Fue traicionado un proceso que podía dar vuelta el juego

 

ANTONIO SOLER

 

El día 4 de abril el Tribunal Supremo Federal le negó a Lula el pedido de habeas corpus. Al día siguiente, 5/4, el Tribunal Regional Federal número 4 dio el aval para que el Juez Federal Sergio Moro -pasando por encima de la posibilidad de presentar otros recursos- decretase la prisión de Lula, que debía entregarse a la Policía Federal (PF) a las 17 horas del día 6/4. El sábado, 7/4, después de 3 días de resistencia,  Lula anunció la decisión de acatar la orden de arresto durante un acto frente al Sindicato de los Metalúrgicos del ABC que reunió a miles de personas, cientos de activistas rodearon el edificio durante horas para que Lula no se entregara a la policía. Pero después de una serie de maniobras de la burocracia, el gran líder de masas consiguió salir por las puertas de atrás del edificio y entregarse a la PF. [1]

 

Miles estaban dispuestos a resistir

 

Después de que se decretara la orden de arresto, Lula se dirigió a la Sede del Sindicato de los Metalúrgicos del ABC, su cuna política, y ahí quedó esperando hasta el desenlace dramático.

Inmediatamente, cientos de militantes de movimientos sociales –en forma destacada el MTST-, sindicales y partidarios rodearon al Sindicato. En el lugar, vimos que el protagonismo fue de los activistas del movimiento popular, la juventud y los militantes partidarios de base. No hubo casi ninguna presencia organizada de la otrora poderosa, políticamente hablando, clase obrera de São Bernardo do Campo y de la región. Esto fue así a pesar de que Lula estaba «refugiado» en la Sede del Sindicato de los Metalúrgicos y de tratarse de la posibilidad de poner en prisión al líder de mayor expresión y altísima popularidad.

A pesar de la gran afluencia de la militancia de izquierda que contó con casi todas las organizaciones políticas, sindicales y populares que se sumaron de a miles en torno al Sindicato y en varios actos por el país, no se verificó una presencia de amplias masas en esta acción. Elemento que debe ser tenido en cuentan en el análisis y en la línea táctica que debería ser puesta en acción a partir de ahí. [2]

A partir de ese escenario fueron 3 días de un impasse estratégico pocas veces visto en la historia política reciente de Brasil. Pues, ante la vacilación de la burocracia lulista, la amplia mayoría de los activistas que se concentraron en torno al Sindicato querían resistir de alguna forma a la prisión de Lula. Si se hubiera llevado a cabo esta acción -independientemente de la táctica más concreta-, podría haber tenido consecuencias trascendentales para la situación política en que vivimos.

Después de mucha especulación y de días de tensión ante la posibilidad de confrontación directa con la represión, de detenciones y de la profundización de la crisis política nacional, como se dice en la jerga futbolística desafortunadamente «ganó la lógica». Es decir, lo más probable, la línea estratégica que siempre prevaleció en el lulismo: la conciliación. Lula y la burocracia decidieron acatar la orden de arresto. La cuestión aquí no es la de la defensa estricta de una determinada línea táctica o de otra, que para definirla tenemos que tener en cuenta factores políticos y las condiciones concretas del terreno.

Existían opciones tácticas  para que Lula no fuese preso y para que el movimiento pudiera fortalecerse en torno a la lucha contra su prisión. El problema que se planteó en ese episodio no fue táctico, sino estratégico. Mejor dicho, de la inquebrantable estrategia lulista de conciliación de clases que representa, disemina e invariablemente pone en práctica ese sector.

De la misma forma que en varias otras situaciones más o menos dramáticas de la lucha de clases desde que surgió como fenómeno político con influencia de masas a finales de los años 1970, el lulismo siempre opta por la conciliación con la clase dominante, por el respeto al «orden» establecido -incluso cuando era dictatorial- y por la no apuesta en el desarrollo hasta el final de las posibilidades de la lucha de los trabajadores. Es decir, estamos ante otra traición de Lula y del lulismo, pues la resistencia a la prisión tenía potencial para transformarse en una poderosa lucha nacional que podría articularse en torno a las principales demandas actuales de los trabajadores y crear un poderoso movimiento de desestabilización de las fuerzas reaccionarias.

 

La construcción de una alternativa de masas

 

Por esa razón es que constituye un verdadero absurdo político la posición que determinados sectores han asumido en el sentido de no condenar la prisión de Lula.

Aquí no se trata de la defensa política de este burócrata que traicionó sistemáticamente la lucha, sino de entender que su condena a prisión no es una expresión de la «justicia», una medida correcta de la justicia burguesa y que en nada afecta los trabajadores, como argumenta el PSTU y algunos de sus satélites políticos. Este argumento y posicionamiento no distingue otros colores más allá del negro y del blanco, pierde toda capacidad de ver las mediaciones básicas de la realidad actual y desarma totalmente para cualquier acción consecuente.

Al dejar de lado tres elementos básicos del análisis marxista -qué hacen, cómo hacen y por qué hacen determinada acción- no ven que el proceso, la condena y ahora la detención de Lula por la vía de la Operación Lava Jato y de la justicia burguesa, además de ser hecha sin las garantías legales mínimas del ya limitado derecho burgués, la hacen con el objetivo de crear mejores condiciones para dar continuidad a las contrarreformas, a la quita de derechos y a la violencia contra la izquierda, mujeres y oprimidos en general. Violencia que afecta con mucha más intensidad a la izquierda socialista; el caso de la ejecución de Marielle es un ejemplo ineludible de esa realidad.

Por otro lado, Lula durante su discurso en el acto antes de entregarse a la PF dejó claro su pretensión de transmitir su legado político a través de un arreglo amplio de la «izquierda». En lo que, pese a la megalomanía típica de quien se considera «una idea» y que continuará «viviendo en la cabeza y en los corazones de todos» después de muerto, demostró apostar en una actualización del lulismo a través de Manuela d’Ávila (precandidata del PCdoB a presidenta) y, principalmente, de Guillermo Boulos (precandidato a presidente por el PSOL).

La cuestión es que con la prisión de Lula -no se sabe hasta cuándo- y la falta de un nombre para sustituirlo en las elecciones de octubre, el PT está en una situación dramática. No sabemos exactamente cuánto del patrimonio electoral dejado por Lula podemos captar, pero desde nuestro punto de vista la cuestión es mucho más profunda y estratégica que las próximas elecciones, pues con Boulos y un programa anticapitalista podemos construir una alternativa que no sea la continuidad del proceso, del ADN político de Lula -como él pretende- sino comenzar a construir una superación radical de masas a este fenómeno.

Por eso, en la lucha contra la ofensiva reaccionaria en curso no podemos actuar -como hacen algunas corrientes de nuestro partido (PSOL)- sin que nuestra táctica de unidad de acción o frente único cuente con una sistemática y dura diferenciación. Esta ausencia que retrasa en mucho las posibilidades que, contradictoriamente, se abren en ese momento de construir una alternativa de masas al lulismo.

 

 

 

[1] Una circunstancia política inusitada fue abierta en Brasil, o sea, la posibilidad concreta de prisión de un ex Presidente de la República que además cuenta con una altísima popularidad y está al frente de la intención de voto para las próximas elecciones presidenciales.

 

[2] Esto puede ser atribuido a una serie de factores, objetivos y subjetivos, que han hecho que la clase obrera haya perdido el protagonismo político en la última década. Dentro de lo subjetivo no podemos dejar de destacar el papel que cumplió la ideología diseminada por la burocracia desde los años 1990, que finalizó con la idea central de que es la acción directa de los trabajadores nuestra herramienta de lucha, que los intereses de los patrones y de los trabajadores son inconciliables y de que alianzas políticas con la clase dominante pueden traer conquistas electorales inmediatas pero sólo pueden traer desastres políticos a mediano y largo plazo.

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