Nuevamente, por escándalos de abusos y pedofilia…

El viernes 18 de mayo se dio a conocer la renuncia de todos los Obispos chilenos (31 en funciones y 3 en retiro). Esta noticia fue emitida en una rueda de prensa de la Conferencia Episcopal de Chile luego de varios días de reunión con el Papa Francisco y una jornada entera escuchando los testimonios de cantidad de víctimas de abuso sexual y violación que denunciaban al Obispo Juan Barros Madrid por encubridor. El motivo de su dimisión, dicen los pontífices, es «implorar el perdón» de las víctimas… ¿Un poco tarde, verdad? En el mismo sentido resultan repugnantes las palabras con las que prosiguieron: «Gracias a las víctimas por su perseverancia y valentía» ¿Gracias por qué? ¿Por estar hace ya más de una década denunciando que han cargado toda su vida el peso de haber sido abusados y violados por la jerarquía eclesiástica? Estos monseñores intentan lavarse las culpas con pomposas declaraciones, pero saben tan bien como cualquiera que ninguno de ellos saldrá limpio de esta cuestión.

Diversos sectores han salido a galardonar al Papa Latinoamericano por «ponerse al frente de las denuncias» y a deshacerse en elogios al mismo, alegando que es un paso importante en su afán por erradicar la pedofilia de la Iglesia Católica desde que hubo creado la Comisión contra la Pederastia. Sin embargo, no hace falta irse muy lejos en el tiempo para conocer el recorrido de estas denuncias y sus implicancias. Tampoco, para llegar a la conclusión de que la medida del Papa y los Obispos no es otra cosa que una intento de subsistir como institución ante una coyuntura mundial que les es profundamente adversa.

 

 

Karadima: Sumo Pontífice de la Pedofilia Chilena

 

La renuncia de los obispos es el resultado de años de pelea por justicia de las víctimas de Karadima, ex párroco de El Bosque, que protagonizó, tal vez, los actos de violación y abuso de menores más conocidos de la historia chilena. Durante los años 2003, 2004 y 2005, un conjunto de ex feligreses de dicha parroquia había emitido las denuncias contra el mismo y contra quien fuera otrora su secretario, el actual Obispo Barros, por encubridor. En su momento esas denuncias fueron desestimadas por el Cardenal Errázuriz, quien estaba al frente de la Iglesia chilena por ese entonces, hasta que estalló el caso nuevamente en el 2010, ante pruebas irrefutables. En el año 2011 se condenó a Karadima por pedofilia y efebofilia. Errázuriz osó excusarse con esta pobre declaración: “Les restaba valor, porque eran denuncias que llegaban sin prueba, además estaba el prestigio de Karadima por una parte, segundo, era difícil asimilar que personas adultas durante años hubieran sido abusadas” y recalcando que Karadima tenía «fama de santo». Barros fue absuelto por una corte judicial, a pesar de que los testimonios lo señalaban no solamente por estar al tanto de las violaciones, sino también por estar presente y ser testigo directo de la violencia. Como si esto fuera poco, el impresentable de Errázuriz fue llamado en 2013 por el flamante Papa Francisco a integrar su Comisión contra la Pederastia (no, no es un chiste de mal gusto).

En el año 2015 Bergoglio bendijo a Barros con el cargo (y el sueldazo) de Obispo de Osorno y fue entonces cuando la bronca volvió a estallar. Dos días después de una reunión donde Francisco había hecho alharaca de recibir en Filadelfia a otro grupo de víctimas de abuso sexual a manos del clero, fue increpado en el Vaticano por una multitud indignada ante la doble moral del Sumo Pontífice. Las víctimas de Karadima le reclamaban que destituyera y enjuiciara a Barros. Al calor del Ni Una Menos, el Santo Padre arremetió contra el feminismo y la izquierda para defender a capa y espada al cómplice del párroco de El Bosque: “No existe ninguna prueba en contra del obispo Barros en 20 años (…) O sea que piensen con la cabeza y no se dejen llevar por todos los zurdos que son los que armaron la cosa. Además, la única acusación que hubo contra ese Obispo fue desacreditada por la corte judicial”). Y así, en un abrir y cerrar de ojos, el Papa de Los Pobres volvió a ser el Bergoglio que siempre fue.

 

“La Familia”: una horrenda metáfora

 

            Envalentonados por la renuncia de los Obispos que conquistaron las víctimas de Karadima, otros y otras se animaron a hablar.  El martes 22 de mayo se dio a conocer la suspensión de 14 sacerdotes en la ciudad chilena de Renacagua. Habían sido señalados por feligreses (menores y mayores) como abusadores y violadores. Estos seminaristas formaban un grupo llamado La Familia (!!!), que funcionaba con una estructura jerárquica liderada por un párroco que se hacía llamar La Abuela, seguido de otros llamados Tías, Hijas y Nietas. Bajo ese nombre es que buscaban y violaban adolescentes, niños y niñas. No, no es una mala novela surrealista. Es el producto de esta sociedad capitalista y patriarcal. Semejante barbarie se muestra aún más terrible cuando tenemos en cuenta el dato de que la mayor parte de los casos de abuso y violación a menores de edad tiene lugar en el núcleo familiar, develándolo como una mala metáfora de la realidad de muchos niños y niñas.

Ahora bien, la suspensión, arrancada a raíz del escándalo de Barros, no sirve de nada si no se avanza a un jucio. La Iglesia y el mismo Papa deberán responder ante esto.

 

 

La crisis de la cristiandad

 

            Que la Iglesia Católica está en crisis no es novedad. Hace años que día tras día pierde feligreses, centralmente en Latinoamérica, uno de sus puntos más fuertes. Esto ocurre, por un lado, a causa de «la pegada» de las corrientes evangelistas y evangélicas en Brasil (podríamos decir, un golpe por derecha) y también, al ascenso en masa del movimiento de mujeres, que le pega al Vaticano por izquierda con una fuerza espectacular y en ascenso. Con los derechos de las mujeres en la palestra, resulta repugnante para cualquier mortal una institución que no se ha cansado de tratarnos como incubadoras o versiones terrenales y lujuriosas del mismísimo Demonio. Parte de esto es la organización que crece a diario en los colegios confesionales de nuestro país, donde las pibas y los pibes se les plantan al cura y a las monjas organizando pañuelazos por el aborto legal. El ateísmo y el feminismo crecientes en las nuevas generaciones son un problema para la Iglesia, que es el partido político más grande y antiguo de la burguesía, a la par que uno de los bancos que más dinero mueve. Por eso hace unos años pusieron en el trono de San Pedro a Francisco: el Papa de Los Pobres, al Jesuita, al latinoamericano… un verso que había comprado el kirchnerismo y al que ahora se sumaron el resto de los populistas argentinos de poca monta.

En este contexto es que Bergoglio no pudo seguir haciendo oídos sordos y ubicó a algunos de los pederastas. Si no hacía caer (o al menos tambalear) a la jerarquía clerical del país con más denuncias por pedofilia en el seno de la cristiandad, esto podía derivar en una crisis aún mayor.

La renuncia de los “monseñores”, que aún está pendiente de aceptación a manos del Papa, es un hecho político de importancia. Pero no es nada en sí misma si no se encarcela a los responsables y cómplices, dejando a los niños y niñas a merced de la violencia. Esto es la Iglesia Católica. La misma que fue partícipe de las dictaduras militares en Chile y Argentina. La misma que niega la educación sexual. La misma que persigue a las mujeres en los hospitales para que no accedan a los abortos no punibles. La misma que defiende a los neonazis que golpean homosexuales en ciudades como Mar del Plata. Hay que ponerlos contra las cuerdas, porque por más destitución, renuncia o suspensión que haya, mientras la Iglesia y el Estado sean una unidad, los derechos y la seguridad de las mujeres, niños y niñas van a verse vulnerados.

 

Tofi Mazú

 

 

 

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