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“(…) en diciembre toda la policía va a estar en la calle, preservando la seguridad y el orden social, que es lo que la gente reclama para esta época especial del año. Vamos a poner toda la carne al asador, porque queremos que diciembre sea un mes tranquilo” (Paul Hoffer, secretario de seguridad provincial del gobernador tucumano Alperovich, La Nación, 19 de noviembre del 2014)

 

En las últimas semanas todo parece tranquilo en la coyuntura del país. Con la cotización del dólar más o menos controlada (últimamente comenzó a subir en algo, aunque no se espera se salga de “madre” a corto plazo), las noticias más “jugosas” se ordenan, todas ellas, alrededor de las especulaciones electorales. Sin embargo, el operativo de “contención social” para fin de año sigue aceitándose. A decir verdad, en los últimos años las fiestas han sido el “termómetro” que permite medir hasta qué punto la situación social se ha deteriorado o no. Todo el mundo recuerda como el año pasado -a propósito de la rebelión policial- se desató una importante ola de saqueos y el gobierno le teme como la peste a que se repita ese escenario.

 

Se frenó la espiralización de la crisis

 

El sustrato material de todos los desarrollos es el lento deterioro en las condiciones de vida que se está viviendo. El 2014 fue un año recesivo dónde la caída de la producción alcanzó algo en torno al 3%. Simultáneamente, a partir de la devaluación de enero, la inflación escaló como nunca antes bajo el ciclo k augurándose que de “punta a punta” en los doce meses, alcanzará algo en torno al 38%. A pesar de estas zozobras, durante la primera mitad del año el gobierno mantuvo el control de la economía; cerró acuerdos con REPSOL y algunas entidades internacionales (el CIADI y el Club de París) para comenzar a cumplir con “obligaciones” pendientes, y se encaminaba a tomar financiamiento internacional para cerrar cuentas y estabilizar la moneda. Pero la inesperada crisis con Griessa y los fondos buitres, amenazaron tirar todo su plan por la ventana. A finales de septiembre se llegó al pico de una nueva corrida cambiaria que dejó al país a las puertas de una nueva devaluación y con poner en cuestión, globalmente, los acuerdos cerrados en paritarias sólo unos meses atrás. De haber ocurrido esto, la estabilidad de la misma Cristina hubiera quedado amenazada. Por la conjunción de medidas administrativas tomadas por el gobierno (el relevo de Fábrega por Vanoli), más la unidad entre los de arriba (incluyendo la burocracia sindical en todas sus variantes) en que nadie quería un escenario de elecciones anticipadas en medio de una dramática crisis social, frenaron la escalada de la divisa y volvieron a traer tranquilidad.

Sumado a esto, el gobierno negoció en una serie de frentes (swap con China, adelanto de entrega de divisas por exportaciones futuras de las cerealeras, etcétera) para ingresar divisas. Conclusión: el dólar paralelo se tranquilizó y se entró en una suerte de pax cambiaria que por las próximas semanas parece asegurada. Sumado a esto está la expectativa que una vez vencida la cláusula RUFO a finales del año, el gobierno se siente a negociar con los buitres y de esta manera anunciar cuando la apertura de las próximas sesiones del Congreso que el problema de la deuda “ha quedado resuelto”… Que esa resolución signifique un nuevo ciclo de endeudamiento nacional es algo con lo que deberá vérselas el próximo gobierno.

La posible “espiralización” de la crisis logró frenarse al borde del abismo entre otras cosas porque aun a pesar del deterioro económico, la situación política global del país no es la del 2001: se vive una recuperación parcial de las instituciones. De momento nadie vocea “Que se vayan todos”. Más bien cada día que pasa se instala más el escenario político-electoral hacia las presidenciales del 2015.

 

La procesión va por dentro

 

Lo anterior no quita, repetimos, que las condiciones de vida no se hayan deteriorado. En este rubro, también, hay que diferenciar las cosas con el 2001: deterioro no quiere decir derrumbe. La tasa de desempleo y subempleo aumentó un par de puntos el último año; unos 100.000 trabajadores quedaron en la calle y alrededor de 350.000 estarían desalentados para salir a buscar uno nuevo. No son cifras despreciables. A la vez, los que trabajan menos de lo que necesitarían también han aumentado.

A esto se le agrega otro factor: el deterioro del salario. Esto es generalizado y tiene dos “vectores” por donde lo que se gana es menos en términos reales que un año atrás. Entre los trabajadores con relativamente menores ingresos, es evidente que paritarias firmadas por algo en torno al 30% están por detrás de una inflación que rozaría el 40 (hay que dejar anotado, en cualquier caso, que la escalada inflacionaria se habría “moderado” en algo las últimas semanas, aunque es muy previsible también que con las fiestas se viva un nuevo respingo). Y entre los de mayores ingresos relativos, además de que de todos modos la inflación les orada sus ingresos como a todos, está la problemática del impuesto al salario. Esto abarca capas enteras de trabajadores como las automotrices, petroleros, siderúrgicas, etcétera, parte de lo más concentrado del proletariado industrial obligado a pagar este impuesto escandaloso.

De cualquier modo, aquí vale lo que está dicho: no se vive un derrumbe en las condiciones de vida y, en estas condiciones, el comportamiento es más bien “conservador”: durante el año ha habido luchas muy duras de vanguardia como las de Gestamp y Lear, pero no un ascenso generalizado de las mismas. Esto debido al papel de contención de las direcciones sindicales de todos los colores (actuando para inhibir un posible desarrollo en este sentido); y también porque más allá de todos los “chispazos”, desacuerdos y enfrentamientos entre el gobierno y el empresariado, ha primado la idea de evitar despidos en masa (esto mediante mecanismos de contingencia tipo los REPRO o cualquiera otros). Los despidos que han ocurrido han sido más bien “selectivos”, “políticos”, como para escarmentar a los sectores de vanguardia o, en una escala mayor pero sin mayor visibilidad, por “goteo”, despidiendo aquí o allá. Este ha sido un claro factor estabilizador y podría continuar siendo así salvo que no se logre un acuerdo con los buitres y se venga una nueva crisis económica general como subproducto de un mayor deterioro de la economía mundial, algo que no puede descartarse.

Sin embargo, en esta ecuación hay una incógnita: tiene que ver con la situación social de los sectores más pobres entre los trabajadores (sobre los cuales están puestas ahora las alarmas preventivas). Respecto de los asalariados en general lo que se está haciendo es negociar sumas fijas, bonificaciones de fin de año o “sumas puente” como adelantos a cuenta de las paritarias del año que viene. Se pretende que este sea el mecanismo de estabilización para pasar las fiestas con tranquilidad; diversos dirigentes sindicales cacarean aquí o allá pero lo que pretenden es esto que está dicho en estas líneas.

Menos clara es la situación en los sectores de lo que podría llamar el “subproletariado”; es decir, las zonas más pobres de los barrios de los cordones industriales de las grandes ciudades, donde previsiblemente el impacto del aumento del desempleo y la inflación es mayor. De ahí los “planes de contingencia” que está armando el gobierno para evitar desbordes a fin de año. Simultáneamente, aquí hay otra incógnita que tiene que ver con el “poder de chantaje” de las fuerzas policiales, en las cuales funcionarios como el secretario de seguridad tucumano, depositan todas sus expectativas. No está descartado que en alguna provincia pretendan utilizar este poder para forzar aumentos, echando por la borda al menor parte del plan de una “navidad feliz”…

En cualquier caso, si la coyuntura luce más o menos “estabilizada”, el dinamismo político y social de la Argentina es tan grande, que cualquiera que creyera tener pronósticos absolutamente certeros podría equivocarse.

 

La danza de los presidenciables

 

De cualquier manera, y vista la estabilidad de las últimas semanas, lo que más ha “sonado” en materia política los últimos días, son los aprestos pre-electorales para las presidenciales. Más allá del marketing publicitario de  casamientos como el de Insaurralde con Jésica Cirio (¡atención que hasta ahora no ha decidido para donde va el “viento”, lo que es un indicador que las tendencias no están claras!), hay dos aspectos de peso a ser analizados.

El primero tiene que ver con el sistema de partidos en nuestro país y la crisis estructural del radicalismo. En las últimas décadas la Argentina parece haberse convertido en un país “unipartidista”: cada vez que ha habido una crisis política seria ha debido venir el peronismo (en cualquiera de sus variantes) a rescatar el sistema político. Con las fuerzas armadas por ahora “fuera de juego” (es el otro “gran partido” de la burguesía, pero quedaron muy golpeadas a la salida de la dictadura y además la situación objetiva no amerita su retorno), el otro gran partido histórico burgués es el radicalismo, partido que no logra tener una figura presidencial de peso y armar una firme coalición en torno suyo desde hace años. Lo carcomen, básicamente, dos fenómenos: que la generalidad de las direcciones de los principales sindicatos siguen –como históricamente- enfeudados a alguna variante del PJ; y que la representación de las “clases medias” de ha dispersado en variantes como las encabezadas por Macri, Carrio, Binner y otras figuras por el estilo en el resto del interior del país.

Esto hace que no haya otra estructura política nacional de peso para enfrentar al oficialismo que está detrás de una variante pos-kirchnerista seguramente de la mano de Scioli. Volveremos enseguida sobre esto.

Adelantémonos a decir primero, que de todos modos el radicalismo conserva la otra gran estructura partidaria nacional; de ahí que este partido se haya transformado en un “campo de pruebas” de Macri y Massa para operar sobre él “arrancarle pedazos” de manera fortalecer sus propios “armados presidenciales”. Y que en la “fumata” de la dirección de la UCR a comienzos de esta semana, se hay resuelto ganar tiempo refirmando por ahora el objetivo de postular una candidatura radical a la presidencia en el marco del UNEN. Del destino del radicalismo dependen en parte los próximos resultados electorales.

Esto nos lleva al segundo problema: las posibilidades de un continuismo K. La realidad es que el gobierno, aun a pesar de las zozobras del año, parece encontrarse con un escenario que no esperaba fuera tan “favorable”: pasó de la preocupación por una eventual salida anticipada de Cristina a barajar ahora un escenario en que el Frente para la Victoria podría imponerse en primera vuelta. Esta especulación se funda en que la marcha económica se mantenga mínimamente controlada (ingreso de dólares mediante, pudiendo volver a los mercados internacionales de crédito luego de un acuerdo con los buitres) y en que las recientes elecciones presidenciales en el continente (Bolivia, Brasil, Uruguay), mostraron un “voto conservador” donde a pesar del deterioro del “progresismo”, domina el temor a un retorno a los años ’90 fortaleciendo las propuestas “continuistas”.

De todos modos, la falta de un candidato de peso específicamente k lleva, de una manera u otra, hacia una negociación general con Scioli. Seguramente le pondrán un vicepresidente “propia tropa”, así como negociaran la lista de diputados y senadores nacionales, amén del resto de los cargos; pero lo que está claro es que la opción “continuista” que encarnaría el gobernador de la Provincia de Buenos Aires luce en alza a estas horas.

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