V. I. Lenin



 

CAPITULO I

LOS PRINCIPIOS DEL SOCIALISMO Y LA GUERRA DE 1914-1915

 

La actitud de los socialistas ante la guerra

Los socialistas han condenado siempre las guerras entre los pueblos como algo bárbaro y feroz. Pero nuestra actitud ante la guerra es distinta, por principio, de la que asumen los pacifistas burgueses (partidarios y propagandistas de la paz) y los anarquistas. Nos distinguimos de los primeros en que comprendemos el lazo inevitable que une las guerras con la lucha de clases en el interior del país, y en que comprendemos que no se puede suprimir las guerras sin suprimir antes las clases y sin instaurar el socialismo; también en que reconocemos plenamente la legitimidad, el carácter progresista y la necesidad de las guerras civiles, es decir, de las guerras de la clase oprimida contra la clase opresora, de los esclavos contra los esclavistas, de los campesinos siervos contra los terratenientes y de los obreros asalariados contra la burguesía. Nosotros, los marxistas, diferimos tanto de los pacifistas como de los anarquistas en que reconocemos la necesidad de estudiar históricamente (desde el punto de vista del materialismo dialéctico de Marx) cada guerra en particular. La historia ha conocido muchas guerras que, pese a los horrores, las ferocidades, las calamidades y los sufrimientos que toda guerra acarrea inevitablemente, fueron progresistas, es decir, útiles para el progreso de la humanidad, contribuyendo a destruir instituciones particularmente nocivas y reaccionarias (como, por ejemplo, la autocracia o la servidumbre), y las formas más bárbaras del despotismo en Europa (la turca y la rusa). Por esta razón, hay que examinar las peculiaridades históricas de la guerra actual.

 

Tipos históricos de guerras modernas

 

La Gran Revolución Francesa inauguro una nueva época en la historia de la humanidad. Desde entonces hasta la Comuna de Paris, es decir, desde 1789 a 1871, las guerras de liberación nacional, de carácter progresista burgués, constituían uno de los tipos de guerra. Dicho en otros términos: el contenido principal y la significación histórica de estas guerras eran el derrocamiento del absolutismo y del régimen feudal, su quebrantamiento y la supresión del yugo nacional extranjero. Eran, por ello, guerras progresistas, y todos los demócratas honrados y revolucionarios, así como todos los socialistas, simpatizaban siempre, en esas guerras con el triunfo del país (es decir, de la burguesía) que contribuía a derrumbar o a minar los pilares más peligrosos del régimen feudal, del absolutismo y de la opresión ejercida sobre otros pueblos. Así, por ejemplo, en las guerras revolucionarias de Francia hubo un elemento de saqueo y de conquista de tierras ajenas por los franceses, sin embargo, ello no cambia en nada la significación histórica fundamental de esas guerras, que demolían y quebrantaban el régimen feudal y el absolutismo de toda la vieja Europa, de la Europa feudal. Durante la guerra franco-prusiana, Alemania expolió a Francia, pero ello no altera la significación histórica fundamental de esta guerra, que liberó a decenas de millones de alemanes del desmembramiento feudal y de la opresión de dos déspotas: el zar ruso y Napoleón III.

 

Diferencia entre guerra ofensiva y guerra defensiva

 

La época de 1789 a 1871 ha dejado huellas profundas y recuerdos revolucionarios. Antes de que fueran destruidos el régimen feudal, el absolutismo y el yugo nacional extranjero, no cabía hablar siquiera del desarrollo de la lucha proletaria por el socialismo. Cuando los socialistas hablaban del carácter legítimo de la guerra «defensiva», refiriéndose a las guerras de esa época, siempre tenían en cuenta precisamente esos fines, que se reducían a la revolución contra el régimen medieval y la servidumbre. Los socialistas entendieron siempre por guerra «defensiva» una guerra «justa » en este sentido (expresión empleada en cierta ocasión por W. Liebknecht). Sólo en ese sentido, los socialistas admitían y siguen admitiendo el carácter legítimo, progresista y justo de la «defensa de la patria» o de una guerra «defensiva». Si, por ejemplo, mañana Marruecos declarase la guerra a Francia, la India a Inglaterra, Persia o China a Rusia, etcétera, esas guerras serían guerras «justas», «defensivas», independientemente de quien atacara primero, y todo socialista simpatizaría con la victoria de los Estados oprimidos, dependientes, menoscabados en sus derechos, sobre las «grandes» potencias opresoras, esclavistas y expoliadoras.

Pero imagínese que un propietario de cien esclavos hace la guerra a otro que posee doscientos por llegar a una distribución más «equitativa» de los esclavos. Es evidente que emplear en este caso el concepto de guerra «defensiva» o de «defensa de la patria» sería falsificar la historia y, en la práctica, equivaldría pura y simplemente a un engaño de la gente sencilla, de los pequeños burgueses y de los ignorantes por hábiles esclavistas. Pues bien, precisamente así engaña hoy la burguesía imperialista a los pueblos, valiéndose de la ideología «nacional» y de la idea de defensa de la patria, en la guerra actual que los esclavistas libran entre si para consolidar y reforzar la esclavitud.

 

La guerra actual es una guerra imperialista

Casi todo el mundo reconoce que la guerra actual es una guerra imperialista, pero en la mayor parte de los casos se tergiversa esta idea, ya sea aplicándola a una de las partes o bien dando a entender que, pese a todo, esta guerra podría tener un carácter burgués progresista, de liberación nacional. El imperialismo es la fase superior del desarrollo del capitalismo, fase a la que sólo ha llegado en el siglo XX. El capitalismo comenzó a sentirse limitado dentro del marco de los viejos Estados nacionales, sin la formación de los cuales no habría podido derrocar al feudalismo. El capitalismo ha llevado la concentración a tal punto, que ramas enteras de la industria se encuentran en manos de asociaciones patronales, trusts, corporaciones de capitalistas multimillonarios, y casi todo el globo terrestre está repartido entre estos «potentados del capital», bien en forma de colonias o bien envolviendo a los países extranjeros en las tupidas redes de la explotación financiera. La libertad de comercio y la libre competencia han sido sustituidas por la tendencia al monopolio, a la conquista de tierras para realizar en ellas inversiones de capital y llevarse sus materias primas, etc. De liberador de naciones, como lo fue en su lucha contra el feudalismo, el capitalismo se ha convertido, en su fase imperialista, en el más grande opresor de naciones. El capitalismo, progresista en otros tiempos, se ha vuelto reaccionario; ha desarrollado las fuerzas productivas a tal extremo, que a la humanidad no le queda otro camino que pasar al socialismo, o bien sufrir durante años, e incluso durante decenios, la lucha armada de las «grandes» potencias por el mantenimiento artificial del capitalismo mediante las colonias, los monopolios, los privilegios y todo género de la opresión nacional.

 

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