Por Santiago Follet

La noticia del día en Francia es sin dudas la obtención de su segundo título en la Copa Mundial de fútbol, campeonato ampliamente celebrado por el fan número 1 de la selección gala, el presidente de la República, Emmanuel Macron. Es que el mandatario del país ganador de la competición aprovechó cuanta ocasión pudo para posar junto a los jugadores campeones apareciendo en numerosas fotos y videos al lado de los protagonistas. Incluso se animó a arengar al grupo en el vestuario luego de la victoria, destacando esta gran epopeya para el orgullo de todo el pueblo francés.

Uno de los aspectos más comentados de este equipo tiene que ver con su composición étnica, en donde la gran mayoría de sus integrantes son descendientes de inmigrantes de origen africano, provenientes de ex colonias francesas. Al mismo tiempo, los pocos “blancos” del equipo también tienen antepasados inmigrantes que vienen de otros países. Por un momento, según los festejos oficiales, parecía que el Estado francés se olvidaba de los conflictos raciales, en una unidad multicultural de júbilo y éxito.

Sin embargo, la verdad es que detrás de los festejos oficiales en los mundiales suele esconderse otra historia, que coincide muy poco con el relato del poder. Así como Videla alzaba la copa en 1978 en un Monumental repleto a solo metros de la ex ESMA; mientras Macron celebraba junto a los jugadores negros, la policía francesa reprimía los festejos en numerosas ciudades del país.

Muy poco duró esta fachada de integración cultural, que tenía su antecedente en el mundial de 1998, cuando la victoria francesa en su propia casa inauguró el lema “black-blanc-beur” (negro, blanco, árabe), para designar a un equipo ganador con una integración cultural supuestamente exitosa.

Sin embargo, los verdaderos héroes del Estado imperialista, “nuestros héroes cotidianos”, como señaló el ministro del interior Collomb, no son los jugadores campeones, sino las fuerzas armadas que tuvieron su homenaje en el acto del 14 de julio. Y fueron esas mismas fuerzas del orden que desfilaron desde el Arco del Triunfo por los Campos Elíseos con el presidente, las que se encargaron, solamente un día después, de reprimir y de llevarse la escandalosa cifra de 292 detenidos en un lapso de algunas pocas horas.

Porque por más maquillaje que el gobierno quiera ponerle a la situación, la realidad es que este discurso de unidad nacional, patriótica y republicana busca esconder la dominación capitalista e imperialista existente que tiene su cara más cruda en la violencia represiva ejercida por policías y gendarmes contra la población negra y árabe. El mismo presidente que se abraza con los jugadores hijos de inmigrantes es el que celebra el tratamiento de la ley de asilo e inmigración, el que reprime y desaloja a los inmigrantes y a los refugiados que vienen de países que el propio Estado francés ataca e invade militarmente. El mismo presidente que defiende firmemente a la policía asesina, cuando hace apenas una semana que un nuevo caso de gatillo fácil se llevó la vida de Aboubakar Fofana, asesinado brutalmente frente a su familia en un control policial que lo condenó a muerte por su color de piel.

Por su parte, la extrema derecha también aprovechó para explicitar una vez más su odio racista recalcitrante. La líder del Frente Nacional, Marine Le Pen, lo explicó claramente en su cuenta de Twitter. Luego de festejar de forma hipócrita la victoria “nacional”, agradeciendo al entrenador Didier Deschamps –por cierto, uno de los pocos “blancos” que había para destacar–, Le Pen declaró: “Escenas de saqueo: los franceses tienen sobre sus cabezas a los alborotadores, destructores y saqueadores profesionales que utilizan todas las ocasiones para arruinar todo evento colectivo. La mayor severidad tiene que convertirse ahora en la regla contra estos actos anti-franceses.” Al mismo tiempo, celebró el anuncio de la deportación a Argelia de Djamel Beghal, considerado el mentor de los atentados de Charlie Hebdo.

Muy poco duró la fiesta republicana, con su fachada de celebración y tolerancia racial. Muy poco duró porque el gobierno de Macron decidió festejar el campeonato reprimiendo y deteniendo a la población. Muy poco duró porque el Frente Nacional utilizó los “disturbios” para descargar todo su odio contra las clases populares, a quienes tildó de alborotadores “anti-franceses”, para exigir que haya más mano dura y relanzar su campaña racista e islamofóbica. Muy poco duró esta “armonía” multicultural ficticia e hipócrita, porque por más que el Estado se vista de seda, Estado racista queda.

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