por Fernando Dantés

El anuncio del día de hoy, la vuelta con alfombra roja del FMI a la política económica nacional, no deja lugar alguno a las dudas: se viene un ajuste brutal. La corrida del dólar se volvió imparable para el Gobierno y decidieron volver a las viejas recetas.

Bañarse con nafta…

«Por eso implementamos una política económica gradualista que busca equilibrar el desastre que nos dejaron en nuestras cuentas públicas, cuidando a los sectores vulnerables y al mismo tiempo creciendo, generando así más empleo y desarrollo.”

Las frases acerca del amor macrista por los pobres y sus cuidados hacia ellos, de la “herencia”, del “crecimiento” y la generación de nuevos empleos no pueden sonar más que como un chiste de mal gusto que a esta altura parece venido de ultratumba, con tonada de caudillo riojano.

Hay algo que es en parte cierto en el discurso macrista que, por ser parcialmente verdad, es una completa mentira. El gasto público es “alto”. Esto es así por los subsidios a las tarifas, los planes sociales y otras tantas medidas que implican cierto financiamiento de los bolsillos de los sectores populares. Y los capitalistas argentinos no tuvieron otra opción que dejar correr estas cosas debido al estallido popular del 2001, que torció la correlación de fuerzas entre las clases de modo tal que a los ricos de bolsillos abultados no les quedó otra opción que renunciar a algunas monedas. También fue posible hacerlo gracias a un ciclo económico bastante excepcional como fueron los altos precios de las materias primas, en primer lugar la soja, que dejó más de una década de estabilidad económica con apenas algunos altibajos.

Pero este ciclo, kirchnerismo mediante, no cambió la situación estructural del país como uno dependiente, poco competitivo, subdesarrollado. La situación de cuasi bonanza se fue erosionando al compás de la caída de los precios internacionales de las “commodities”. Un país “competitivo” es uno con cierto nivel tecnológico y productividad. Pero los únicos privilegiados con semejante realidad son los países centrales, la “competitividad” del subdesarrollo pasa por salarios de hambre, jornadas laborales de esclavitud y poca o nula inversión. Eso es lo que quieren los CEO’s del gobierno macrista y no pueden hacer con los trabajadores argentinos, que han demostrado una combatividad que les pone muchos límites a los planes de la clase capitalista. Pero esta realidad inestable no puede durar para siempre. Los capitalistas (locales o extranjeros, lo mismo da) saben muy bien que Argentina es un país donde se pone poca plata para sacar mucha y ninguno de ellos quiere cambiar esa realidad, donde los ricos se hacen mucho más ricos sin poner ni un peso (a lo sumo se pone algún parche) en máquinas, productividad, etc.

En ese marco, el macrismo viene impulsando un sistemático desfinanciamiento del Estado. Mientras sube la deuda, les bajan impuestos a los ricos. La eliminación de las retenciones a la mayoría de los productos de exportación fue sólo el primer paso. El año pasado el gobierno terminó con la obligatoriedad de liquidar las divisas de las exportaciones en el Banco Central. Se trataba ésta de una ley de 1966, relativamente proteccionista, aprobada bajo el mandato de Onganía. En éste aspecto parcial, Macri estuvo a la derecha de la política económica… de una dictadura militar. Nos explicamos: los exportadores (de soja, por ejemplo) estaban obligados a venderle sus dólares al Estado para así mantener cierta estabilidad cambiaria. Ya no, se vende la soja y los dólares se pueden ir velozmente al exterior sin siquiera “pisar” Argentina. ¿De verdad esperaban otra cosa que una corrida?

Sumemos la otra cara de la política macrista para “atraer fondos”. Tasas por encima de las de mercado en las LEBAC. Esto es, el Estado emite deuda en pesos con una ganancia a corto plazo mucho más alta que la del mercado para que los “inversores” opten por los pesos y así “aplanar” la inflación. Digámoslo sin vueltas: le regalaban plata del Estado a los más necesitados, los pobres empresarios y especuladores bursátiles, las principales víctimas del populismo. La deuda en LEBAC superaba ya, antes de la corrida de la semana pasada, la base monetaria en circulación… entregando así intereses por encima de lo producido en la economía real. Y el Estado financia este desfalco… con deuda externa. La plata de la deuda iba (y va), entonces, a los bolsillos de quienes especulaban con LEBAC de forma casi directa.

El gasto público desproporcionado está yendo a los grandes empresarios mientras ellos mismos, por boca de Macri, tratan a los trabajadores y el pueblo de derrochadores que viven en medio de los más extravagantes lujos como calentarse en invierno, alumbrarse de noche y alimentarse con cosas que no están en descomposición.

Los ñoquis del Estado no hay que buscarlos en hospitales y colegios. ¡Los ñoquis del Estado están en la City porteña, en los bancos, Wall Street y la Casa Rosada!

… prender un cigarrillo

Los anuncios de Macri y Dujovne del acuerdo con el FMI se hicieron en un tono “moderado”, tranquilo, como si nada estuviera pasando. Se disparaba el dólar y se derrumbaba la bolsa de valores, pero recurrir a los oficios de los 90’ no es más que “preventivo”. Creerse semejante disparate es sencillamente cínico o, con suerte, de una credulidad que bordea la candidez.

Dujovne en particular, ante la pregunta de un periodista de qué condiciones estaría poniendo el Fondo Monetario para el acuerdo, esquivó la respuesta con una habilidad que envidiarían los más afamados “gambeteros” del fútbol internacional. Insinuó que no habría condiciones diferentes de los propios planes del “mejor equipo de los últimos 50 años”. ¡A soldar los bolsillos, señores! La última vez que hubo tanto consenso fue en los 90’.

Jamás en ningún lugar el FMI “ayudó” a nadie sin poner condiciones draconianas para ser a su vez “ayudado” por los “Estados soberanos”. El Fondo Monetario Internacional saca mucho más de lo que da. Recordemos. Durante el “menemato” la deuda se disparó en pocos años de unos 63 mil millones de dólares en sus inicios a unos 150 mil millones hacia el 2000. Los intereses crecientes de la deuda, absolutamente impagables, fueron compensados con más y más deuda. Mientras se remataban las empresas estatales y se “recortaba el gasto público”, los pagos al FMI no hacían más que crecer. Más deuda venía con más intereses. La venta de las empresas estatales a precios ridículos, los despidos en masa, la superexplotación de los trabajadores (los que podían seguir trabajando), están todavía grabados en la conciencia colectiva.

El acuerdo con el FMI es pisar a fondo el acelerador del ciclo infernal de endeudamiento y ajuste. Se trata de un plan que es todo lo contrario a ganar “competitividad” por la vía de la inversión y el “crecimiento”. Al contrario, se ve en el horizonte próximo nubarrones de neoliberalismo clásico. Los servicios son “caros” por basarse en una infraestructura obsoleta. Nada de más y mejor producción de energía, que los usuarios nos llenen los bolsillos sin que tengamos que poner un peso. Los productos de la industria son poco competitivos por falta de productividad. Nada de nuevas máquinas, echemos gente y esclavicemos a los que quedan. Para eso está la reforma laboral. Los “mercados” están asustados, por eso se derrumba el Merval. ¡Sigamos regalándoles más y más plata!

Si veníamos pagándole con dinero de nuestros bolsillos a los empresarios de servicios, a los tenedores de bonos del Estado, a los acreedores extranjeros, ahora habrá que sumarle los intereses que ponga el FMI. El macrismo se metió solo en una crisis que amenaza con convertirse en catástrofe a mediano plazo.

¡Basta de tregua sindical!

Los “gordos” de la CGT son en enorme medida los mismos que fueron parte del menemismo. Frente al acuerdo con el FMI, el anuncio de una entrega en regla, siguen haciendo “la plancha”. Dejan pasar los despidos, dejaron pasar la reforma jubilatoria, dejan pasar los anuncios noventistas del gobierno. Eso hicieron en los 90’, eso hacen ahora, eso harán hasta ser eyectados de sus cómodos sillones.

Pero la clase trabajadora del 2018 no es la de hace veinte años. El mundo ya no es el del consenso neoliberal, el de Reagan y Tatcher. En Argentina hubo un 2001 y ahora, existieron las jornadas del 14 y 18 de diciembre del 2017. El macrismo sabe que sus anuncios implican ir a un choque directo con los trabajadores. Los diciembres no pasaron en vano. ¡Las condiciones para enfrentar este ataque están; el problema es la loza burocrática!

O los ricos son más ricos y los trabajadores son más pobres, o derrota del macrismo. No hay camino intermedio, no hay 2019 ¡Hay 2018! Las puestas en escena del Congreso, con el anuncio de veto de cualquier ley anti-tarifazo, son eso… puestas en escena. El llamado a “votar bien” es dejarle hacer el trabajo sucio al macrismo y pelear por gobernar en 2020 un país con trabajadores más pobres y derrotados, con más desocupados, con empresarios de bolsillos más llenos. Pero un nuevo gobierno peronista puede así recurrir también al verso de la “pesada herencia”. Semejante “herencia” es la del ajuste macrista y la complicidad poco encubierta de los “gordos”, los K y toda la oposición empresarial. Parafraseando la canción de los Beatles, sin la pequeña ayuda de sus amigos de la CGT (y el peronismo en todas sus variantes), el macrismo no podría estar haciendo lo que hace.

Un plan de salida a la crisis

Los banqueros y especuladores se están llevando al exterior millones y millones de dólares que son, en última instancia, las riquezas producidas por los trabajadores argentinos. Hay que nacionalizar la banca para parar la “lluvia de inversiones” para afuera, para cortar el chorro de salida de dinero que impunemente se llevan los empresarios a costa de las amplias mayorías populares con la venia descarada del macrismo.

Los exportadores se llevan millones todos los años sin poner un peso en el país mientras los trabajadores son cada vez más pobres y cada vez trabajan más. Tenemos que nacionalizar el comercio exterior para que la plata generada por los de abajo vaya a los de abajo y no a la cuenta off shore de algún ricachón amigo del gobierno.

Las empresas de servicios se llevan miles de millones a costa de los bolsillos de la población. Hay que volver a estatizar los servicios públicos, ponerlos bajo control de los trabajadores, impulsar un plan de inversiones con la plata que hoy se va al exterior. Sólo así paramos el lucro que hacen unos pocos con la luz, el gas y el transporte.

Cuando le preguntaron acerca del objetivo oficial de inflación, ese fantástico 15%, Dujovne repitió el libreto de que se trataba de un «programa», no de un pronóstico. Traducción: nunca nos creímos esa cifra. Hay que reabrir las paritarias para poner los salarios al día, que las bases decidan cuál es el «techo». 

Con los intereses de la deuda, los trabajadores vienen pagando mucho más de lo “prestado” originalmente para llenar los bolsillos de la banca internacional. Con deuda externa, el país (sus trabajadores) debe cada vez más y más sin ver nunca un peso ni un dólar de lo que supuestamente le pagaron. Hay que dejar de pagar la deuda externa inmediatamente y usar ese dinero en salarios, salud, educación y desarrollo de infraestructura.

Con su discurso de “austeridad” y “ahorro”, Macri oculta que les estamos pagando sus lujos a los grandes empresarios. Los servicios son caros porque los empresarios ganan mucho, el dólar aumenta porque los empresarios se llevan afuera lo que ganan adentro, los salarios bajan porque los empresarios quieren ganar más, la deuda aumenta porque no quieren tocar el bolsillo de los ricos. Para que ganen los trabajadores, tienen que perder los empresarios.

Pero Macri y su gobierno de CEOs no va a hacer nada por voluntad propia, hay que imponérselo. El paro general, la demostración de fuerzas de los trabajadores, la paralización del país por parte de quienes lo mueven, es esa la medida necesaria para que el macrismo sea derrotado por sus víctimas.

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