“Los grupos económicos no tienen capacidad de conducción. Hay que enfrentarlos por su propio bien”. Andrés “Cuervo” Larroque dixit

Parece que los aires de fin de ciclo que golpean al gobierno nacional hacen que  empiecen algunos sinceramientos. El titular de La Cámpora, Andrés Larroque, en algunos fragmentos de una entrevista a la revista La Turba, da cuenta del rol histórico que se planteó el kirchnerismo y de los límites insalvables de su condición de partido patronal, defensor del sistema de explotación de millones al servicio de un puñado de ricachones.
Primero leamos al “Cuervo”:
“Nestor Kirchner fue producto de la crisis del bloque hegemónico en 2001 […] El país nunca tuvo burguesía nacional, nunca tuvimos clase dominante, ni siquiera grupos económicos conscientes de su rol de conducción. Ni siquiera le dieron un orden socio económico a este país, sino que lo destruyeron y lo llevaron al borde de la guerra civil. Los grupos económicos no tienen capacidad de conducción. Hay que enfrentarlos hasta por su propio bien. Destruyen la matriz que genera sus propias ganancias».
Este breve fragmento es riquísimo en determinaciones teóricas, históricas, políticas y sociales.
Su primera afirmación desnuda el relato que montó el Kirchnerismo acerca de que la «historia moderna» de la Argentina habría empezado el 25 de mayo de 2003 (cuando asume Nestor Kirchner). Acá se reconoce que quien dio vuelta, más no sea en parte, la tortilla y modifico las relaciones de fuerzas entre las explotados y los explotadores fue la rebelión popular de diciembre de 2001, es decir el «Argentinazo». Cabe recordar que esa lucha heroica fue ignorada y vilipendiada por el Kirchnerismo. Ese intento de desvalorizar la acción independiente de las masas tiene fuertes bases de clase, puesto que toda acción desde abajo tiene en su «ADN» las bases de una crítica radical y revolucionaria al régimen de opresión capitalista. El «Argentinazo» fue una demostración colosal de las fuerzas creadoras y de la potencialidad contenida dentro de las masas trabajadoras y populares. Pero no son solo causas objetivas las que movilizan a la nomenclatura kirchnerista, también su desprecio a esta acción independiente tiene un condimento “psicológico”. Es que los K siempre supieron y sintieron que ese proceso les marcaba la cancha por izquierda, que sus intentos de normalización del país (recordemos que la campaña de Nestor Kirchner 2003 fue “Argentina, un país en serio”) encontraban un límite en el hecho de que las masas habían ganado las calles. El Gobierno que asume en mayo de 2003, de la mano de Eduardo Duhalde, tenía la misión de desmontar esa fuerza popular y re encauzar al país dentro de las corrompidas instituciones de la Argentina patronal. Esa fue su misión histórica, y nobleza obliga, hay que reconocer que en buena medida tuvieron éxito en su tarea reaccionaria y conservadora.
A renglón seguido, el mandamás camporista, se despacha con una sentencia socio-histórica interesante: La afirmación de que Argentina nunca tuvo ni burguesía nacional, ni clase dominante ni grupos económicos conscientes. Lo primero es un reconocimiento de la debilidad congénita y el carácter proimperialista de la clase social a la que él y su proyecto político sirven. Es cierto Argentina no tiene burguesía “Nacional”, lo que tiene es una despreciable burguesía nativa pro imperialista. Pro esta realidad no valida la conclusión de que no hay clase dominante, esto es una falacia descomunal que movería a risa si no fuese una malversación política. Es un engaño consiente que da cuenta de la impotencia histórica del proyecto K. Lorroque confunde la realidad con sus deseos. La Argentina por supuesto que tiene clase dominante, pero es una clase dominante de un país atrasado, semi colonial, y por lo tanto la proyección histórica de este sector social es pusilánime. Pero a diferencia del señor Larroque, que tiene una confusión risible, ellos si tienen claro su rol, y su conciencia está determinada por este. La burguesía argentina, es una aliada subordinada al imperialismo, ella sabe que sus intereses están en ser socios menores en la explotación de la Argentina (es decir el estrujamiento de su clase trabajadora, y el saqueo de sus recursos naturales). Tan consientes de esto son, que lo han hecho durante siglos. El lacrimógeno planteo del señor Larroque tiene sus bases en el desencanto de quien se ha desayunado con que su fantasía de un empresariado “nacional” y “emprendedor” no tiene ninguna base social, es un mito, una falacia histórica. Pero, claro, de ninguna manera esto lo lleva a cambiar su esquema de pensamiento. Sus políticas son de clase, y su ideología, es un misticismo que justifica su paupérrimo interés pequeño burgués. No, lejos de algún honesto replanteo que re oriente sus acciones en favor del interés nacional, es decir en favor de los intereses de los trabajadores, el señor Larroque, como vocero del fracaso K, repitiendo la historia como farsa, da un salto al arcón de los disfraces y vuelve vestido con las ropas de Don Bonaparte.
Ahora, como un grave sonido de ultratumba, se escuchan las voces avejentados del pasado decir: “Si la burguesía no existe, la burguesía seré yo”. ¿Y dónde está ese “yo”? El representante general de los intereses comunes de la burguesía: el Estado. Acá nos vemos obligados a reconocer que en Larroque hay una buena síntesis política, por supuesto viciada por su condición de clase.
Aquí tenemos el nudo de todo el kirchnerismo, su razón de ser, su esencia, su contenido de clase, y el punto de apoyo para comprender sus contradicciones políticas. Repitamos la cita del dirigente camporista “Los grupos económicos no tienen capacidad de conducción. Hay que enfrentarlos hasta por su propio bien.” No tiene desperdicio.
Como el saqueo continuo e indiscriminado del país llevó a la sociedad burguesa al colapso, eso y no otra cosa fue la crisis de 2001, (“llevaron [a la sociedad] al borde de la guerra civil” en palabras del “Cuervo”), el gobierno K asumió el rol de árbitro entre la burguesía nativa y su socio comercial en la explotación (el imperialismo) por un lado, y la clase obrera y los sectores populares por el otro.  Engels lo resumía con más precisión: “Para que […]  estas clases con intereses económicos en pugna, no se devoren a sí mismas y no devoren a la sociedad […] hízose necesario un Poder situado, aparentemente, por encima de la sociedad y llamado a amortiguar el conflicto, a mantenerlo dentro de los límites del ‘orden’. Y este Poder […] es el Estado» Pero este poder, este árbitro no salió de la nada, no es parte de la santísima trinidad ni producto de la pacha mama, es un hijo dilecto de la Argentina burguesa. No es casualidad que haya sido Duhalde el promotor de este ascenso, y en nada cambia esto el que después efectivamente terminaran distanciados (¿Acaso Duhalde y Menem no se pelearon también?… díganme: ¿Quién es mejor que quien?).
El Kirchnerismo obteniendo el control del Estado, intentó actuar como encarnación de su idea de burguesía «Nacional» (con mayúscula). Pero incluso en esto fracasó por miserable y pusilánime. Para hacer esto requería un enfrentamiento global con la burguesía realmente existente, una lucha que no estaba dispuesto a dar por ser el kirchnerismo mismo un proyecto cien por ciento burgués; por su propia naturaleza, nunca lo hizo. Lo más que llegó fue al choque, y veloz retirada, de la 125. Luego, conflictos menores sin grandes consecuencias. Pero en cualquier caso, los escarceos cotidianos, más fuertes o más débiles, con sectores económicos estaban inscritos en la lógica misma de su función.
Pero la realidad tiene sus límites y su ironía. Luego de un periodo donde este arbitro fue útil y necesario, cuando cumplió con su objetivo de contener la movilización popular, resulta que ya su función, a ojos de la gran burguesía, estuvo cumplida. Aquí es donde los sectores más poderosos le recordaron a los K, que ellos podrían detentar el gobierno, pero que el Estado es burgués, y que la burguesía, aunque no lo entienda Larroque, si existe.
Los K fueron una herramienta imprescindible para la defensa de la Argentina burguesa, patronal, explotadora y semi colonial. Ahora hay un sector de los dueños de la Argentina que se cuestionan si no es momento de cambiar de lacayo.
Pero Larroque esto lo sabe, solo es que le gusta ser un destacado payaso en este circo.

Martín Primo

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