Por Rafael Salinas



 

Se cae la fábula de la “sociedad post-racial” 

 

Finalizamos el artículo “La rebelión de Ferguson”, diciendo que en EEUU “el racismo no es sólo ni principalmente un sentimiento «subjetivo», puramente «psicológico», de blancos «malcriados». Es una relación estructural que ha sido esencial en la formación económico-social de EEUU ya desde su prehistoria colonial.

Como explica el gran historiador estadounidense Howard Zinn, esto nace antes que los mismos Estados Unidos… y hoy sigue en pie bajo otras formas:

“No hay un país en la historia mundial en el que el racismo haya tenido un papel tan importante y durante tanto tiempo como en los Estados Unidos. El problema de la «barrera racial» o «color line» todavía existe… ¿Cómo empezó? […] En las colonias inglesas la esclavitud pasó a ser rápidamente una institución estable, la relación laboral normal entre negros y blancos. Junto a ellas se desarrolló ese sentimiento racial especial –sea odio, menosprecio, piedad o paternalismo– que acompañaría la posición inferior de los negros en América durante los 350 años siguientes –esa combinación de rango inferior y pensamiento peyorativo que llamamos «racismo».”[[1]]

La comprensión de esta relación entre lo estructural –”relación laboral”, “rango inferior”– y lo ideológico –”odio, menosprecio, piedad, paternalismo”– es imprescindible para entender por qué EEUU tiene el triste privilegio de encabezar del ranking de racismo en la historia mundial, como reconoce uno de sus principales historiadores.[[2]]

Allí, el racismo ha sido esencial no sólo para superexplotar a la población discriminada, sino también para mantener en la obediencia al resto de los trabajadores y de las “clases subalternas”, fomentando las divisiones y enfrentamientos con los discriminados. En vez de unirse contra el explotador común, son manipulables para desatar, sobre todo en momentos de crisis, “guerras de pobres contra pobres”.

En todo esto ha habido, a grandes rasgos, tres etapas: la primera, la de la esclavitud hasta la Guerra de Secesión (1861-65), donde finalmente fue abolida; la segunda, desde allí hasta mediados de los años 60, puede definirse como de “emancipación sin libertad”[[3]]; la tercera y última, se abre con las extraordinarias movilizaciones de los 60, que obligan a conceder la mencionada “Ley de Derechos Civiles”… pero no llevan al fin de racismo, sino a la cooptación de una pequeña minoría (Obama es su máximo ejemplo). En ella, la gran masa de afroamericanos finalmente ha ido empeorando su situación en todo sentido, desde los ataques y discriminaciones racistas hasta sus ingresos, empleo y nivel de vida en general.

 

Washington y Jefferson, “padres fundadores”… y negreros

 

La Declaración de la Independencia de EEUU, emitida el 4 de julio de 1776, comienza diciendo que son “verdades evidentes por sí mismas” que “todos los hombres son creados iguales; que son dotados por su Creador de ciertos derechos inalienables; que entre estos están la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad…”

 

Ni se les pasó por la cabeza la necesidad de aclarar que la expresión “todos los hombres” no incluía negros africanos ni indígenas americanos. Lo daban por sabido. Es que buena parte de los “Padres Fundadores”, incluyendo Washington y sobre todo Tomas Jefferson –redactor de esta Declaración– eran grandes hacendados propietarios de centenares de esclavos.

Con la independencia, la esclavitud en EEUU subió como un cohete. En 1800 ya se habían transportado entre 10 millones de africanos a la “tierra de la libertad”. La producción de los esclavos para el mercado mundial (algodón en primer lugar) se multiplicó diez veces desde esa fecha hasta la Guerra de Secesión.

En 1857, a un esclavo –llamado Dred Scott– se le ocurrió recurrir a la Suprema Corte pidiendo su libertad, argumentando que el texto de Declaración de la Independencia establece que todos los hombres son “libres” e “iguales”. El tribunal lo puso en su lugar al fallar que el esclavo no podía reclamar su libertad, porque no era “una persona, sino una propiedad”, es decir, una cosa.[[4]] O sea, la deshumanización racista brotando del derecho absoluto de la propiedad privada capitalista.

Al mismo tiempo, el racismo antinegro fue incentivado, porque resultó utilísimo a los grandes hacendados para el sometimiento de los “poor whites”, los “blancos pobres” del Sur esclavista de EEUU, que podían ser una capa social potencialmente explosiva. Con poca o ninguna tierra, este amplio sector podía haber apuntado contra el puñado de grandes y riquísimos terratenientes, como en otros países. Pero gracias al racismo, fue orientado hacia el odio a los africanos y usado para mantenerlos en la esclavitud. Fueron, además, la carne de cañón de los Confederados en la guerra civil.

Ya señalamos que este mecanismo de enfrentar, racismo por medio, a pobres contra pobres, es un clásico de los EEUU. Con todas sus variantes sigue vigente hasta hoy, y es una de las principales palancas de la “estabilidad” de la dictadura del capital en EEUU.

 

Emancipación sin libertad – La etapa de Jim Crow: se fue la esclavitud pero quedó el racismo

 

“No estoy, y nunca he estado, a favor de equiparar social y políticamente a las razas blanca y negra… No estoy ni nunca he estado, a favor de dejar votar ni de formar parte de los jurados a los negros, ni de permitirles ocupar puestos en la administración, ni de casarse con blancos… […] Mientras que permanezcan juntos [blancos y negros] debe haber la posición superior e inferior. Y yo, tanto como cualquier otro, deseo que la posición superior la ocupe la raza blanca…”

Adivina, adivinador: ¿quién dijo esto? ¿El fundador del Ku Klux Klan? No. Lo dijo Abraham Lincoln, el presidente que condujo la guerra civil contra el Sur esclavista, y que finalmente hizo votar en el Congreso la abolición de la esclavitud.[[5]]

Pero una cosa era abolir la esclavitud, necesidad imperiosa para que el capitalismo norteamericano diese el salto colosal que lo llevó finalmente a superar a Europa. Otra, muy distinta, era acabar con el racismo. Es decir, que negros y negras dejasen de ser “inferiores”, que pudiesen tener derechos políticos y civiles, elegir y ser elegidos, casarse con blancos o blancas, etc. O sea, liberarlos realmente.

Así, después de un brevísimo período posterior a la guerra civil, en que los afroamericanos conquistaron derechos civiles y políticos, la victoriosa burguesía del Norte y la derrotada burguesía del Sur se pusieron de acuerdo para poner fin a la fiesta.

En todo el país, pero en especial en el Sur, se inició el período de las “leyes de Jim Crow”. Así se llamó a una abundante legislación de los estados que imponía la más repugnante desigualdad y segregación racial. Había de todo: impedir votar o ser candidato, prohibición de ingresar a universidades y escuelas para blancos (que por supuesto eran las mejores), de residir en barrios “blancos”, prohibir a los negros el ingreso a sitios públicos u obligación de hacerlo por distintas puertas, asientos privilegiados para blancos en transporte público, etc., etc. El movimiento obrero, lamentablemente, no fue inmune a esa peste racista: desigualdad de salarios, empleos “sólo para blancos”, etc.

El colosal movimiento de la población afroamericana contra la segregación, que culminó en los años 60, acabó con la etapa “Jim Crow”. Es que además se había combinado con otro gran movimiento de protesta, el de la juventud contra la guerra de Vietnam. Esto obligó a la burguesía imperialista a “cambiar todo, para que todo quede igual”.

 

La etapa de la (falsa) “sociedad post-racial”

 

La política del establishment norteamericano para salir de ese serio problema, combinó varias medidas, en primer lugar, el fin de las leyes “Jim Crow”, que fueron reemplazadas por una legislación que consagraba formalmente los derechos civiles y políticos de los negros.

Pero hubo otras medidas no menos importantes: por un lado, la cooptación de una minoría afroamericana, en especial de jóvenes, que lograron “hacer carrera”. El actual presidente Obama o Condolezza Rice (Secretaria de Estado de Bush) fueron dos de los productos finales de ese proceso de cooptación y “ascenso social”. Otro, que los precedió, fue el general Colin Powell, que comandó la primera guerra contra Irak (1991) e integró también el gobierno de Bush.

Menos publicitadas pero no menos efectivas, fue también la durísima represión y hasta el asesinato de los dirigentes y cuadros de los movimientos negros, sobre todo los más radicalizados como los Black Panters (Panteras Negras) o el encabezado por Malcom X (muerto en 1965). Incluso el moderado pastor Martin Luther King fue oportunamente asesinado en 1968.

Con todo esto, y sobre todo exhibiendo en el escenario a los prominentes cooptados, como Obama, en EEUU se impuso el mito de la sociedad “color-blind” (ciega a los colores) o “post-racial society”. Lo de Ferguson destruye esa mentira escandalosa.

La verdad es que, salvo una minoría de cooptados, las masas afroamericanas están socialmente peor que nunca y además para ellas no ha acabado el racismo. Uno y otro aspecto son inseparables. La crisis desatada en el 2008 agravó todo eso. Ferguson es un botón de muestra de todo Estados Unidos.

El 69% de la población de Ferguson es negra, y un 29% blanca. Pero el intendente, todos los concejales menos uno, los máximos funcionarios y todos los policías (menos tres), son blancos. Sin leyes “Jim Crow”, los obstáculos y triquiñuelas que se ponen a los negros para que voten o sean candidatos son bien efectivos.

En Ferguson y en toda la región, la tasa de pobreza de los negros es del 22%, diez puntos por encima de la tasa general que incluye a los blancos. En EEUU, la crisis ha golpeado a todos los trabajadores y capas populares. Pero los negros cayeron muchísimo más. El desempleo “oficial” en Ferguson era del 5% en el 2000. Ahora es “oficialmente” del 13% (y todos sabemos que en EEUU la cifra de desempleo se dibuja más que la de inflación en Argentina). Pero en el sector negro hay que hablar del 20 al 25%.

La caída del “patrimonio neto” de las familias negras es igualmente dramático. Mientras de 2005 al 2010, en todo el país, las familias blancas cayeron un 11%, las negras se derrumbaron un 31%. También con cifras del 2010, los blancos tienen en promedio seis veces más riqueza que los negros y los latinos, una proporción que además creció si se compara con el promedio de 1983.

En resumen: el racismo golpea a la población negra (y latina) con discriminación y maltrato policial. Pero también pega fuerte en su nivel de vida. Tampoco en eso el capitalismo yanqui es “ciego para los colores”.

 

[1].- Zinn, “La otra historia de los Estados Unidos”, Siglo XXI, México, 2010, pág. 27.

[2].- Acotemos al margen, que fue esencial en la formación económico-social de EEUU otro racismo paralelo: el que apuntaba a los pueblos originarios. En este caso, al no poder explotarlos como a los africanos, el racismo anti-indígena fue la ideología y la política imprescindible para realizar su “limpieza étnica”: el extermino de la mayoría y el encierro en “reservas indias” de los restantes. En ese sentido, la política actual de Israel en relación a los palestinos está inspirada en ese ejemplo, más aún que en la Sudáfrica “blanca”.

[3].- Zinn, cit., pág. 130.

[4].- Zinn, cit., pag. 142.

[5].- Zinn, cit., pag. 143.

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