“La casa espectral, oculta detrás de las paredes de otra casa, la visible. Así –tapiados, abriendo las canillas solamente de noche, caminando con pasos de fantasma, sin toser, sin estornudar– vivieron por más de dos años Ana Frank y su familia, refugiados en el 263 de la calle Prinsengracht, en Amsterdam.

”Una casa espectral, oculta detrás de las paredes de la otra casa, la visible. En donde antes había una ventana, hoy hay un muro de ladrillos y cemento. Adentro, como en la casa de Ana, suele haber falsas paredes o roperos simulados que esconden la verdad.

”Sé de qué hablo. Vivo en Floresta. Mi barrio es todo un archipiélago de talleres clandestinos abarrotados de telas y de gente. De chicos. Ahora mismo, mientras escribo esto, escucho pared de por medio el runrún de una máquina de overlock. El zumbido me acompaña desde hace años y no hubo llamada que sirviera de nada. Nada pasa nunca. Hasta que pasa lo peor”.

 

Fernanda Sández, La Nación 3-5-2015

 

 

 

Al día siguiente de que Macri y sus secuaces festejaran un nuevo triunfo en las elecciones primarias de la Ciudad, el incendio en un taller textil clandestino se llevaba la vida de dos niños que allí vivían con sus familiares, trabajadores del taller.

El lugar, uno de los tres mil que se calcula existen en territorio porteño, había sido denunciado por la ONG La Alameda al gobierno de la Ciudad, aunque Vidal y Larreta, luego de la tragedia, mintieran negando tener noticias de su existencia.

Los descargos de Macri a radio Mitre sobre que es difícil cerrar estos lugares porque los trabajadores se resisten cuando se hacen allanamientos, pasan de la ridiculez a la canallada cuando uno se entera de que la familia de su señora, Juliana Awada, es propietaria de una marca de ropa, Cheeky, que realiza sus confecciones en algunos de estos campos de concentración.

El año pasado, el hermano de la primera dama porteña, titular de la empresa familiar, fue imputado por reducción a la servidumbre de trabajadores inmigrantes. Cheeky ya había sido denunciada por el gobierno porteño de Telerman en 2007. En esa ocasión lo sobreseyó el entonces juez Montenegro, que luego recibió como premio el Ministerio de Seguridad de la gestión macrista.

Juliana Awada en persona también fue denunciada por su propia marca, Juliana Awada, en el 2006, en una causa que quedó congelada en los tribunales federales de San Martín del juez Oyarbide.

 

Esclavos en el conurbano

 

Protegidos por jueces PRO o jueces K, entre la provincia de Buenos Aires y la Ciudad existen unos 30.000 talleres textiles clandestinos. En el 70-80% los trabajadores viven en el lugar de trabajo, sometidos al encierro y a jornadas de 16 horas.

En las pocas ocasiones en que las denuncias han dado lugar a un juicio, los encausados siempre han sido los titulares del taller, y los dueños de las grandes empresas que los utilizan son invariablemente sobreseídos, a pesar de que la ley de trabajo a domicilio los hace solidariamente responsables de lo que ocurre en los lugares donde se confeccionan sus prendas.

Con la misma impunidad de los Awada, los modistos de las estrellas, Adot, Fernández e Ibáñez –este último amigo de Karina Rabolini, esposa de Scioli–, quedaron libres de culpa y cargo por la reducción a la servidumbre que ocurría en el taller de Avellaneda donde los tres hacían confeccionar sus prendas, denunciado por La Alameda.

Transcribimos parte de esa denuncia del 2012, sobre todo para los compañeros del Movimiento Evita y la Fede, que fueron días atrás a escrachar a Macri en el taller donde murieron los dos niños. Estamos seguros de que en cuanto se enteren de que estas cosas también pasan en la provincia, van a movilizarse de nuevo, esta vez para increpar duramente al gobernador.

“En el mencionado taller trabajan siete costureros, los que son de nacionalidad paraguaya, peruana y dominicana. La jornada de trabajo se extiende de 8 a 18 ó 19 horas si no hay que realizar entregas. En caso de tener que efectuarse entregas no hay límites a la jornada laboral. La remuneración oscila entre los seis y nueve pesos la hora dependiendo de la ‘productividad’ del trabajador. No existe pago de horas extras ni se consideran los feriados, ni francos compensatorios.

“Las instalaciones de este recinto son muy precarias y no responden a las normas de seguridad e higiene en el trabajo. En efecto, las conexiones eléctricas carecen de la llamada instalación flotante. Las máquinas se conectan a la fuente de energía eléctrica por medio de una ‘zapatilla’, carecen del cableado especial para esa clase de actividad industrial. Se pudo advertir que dos de las máquinas carecen de freno y una tiene el cable pelado. Estas deficiencias son muy graves por cuanto no sólo se corre el riesgo de electrocución de los trabajadores sino además de que se provoque un incendio en el local con las consecuencias trágicas que se observaron en el estrago ocurrido en el taller de costura de la calle Luis Viale 1269 de la Ciudad de Buenos Aires en el que perecieron quemadas seis personas en el año 2006”.

 

Bajas colaterales de la déKada ganada

 

Según cifras de la Cámara Industrial Argentina de la Indumentaria, el trabajo esclavo textil mueve más de 700 millones de dólares al año sólo en la provincia de Buenos Aires y la Ciudad.

Gustavo Vera explica que “la Defensoría del Pueblo había denunciado la existencia de talleres clandestinos a finales de los 80 y principios de los 90, pero eran parte de un fenómeno marginal vinculado a la falsificación de marca”. A partir de la devaluación de 2002, la industria de la indumentaria, ahogada en los 90 por las importaciones, pudo plantearse volver a producir, pero había otro problema. Entre los principales productores mundiales de ropa hay varios con salarios inferiores a 100 dólares por mes: Bangladesh, Sri Lanka, Paquistán, Camboya, Vietnam, entre otros (fuente OIT), y a pesar de la devaluación, acá todavía estamos en unos seis mil pesos de salario promedio en el ramo, bajísimo para nuestro costo de vida, pero muy superior al de esos países. Para competir contra la importación, los empresarios textiles argentinos tenían dos caminos: uno, invertir en tecnología para abaratar los costos, lo que supone poner fábricas de verdad, pagar impuestos, lidiar con las exigencias desmedidas de desagradecidos trabajadores registrados, esas imposiciones dictatoriales que no te dejan progresar.

El otro camino era lograr un costo laboral que se parezca más a los de Bangladesh, Sri Lanka, Paquistán, Camboya, Vietnam y “los otros”,  invirtiendo en el aceitado mercado de esclavos de Nuestramérica y en el también aceitado mercado de jueces y funcionarios en venta de Nuestrargentina.

Este es el camino que tomaron, para beneficio no sólo de capitalistas textiles y diseñadores amigos de la farándula y de las primeras damas, sino del capitalismo argentino en general. Porque el infierno de la esclavitud que se llevó la vida de dos niños hace pocos días y de otros seis trabajadores en 2006, mantiene distorsionadamente bajo el precio de la ropa, haciéndola accesible para los salarios de porquería que ganamos los trabajadores. De otra manera, como producto indispensable de la canasta básica, presionaría el salario hacia arriba. No en vano el gobierno K ha protegido tanto a La Salada y demás mercados truchos: con tal de crear una apariencia de “empleo” y mantener bajos nuestros salarios, los agentes del capitalismo de todos los colores políticos están dispuestos a pagar un precio de sangre y esclavitud.

 

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