Griesa, el Banco Central y los dólares que faltan

 

 

La decisión del juez Griesa de considerar a Argentina “en desacato” (otra muestra de arrogancia imperial), sin duda, no cambiará nada importante en esta novela de la deuda. Se trata de una medida que todos (desde el gobierno a los “mercados”) daban por descontada, y en todo caso su efecto más inmediato será alimentar un poco el “relato” K de la “soberanía”… mientras se depositan religiosamente los pagos a los acreedores.

El resultado de este round del 30/9 es casi el mismo que el del 30/6. En aquella oportunidad, el gobierno depositó el pago de los bonos Discount, que quedó en un limbo (ni se cursó el pago ni se embargaron), y sólo cobraron los tenedores de bonos con jurisdicción en Buenos Aires. En la práctica, como los acreedores no cobraron, hubo default. Pues bien, ahora es casi lo mismo, sólo que los bonos en default ahora son los Par, por algo menos de 200 millones de dólares. Inclusive, Griesa volvió a autorizar los pagos con jurisdicción argentina, otra vez de manera ad hoc (antes había sido “por única vez”) y sin resolver siquiera esos pagos de modo definitivo.

El gobierno ya está tan acomodado a la situación que hasta se permite torear al juez neoyorquino: “Si está tan seguro de lo que hace, ¿por qué no embarga los pagos de una vez?”, dicen. Pero por un lado Griesa no tiene interés en jugar tan fuerte, y por el otro, el kirchnerismo no tiene nada para festejar. Porque mientras continúa el festival de discursos vociferantes contra los buitres, contra Griesa y en loca celebración de cada pago de deuda que anuncia Cristina, la presión contra la moneda argentina se hace cada vez más difícil de sostener y las arcas del Estado (Tesoro y Banco Central) crujen por lo vacías.

 

Un Banco Central desfondado…

 

En particular, la situación del Banco Central, el supuesto garante del valor de la moneda, está llegando a un punto realmente crítico. Recordemos que prácticamente desde su creación en la década del 30 el BCRA cumplió la función de ancla del peso, pero ese rol se sobredimensionó en los 80 y sobre todo los 90, con la convertibilidad de Cavallo. La economía argentina es una de las más dolarizadas del mundo: desde los precios de los terrenos hasta el de los bienes de consumo durables están atados al billete verde. En casi ninguna parte, por ejemplo, las operaciones inmobiliarias se hacen, como aquí, casi exclusivamente en dólares. Una larga historia de devaluaciones y estafas cambiarias han convencido a la burguesía argentina y a buena parte de la clase media de que el peso es una moneda para desconfiar, sobre todo en momentos de crisis abierta o inminente.

Así, de las dos garantías habituales que un banco central puede ofrecer como sostén de la moneda, la “confianza” y las reservas, aquí, y desde hace rato, sólo vale el respaldo en divisas (u oro). Cuando Macri dice que no necesita reservas porque a él los mercados le creen, se refiere a que él generaría esa “confianza” que el kirchnerismo ha perdido. Más allá de lo dudoso de la bravata (Macri, después de todo, vive en Argentina), es verdad que hoy todo el empresariado tiene un ojo puesto en el respaldo efectivo del peso. Y lo que encuentran no los convence para nada.

Motivos no faltan. Las reservas del BCRA ya perforaron el piso de los 28.000 millones de dólares, pero ese número debe ser relativizado. Por empezar, el gobierno sigue contabilizando los pagos de deuda que están en el “limbo” de Griesa como parte de las reservas; ya hay que restar unos 750 millones. Más grave es que, según las estimaciones de Orlando Ferreres, hay 5.200 millones de dólares de importaciones que el Central les debe a los empresarios. Sólo descontando ambos rubros, las reservas apenas superan los 22.000 millones, que tampoco son de libre disponibilidad.

Cuando se examinan un poco de cerca las cifras, es inevitable sacar la conclusión de que el patrimonio del BCRA está muy comprometido: sus emisiones de letras (Lebac y Nobac), que absorben los bancos, se duplicaron en el último año y alcanzan los 235.000 millones de pesos. Es decir, al cambio oficial, el total de las reservas, el 60% del circulante y el 30% de los depósitos del sistema bancario (Ámbito Financiero, 29-8). Sólo de intereses esa emisión genera pagos del BCRA a los bancos por 66.000 millones de pesos (unos 7.700 millones de dólares), que por otra parte son la fuente principal de las ganancias de la banca local.

 

…y una patronal a la espera de la devaluación

 

Este contexto hace que la clase capitalista argentina se haya volcado decididamente a cubrirse en divisas, a la espera de una devaluación que no es cuestión de saber si tendrá lugar sino cuándo será. Así, se explica la suba vertical de uno de los tantos dólares que cotizan en plaza, el “contado con liquidación” (compra de títulos en pesos en Buenos Aires, que luego se pueden liquidar en dólares en el exterior). A diferencia del famoso blue, que es un mercado de volumen marginal (aunque importante como referencia), las operaciones de contado con liquidación adquirieron una envergadura tal que sólo se explica por dos razones: la burguesía necesita dólares para operar, o busca asegurarse dólares para el futuro cercano. O las dos cosas.

Es seguro que las restricciones a las importaciones estén generando dificultades operativas. Por ejemplo, el BCRA acaba de autorizar a las automotrices una cuota semanal de… 25 millones de dólares para comprar insumos y autopartes. Poquísimo para una industria que arma autos con un 75% de piezas importadas. Pero todo es parte del apriete salvaje de las importaciones para impedir que sigan drenando las reservas del Central. Así, entre la recesión y la autorización de importaciones a cuentagotas, las exportaciones e importaciones cayeron un 10% en lo que va del año (enero a agosto 2014 vs igual período de 2013) y un 20% en agosto (contra agosto 2013). De hecho, las cifras de comercio exterior están por debajo de 2011. Entre la especulación, la urgencia por cubrirse y las necesidades reales de divisas para mantener la capacidad operativa, no es de extrañar que la demanda capitalista haya llevado al dólar contado con liquidación a $14,50. Ese dato es menos conocido que la cotización del blue, pero es mucho más representativo del estado de cosas en la economía.

Para colmo, el escenario externo decididamente no ayuda. Por un lado, sigue en caída el precio de la soja, lo que compromete seriamente los ingresos de 2015. Por el otro, el dólar se ha revitalizado internacionalmente (más por defección de las otras monedas, como el euro y la libra, que por fortaleza propia), y eso empuja a la devaluación al resto de las monedas. Brasil, Colombia y Uruguay han devaluado, sólo en septiembre y por el efecto del dólar más firme, un 7%. Todas estas presiones devaluatorias se suman a las que ya existían. Una manera de resistirlas es aumentar el ingreso de divisas… pero eso es justamente lo que no sucede.

En efecto, los exportadores no están lo que se dice ansiosos por liquidar sus dólares, ante la expectativa de que valgan bastante más en poco tiempo, y casi todas las demás canillas de crédito están cerradas. Veamos: al FMI no se le pide nada; el Banco Mundial podría prestar hasta 3.000 millones, pero la Unión Europea y Estados Unidos bloquean los créditos a la Argentina; el BID finalmente aprobó 800 millones de dólares… y del acuerdo de swap (intercambio de monedas) con China, se van a utilizar módicos 300 millones de dólares. Lo cual parece, y es, totalmente insuficiente para las necesidades de divisas; sólo en concepto del “dólar ahorro”, luego de la flexibilización del cepo, se van por mes unos 350 millones.

Debe ser por todo esto que el BCRA, que en virtud de la reforma de su carta orgánica en 2012 debería cuidar del “crecimiento, empleo y distribución del ingreso”, de aquí a fin de año se va a desentender de esos loables objetivos para concentrarse en una sola cosa: llegar a 2015 con un nivel de reservas que no hipoteque la recta final del mandato de Cristina con crisis cambiarias, megadevaluaciones o lindezas por el estilo. A este ritmo, no le va a resultar nada fácil.

Marcelo Yunes

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