La muerte del fiscal Nisman provocó una crisis política muy grande, y no sólo en cuanto a la imagen del gobierno.

A esta altura, ya se ve bastante claro que la muerte del fiscal resultó mucho peor para el gobierno K que la acusación contra la presidenta y otros funcionarios que este iba a presentar en el Congreso, acusación bastante endeble por cierto. A su vez, el gobierno K dice que todo esto lo armó un sector de los servicios secretos, pero son los mismos servicios con que los K gobernaron doce años; hasta del propio Milani se queja Cristina ahora, después de que lo ascendió a Jefe del Ejército a pesar de las denuncias que lo involucran con el genocidio de la dictadura.

El propio Nisman fue nombrado por el gobierno para la “Causa AMIA”, y ahora nos enteramos de que el tipo se reportaba semanalmente con la embajada norteamericana para que allí le aprobaran o corrigieran sus dictámenes.

En este marco, las acusaciones de uno y otro lado por la muerte de Nisman produjeron una “rasgadura” en el telón del régimen político, a través de la cual percibimos una trama de intereses y decisiones de gente que nadie conoce, a la que “nadie votó”, y que sin embargo aparece dirigiendo aspectos de la vida del país por encima de los poderes visibles del Estado.

A los que están muy fanatizados contra el gobierno esto no les importa: sólo quieren aprovechar la oportunidad para “darle” a Cristina. Los que defienden al gobierno, por su parte, tratan de hacernos olvidar que los K sostuvieron la trama de la impunidad durante muchos años.

Nosotros creemos que esta “rasgadura en el telón” de un régimen supuestamente democrático es lo más importante de toda esta situación. Es uno de esos momentos en que las instituciones de gobierno, el Parlamento, la Justicia, se revelan ante todos como una obra de teatro, una ficción, mientras la verdadera política la escriben en otro lado: en las embajadas, en las oficinas de los servicios secretos, donde los ciudadanos no tenemos arte ni parte ni siquiera una vez cada tanto cuando metemos el voto en la urna. Y entramos en un año electoral, en el que se supone que vamos a decidir quién nos va a gobernar, con la sensación de que todo es una farsa.

Lo verdaderamente democrático sería convocar a una Asamblea Constituyente, donde pudiéramos debatir y votar, por ejemplo, sobre los servicios secretos: ¿son realmente una necesidad de defensa nacional, o un arma del Estado capitalista para espiar y reprimir a sus propios ciudadanos? O sobre la Justicia: ¿cómo puede ser que los sospechosos del atentado a la Amia vayan cambiando, no según el resultado de las investigaciones, sino según las necesidades de la política norteamericana? ¿Cómo se pueden organizar las instituciones de gobierno de manera que los trabajadores y el pueblo podamos realmente tener control sobre ellas?

Desde el Nuevo MAS propondríamos, por ejemplo, la disolución de todos los servicios de inteligencia y la publicación de todos los “secretos de Estado”, y como parte de esto la destitución inmediata de cualquier funcionario que mantenga relaciones con gobiernos o empresas imperialistas. Pero más allá de nuestras posiciones, nos parece que hay que dar una salida al estupor popular ante la descomposición de las instituciones que se ha puesto en evidencia.

Los candidatos del Nuevo MAS levantarán, junto con el programa que proponemos en estas páginas, el reclamo de convocatoria a un órgano democrático elegido directamente por la ciudadanía, una Asamblea Constituyente para poner en debate nacional el actual régimen de gobierno y abrir el camino para construir uno distinto, realmente democrático.

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