Brasil, Argentina y el Mercosur –

«Hay dos visiones: están quienes dicen que el Mercosur, con todas las excepciones que tiene, está totalmente perforado; hay otra visión más ideológica y política que habla del bloque como sinónimo de la hermandad entre las naciones. Pero entre una hermandad que no produce nada y países que requieren acción, hay quienes optarán por salir de la foto y volver a la acción» (Juan Pablo Lohlé, ex embajador argentino en Brasil 2003-2011, La Nación, 26-11-13).

En Brasil habrá elecciones presidenciales en octubre, y en el marco de la campaña uno de los temas que mete más ruido en el debate entre los candidatos es el sentido y destino del Mercosur. Por un lado, Dilma Rousseff, del PT, defiende el bloque más o menos en su forma actual. Por el otro, los dos candidatos de la oposición de derecha, Aécio Neves y Eduardo Campos, lo cuestionan. El primero se supone que es «socialdemócrata» y el otro «socialista», pero esos rótulos, que no dicen casi nada en el resto del mundo, en Brasil significan menos todavía; sencillamente, se pelean por ver quién es más neoliberal.

Justamente por esa razón, tanto Neves como Campos reflejan una postura cada vez más extendida de la burguesía brasileña, que se podría resumir así: Brasil está para cosas más grandes que el Mercosur; ese bloque sólo tiene futuro si cambia sensiblemente en un sentido neoliberal, y si no, Brasil debe abandonarlo a su suerte. Tanto la poderosa FIESP (Federación de Industrias del Estado de San Pablo) como la CNI (Confederación Nacional de Industria) dejaron claro a través de sus voceros (y de las fundaciones e intelectuales que financian) que el Mercosur, así como está, es más un lastre que una ayuda para la clase capitalista brasileña.

No es una novedad. Hace tiempo que el empresariado del vecino país está que trina contra el bloque regional. Pero a las cuitas acumuladas a lo largo de décadas de relación ahora se suma una zanahoria muy grande: la propuesta de la Unión Europea de firmar un tratado de libre comercio (TLC) con Brasil.

Tradicionalmente la burguesía brasileña fue muy pro yanqui, y también hay quienes impulsan ahora un TLC con EE.UU. Así lo explicaba el presidente de la CNI, Robson Braga: «Un acuerdo de libre comercio no se hace de la noche al día, tenemos que comenzar a negociar con Estados Unidos, pues la industria brasileña se tornará más competitiva (…). Como líder en América latina, Brasil necesita buscar nuevas asociaciones, sin estar amarrado al Mercosur» (La Nación, 26-11-13).

Pero lo más tangible hoy, y lo que despierta las iras de la FIESP y la CNI, es la posibilidad de un amplio acuerdo comercial con la UE, que se demora, según Neves, por «las amarras de la vinculación ideológica» que hoy representaría el Mercosur «mientras el mundo avanza», el típico argumento neoliberal (Ámbito Financiero, 1-8-14). Entre ambas declaraciones hay más de nueve meses de diferencia, pero la palabra clave es la misma: amarra. Que, a juicio de la patronal brasileña, es hora de soltar para navegar por el ancho mundo del libre comercio.

Burguesías «nacionales»: entre la impotencia y el cipayismo

Este debate sobre el Mercosur tiene importancia porque hace a uno de los pilares del «relato latinoamericano» instalado en nuestro continente desde principios de siglo, con la lllegada al poder de los gobiernos «progresistas». Nos referimos a la supuesta «patria grande latinoamericana», a cuyo encuentro íbamos de la mano de «Néstor, Cristina, Chávez, Evo, Correa, Lula, Dilma, Pepe», etc. El Mercosur era visto como un primer capítulo económico de la «Patria Grande». Idea que se fortaleció tras el ingreso de Venezuela como miembro pleno, la suspensión de Paraguay luego del golpe contra Lugo y, sobre todo, la creación de la Unasur, foro político sudamericano al que se consideró heredero de la «unión latinoamericana que volteó el ALCA de Bush» en Mar del Plata, en 2005.

En la Argentina, el «relato» quiso desempolvar viejas (y perimidas) teorías sobre la «burguesía nacional», conductora de un supuesto proyecto autónomo frente al imperialismo yanqui. Pero pronto se vio que una cosa era obligar a EE.UU. a archivar un proyecto que exigía demasiada sumisión (en un contexto, además, de retroceso global de la hegemonía yanqui), pero otra muy distinta era poner en marcha un proceso económico y político independiente del imperialismo y la globalización.

Ni uno solo de esos gobiernos dio pasos sustantivos en ese sentido. Más bien, todos, con sus ritmos y sus matices, fueron poco a poco asumiendo la realidad del capitalismo mundializado y abandonaron toda pretensión de «antiimperialismo» siquiera verbal. En todo caso, a lo más que aspiraron fue a mostrar que su proyecto de integración al capitalismo global proponía alguna salvaguarda más y un manejo un poco menos cipayo que el neoliberalismo puro de los años 90. Y eso fue todo.

Pues bien, incluso estos sumamente módicos objetivos quedarán muy en cuestión de imponerse el punto de vista actual de la patronal brasileña (y hasta Dilma reconoce que hay que «flexibilizar» el Mercosur). Sucede que Brasil, por el peso y escala de su economía, es con mucha diferencia el factor cualitativo de las relaciones de Sudamérica con el resto del mundo. Si Brasil entierra el Mercosur, no queda nada que se parezca a un mercado común regional; sin duda, una asociación de Argentina, Uruguay, Paraguay y Venezuela no lo es.

Por otro lado, la «integración económica» latinoamericana ha avanzado poco y nada. Como hemos señalado en otras oportunidades, el único ejemplo de verdadera integración productiva continental es el complejo automotor Brasil-Argentina. Se trata de una rama con limitada pero real complementación, en función de una producción que excede los mercados internos respectivos. Pero incluso este caso es revelador de las taras y límites de las burguesías locales: no hay una sola terminal automotriz argentina o brasileña, e incluso las proveedoras de autopartes tienen un alto componente extranjero.

El lugar de Brasil y de Argentina en la división mundial capitalista del trabajo está muy claro: proveedores de materias primas y factoría global (de menor escala, desde ya) de ensamblado de automotores para compañías imperialistas. El Mercosur, a más de 20 años de su nacimiento, no sólo no ha cuestionado ese status de ambos países sino que ha contribuido a reforzarlo.

Pues bien, a la burguesía brasileña eso ya no le alcanza. Quiere entrar en el juego global de las «grandes ligas» (UE, EE.UU.), con el Mercosur, sin el Mercosur o contra el Mercosur. Quizá no lo haga así en la próxima gestión, si gana el PT. Pero el rumbo a mediano plazo está trazado: los aires de «unidad latinoamericana progresista» y de «Patria Grande integrada» ya han pasado su momento de gloria. El «relato» sin sujeto social real, los discursos sin recursos, los actos públicos sin ninguna transformación estructural seria de la economía y la sociedad, poco a poco van dando lugar al histórico pragmatismo cipayo de las clases capitalistas del continente. Y no sólo en Brasil.

Marcelo Yunes

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