Vista la perspectiva de conjunto de lo que está en juego en estas elecciones, necesario detenernos en cómo están los fundamentos de la economía nacional. El balance inapelable de 12 años de gestión K nos dicen claramente que los rasgos básicos de la Argentina dependiente no se han modificado un ápice.

Es verdad que con la puesta en pie (en los hechos) de un “modo de regulación” distinto de la economía del 1 a 1 de los años 90, el empleo, los salarios nominales y la competitividad se recuperaron. Cesación de pagos y devaluación mediante (el pasaje al 3 a 1), el país recuperó competitividad y si se le agrega la caída del valor del salario en términos reales (en dólares), estos fueron los fundamentos para el comienzo de la recuperación económica y un “súper ciclo” de ganancias patronales.

A esto se le debe agregar los vientos favorables en los precios de las materias primas, que llevaron la tonelada de soja de los 80 dólares en los que languideció durante la mayor parte de los años ’90, a superar los 500 dólares, lo que dio lugar al ingreso de una renta extraordinaria descomunal como no ocurría desde hacía décadas en el país.

Agregado a esto, durante algunos años funcionó una especie de “círculo virtuoso” en la industria automotriz asociada a Brasil, donde si bien el balance comercial con dicho país fue muchas veces deficitario, la producción se elevó de los escasos 100.000 autos anuales a comienzos de 2000 al millón de unidades construidas en 2013.

Estos fueron los fundamentos de la recuperación económica del país y no mucho más. De ahí que ahora se viva un momento específico -en términos generales- que condense todas las inercias y problemas no resueltos, y que han hecho crisis al poner en cuestión el “modo de regulación” económico de la última década, combinando tanto elementos de “ciclo” económico como más estructurales.

Veamos esto someramente. El principal problema que une ambos aspectos de la vida económica (coyunturales y de fondo) es que el país ha perdido competitividad sin ganar en productividad. Esto parece un galimatías pero no lo es. Refiere a un hecho simple: la productividad hace a la cantidad de mercancías producida por hora media en las condiciones promedio de calidad mundial. Esto requiere de una serie de condiciones estructurales que el país no ha logrado resolver bajo los K. Esto es una economía más integrada: integración “horizontal” de la producción, que supere el modelo de “armaduría” que tiene en muchas de sus ramas principales como la automotriz; así como “vertical”, que en todas sus partes, incluyendo los distintos eslabones productivos (la producción de materias primas, la logística y la comercialización), haya un nivel promedio de productividad.

No es esto lo que ocurre en la Argentina: nunca hubo una “burguesía nacional emprendedora” con un proyecto estratégico de nación como pretendieron vender los K; hay una burguesía (de origen local y, mayormente, extranjera, multinacional), que hace negocios en las condiciones “globalizadas” del mundo de hoy y de la inserción dependiente de la Argentina. Una economía que semeja un queso gruyere: ¡tiene agujeros, deficiencias y desigualdades por todos lados!

En ausencia de un salto en la productividad de la economía nacional, existe un expediente clásico para lograr competitividad: tirar para abajo los costos, sea con una moneda “rígida” por la vía de un amplio desempleo de masas, sea con una moneda “flotante” por el expediente de la devaluación del peso nacional, que compense los aumentos salariales y demás costos económicos.

De ahí que los tironeos de la lucha de clases económica por el salario y el empleo, y más en su conjunto los problemas de falta de competitividad, se “resuelvan” por la vía del valor del dólar.

El tipo de cambio durante la primera mitad de la gestión K fue estable por una serie de condiciones económicas internacionales favorables (incluyendo los enormes ingresos de divisas por renta agraria extraordinaria) y, sobre todo, porque el salario y hasta cierto punto los precios en pesos, habían quedado reducidos en términos de dólares. Dicho de manera sencilla: en pesos, la mano de obra y los productos eran baratos.

Andando el tiempo, con la recuperación del empleo y el mecanismo de las paritarias (aun controladas), los salarios y los precios aumentaron; la competitividad se fue acotando. Si se le suma a esto el cambio relativo del contexto económico internacional, menos favorable por la crisis y la caída del precio de las materias primas, la resultante fue que los mecanismos de competitividad no pudieron contrapesar el atraso orgánico del país.

De ahí los problemas históricamente conocidos de la presión devaluatoria sobre el dólar, el atraso salarial, el comienzo de una escalada de despidos, el recomienzo del empobrecimiento relativo de amplios sectores.

 

El retorno de la carga de la deuda

 

El fracaso de la estrategia de desendeudamiento es redonda: la idea de “comprar soberanía pagando” era una reverenda estupidez y una mentira completa, porque en un país cuya moneda no se puede comerciar ni en Asunción, que para sus relaciones con el mundo necesita dólares, y que para generar dichos dólares debe tener un nivel promedio de competitividad y / o productividad que solo en circunstancias excepcionales es capaz de generar, ¡haber rifado 200.000 millones de dólares (como han hecho los K) es un escándalo sin nombre!

A esto se le puede agregar otro costado de dicho fracaso: la estrategia de renegociación con los acreedores, de canje de deuda vieja por otra nueva (amén del problema de no haber logrado arreglar con los buitres), en vez de no pagar la deuda externa: ¡una consigna clásica de la izquierda en los países dependientes como el nuestro, a la cual el FIT le ha tenido terror electoralista! Esto significa que a la vuelta de diez años de “década ganada”, la Argentina está endeudada por 200.000 millones de dólares.

Para colmo la moneda nacional nuevamente está atrasada, lo que a mediano plazo solo puede dar lugar a una nueva devaluación (o a una rebaja salarial directa combinada con un crecimiento abierto del desempleo), clásico ajuste que es la ineludible tarea del próximo gobierno, como veremos más adelante.

Así las cosas, luego de la década K nos encontramos con dos problemas estructurales no resueltos, que redundan en un deterioro y crisis económica de conjunto: una pérdida de competitividad económica, sumada al retorno de la carga de la deuda externa, expresada en las presiones sobre el tipo de cambio, presiones devaluatorias que se harán sentir de manera más contundente en la medida que la crisis política se profundice.

Esto nos lleva a un tercer problema que ahora aparece mediatizado: el problema energético, puesto que el país perdió su autoabastecimiento en esta materia. A esto se le puede agregar el retraso tarifario en materia de electricidad, gas y transporte en las grandes urbes, que en realidad ha sido un tributo a la rebelión popular y que, reajustes aquí y allá, todavía los K no han logrado corregir.

Como digresión, señalemos que aspectos tales como el nivel de empleo, de salario, las paritarias, las tarifas y otras más no son solo fenómenos económicos, sino también la traducción de determinadas relaciones de fuerzas, como ya hemos dicho. De ahí que estas cuentas pendientes económicas que se verá obligado a encarar el próximo gobierno, significarán otros tantos enfrentamientos de clase: ajustes en la jerga económica más habitual, cuestión que veremos en el próximo punto.

Queda aún el problema del transporte. Hemos visto como esta bomba de tiempo también les ha estallado a losK: accidentes terribles como el del ex Sarmiento obligaron gobierno a intentar resolver la cuestión de manera express; es verdad que se ha avanzado en algo, pero aquí cabe una reflexión. Está probado que el transporte ferroviario es inigualable en cuestión de costos, productividad, etcétera. Grandes países imperialistas como Francia y otros tienen una red ferroviaria envidiable que ha significado ingentes inversiones históricas de sus burguesías. En la Argentina dependiente y semicolonial esto no fue así: recordemos que la estatización de los ferrocarriles por parte de Perón en su primer mandato fue caracterizada por Milcíades Peña como la compra de “trastos viejos”…

Sin embargo, el nivel de remate del ferrocarril alcanzó un punto de no retorno bajo Menem: se levantaron miles de kilómetros de vías férreas, y se cerraron centenares de estaciones en todo el país solo para beneficiar a las grandes automotrices y empresas del transporte carretero, un medio de transporte muchísimo más improductivo.

Esto ha significado un deterioro estructural que no se resuelve, simplemente, comprando nuevos trenes: la clave en materia ferroviaria no son los vagones; su inversión principal son las vías férreas, las construcciones de puentes y túneles, etcétera. Tan es así que Marx hablaba en El capital de cómo la inversión ferroviaria era una de las más importantes del capitalismo en ascenso; una inversión, además, que no puede ser hecha bajo los parámetros de las ganancias inmediatas, sino que hacen al “capital social general” de la burguesía y por lo tanto, deben ser llevadas adelante por el Estado.

Son estas cuestiones estructurales de la economía nacional las que están por detrás de los problemas de coyuntura o ciclo y constituyen un balance inapelable para los K y su enésimo balbuceo de la burguesía nacional.

 

Hacia un nuevo ajuste económico

 

En enero del año pasado ocurrió la principal devaluación de la moneda nacional llevada adelante por los K. Quizás la misma fue insuficiente, quizás el ajuste recesivo llevado adelante por Cristina no ha alcanzado para las necesidades de la patronal, que volverá a poner sobre la mesa un drástico ajuste en cuanto asuma el nuevo gobierno.

Esto no quiere decir que no hayan logrado ningún objetivo. Los salarios reales retrocedieron entre 5 y 8 puntos, si no 10. Además, hubo un ajuste generalizado de los planteles, si bien no despidos en masa.

Hubo una cierta corrección económica, hubo una cierta reducción de los costos en dólares, si bien es cierto que el punto débil de esta estrategia fue que no se logró moderar lo suficiente la inflación (a pesar de la recesión inducida), la que aun así tendió a retroceder en su dinámica en los últimos meses.

Estos insuficientes logros son los que presionaron en septiembre sobre una nueva devaluación. Ahí tuvo su papel la fallida negociación con los fondos buitres, que impidieron el plan del gobierno de coronar la devaluación y el ajuste con el retorno a los mercados de crédito internacional.

El gobierno no pudo cerrar con los buitres y el acceso al crédito se frustro, dejando a mitad de camino al propio ajuste. De ahí las renovadas presiones devaluatorias luego de mitad de año.

Pero hay que decir algo de por qué esa devaluación no se consumó. La explicación es simple: mediante determinadas medidas como “pisar las importaciones” y el adelanto de liquidación de exportaciones por parte de las cerealeras, y a partir del logro de determinada cobertura de divisas (como el swap con China, entre otras), el gobierno logró recuperar en algo las reservas del Banco Central.

Así las cosas, la devaluación se evitó. Sin embargo, es un hecho que el dólar oficial está en $8,50 mientras que el paralelo bordea los $14. Eso indica que, nuevamente, el tipo de cambio atrasa, y esto conspira contra la competitividad del país. Además, la economía sigue sumida en la recesión, y existe un enorme retraso en materia del precio de transporte público y de costo de los servicios, otro lado por donde podría venir un brutal saque a partir del próximo gobierno.

Esto último remite a otra concesión de la última década: en los principales centros urbanos se “pisaron” las tarifas para subsidiar ciertos consumos.

Es este conjunto de elementos no resueltos lo que va a heredar el próximo gobierno. Aunque hoy se hable de cualquier cosa menos de economía, sea el signo del gobierno que sea el que vaya a ser consagrado a fin de año, la intensidad del ajuste que se vendrá, será de grandes proporciones.

Esto llevará a nuevas pruebas en las relaciones de fuerzas, porque todas las inercias de la economía nacional en materia de competitividad exigen un mayor deterioro salarial y, en materia del nivel de empleo, quizás algún punto por encima en materia de desocupación respecto de manera de disciplinar los planteles y tirar para abajo los reclamos salariales. Estas serán algunas de las tareas en materia económica –una de las principales- del nuevo elenco económico en su búsqueda de recuperar el nivel de ganancias empresarias, así como afrontar las obligaciones de pago con el exterior.

 

Fragmento editado del documento sobre situación nacional votado por la IV Conferencia del Nuevo MAS

 

 

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