Por Ale Kur

En noviembre de este año se realizarán en Estados Unidos las elecciones legislativas nacionales, las primeras desde el ascenso al poder de Donald Trump. Por ello mismo, no se trata de elecciones rutinarias, sino de una especie de primer gran plebiscito sobre su gestión. Por otra parte, de dichas elecciones saldrá el Congreso con el cual el presidente norteamericano tendrá que lidiar durante los últimos dos años del actual mandato. Por eso mismo, las elecciones legislativas son también el escenario en el que amplísimos sectores opositores a Trump discuten qué tipo de representantes legislativos son necesarios para enfrentar al gobierno.

En ese marco de alta politización, empezaron a realizarse ya en distintos distritos del país las primarias del Partido Demócrata (opositor a Trump), que definen a los candidatos que se presentarán por dicho partido en noviembre. Ya desde 2016 las primarias demócratas dejaron de ser puramente formales: allí se desató al interior del partido una especie de «guerra civil» entre el establishment partidario neoliberal (que en ese momento apoyó a Hillary Clinton) y el ala izquierda del partido, referenciada en Bernie Sanders, de perfil socialdemócrata. Este enfrentamiento continúa en la actualidad con más fuerza que nunca.

La gran novedad de esta semana ocurrió en las primarias demócratas del distrito Queens-Bronx, en la ciudad de Nueva York (una ciudad de enorme importancia, centro político-cultural de primer orden para EEUU y el mundo entero). Allí se desató lo que los medios están denominando como “un gran terremoto político”: triunfó una joven latina de 28 años (empleada de un bar antes de lanzarse a la contienda electoral), que se proclama abiertamente socialista, llamada Alexandria Ocasio-Cortez. Esta joven obtuvo un 57 por ciento de los votos, desbancando cómodamente a un “peso pesado” del establishment partidario: Joseph Crowley, quien ya lleva 20 años como diputado en la Cámara de Representantes. Más aún, Crowley estaba proyectándose como posible futuro líder del bloque demócrata en dicha Cámara, es decir, como vocero oficial de la oposición parlamentaria, un cargo de enorme peso político nacional.

El triunfo de Ocasio significa un triunfo rotundo de la política contra el aparato: Crowley la aventajaba en financiamiento en una relación de 10 a 1, apoyado por el “establishment” demócrata y recibiendo donaciones de bancos y grandes empresas. Ocasio, en cambio, rechazó los aportes de corporaciones y grandes propietarios, siendo financiada exclusivamente con pequeñas donaciones de las mayorías populares. El triunfo de Alexandria está indisolublemente ligado al auge de los movimientos sociales de los últimos años, en primer lugar del enorme movimiento de mujeres que se puso de pie contra Trump, pero también de los inmigrantes, de la comunidad negra, de la juventud, etc. La candidatura de Ocasio expresó en el plano político esta importante acumulación de experiencias por abajo, sin la cual jamás podría haber obtenido un triunfo de estas características.

Superado el escollo de las primarias, hay enormes probabilidades de que Ocasio salga electa en noviembre como representante de su distrito, ya que éste posee una tradición abrumadoramente demócrata y su población es ferviente opositora del gobierno de Trump. Se abre entonces la posibilidad de que Ocasio juegue un rol de alto perfil en la Cámara de Representantes, como figura socialista de proyección nacional.

Por otra parte, el triunfo de Ocasio muy posiblemente produzca un “efecto contagio” en otras primarias demócratas, abriendo la posibilidad de que se impongan candidatos de la izquierda de dicho partido en varios distritos. Esto ya aterroriza al “establishment” partidario, que salió a distanciarse del “ascenso socialista” a través de declaraciones públicas de Nancy Pelosi, actual vocera de los Demócratas en el Congreso.

El auge del socialismo en la era Trump

Uno de los elementos más interesantes y profundos de la cuestión es que Alexandria Ocasio-Cortez se reivindica abiertamente socialista, y se presentó a las elecciones primarias con una plataforma muy progresiva que incluye: el apoyo a los migrantes contra la persecución estatal, la exigencia de un sistema de salud pública universal («Medicare For All») y de la gratuidad de la educación superior, el apoyo a un plan de creación de empleos garantizado por el Estado federal (con salarios mínimos de 15 dólares la hora), al derecho a la vivienda como un derecho humano, a la inversión en energías limpias y renovables,  el rechazo a la intromisión del dinero corporativo en la política, etc. Es decir, Ocasio venció al “establishment” demócrata con un programa muy a la izquierda de lo que es el espectro político norteamericano.

Pero todo esto no se trata de un caso aislado o de una figura particularmente carismática. Ocasio pertenece a una organización denominada “Socialistas Democráticos de América” (DSA por sus siglas en inglés), que sostiene esta misma plataforma en todo el país y que fue uno de los principales impulsores de la campaña de Bernie Sanders. Los DSA vienen atravesando un enorme crecimiento, con la incorporación de más de 20 mil miembros en los últimos dos años. Se trata de toda una nueva generación militante, menor de 35 años, que ingresó a la política en el marco de las consecuencias sociales de la crisis de 2008, del movimiento “Occupy Wall Street”, del fenómeno mundial de los Indignados y del ascenso de Sanders. Pero lo que sacudió definitivamente el tablero fue el triunfo de Trump en las presidenciales, que tuvo un enorme efecto polarizador en la sociedad norteamericana.

El crecimiento explosivo de los DSA (y el propio éxito de Ocasio) es síntoma de esta polarización política, donde los ataques del monstruo reaccionario que es Trump vienen siendo respondidos por grandes movilizaciones sociales. Esto a su vez se traduce a nivel político en un giro a la izquierda de amplios sectores de la juventud y del progresismo, especialmente en la medida en que el “establishment” neoliberal demócrata (encabezado por Clinton) se muestra totalmente desconectado de las luchas y las aspiraciones de la juventud, servil a los intereses de las grandes corporaciones y del imperialismo yanqui.

Es un dato de enorme importancia estratégica que, en esa situación, amplios sectores comiencen a identificarse con el socialismo, como modelo de sociedad contrapuesto al decadente capitalismo norteamericano. Todo esto, de cualquier manera, debe entenderse en un sentido reformista: no hay (por lo menos todavía) una noción mayoritaria de ruptura revolucionaria con el régimen político-económico-social, sino una concepción bastante ingenua de que la transformación podría lograrse sin grandes choques de clases, en el marco de las instituciones existentes. Se trata de una concepción más socialdemócrata que marxista, aunque no deja de ser un enorme progreso en la conciencia de cientos de miles de personas. Esto debe ser valorado especialmente en un país que viene de la tradición macartista de la Guerra Fría, donde “socialismo” y “comunismo” fueron identificados durante décadas como la mismísima encarnación del diablo en la tierra. El solo hecho de que el macartismo esté retrocediendo entre amplios sectores ya es un síntoma de que algo comienza a moverse en la subjetividad de las masas.

Sin embargo, la ingenuidad política no deja de tener también sus consecuencias. Gran parte de este proceso se está desarrollando al interior del Partido Demócrata, uno de los dos grandes partidos del capitalismo imperialista yanqui. Un partido que como tal es irrecuperable: nunca podrá transformarse en un partido socialista, porque para hacerlo sería necesario derrotar y expulsar a toda su plana mayor, a la enorme mayoría de sus diputados, senadores, gobernadores, etc., que poseen lazos indisolubles con el gran capital y actúan como sus agentes políticos.

Para que el valiosísimo proceso de recomposición de la izquierda en EEUU se siga desarrollando, es necesario que esta nueva generación ponga en pie un nuevo partido político, independiente de los grandes aparatos capitalistas, un partido socialista y de los trabajadores. Un partido que se enfrente y derrote tanto a republicanos como a demócratas. Un partido profundamente ligado a las luchas obreras y populares, que se plantee una clara ruptura con el régimen existente y una transformación de raíz de la sociedad. Sólo de esta manera los importantes progresos que están ocurriendo en la conciencia y en la organización popular pueden dar todos sus frutos: sin esta herramienta, en el mediano o largo plazo sólo puede imponerse la adaptación a lo existente y la impotencia como factor de cambio. Esto es lo que enseña tanto la historia de los EEUU como de todo el movimiento socialista internacional hasta la fecha.

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