“Hay un deterioro acelerado, es lo que muestran las imágenes de los últimos días, que plantean la posibilidad de algún tipo de estallido económico, de corrida o incluso de grandes problemas de gobernabilidad, incluyendo la posibilidad de una salida anticipada del gobierno” (Informe de Roberto Sáenz, plenario nacional de cuadros, diciembre 2013).
La corrida cambiaria producida por la caída de las reservas ha dejado abierta la puerta para una salida anticipada del gobierno. El tiempo que tenga a partir de ahora será como un sobrevivirse a sí mismo, el de un gobierno condenado, sin futuro. Si las cosas siguen como están, es dudoso que llegue al 2015. Esto a pesar de que el empresariado, la oposición patronal y la burocracia sindical quieren que complete íntegro su mandato, factor que es un contrapeso al desarrollo de la crisis. Se trata de un gobierno debilitado al que le vienen estallando una bomba tras otra, casi sin respiro. La escalada de los precios, la crisis policial, los apagones de fin de año y la crisis cambiaria parecen mostrar, de manera incontrovertible, que el ciclo político K se ha agotado y que se viene otra cosa. Qué otra cosa, eso dependerá de la lucha de las clases. Y también de lo que hagamos desde la izquierda revolucionaria.
Cuando el dólar se va a las nubes
Entre el miércoles 22 y el jueves 23 de enero el gobierno dejó correr una enorme devaluación del peso. El dólar escaló de seis a ocho pesos en pocas horas; tal fue la corrida contra la moneda nacional, que muchísimos comercios dejaron de mostrar precios. El viernes 24 Capitanich y Kicillof anunciaron que se “aflojaba” el cepo a la compra de dólares. Las condiciones: ingresos mensuales por 7.200 pesos, adquisiciones como máximo de 2.000 dólares mensuales y el pago de un impuesto del 20% en cada compra. El objetivo: reducir el crecimiento del dólar paralelo (“blue”) para que la brecha entre el oficial y este último se achique aplacando las expectativas de una devaluación mayor.
Luego de esto, todo el mundo esperó a la apertura de los mercados el lunes 27. Resultado: el gobierno debió seguir desprendiéndose de reservas para evitar que el dólar oficial suba más allá de la cotización fijada. Mientras tanto, el dólar paralelo también continuó en alza porque sus compradores especulan con que su cotización seguirá creciendo y harán de todos modos negocio.
Lo que se está viviendo es una corrida cambiaria contra el peso que aún no ha terminado. Estas corridas se producen cuando se considera que la moneda nacional perdió respaldo en divisas por la caída de reservas del Banco Central. Nadie quiere estar en pesos, todos en moneda dura.
Hay un segundo índice crítico en el actual momento (sobre todo para el bolsillo de los trabajadores): el traslado de la devaluación a los precios. Pasa que los precios generales de la economía no se establecen en la moneda nacional, sino que buscan medirse por los patrones internacionales. Es decir, mantener su valor en dólares. Si el peso se devalúa, para que las mercancías no se desvaloricen los precios tienen que aumentar. Eso se llama mantener su valor real.
Esto es lo que explica que en los últimos días muchos productos no tuvieran precios. A sabiendas de que a la hora de reponerlos muchos de ellos vendrían con aumentos, los sacaron de exhibición. Si pasados algunos días determinados productos recuperaron precios, lo hicieron con aumentos en torno al 15%, muy cercano a la devaluación oficial.
La expectativa es que el resto de los precios también aumenten; en primer lugar los servicios. La cuenta de la importación de energía ya era abultada; ahora se transforma en insostenible dado el aumento del dólar y la caída de las reservas. Es lo que pide al unísono la patronal: que el gobierno vaya hasta el final por el camino del ajuste brutal que está implementando, aumentando tarifas y reduciendo subsidios y demás gastos del Estado. “Si hay devaluación y todo sigue aumentando”, dicen, no se va a lograr el “aumento de la competitividad” que se está buscando con la devaluación. De ahí también que, agobiados por sus propios problemas (el endeudamiento provincial en divisas se acaba de encarecer en un 20%), muchos gobernadores estén comenzando a implementar su propio ajuste: un congelamiento de las plantillas del Estado, despidos y otras medidas por el estilo.
Esto es lo que nos lleva a los salarios, el único precio de la economía que no ha movido el amperímetro en estos días. El pesado mecanismo institucional de las paritarias, y las largas al asunto de los dirigentes sindicales –que miran para otro lado “porque no se sabe qué índice pedir en las paritarias”– muestran que los salarios son los que más atrás se están quedando en la escalada que se está viviendo. Ese es el plan: ¡que la clase obrera pague las cuentas de la crisis!
Las taras del capitalismo dependiente
Pintado el cuadro de la coyuntura económica (desarrollado más en extenso en otra nota de esta misma edición), hay que intentar dar una definición global de lo que está ocurriendo. Y lo que ocurre es que la corrida cambiaria está abriendo una suerte de “crisis general” comparable con otras crisis vividas en el pasado. La Argentina es un país caracterizado por un gran dinamismo político-social. Esto tiene que ver con la “modernidad” relativa de sus relaciones sociales, con un nivel cultural promedio bastante alto de su población, con una clase trabajadora asalariada que abarca un 70% de su población activa, y con un proletariado industrial que sigue conservando importancia y que posee una gran tradición de lucha.
Estos factores operan sobre el trasfondo de una economía capitalista caracterizada por una industrialización de relativa importancia, pero que nunca pudo superar los rasgos de “semiindustrialización”, como la definiera brillantemente Milciades Peña décadas atrás; es decir, la convivencia de “islas” de adelanto productivo dentro de océanos de atraso económico relativo, lo que hace a una economía extremadamente dependiente del mercado mundial.
Esto lleva, entonces, a dos rasgos persistentes en el país, y que de tanto en tanto estallan en graves crisis generales. Uno, el “choque” entre esa modernidad general de sus relaciones sociales, entre esas tradiciones de lucha elevadas de sus explotados y oprimidos, en contraste con una base económica caracterizada por insuperables rasgos –estructurales– de debilidad. Este dinamismo de su vida política, social, reivindicativa y sindical, sobre el fondo del atraso relativo de la economía, lleva entonces al país a estallidos periódicos en crisis generales.
Esto nos lleva al terreno económico propiamente dicho, y a la crisis que se ha desatado con la corrida cambiaria. Veamos su aspecto general. No es la primera crisis de este tipo en el país; más bien, se puede decir que se trata de una de las crisis “recurrentes” que ocurren cada tantos años. ¿Su razón? La debilidad de la economía dependiente argentina y su incapacidad para generar las suficientes divisas. Pasa que, tradicionalmente, lo que ha aportado divisas “netas” al país es la producción agraria. La industria, al no tener un entramado productivo integrado, y depender de la importación de partes para llevar adelante la producción, sigue siendo deficitaria en divisas.
De ahí un mecanismo histórico de la economía Argentina: el llamado stop and go. Llegando a un punto, la economía se paraliza por falta de divisas. Esto conduce a las devaluaciones periódicas, las corridas cambiarias, las escaladas inflacionarias, y otro tipo de fenómenos económicos como los que se están viviendo hoy. Crisis que está ocurriendo, sencillamente, porque desmintiendo el relato K de la “década ganada”, el gobierno no introdujo una sola modificación estructural en el funcionamiento del capitalismo dependiente de la Argentina. La responsabilidad política de la crisis recae enteramente en él.
El juego de las comparaciones
Establecida la definición de que estamos frente a las puertas de una crisis general, la tarea es medir “el grado” de la misma. En las últimas décadas observamos varias crisis generales que nos pueden servir de patrón. Una, el famoso Rodrigazo, en junio de 1975, que se llevó puestos a Celestino Rodrigo y López Rega, respectivamente ministro de Economía y del Interior de Isabel Perón. Pero atención: esa crisis se trató no sólo de una crisis económica, sino de un evento de la lucha de clases. La crisis más grave de la Argentina en las últimas décadas desde el punto de vista del dominio burgués. El país vivía una situación prerrevolucionaria desde el Cordobazo de 1969, caracterizada por el ascenso del proletariado industrial, cuya vanguardia avanzaba hacia posiciones clasistas e, incluso, revolucionarias. Y que estaba construyendo coordinadoras cuando ocurrió el Rodrigazo, que llegaron a desbordar el control que la tradicional burocracia peronista ejercía sobre el movimiento obrero. No por nada, esa crisis general terminó en un sangriento golpe de Estado…
Una segunda crisis general fue la de finales de la década de los 80, con la salida anticipada de Raúl Alfonsín. Como atenuante estuvo el hecho de que su sucesor, Carlos Menem, estaba ya electo. Con la caída del presidente radical, aquel simplemente anticipó su asunción. Sin embargo, hubo dos largos años de zozobra. La economía se desbarrancó por una crisis que llevó a dos picos hiperinflacionarios, con sus concomitantes fenómenos sociales: saqueos, desbordes, estallidos, conflictividad laboral. Un importante atenuante fue que, si se venía de un proceso de ascenso relativo de las luchas de los trabajadores, su grado de radicalización no tenía nada que ver con los años 70: la dictadura militar no había pasado en vano.
En el comienzo del nuevo siglo se vivió el Argentinazo. Este expresó el brutal agotamiento del ciclo económico anterior (el del 1 a 1) que había dejado hasta el 40% de la población activa desocupada. La situación de base de la economía, en un sentido, fue más grave que en la crisis de los años 70 e, incluso, que en la de los 80 (el grado de caída económica y de desempleo fue sustancialmente mayor).
Al mismo tiempo, y a diferencia de la crisis bajo Alfonsín, entre los explotados y oprimidos se expresó, en primer lugar, una irrupción independiente de masas en los últimos días del 2001; y luego un amplio proceso de luchas de una vanguardia de masas que dio lugar a la emergencia de una serie de movimientos de lucha y organización de enorme riqueza (movimientos piqueteros, asambleas populares y fábricas recuperadas), que con el pasar del tiempo y la asunción de los K, se fueron reabsorbiendo lentamente hasta desaparecer. La gran contradicción del Argentinazo: la clase obrera ocupada, sobre todo el proletariado industrial, no fue protagonista como sí ocurrió en los años 70; ni siquiera tuvo la participación de finales de los 80. Ante el terror de la “muerte social” que significa el desempleo (y claro, como siempre, el rol siniestro de la burocracia sindical), prácticamente no se sumó a la lucha.
La clave está en la lucha de clases
Así se llega a la crisis actual, en pleno desarrollo. El país parece haber quedado a las puertas de una crisis general del tipo histórico de las que acabamos de comentar, que abre una nueva coyuntura y que más allá de sus desigualdades, parece estar llamada a tener nuevos desarrollos en los próximos meses. Esta crisis general teñirá seguramente el período que viene, y marcará la transición del actual gobierno al próximo: se verá si con salida anticipada, o no.
Todas las crisis generales estuvieron marcadas por ese elemento: la salida anticipada del gobierno. Sin embargo, cuando hablamos de que estamos a las puertas de una crisis así es, justamente, para establecer un marco general, pero a la vez una delimitación. Significa que todavía tiene que haber algún hecho cualitativo que “termine de abrir la puerta” a esa salida anticipada; y ese hecho cualitativo es un salto en la lucha de clases.
Precisamente, que la actual se trate de una crisis general, o que estemos a las puertas de ella, no quiere decir que no tenga mediaciones. Hay varias de importancia. Una, que se vive una crisis económica grave, pero esto ocurre en condiciones económicas generales que no son comparables con las del 2001. El “terremoto” que está en la base de la actual crisis económica actual, es de una escala menor todavía.
Además, la situación del gobierno y el régimen político no es tan grave como en las crisis anteriores; Cristina no es Isabel, ni De la Rúa; quizás pueda ser como Alfonsín, pero eso hay que verlo. Tampoco la democracia burguesa es tan endeble como lo era en la década del 70, o con la debilidad de finales de los años 80 o el desprestigio del “Que se vayan todos” de comienzos del nuevo siglo. Sus mecanismos no se encuentran tan deteriorados. Aunque la irrupción de la crisis policial y los saqueos en diciembre mostraron la “otra cara” de la Argentina que venía de un festival electoral de casi un año. Una cara siempre latente desde el 2001: la del “desborde” desde abajo de las instituciones, de la autoridad del Estado y de la propiedad privada. Incluso, la del “armamento” relativo de los sectores populares. Armas que como decíamos en el Plenario Nacional de nuestro partido en diciembre, según cuan “enterradas” estén, indican el grado de institucionalización de un país. ¡Y en la Argentina actual, las escopetas en manos de los sectores populares no parecen estar tan enterradas[1]!
[1] La comparación la hacíamos en el plenario con España, donde en la década del 30 su movimiento obrero y campesino se había armado masivamente –hubo una guerra civil– pero luego, con el franquismo, y la democracia burguesa “monárquica” desde comienzos de los años 80, y la estabilidad que esta tuvo por varias décadas, esas armas enterradas seguramente seguían allí: bien bajo tierra.