Por Claudio Testa



 

la crisis de la Iglesia Católica

 

 

“La doctrina no puede cambiar, pero la disciplina … [El Evangelio] no es un museo… Nosotros tenemos que caminar con todo el pueblo de Dios y ver cuáles son sus necesidades. Pero algunos cardenales temen que haya un efecto dominó y que, si se cambia un punto, todo colapse.” (Elisabetta Piqué, “Entrevista al cardenal Kasper”, La Nación, 29/10/2014)

 

Del 6 al 19 de octubre sesionó en el Vaticano la III Asamblea General Extraordinaria del Sínodo de los Obispos. Así se llama esta especie de “asamblea mundial” del catolicismo. Institucionalmente, es mucho menos que un Concilio, y generalmente pasan desapercibidos por el gran público. Pero en este caso tuvo una resonancia internacional notable, también por fuera de la misma Iglesia.

La repercusión es justificada. Se puede decir que el Sínodo “levantó el telón” y en su escenario se mostró con todo la crisis de la Iglesia Católica… y las divisiones doctrinarias sobre cómo hacerle frente. Estas diferencias, de profundizarse, podrían llevar a un cisma.

 

La crisis histórica de la Iglesia

 

El fondo, nada de esto es novedad. Desde hace tiempo advertimos acerca de esta crisis y sus coordenadas.[1] Sintéticamente: la Iglesia viene “barranca abajo”, en un doble proceso de pérdida de fieles, especialmente en sus dos regiones históricas, Europa occidental y América Latina.

Es que las normas “morales” retrógradas que pretende imponer a toda costa, han ido chocando cada vez más con la realidad de la vida social, especialmente de la juventud.

La condena del divorcio, de las relaciones sexuales sin casarse por la Iglesia, de la prohibición de anticonceptivos en general y del condón en particular (cuando es imprescindible para prevenir el HIV y otros males), del derecho de la mujer al aborto, el anatema contra gays, lesbianas, transex, etc., son todos puntos que en mayor o menor medida suenan como un disparate para las nuevas generaciones de los países europeos y de gran parte de América Latina.

Más profundamente: aunque todavía mucha gente de países como España, Italia, Argentina o Brasil se diga “católica” si le preguntan en una encuesta, en verdad ya no son “practicantes”. Es decir, su vida real tiene poco o nada que ver con la Iglesia.

Si son jóvenes y tienen pareja, lo más seguro es que tengan sexo sin pedirle permiso a un cura. Y cada vez en mayor medida, si se llevan bien, se irán a vivir juntos, sin pasar ni siquiera por el Registro Civil… y no hablemos de pasar por la Iglesia.

El tema del divorcio y la Iglesia es otro punto donde su desconexión de la realidad de nuestras sociedades alcanza el grado máximo de ridículo.

Y a eso se agrega un tema más trágico: el destape en la última década de las prácticas generalizadas de pedofilia. ¡El Vaticano no tolera a divorciados, LGTBs, ni relaciones extramatrimoniales, ni uso de condones; pero cierra los ojos cuando se trata de curas y obispos que violan a menores!

El problema es que la Iglesia (o buena parte de ella) todavía pretende actuar como si viviese en las épocas y sociedades en que la vida de las personas estaba encuadrada y pautada por su relación con ella, a través de sus sacramentos y sus mandamientos. Desde que nacías y eras bautizado, hasta que morías y te daban la extrema unción, los principales actos de tu vida, como el matrimonio, estaban atados a un algún sacramento que la Iglesia administraba. Y en ese transcurso, también debías obedecer sus mandamientos, con su poder de perdonar tus pecados o mandarte al infierno.

Todo eso ya acabó, incluso en los llamados “países católicos”. La Iglesia tiene el desafío de cómo enfrentar esta crisis, que se expresa además en otra amenaza no menos grave: la falta de “vocaciones”; es decir, el número cada vez menor de jóvenes que desean ser curas… por lo menos mientras subsista el celibato obligatorio. Esto se agrava por sus concepciones machistas-patriarcales: sólo los hombres pueden ser sacerdotes.

Por último, como las desgracias nunca vienen solas, la Iglesia Católica (no en Europa pero sí en América Latina) debe enfrentar la competencia de lo que hemos llamado las “religiones de la barbarie”: la infinidad de sectas y “pastores” más o menos delirantes y/o delincuentes; la mayoría made in USA pero también con producción en Brasil y otros países latinoamericanos.

 

La política de Francisco: ¿un remedio peor que la enfermedad?

 

Bergoglio fue convertido en el papa Francisco para hacer frente a esta crisis, donde la Iglesia se juega su supervivencia.

En su momento, pronosticamos que su política sería la de una especie de “conservador populista”, algo frecuente en la política latinoamericana en la que Bergoglio se ha formado. O sea: ningún cambio de fondo, doctrinario. Pero sí de formas. Nos parece que esto es lo que se está dando. Veamos los ejemplos más gruesos.

El rechazo del divorcio es uno de los puntos más ridículos de la Iglesia. Además, casi no lo comparte con otras religiones, incluso con la mayoría de las que se reclaman cristianas, como tampoco con el Islam ni el judaísmo. La Iglesia llega al extremo de negar la comunión a los divorciados (enviándolos así al infierno). Pero el resultado no ha sido lograr que los católicos no se divorcien, sino que se vayan de la Iglesia.

Francisco y su bando hacen un cambio formal. Como dice el cardenal Kasper, ratifican más que nunca la indisolubilidad del matrimonio (la “doctrina”), pero hacen un cambio de “disciplina” (o sea, de procedimientos): ya no van a echar al divorciado negándole la hostia. ¡Pero el matrimonio sigue siendo indisoluble… y punto!

El mismo truco aplican a las personas LGTBs. En sus buenas épocas, las quemaban en la hoguera. Hoy eso está mal visto. En Europa, EE.UU. y América Latina hay un importante cambio, que ha llevado en muchos países a la institución del matrimonio igualitario. La homofobia clásica de la Iglesia resulta hoy repelente. Entonces, repentinamente, el sector de Francisco descubre que “las personas homosexuales tienen dones y cualidades para ofrecer a la comunidad cristiana. ¿Estamos en grado de recibir a estas personas, garantizándoles un espacio de fraternidad en nuestras comunidades?” [Borrador proyecto de documento del Concilio].

¡Pero a no confundirse! Esa es la “disciplina”. La “doctrina” sigue siendo la misma: ¡Nada de matrimonio igualitario! ¡Las relaciones homosexuales son un pecado mortal!

 

Más papistas que el Papa

 

No sabemos si estos cambios de forma pero no de fondo (es decir, no de la inmutable doctrina) van a acercar a la Iglesia a muchas ovejas extraviadas. Su resultado inmediato ha sido más bien de crisis.

Un fuerte sector conservador, que rechaza tanto los cambios de “doctrina” como también los de “disciplina”, los enfrentó duramente en el Sínodo. Ya venía organizado como una fracción internacional, que días antes del Sínodo había publicado todo un libro con duras críticas a Francisco y los obispos y curas que lo secundan.

Los ataques al proyecto de documento presentado al Sínodo fueron violentos, especialmente en los temas de matrimonio, divorcio y actitud hacia los LGTBs.

El resultado final de la polémica y de la votación final no fue tranquilizador para el sector de Francisco. Este debió conceder enmiendas que significaron un retroceso en la política de mantener la “doctrina” aunque aflojando la “disciplina”.

“Las discusiones en las comisiones fueron ásperas. Por ese motivo los relatores decidieron no hacer públicos los registros de las mismas. El Papa concedió ese punto. Finalmente la gran mayoría de los puntos (59 sobre 62) del documento que recoge los debates (Relatio synodi) tuvo un amplio respaldo. Pero las cuestiones más conflictivas (homosexualidad, uniones civiles, sacramento para los divorciados) no lograron los dos tercios.”[2]

 

1.- Roberto Ramírez, “La doble crisis de la Iglesia Católica”, Socialismo o Barbarie, periódico, 14/04/2005.

2.- Washington Uranga, “Tenemos tiempo”, Página 12, 19/12/2014.

 

Sínodo de los Obispos

Signos de interrogación

 

Evidentemente, el Sínodo no comienza a cerrar la crisis de la Iglesia, sino más bien, como decíamos al principio, la pone en escena. Sale de las catacumbas del Vaticano para exponerse a la vista de todos.

Además, por primera vez en mucho tiempo, aparecen fracciones organizadas y duramente enfrentadas. Y no se trata de pequeñas minorías, como la que encabezó en 1970 el obispo francés Marcel Lefebvre contra el “progresismo” del Concilio Vaticano II. En el Sínodo, el papa Francisco no logró los dos tercios para imponer los puntos más significativos del giro que trata de dar a la Iglesia. Hay un fuerte sector en contra.

Paradójicamente, es quizás la misma gravedad de la crisis social de la Iglesia la que dificulta los esfuerzos de sus sectores más lúcidos para contrarrestarla.

El “vaciamiento” masivo de católicos practicantes, tanto en Europa como en América Latina, probablemente tiende a dejar dentro de las filas de la Iglesia a los sectores más retrógrados. Estos sectores ni siquiera admiten los cambios formales que los conservadores más lúcidos –como el papa– intentan aplicar para frenar y revertir el éxodo de fieles de una Iglesia que tiene el reloj atrasado varios siglos.

Sea como sea, lo indiscutible es que hace mucho tiempo que la Iglesia Católica no presentaba una grieta de semejante tamaño y a escala internacional. Ni la ruptura del lefebvrismo en los 70 ni la condena de los “modernistas” a fines del siglo XIX e inicios del XX tuvo proporciones parecidas.

Pero tampoco –por lo menos desde la Reforma y la Contrarreforma (siglos XVI y XVII)– el contexto social, político e ideológico en que existe la Iglesia Católica, ha cambiado tanto en relación a ella.

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