allá de que algunos persistan en agosto en su voto a Massa), da la impresión de que una mayoría se inclinará en octubre por Scioli.

Entre las clases medias ocurre un fenómeno inverso: el desplazamiento es hacia la derecha. Este desplazamiento se vino operando a lo largo de varios años comenzando por la crisis del campo en el 2008, si bien muchos sectores refluyeron al kirchnerismo en oportunidad de la reelección de Cristina en el 2011.

Sin embargo, a pesar de lo “esotérico” de su denuncia y muerte posterior, la crisis del caso Nisman dejó una consecuencia persistente: el desplazamiento del grueso de las clases medias hacia la derecha en beneficio de la candidatura de Macri(y de su acuerdo con Sanz y Carrió).

Este fenómeno es una expresión aggiornada en nuestro país de un proceso similar que ocurre en varios países de la región como Brasil, Venezuela y varios otros, y es lo que ha estado por detrás del 50% del macrismo en CABA y de sus exitosas elecciones en Santa Fe y Mendoza.

Si bien es factible que un sector minoritario de esta clase vote a los K, la mayoría lo hará por Macri, siendo estos desplazamientos de las clases sociales los que están por detrás de la polarización electoral que, astucia de las cosas, no deja de ser una falsa polarización: los mercados están de parabienes con la Argentina porque opinan que, gane quien gane, se viene un gobierno “más amigo de los empresarios”, un gobierno más normal.

 

No desafiar a la “bestia” 

 

Pero esta situación que parece a medida de las aspiraciones de la burguesía de una transición ordenada, tiene un grave problema oculto.

Las grandes decisiones han sido postergadas; las relaciones de fuerzas no han sido probadas.

¿A qué nos referimos con esto? A lo que el debate acerca del “gradualismo” (para aplicar el ajuste) oculta detrás de lo que se pretende una discusión meramente “técnica” de medidas.

Macri ha afirmado que de llegar al gobierno “acabaría con el cepo del dólar en 24 horas”. ¿Qué quiere decir esto? Sencillo: que para evitar una escalada infernal del dólar por la demanda reprimida de esa moneda, debería aumentar cualitativamente las tasas de interés, lo cual redundaría en una profundización de la recesión, lo que daría lugar, a la vez, a un salto en el desempleo de manera de reprimir, también, el aumento de los precios que una devaluación así generaría…

Es decir: se generaría un escenario para un ajuste económico de shock al uso tradicional de los años ‘90. 

Más precavidos, desde el sciolismo identifican iguales problemas “macroeconómicos” que el PRO, pero se insiste en un enfoque más “gradual”.

¿Por qué? Porque son conscientes de que ninguna medida es puramente “técnica”. Toda medida económica es a la vez social: afecta a una u otra clase social. Y cuando la burguesía habla de “ajuste económico” (gradual o no), ¡los trabajadores tenemos que agarrarnos los bolsillos!

Entonces, cuando se habla de gradualismo es para intentar no desafiar abiertamente “a la bestia”. ¿Y quien es la bestia?: los trabajadores. Clase trabajadora que cuenta en su haber un determinado nivel de empleo, unas condiciones salariales, de vida, de transporte y de tarifas que, aun deterioradas, son superiores que una década atrás (no por obsequio gracioso de los K, sino por la rebelión popular del 2001).

Son esas relaciones de fuerzas las que no han sido probabas; esas relaciones de fuerzas las que podrían ponerse en juego en el 2016 y las que marcan, por ahora, los límites del giro a la centro-derecha electoral.    

 

Por un paro activo nacional

 

Incluso el anticipo de ajuste económico que pretenden imponer Cristina y los empresarios en las actuales paritarias, parece venir condificultades. Es probable que Comercio, Uocra y la UOM terminen firmando aumentos en cuotas o con sumas fijas en torno al 26 o 28% (es decir, algo por detrás de la inflación esperada para este año).

Por su parte, Palazzo de bancarios se niega a firmar por menos del 30% y viene realizando paros en el sector. Pero, sobre todo, son los gremios opositores del transporte apoyados por Moyano y Barrionuevo los que están ultimando detalles para lo que sería un nuevo paro general el 3 o 4 de junio próximos.

¿Cómo explicar esta nueva convocatoria?

Independientemente de que se termine votando al oficialismo, hay bronca entre los trabajadores por el techo que se pretende colocar en las paritarias y, además, causa enorme rechazo el impuesto al trabajo.

Al mismo tiempo, no hay desborde de luchas desde abajo. La burocracia siente que tiene margen de maniobra para llevar a cabo medidas de fuerza controladas que la dejen bien posicionada frente al próximo gobierno.

A distancia prudencial de las PASO, los sindicalistas opinan que pueden volver a protagonizar una medida de fuerza masiva pero pasiva. La tarea de la izquierda debe ser pelear porque adquiera el carácter más activo que sea posible; por esa perspectiva comprometerá sus fuerzas militantes nuestro partido en las próximas semanas.

 

 

 

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