Año nuevo, sistema eléctrico viejo

Por Marcelo Yunes

¿Qué puede hacer el sufrido usuario para evitar que le corten la luz unas horas, un día, varios días (y si vive en edificio de departamentos, con la luz se corta el agua)? Rezar para que llueva, escuchar en la radio cómo el pronóstico dice calor, mucho calor, más calor, y cuando se vino el apagón, armar una fogata en la calle para llamar la atención de las compañías eléctricas y el gobierno. El resultado, hasta ahora, fue sobre todo, por parte de las empresas, pedidos de disculpas y excusas, y por parte del gobierno, excusas y amenazas de estatización. En realidad, lo más concreto de todo son las excusas.

 

Teniendo la vela del deterioro

 

Ya es costumbre. Pasa desde hace años, y hay una especie de resignación: viene el verano, viene el calor, vienen los cortes. Es una especie de fatalidad meteorológica. Pero vale la pena recordar que cuando estos problemas empezaron, hace unos años, el anuncio del gobierno nacional fue que iba a haber una avalancha de inversiones y obra pública para aumentar la oferta de energía. Y se negaba en redondo a aceptar una “crisis energética”. No es una crisis, no; es sólo que “una demanda excepcional por razones excepcionales” (no es normal, parece, que en verano haga mucho calor) resulta mayor que la oferta. No es colapso energético, no; son “picos puntuales de demanda”. Bueno, hay que decirlo: hay crisis energética, y muy notoria. Eso significa, justamente, que ante un pico de demanda hay peligro de colapso en el sistema de suministro eléctrico. Veamos por qué.

La explicación se puede resumir en pocas palabras: la producción de energía aumentó menos que la producción en general. Un estudio del Instituto para el Desarrollo Social Argentino (IDESA) aporta datos bastante reveladores. Se trata de una comparación entre el crecimiento del PBI, es decir, de la economía en general, y el crecimiento de la oferta energética. El estudio diferencia tres períodos en los últimos 20 años, para los que establece un promedio de crecimiento en ambos rubros:

 

                                                           1993-1998                  1998-2003                  2003-2013

Aumento anual PBI (%)                    4,7                               -2,3                             6,5      

Aumento anual energía (%)              6,1                               4,0                              3,2      

 

Como se ve, la década kirchnerista se caracteriza por dos rasgos: mayor crecimiento promedio del PBI y menor crecimiento de la oferta energética respecto de la década anterior. Por esa razón, son falaces los argumentos del gobierno cuando revolea cifras de aumento de la capacidad de generación de energía. Ese aumento existe, pero lo que el gobierno oculta es que, como va por detrás del crecimiento promedio del conjunto de la economía, no sólo no es suficiente sino que empieza a tocar fondo el sistema entero de electricidad.

La actual capacidad instalada es de 24.900 megavatios por día. Pero esa cuenta incluye un montón de problemas, como algunas usinas térmicas muy viejas, instalaciones de tendido domiciliario que superan los 50 años de antigüedad y el uso de generadores a combustible que son obsoletos y/o carísimos. El consumo total, en los días de mucho calor, supera los 24.000 megavatios. Esto es: el sistema opera al límite, y en los eslabones débiles los cortes son numerosos e inevitables.

Ahora bien: ¿por qué el aumento de la generación de energía fue tan bajo respecto del índice general? Sencillamente, porque no hay inversión suficiente. Desde ya, del lado de las compañías privadas, sobre todo Edesur y Edenor, la inversión en mantenimiento es muy baja, y la inversión en generación nueva, casi inexistente. Las nuevas plantas de generación de energía eléctrica han corrido casi íntegramente por cuenta del Estado.

Por supuesto, esta inversión privada bajísima es la contracara de tarifas semicongeladas por 10 años, ya que el gobierno nunca se decidió a un tarifazo con todas las de la ley. Anunció muchos aumentos y concretó pocos: es el tributo confeso que debe pagar el kirchnerismo a la Argentina de 2001 y el país “anormal”. Recuérdese que uno de los principales blancos de la furia popular en 2001-2002 fueron las compañías privatizadas de servicios.

El gobierno ha reaccionado ante las sucesivas crisis energéticas de manera espasmódica, vacilante, empírica y contradictoria. Una muestra actual es que mientras por un lado busca un sinceramiento de las tarifas (es decir, una recomposición de la ganancia empresaria privada y, por ende, de su capacidad de inversión), por el otro amenaza a Edesur y Edenor con la estatización. Por supuesto, la amenaza es más para transferir el grueso de la responsabilidad a las compañías que para otra cosa. Porque, además, de hecho tanto Edenor como Edesur son hoy compañías prácticamente en default, que sólo se sostienen gracias al aporte estatal. Tienen todas las desventajas de las compañías privadas y estatales y ninguna de las ventajas de ambas. La “amenaza” debe haber sido recibida con sonrisas irónicas en los directorios de esas empresas.

 

Una clase dominante en apagón

 

En el fondo, y bien mirada, la crisis energética es una confesión de múltiples fracasos. Por empezar, es el fracaso de un supuesto “modelo productivo” que no ha sido capaz, en toda una década, de sentar mínimas bases para un desarrollo capitalista más o menos serio y sustentable. Porque si cada vez que la industria crece un poco el sistema eléctrico cruje, eso significa que se ha dejado de lado la puesta en pie de infraestructura (energía y transportes, esencialmente) que le dé sostenibilidad, competitividad y productividad al conjunto de la economía. Es exactamente lo que Milcíades Peña llamaba, hace 50 años, “pseudoindustrialización”, como hemos señalado reiteradas veces en estas páginas. La industria crece en determinados bolsones y nichos con ventajas competitivas especiales (agroindustria, automotores), pero es incapaz de un desarrollo integrado, profundo y sobre bases sólidas. Y la propia clase capitalista no atina a ver la crisis energética como parte de ese problema, sino como un muerto que hay que tirarle a éste o al próximo gobierno.

Es asimismo el fracaso de una política energética que en verdad nunca fue tal. Es decir, jamás hubo una meta clara de generación de energía y de cómo conseguirla. Se saltó de la exportación de hidrocarburos (2003-2009) a la importación; se alentó sucesivamente (y sin continuidad) el biodiésel, el carbón, la energía atómica y los hidrocarburos. Sólo en los últimos dos años se lanzaron grandes obras hidroeléctricas (las represas de Santa Cruz recientemente licitadas). Pero eso es, como reza el dicho inglés, too little, too late (demasiado poco y demasiado tarde).

Y esta crisis es, también, la confesión del fracaso del modelo de gestión “mixta de hecho” de la energía, donde conviven concesionarios privados con un Estado que regula tarifas y subsidios. Esta fórmula de equilibrio inestable podía tener su razón de ser en los primeros años de la gestión Kirchner. Pero, como muchos otros instrumentos de ese período, su utilidad pasó a ser cada vez menor hasta que ahora se revela como lo opuesto del principio, un descalabro en todo sentido: económico, político y de gestión del servicio. De ahí las amenazas de pasar directamente al modelo de gestión estatal, que no resuelve lo económico ni el servicio pero cierra un poco en lo político.

¿La solución, entonces, es estatizar? Más que una solución, es casi el único camino que queda, pero en sí misma no arregla ninguno de los problemas esenciales. Como hemos dicho en otras ocasiones, la cuestión de fondo es el carácter de una clase dominante, la burguesía argentina, que está completamente desentendida de las necesidades estratégicas y estructurales no ya del conjunto del país y de la población, sino incluso de la propia sostenibilidad de la economía capitalista argentina a largo plazo. Su personal político, a su manera y con sus mediaciones, refleja esta incapacidad histórica, o en todo caso tiene esos límites. Por eso al kirchnerismo no se le puede ocurrir jamás una estatización que incluya control de trabajadores y usuarios, únicos reales interesados en que el sistema eléctrico funcione bien, o que se proponga una verdadera planificación de una matriz energética, sino que va a reaccionar como lo hizo siempre. Es decir, con manotazos de ahogado, improvisación y medidas que equilibren el costo político con salir del paso hasta la próxima elección… o la próxima crisis.

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