“Por sus frutos los conoceréis. ¿Acaso se recogen uvas de los espinos, o higos de los abrojos?” (Mateo 7:16)

No acostumbramos a citar con frecuencia los Evangelios. Pero en este caso viene bien esta cita, de un materialismo elemental pero correcto. Efectivamente, ¿cuáles han sido los frutos de los acuerdos, a casi 20 años de 1994, el año en que Mandela asumió la presidencia, marcando también el fin del apartheid? Veamos algunos ejemplos.

La masacre de Marikana, una postal de la Sudáfrica actual

El 16 de agosto de 2012, una terrible represión policial se llevó la vida de 34 mineros en Sudáfrica. Se ensañó sobre más de 3.000 trabajadores de la multinacional inglesa Lonmin Platinum en la localidad de Marikana, a cien kilómetros de Johannesburgo, capital económica del país. Los trabajadores estaban en huelga por aumento de salario desde el agosto. Habían salido a la lucha pasando por encima de la podrida burocracia del sindicato del COSATU.

Esta masacre, que tuvo resonancia mundial, no es una matanza cualquiera. Reproduce milimétricamente las masacres que eran práctica común en la época del apartheid. La única diferencia es que los asesinos no eran policías o militares blancos.

¿Sudáfrica aún es un estado de apartheid?

Esta pregunta se la hacen muchos, entre ellos el especialista que citamos antes. Para él, hechos como la masacre de Marikana ponen al descubierto “la profunda antipatía y el temor del ANC hacia la fuerza social en la que se apoyó para llegar al poder: la clase trabajadora negra. Está actuando con odio y violencia contra los que, con su sacrificio, lo llevaron al poder” (Longford, “South Africa: still an apartheid state”, spiked-online, 26/09/2013).

Otro analista de Sudáfrica, Patrick Bond, sostiene que “del apartheid racial se ha ido al apartheid de clase” (Monthly Review, marzo de 2004). Es que, significativamente, el primer gobierno negro, el de Nelson Mandela de 1994-1999, fue el primer gobierno neoliberal rabioso de Sudáfrica. Los anteriores gobiernos racistas eran por supuesto capitalistas al mil por ciento, pero aún no habían dado el salto al neoliberalismo que se generalizaría en los 90. Fue Mandela quien asumió la tarea, gracias además la respaldo masivo de que gozaba.

El primer acto de su gobierno fue acudir al Fondo Monetario Internacional para gestionar préstamos leoninos y designar a dos economistas neoliberales “sugeridos” por el FMI, para ministro de finanzas y gobernador del banco central. Acotemos que ambos eran del National Party, el partido racista que había creado el apartheid y gobernado con ese régimen.

Las consecuencias ya se notaron al final de esa primera presidencia del ANC, con Mandela: la desigualdad social entre blancos y negros dio un salto fenomenal.

“Como resultado, de acuerdo incluso a las estadísticas del gobierno, los ingresos familiares de los africanos negros cayeron un 19% entre 1995-2000 (a $3,714 por año), en tanto los ingresos familiares de los blancos aumentaron un 15% (a $22,600 por año). No sólo se intensificó la pobreza relativa sino también la absoluta, en tanto la proporción de hogares con ingresos menores a $90 creció del 20% de la población en 1995, al 28% en el 2000. A lo largo de la división racial, la mitad más pobre de todos los sudafricanos ganaba sólo el 9,7% del ingreso nacional en el 2000, por debajo del 11,4% de 1995. El 20% más rico ganaba el 65% del ingreso total” (Patrick Bond, cit.).

«La oligarquía blanca compró a los políticos negros»

 

Tras estas realidades se esconde un proceso político-social: el ascenso de una capa de negros que se enriquecieron, principalmente por vía de la corrupción en el ANP y el gobierno, y que ahora constituyen un sector de la burguesía y las clases medias altas.

Es lo que describe el escritor y economista Moeletsi Mbeki, que conoce esto desde adentro. Es hermano del ex presidente Thabo Mbeki (1999–2008), que sucedió a Mandela. En su libro «Arquitectos de la pobreza: por qué se debe hacer frente al capitalismo de África», Moeletsi Mbeki saca los trapitos al sol de la élite gobernante.

“Se ha creado una pequeña clase no productiva pero rica de capitalistas negros, compinches con los grandes capitalistas blancos, constituida por políticos del CNA (Congreso Nacional Africano, partido gobernante), algunos retirados y otros no» (Mbeki, «La oligarquía blanca compró a los políticos negros», IPS, 26/08/2009).

La vuelta del racismo

 

Resulta increíble pero al fin de cuentas lógico, que el gobierno negro al servicio de la gran burguesía sudafricana que sigue siendo blanca por abrumadora mayoría, terminara resucitando el racismo.

Antes, el apartheid se basaba en el racismo blanco contra los negros en general. Ahora el nuevo racismo, promovido desde arriba a través del degenerado aparato del ANC, se dirige contra otros negros: los inmigrantes de otros países africanos, principalmente Mozambique.

Esto ha dado lugar a pogroms y matanzas, que cuentan con la “vía libre” de la misma policía que masacró a los mineros de Marikana. Una periodista de Johannesburg describe así la cosa:

“Se desató una oleada de ataques xenófobos en barriadas sudafricanas. Turbas de exaltados golpearon y asesinaron a extranjeros, principalmente de Mozambique. Quemaron vivos a algunos de ellos, en escenas que rememoran las épocas de violencia de la era del apartheid. Los atacantes eran en su mayoría sudafricanos negros que respondían a organizaciones políticas pro gubernamentales.

“¿Cómo realizan la caza de ‘shangaans’ (mozambiqueños)? Un grupo de hombres armados irrumpe en una chabola y pregunta a los residentes cómo se dicen en zulú palabras muy precisas, como codo o meñique. No saber la respuesta significa que uno es un ‘amakwerekwere’, que farfulla, que habla diferente. Esto supone el apaleamiento, o incluso la muerte” (Lali Cambra, “A la caza del ‘shangaan’”, El País, 25/05/2008).

Esto sucede en la nación que fue ejemplo mundial de lucha antirracista. Este es el balance de la gran entregada del ANC, encabezado por Nelson Mandela.

Elías Saadi

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