por Ale Kur

En esta nota queremos analizar la situación existente actualmente en Siria, para contextualizar los bombardeos llevados adelante por EEUU y sus aliados.

El elemento más determinante es que el régimen de Al Assad viene avanzando militarmente, derrotando la resistencia en las ciudades más importantes del país. En diciembre de 2016, luego de una gran carnicería humana, el gobierno recuperó el control de la ciudad de Alepo (ciudad más poblada de Siria y su mayor centro económico), un triunfo estratégico que cambió decisivamente la relación de fuerzas en la guerra civil. Luego de ello, consiguió también hacerse con el control de gran parte del este del país, que venía siendo ocupado por el Estado Islámico.

En los últimos meses, el régimen desarrolló una exitosa ofensiva contra el mayor enclave rebelde en las periferias de Damasco (capital del país), la región de Ghouta Oriental. Fue en ese marco que habría ocurrido (según las denuncias) un ataque con armas químicas por parte del gobierno, con el objetivo de acelerar la retirada de los “rebeldes” del barrio de Douma, último reducto en la región que todavía no se había rendido. Esta denuncia sirvió como pretexto para los bombardeos de EEUU contra el régimen de Al Assad.

En cualquier caso, más allá de lo que haya ocurrido al respecto, pocos días después se retiraron también las últimas tropas rebeldes de Douma, permitiendo al régimen recuperar la totalidad del control de Ghouta Oriental, y por ende de casi toda la periferia de Damasco. De esta manera, la capital está pacificada casi en su totalidad, exceptuando el flanco sur de la ciudad en el que se encuentra Yarmouk, un campo de refugiados palestinos actualmente ocupado por el Estado Islámico. Esta es probablemente la próxima gran batalla que se avecina.

En la práctica lo que está ocurriendo es la consolidación, por lo menos momentánea, de una especie de “división territorial” de Siria. Los “rebeldes” mantienen sus bastiones de la provincia de Idlib y de una franja al noroeste del país, conformando una región geográficamente continua que limita con Turquía. Esta región incorporó recientemente a toda la provincia de Afrin, que hasta hace poco tiempo atrás estaba en manos de las fuerzas kurdas de las YPG-YPJ y sus aliados árabes, pero que fue invadida por los “rebeldes” apoyados por las fuerzas armadas turcas.

Rusia, Irán y Turquía (verdaderos dueños de la situación en Siria en la actualidad) llegaron a varios acuerdos (de manera oficial y extraoficial) que implican que, por lo pronto, estas regiones “liberadas” no van a ser disputadas por el régimen, quedando hasta el momento como polo de reagrupamiento de todas las fuerzas “rebeldes” del país. En paralelo, los distintos enclaves rebeldes a lo largo del resto de Siria (que quedaron geográficamente aislados) aceleran cada vez más su rendición al régimen, trasladándose sus fuerzas a esta zona. El régimen garantiza y organiza el transporte de las milicias que firman estos acuerdos, junto a los de sus familiares y civiles afines. Por otro lado, algunos sectores rebeldes locales firman una “reconciliación” con el Estado, por la cual entregan sus armas a cambio de una amnistía. Así el régimen recupera el control territorial de esas zonas, ya sea de manera directa o a través de fuerzas rusas que ejercen poder de policía.

 

LA PRESENCIA DE EEUU EN SIRIA

 

A través de estos procesos, el régimen sirio viene recuperando su dominación sobre el resto del país, aunque con una importante excepción: la región al este y norte del río Éufrates. Esta zona se encuentra controlada por las milicias kurdas y sus aliados de diferentes grupos étnicos, que llevan adelante un proyecto de autogobierno democrático y progresista. De manera contradictoria, en esta región se encuentra también presente un importante contingente de tropas norteamericanas (por lo menos 2.000 soldados) en varias bases militares: inicialmente se instalaron allí con el pretexto de ayudar a los kurdos en su pelea contra el Estado Islámico, pero su función principal en la actualidad es prevenir cualquier intento de avance por parte del régimen de Al Assad, así como disuadir a Turquía de su amenaza de invadir la zona. Otro importante elemento es la existencia en la región de importantes reservas petrolíferas, que muy probablemente EEUU intente explotar y conservar.

Más allá de las posibles ganancias materiales de EEUU en dicho negocio, su perspectiva estratégica más importante es el control de la frontera de Siria con Irak: una de las preocupaciones más grandes del Pentágono es bloquear cualquier posible camino terrestre a través del cual Irán puede hacer llegar tropas y materiales a Siria (y por su intermedio, a Hezbollah en las fronteras con Israel en Líbano y en los Altos del Golán). Lo que está en juego de fondo es la correlación de fuerzas global entre el bloque iraní y el Estado sionista.

Esta es la misma razón por la cual EEUU, Israel y los países de la OTAN avalaron y avalan, por acción u omisión, a la amplia gama de grupos islamistas que se levantaron contra el régimen de Al Assad. Se trata de una especie de gran ajedrez donde se manda a los peones a matar y a morir, en función de los intereses geopolíticos regionales y globales.

Pero en la medida en que los grupos “rebeldes” van siendo derrotados, ya no sirven más como herramientas para esta política. El Estado Islámico, por ejemplo, ya no cumple más su función de “Estado tapón” entre Irak y Siria. Con la caída de los rebeldes de Alepo y Damasco, las potencias occidentales pierden toda capacidad directa de presionar a Al Assad para imponerle condiciones. Es por esto que Trump, junto a sus aliados de Francia y Reino Unido, procedió a atacar de manera directa a Siria a través del lanzamiento de misiles: debe mantener un factor de presión para no perder por completo la guerra.

Por lo pronto, no parece estar sobre la mesa la opción de una guerra real y completa entre EEUU y Siria. Eso implicaría un choque frontal con Rusia, cuestión que implicaría un gravísimo peligro mundial debido a los enormes arsenales nucleares de ambos países (y sus poderosas fuerzas militares convencionales). Los ataques de Trump son esporádicos y localizados: buscan generar un gesto de fuerza más que provocar un daño real. Esto, sin embargo, no significa que las cosas no puedan descontrolarse eventualmente.

El gobierno de Trump está ante un complejo dilema. Por un lado, quiere comenzar a retirar sus tropas de Siria, para lo cual necesitaría encontrar algún aliado local que pueda reemplazarlo. Para ello está sondeando a los Estados árabes de la zona, como Arabia Saudita. Pero es una tarea difícil, ya que nada garantiza que Al Assad no intente recuperar sus territorios luego de una retirada norteamericana. Por otro lado, debe mantener alguna forma de presión sobre el régimen sirio, cosa que no está pudiendo lograr.

No está nada claro cómo se desarrollarán los acontecimientos en Siria de ahora en más, por fuera de la única certeza: que el régimen de Al Assad continuará desatando su carnicería sobre las zonas que todavía quedan fuera de su control, y que las masas populares de Siria seguirán siendo las principales víctimas de la guerra. Lo que hace falta es una salida independiente, que tenga en el centro a los explotados y oprimidos del país, y no a las potencias mundiales y regionales que quieren repartirse la torta siria para sus propios intereses.

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