Por Roberto Sáenz



Primeras enseñanzas de la derrota en Lear –

 

“Desviaciones como el sustituismo de los compañeros, el cretinismo puramente legal, la idea de que solamente mediante acciones legales y políticas se podría lograr el éxito en las luchas, son una unilateralidad que nos puede llevar a perder las peleas sin llevarlas hasta el final, sin apelar a todas las posibilidades de la lucha misma” (José Luís Rojo, SoB 300, 14-8-14).

 

Hace una semana la Verde del SMATA destituyó en una asamblea amañada a la interna combativa de Lear. Atrás quedaban casi tres meses de lucha donde se llevó adelante una de las peleas más duras de la actual coyuntura junto con la de Gestamp, también en el gremio mecánico. Y no se trató solamente de la destitución de la interna: 200 familias quedaron en la calle, entre ellas los 50 compañeros que todavía estaban en el acampe pugnando por su reincorporación. Una etapa de la lucha se cerró y se abre otra, la de la campaña por la reinstalación de los compañeros cesanteados, así como para avanzar en la impugnación de la asamblea regenteada por el sindicato.

Pero, a la vez, se impone otra tarea, tan importante como la anterior: llevar adelante, de manera implacable, el balance de esta lucha y las enseñanzas que se desprenden de ella para que sirvan al armazón estratégico de la nueva generación obrera y de la izquierda. No seremos nosotros los que escondamos que tenemos un cuestionamiento global a la conducción del conflicto por parte del PTS, la corriente hegemónica en la interna. Nuestro partido hizo un contrapunto permanente a lo largo del conflicto, insistiendo que era imposible ganar sólo desde afuera, que era puro fraccionalismo no tomar con equilibrio las enseñanzas de Gestamp. Lamentablemente, tuvimos razón. A continuación, entonces, nuestros primeros elementos de balance de esta histórica pelea.

 

No se fue hasta el final 

 

Al comienzo de toda la evaluación hay que colocar el error de caracterización con que se manejó el PTS, y que le trasmitió al colectivo de trabajadores. Nunca pareció comprender que se trataba de un conflicto no sólo económico sino político, que no se estaba ante  meras «suspensiones», sino que la patronal, la Verde y el gobierno venían por el activismo y la interna. Esta incomprensión provino –entre otras razones– de la lectura unilateral que hicieron de las enseñanzas de Gestamp, que había mostrado esos mismos rasgos sólo unas semanas antes. De ahí que se haya armado a los trabajadores con la falsa idea de que la ley estaba «de nuestro lado», o que «contra suspensiones no se sale a la luchar»; en definitiva, que no se los preparara para la verdadera guerra que se aproximaba. 

Un elemento central aquí tuvo que ver, insistimos, con la visión sesgada, internista, e, incluso, fraccional en relación con el conflicto de Gestamp. Nunca se entendió que eran parte de un mismo proceso, de una misma política del gobierno, la patronal y el sindicato de aprovechar la recesión para pasar a la ofensiva con una estrategia que dejara afuera al activismo y la interna. 

Se adujo que en Gestamp «se hizo todo mal»; se utilizó la experiencia histórica del puente grúa como un decálogo de lo que «nunca se podría hacer». Y, más aún, se insistió en la criminal definición de que «el conflicto se gana de afuera». Lo que no solamente estaba mal de cabo a rabo, sino que sólo puede estar al servicio de deseducar a los compañeros, a los trabajadores, a una clase obrera que instintivamente tiende a pensar en lo opuesto: que las luchas se ganan, en primer lugar, desde adentro, y que todas las demás enormes tareas, como la campaña afuera, son centrales pero tienen un valor auxiliar a que los trabajadores se atrincheren, con las medidas que fuere, dentro de la planta.

Hasta la patronal tienen enseñanzas que darnos a este respecto. Si la empresa pensara que no tiene ninguna importancia que los trabajadores se hagan fuertes adentro, si despreciara el valor que tiene controlar el lugar de trabajo, el monopolio de su propiedad privada, no se explica por qué le teme más que a nada a la ocupación de la planta, por qué decretaría de manera reiterada el lock out buscando sacar a la base fuera de la planta. Este interrogante no tiene respuestaen el particular mundo del PTS, donde la lógica de mini aparato autoproclamatorio se impone por encima de todo, hasta por encima de las leyes de la lucha de clases.

Porque es el ABC de la lucha obrera que los trabajadores, en este tipo de conflictos duros y aislados, deben tratar de hacerse fuertes, en primer lugar, dentro de la planta. Y que cuando esto no es posible, es una consecuencia de la lucha, un dato de la realidad, pero no una política nuestra. ¿A quién se le puede ocurrir algo así? ¿Cuánta pedantería hace falta para la afirmación taxativa de que «esta lucha la ganamos desde afuera»? ¿Qué dirección autosatisfecha puede convencer a la base de su partido de que esto podía ser así?

En una nota anterior señalábamos que a la hora de los conflictos se combinan tres planos: el legal, el político general y las medidas de lucha. Pero insistíamos que, con ser estos tres planos enormemente importantes y admitir todo tipo de desigualdades y combinaciones, dependiendo de las suma de las condiciones, es evidente que a la hora de luchas que se van endureciendo, donde la ofensiva es mayor, la primera y más importante medida es que los trabajadores debe hacerse fuertes dentro de la planta, llegando incluso, si no queda alternativa, como último recurso, a la ocupación. Que fue lo que hicieron los compañeros de Gestamp, que sí llevaron la pelea hasta las últimas consecuencias y están orgullosos de esto. ¡Como orgulloso está nuestro partido, que siente que fue parte de sentar un mojón en la educación estratégica de nuestra clase con la gesta del puente-grúa!

El primer y principal problema de la pelea en Lear es que no se fue hasta el final: los compañeros nunca se plantearon entrar adentro de la planta. Aquí tenemos otro ejemplo de cómo la patronal y el sindicato le temen más que a nada a esto. Buscaron cualquier subterfugio para dejar afuera a la interna. Claro que no era legal. Pero no les importó; así ganaron tiempo y dejaron a la base a merced de la Verde, que mediante un trabajo fino y sistemático fue ganándosela para sus posiciones conservadoras.

La interna pudo meterse en la planta cuando todavía se estaba a tiempo para esto. Pero, que sepamos, el PTS jamás dio una pelea en este sentido. Y no podía hacerlo si el centro de su política era que «no había que hacer como Gestamp»; si se dedicó a convencer al activismo de la zona norte no en las enseñanzas que había dejado esa histórica pelea, sino en que lo justo era hacer “todo lo contrario» a lo que se había hecho allí…

El PTS trabajó para desarmar estratégicamente al activismo con esa histórica lucha; desarmó a los compañeros de Lear. Y ahora tenemos que lamentar los resultados de esa política, más allá de que, evidentemente, la responsabilidad por el saldo de la pelea no está en los errores de esta organización, sino en la burocracia traidora que trabajó día y noche para reventarla.

 

“Con la ley en la mano”

 

Otra mala educación del PTS, casi congénita, que en este caso tuvo un costo sideral, es su inveterado legalismo. Muchas veces esta organización parece vivir en otro planeta, en el “mundo fetiche” del derecho laboral, que como todo derecho es un desdoblamiento o una reproducción ideal, distorsionada, del mundo real.

El PTS parece creer a pie juntillas en lo que dice el Ministerio de Trabajo y en el derecho laboral. En Lear también se manifestó esta tara tremenda. La experiencia en Gestamp fue que el gobierno y la patronal se desdijeron en la conciliación obligatoria sólo días después de haberla firmado.

No es que desde nuestro partido no tuviéramos muchísimas dudas de la conciliación que se firmó cuando los compañeros bajaron del puente grúa. Pero no había otra alternativa: no podían seguir ni una hora más allí. Fue correcto firmarla, y el PTS al principio dudó solamente porque era nuestro partido el que dirigía el conflicto.

Además, ya señalamos mil veces que sería de cretinos desconocer el derecho laboral y lo arraigado que está entre las relaciones obrero-patronales. Cualquier corriente que pretenda dirigir un conflicto o estar al frente de una representación sindical y se maneje de manera infantil al respecto cometería el más criminal de los errores izquierdistas; sería estudiantilista y no tendría derecho a dirigir a los trabajadores.

Pero otra cosa distinta es lo que pasa con el PTS, que suele irse para el otro lado. No educa en la desconfianza en la ley, lo que es algo muy distinto a utilizar la legalidad para nuestro lado cuando sea posible. Sería criminal no hacerlo así, sería no aprovechar cada mínimo resquicio para ganar. Pero el PTS llega casi a predicar la confianza en la ley.

El PTS se prestó al “show del Ministerio de Trabajo” sin posición crítica alguna. Esto terminó en una derrota «con la ley en la mano» por así decirlo. No como en Gestamp, en la que tuvieron que cagarse en su propia ley las autoridades, despertando un elemento de desconfianza en una institución como la conciliación obligatoria.

De manera sintomática, el Ministerio de Trabajo hizo entrar a los delegados en Lear cuando habían perdido ya la base. Una maniobra para que los humillara la Verde en esa asamblea trucha, amañada, coaccionada.

Pero así el Ministerio pudo decir que «hizo todo lo que legalmente tenían que hacer»; de ahí que, de alguna manera, fueran derrotados con la ley en la mano, lo que es terrible porque lo que queda incólume es la legalidad, en vez de avanzar en su necesariocuestionamiento.

Este legalismo es parte de un problema más general sobre el que volveremos: el enfoque estrictamente reivindicativo de los conflictos por parte del PTS, su ceguera a la hora de comprender que éstos son, o deben ser también, escuelas de la lucha de clases en el sentido político, en las cuales la vanguardia obrera avanza en la comprensión de las relaciones reales. Tiene una incomprensión absoluta de la sentencia de Rosa Luxemburgo de que lo más importante de las luchas no es solamente su saldo económico, sino lo que dejan en materia de conciencia y organización. Algo que, sin que se nos vaya para el otro lado (es decir, descuidar la importancia del resultado económico de las luchas, lo que sería obviamente criminal), es uno de los rasgos que más preocupa a nuestro partido a la hora de las luchas.

El legalismo del PTS fue otro de los factores de la derrota en la lucha de Lear. Porque la autonomía relativa del derecho en las relaciones reales, así como puede abrir brechas para la lucha, también puede funcionar como “duplicación ilusoria” de las relaciones reales, creando expectativas falsas, separadas de las relaciones de fuerzas materiales que son, en definitiva, las que deciden las cosas.

El Ministerio hizo entrar a los delegados cuando los hechos estaban consumados, cuando la Verde había logrado el control de la base, cuando la base estaba aterrorizada después de quince días de lock out y la amenaza de la empresa de “irse del país”. La maniobra legal se hizo sobre esta base material. Así, tras haber anunciado “triunfo” tras “triunfo”, la patronal , la burocracia y el gobierno impusieron, «legalmente», una durísima derrota.

 

La ocupación como último recurso

 

Un tercer problema en la forma en que el PTS condujo la pelea fue haber perdido, de manera irremediable, la base de la planta. Esto es particularmente grave porque al comienzo de la lucha Lear era una “zona liberada”: una experiencia que venía madurando hace años, con una interna independiente, con la base de la fábrica abrumadoramente dirigida por ésta. Es decir, condiciones muy distintas a las de Gestamp, donde las condiciones al inicio de la lucha eran mucho más difíciles.

¿Cuál fue la dinámica de la lucha? La Verde y la empresa trabajaron para birlarle a la interna la base de la planta. El elemento objetivo para esto es el atraso de los compañeros, la idea de que hay que “cuidar el puesto de trabajo”, que los de fuera “algo habrán hecho”, que son “todos zurdos” y los “zurdos te hacen perder el laburo”.

Pero el problema es que el PTS, que tanto nos criticó en Gestamp porque nos desvivimos por ver cómo recuperábamos a la base, no pareció tener ninguna estrategia al respecto. Aquí hay un problema vinculado a unilateralizar la estrategia de los bloqueos desde afuera.

Es verdad se han revelados efectivos, hasta cierto punto, a la hora de la lucha. La empresa, si tiene urgencias económicas, es posible que ceda a ellos. Pero los bloqueos por tiempo indefinido cuando hay compañeros trabajando adentro, cuando no son parte de una estrategia para intentar volver a entrar en la planta, pueden transformarse fácilmente en su contrario. Se termina perdiendo a la base que sigue trabajando, que termina por no sentirse parte de la medida de lucha, excluida de ella.

Ahí aparece el problema de la ocupación de la planta. El PTS tiene una verdadera “teorización” contra las ocupaciones. Eso se apoya en un elemento de verdad: para las nuevas generaciones, no radicalizadas todavía y con tanto peso del legalismo, la ocupación está todavía en el límite de sus métodos habituales de lucha. También es verdad que, en términos generales, los revolucionarios no inventamos nada, sino que los nuevos métodos y organismos surgen de la lucha misma de los trabajadores, del proceso que podríamos llamar (respecto de nosotros), “objetivo”. Es sabido que los soviets fueron creación de los obreros rusos, no un invento de Lenin y Trotsky, que sólo se dedicaron a generalizar sus enseñanzas.

Sin embargo, Trotsky también insistía en que los revolucionarios debíamos educar en lo que los trabajadores necesitan, en lo que la realidad pide a gritos llevar adelante, en lo que se hace una férrea necesidad para no ser derrotados.

Y cuando las condiciones son extremas, cuando no queda otro recurso, cuando hay que jugársela, la ocupación deviene una tarea imprescindible. Y no se trata de jugar al “izquierdismo” infantil, ni de que eso haga a una corriente más “combativa” ni nada por el estilo, sino de las necesidades que va colocando la lucha de clases, la tarea estratégica de avanzar en la recuperación de los métodos históricos de pelea de los trabajadores. Esto hace a una lucha que se va endureciendo conforme, también, la izquierda va avanzando en el seno del proletariado, una de las preocupaciones de la burguesía que están en el centro de la escena.

Pero el PTS no parece comprenderlo así. Le cayó en el regazo la interna de Kraft y desde allí sacó la conclusión de que “nunca habría que ocupar”; algo ridículo para una corriente revolucionaria. Es una discusión en la que venimos desde 2009, no es algo de hoy. Es verdad que la ocupación de Kraft fue minoritaria. Que había que trabajar por masificarla. Que apelar a este recurso de manera extemporánea puede servir para las corrientes oportunistas (como el PCR hizo en la Ford en los años 80) como taparrabos de su política. Pero otra cosa muy distinta, absurda y extremadamente oportunista es tener casi la teoría de que no se podrían llevar adelante ocupaciones de fábrica nunca.

 

La conciencia de los trabajadores, bien gracias

 

Ahí es donde entran los problemas del sindicalismo del PTS, quizá su déficit más grave: el no pelearle nunca nada a la base. Se nos preguntará: ¿qué sindicalismo si se hizo una enorme campaña política de la puerta para afuera? Efectivamente, y eso estuvo muy bien, tuvo impacto e instaló el conflicto nacionalmente. Felicitamos a los compañeros del PTS en este plano.

Pero esto se hizo de manera sustituista de la propia base y el activismo, de manera externa, por parte del mini-aparatito partidario, nunca a partir de una pelea política para que el protagonismo lo tuvieran los compañeros mismos. El PTS sueña que dirige “obreros revolucionarios” que hacen “grandes maniobras” como en la Panamericana en el paro general del 10 A, pero pierde de vista un componente central: la maduración política de los trabajadores.

Porque lo que el PTS cree que va a ocurrir “objetivamente” es leído por la base de otra manera. Aquí hay una incomprensión fundamental: no hay todavía un verdadero proceso de radicalización. Hay una simpatía difusa por la izquierda, hay un profundo sentimiento antiburocrático, amplios sectores son luchadores. Pero la realidad es que la conciencia promedio de nuestra clase sigue siendo economicista; el carácter reivindicativo de sus aspiraciones es el contenido real de su conciencia política. De ahí que tantos grupos de la izquierda se hayan terminado estrellando contra la pared, creyendo ver algo que no hay todavía o que está recién madurando y es un duro hueso de roer: el progreso en la conciencia política de nuestra clase. 

Pero aquí está el rol de los revolucionarios. Se trata de algo que está madurando, pero que los revolucionarios debemos ayudar a desarrollar. Pero si interpelamos las luchas de manera sólo reivindicativa, si cedemos a todos los prejuicios de la base, si no damos ninguna batalla, si capitulamos al economicismo y el legalismo, si sustituimos a los trabajadores a la hora de la lucha no colocándolos a ellos adelante, como protagonistas de las acciones, si pretendemos construir nuestras organizaciones por fuera de la experiencia real de nuestra propia clase, en lo que terminamos en el típico sindicalismo al cual se le adosa el aparatito partidario desde afuera.

Esta también es una dramática enseñanza de Lear. Porque en el caso de Gestamp, nadie podía dudar de que los protagonistas de la lucha era los propios trabajadores (¡los 9 trabajadores de los que habló Cristina!). Pero en Lear la cosa no queda tan clara. Sí, es una lucha por despidos. Pero sus protagonistas quedaron muchas veces difusos y perdiendo además ese protagonismo porque quedaron del lado de afuera de la planta, detrás del alambrado. Y porque en muchas de las acciones, los protagonistas principales eran los militantes del PTS, no los obreros de Lear.

Si hablamos de los límites del sindicalismo, en el caso de Lear (¡no así en el de Gestamp!) se agrega otro gravísimo problema: el cachetazo político que ha significado la destitución de la interna. Por supuesto que se trató de una asamblea amañada; si había un sector a favor de la Verde, otro votó por temor. Pero esto sólo pudo ocurrir por lo lejos que se llegó en la pérdida de la base de la planta, por lo errado de la estrategia con la que se condujo el conflicto. Esto también es parte del balance.

Esto nos vuelve a llevar al problema de la conciencia. La burocracia no solamente domina porque tenga “mano de hierro”; lo hace también por el atraso político de los compañeros. La conciencia obrera reivindicativa es una conciencia contradictoria. Los elementos políticos están dominados por la necesidad, que, en último análisis, es la que decide las cosas, salvo en los casos de politización.

Los compañeros “rebotaron” entre el odio a la Verde (su conciencia verdadera de que son unos traidores, de que juegan para el lado de la empresa), y su “conciencia falsa” de que de todas maneras “hay que trabajar”, que los “zurdos hacen demasiado quilombo”, que «cuando estás con los zurdos te comprás un problema», etc. Esto también requiere un enfoque político de parte de la izquierda, que suele brillar por su ausencia. Y un caso extremo es el del PTS, que ahora trata de hacer como si nada hubiese pasado, pero la destitución, amañada y todo, fue un golpe político a la izquierda en su conjunto.

 

Una estrategia equivocada

 

En definitiva, el PTS llevó adelante en Lear una estrategia equivocada: un cóctel de legalismo, sindicalismo, fraccionalismo anti Gestamp, una orientación de no pelearle nada a la base y de huirle como la peste a la medida que se imponía, que era la ocupación de la planta. Llegó la hora, entonces, de sacar las conclusiones del caso mientras se prosigue la campaña por la reinstalación de los compañeros y para que termine el basureo a los ex delegados.

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