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Las apariencias engañan

 

Créase o no, en Argentina hay un “veranito financiero”. Es sólo en ese ámbito; no hay veranito en la industria, que sigue en estancamiento o suave declive, y mucho menos en los bolsillos de los trabajadores. Pero los “mercados” están casi de fiesta, con bonos de la deuda argentina que no paran de subir y riesgo país que no para de caer. Ese índice tocó los 550 puntos, lo que significa que la sobretasa que paga un emisor de deuda argentina es un 5,5% anual por encima de la tasa de referencia; un mínimo que no se alcanzaba desde hacía unos cuantos años. Argentina está de moda otra vez en Wall Street, pareciera.

A primera vista, la euforia parece no tener el menor asidero. El panorama no está nada claro, incluso si tomamos como horizonte sólo las elecciones presidenciales. Enumeremos: 1) la actividad económica sigue sin repuntar y se avizora un 2015 de recesión y caída del PBI; 2) la inflación, aunque se frenó un poco, sigue dando un piso del 25-30% anual, y esa desacaleración obedece sobre todo, justamente, a la caída de la actividad; 3) la novela de los fondos buitre suma nuevos capítulos y, aunque Griesa se toma su tiempo para tomar decisiones (1), no está nada descartado que caigan malas noticias por ese lado, como la que frenó hace poco una emisión de deuda que pretendía hacer el gobierno, y 4) la verdadera y casi única fuente de divisas genuinas, el superávit comercial, está seriamente jaqueado por la baja general del comercio exterior (caen tanto exportaciones como importaciones, pero más las primeras), por la caída del precio de la soja (anda por los 350 dólares la tonelada, bien lejos de los buenos precios de 500 a 600 dólares de hasta no hace mucho) y por la mala performance de Brasil, que veremos luego. Lo único que parece en calma es la situación cambiaria, que tiene un alto componente de artificialidad, que también trataremos más abajo.

¿Entonces? Es paradójico, pero es así: los “mercados” están gastando a cuenta del resultado electoral. Para los inversores locales y sobre todo externos, el 10 de diciembre va a asumir un gobierno más “market friendly”, que revertirá el “populismo K”, arreglará con los buitres, “sincerará las variables de la economía” (léase tarifazos y devaluación), y otras lindezas que el “mercado” reclama. Este curso de acción les parece inevitable para cualquiera de los tres candidatos con mayores chances. Y cuando se conocieron encuestas que ponen en primer lugar de intención de voto a Macri, el entusiasmo en Wall Street con los bonos argentinos no conoció límites. No hace falta comprar las expresiones de deseos de los financistas, pero una cosa parece segura: para ese mundillo, cualquiera de los actuales presidenciables es más digerible que el kirchnerismo.

Lo irónico del asunto es que esta euforia por la salida de Cristina del poder genera condiciones que pueden hacer más transitable (es decir, menos traumático) el período de acá al 10 de diciembre para el propio gobierno. Y el kirchnerismo, en ese caso, menos apremiado por amenazas de crisis de deuda, cambiarias o inflacionarias… podría acomodarse mejor para la pelea política desde el llano (en parlamentarios, cargos ejecutivos y, en general, influencia política). No es lo mismo que el gobierno llegue a la entrega del poder con el último aliento a que lo haga con más aire. Pero tampoco el kirchnerismo está en condiciones de gastar a cuenta de ese escenario, por lo menos por dos factores en parte relacionados: Brasil y las reservas en divisas.

 

El real, el dólar y los dólares reales

 

Como hemos señalado muchas veces, en los últimos años el gobierno se ha visto obligado a administrar una cuenta de dólares (entradas y salidas) mucho más incómoda que en los años dorados de los “superávits gemelos”. Así fue que llegaron el cepo cambiario, las restricciones a las importaciones y otras medidas tendientes a evitar que el flujo de dólares, por escasez, presione contra el peso. De hecho, esa presión se tornó insoportable a principios del año pasado y obligó al gobierno a la primera devaluación importante de su gestión.

Para contrarrestar esa menor entrada de divisas –por menor superávit comercial, por lo escaso de las inversiones directas, por la imposibilidad de tomar deuda en los mercados financieros internacionales habituales–, el gobierno no sólo apretó las clavijas de las importaciones (con el consiguiente impacto en una actividad industrial que vive de los insumos importados), sino que recurrió a fuentes de financiamiento poco habituales y a ciertos manejos contables para maquillar el verdadero estado de las reservas del Banco Central.

Pues bien, esos mecanismos están más que nunca a la orden del día ante las dificultades que empiezan a asomar por un frente inesperado: el principal socio comercial de la Argentina, Brasil. Los problemas vienen por dos vías separadas, aunque relacionadas. Una es la caída de la actividad económica en Brasil, desaceleración que puede llegar al nivel de recesión. Esto indudablemente repercutirá en el comercio exterior argentino, complicando aún más el ya de por sí delicado saldo de la balanza comercial. Dicho rápidamente: si Brasil estornuda, Argentina se resfría, porque baja el volumen de exportaciones y por ende de divisas. Eso obligaría, para compensar, a nuevas restricciones a las importaciones, lo que no sólo deterioraría la relación con Brasil –la patronal del vecino país se la pasa bufando contra los manejos comerciales argentinos– sino que afectaría más la marcha de la economía aquí, en particular de la industria (sobre todo la automotriz), que ya venía cuesta arriba.

A esto se agregan las turbulencias políticas en Brasil, que no podemos tratar aquí, pero que llegan al nivel de manifestaciones pidiendo el impeachment (destitución por juicio político) de una presidenta asumida hace ¡dos meses! (2) En parte como resultado de este cuadro, se aceleró el proceso de debilitamiento de la moneda brasileña, el real, que lleva una devaluación del 15% frente al dólar en lo que va del año. Algo que para la patronal argentina, que ya se venía quejando del retraso cambiario y de los problemas de competitividad para las exportaciones, es llovido sobre mojado.

A todo esto, el gobierno se jacta de la buena salud de las reservas. Cristina se burló de los agoreros restregándoles en la cara la cifra de 31.400 millones de dólares que “acumula” el BCRA. Pero sería mejor que los kirchneristas no se suban a ese caballo: puede resultarles un pony, y encima rengo. Cuando se miran de cerca y sin Photoshop, esos números revelan arrugas, verrugas y agujeros alarmantes.

Para el público no especializado, las reservas vienen a ser algo así como una gigantesca alcancía donde el gobierno pone los dólares que le sobran para casos de emergencia. Pero la contabilidad de las reservas es más compleja que eso: ni todas las reservas son en dólares, ni todos los dólares son propios, ni todo lo que es propio está disponible.

Por empezar, se computan como “reservas” depósitos en dólares del público. Esto es, esos dólares están en el BCRA, pero no pertenecen al BCRA. Lo mismo sucede con las emisiones de deuda que hicieron YPF y el gobierno porteño. Segundo: suena ridículo, pero los pagos de deuda a los bonistas del 30 de junio, 30 de septiembre y 30 de diciembre pasados, como fueron frenados por Griesa (por “única vez”, o más bien por tres únicas veces) y no se efectivizaron, se siguen computando como reservas. Tercero: se cuentan como reservas lo que en realidad son préstamos a corto plazo del Banco de París y el Banco de Acuerdos Internacionales de Basilea, al igual que el swap con el banco central de China. De hecho, contra el discurso de la “soberanía”, el “desendeudamiento” y sanatas parecidas, los organismos internacionales son desde hace rato la principal fuente de financiamiento externo del gobierno. Cuarto: se cuentan como reservas dólares que en realidad los importadores adelantaron y que en algún momento habrá que devolverles (y no son chirolas: son alrededor de 5.000 millones de verdes). Quinto: hay reservas que sí son propias, pero no son “líquidas”, es decir, inmediatamente disponibles en divisas en caso de, por ejemplo, tener que atajar una corrida cambiaria; es el caso de las reservas en oro y en la moneda del FMI, los derechos especiales de giro o DEG.

Abreviando: según el cálculo de varias consultoras, las reservas netas propias del BCRA no exceden los 16.000 millones, es decir, apenas la mitad de la cifra declamada y cacareada por Cristina y el kirchnerismo. Y lo que en realidad tiene el BCRA como “poder de fuego” en caso de corrida contra el peso no sería más de 6.500 millones de dólares (I. Olivera Doll, Ámbito Financiero, 3-3 y 6-3-15).

Esto tiene importancia porque el gobierno encontró una manera de mantener a raya la cotización del dólar paralelo o “blue”. La jugada fue inteligente: se anunció la “apertura parcial” del cepo a la compra de dólares para ahorro, lo que tiene un doble efecto sobre el blue. Por un lado, le saca demanda: el que quiere ahorrar consigue dólares más baratos que en el mercado negro, aunque sea en menos cantidad. Y por el otro, le agrega oferta: muchos de los autorizados por la AFIP a comprar dólares mensualmente en montos chicos (300, 500 o 1.000, por ejemplo) los retiran inmediatamente y los venden en el mercado paralelo, con una ganancia instantánea (en pesos) del 25-30%. Así, la cotización del blue está controlada y, al revés de lo que pasaba antes, baja más a principios de mes, cuando los autorizados cobran el salario.

Pero nada es gratis: abrir la puerta al “dólar ahorro” le come cada mes que pasa más reservas al BCRA (van U$S 1.100 millones en lo que va del año). La ventaja es que al menos la autoridad monetaria puede manejar más de cerca un mercado como el blue, que corría el riesgo de volverse incontrolable. Total, hay que aguantar hasta diciembre o incluso menos, porque a partir del mes que viene llegan los dólares de la cosecha gruesa de soja. Claro, siempre que los exportadores no huelan sangre (devaluación) para 2016 y no retengan la cosecha o la liquidación de dólares. Cosa que está por verse.

En estas condiciones, el gobierno debe rogar que continúe el veranito… que obedece en lo esencial a que el gobierno no continuará a partir del 10 de diciembre.

Marcelo Yunes

 

 

Notas

  1. El bueno de Griesa sin duda necesita ese tiempo: las crónicas de las audiencias en Nueva York dan cuenta de que el juez está decididamente gagá, hay que repetirle las cosas y parece completamente perdido en los vericuetos de un juicio muy complejo incluso para alguien con más agilidad mental. Está fuera de duda que la marcha de la causa la manejan en realidad sus secretarios (“clerks”). Por supuesto, los cipayos locales deben considerar esto como un envidiable, sano y aceitado funcionamiento de las “instituciones”…
  2. Las causas de la inestabilidad política brasileña son múltiples, y sólo consignaremos aquí que, por un lado, Dilma ganó las elecciones con un margen muy estrecho y sin consolidar una mayoría parlamentaria; por el otro, el escándalo Petrobras, aunque por ahora no la implica de manera personal, ya toca todos los niveles de la administración política: ministros, secretarios “intocables” y parlamentarios. Agréguense las denuncias por corrupción contra muchos miembros de la “clase política” (pero sobre todo del PT), el malestar económico, el plan de ajuste lanzado por el nuevo equipo neoliberal, que irrita a la base electoral de Dilma pero a la vez no conforma a la patronal brasileña (que duda de su viabilidad), y las operaciones mediáticas orquestadas por la oposición de derecha y el imperialismo, y se empezará a tener un panorama de la situación en el vecino país.

 

 

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