Por Ale Kur



 

El 14/2 ocurrió una nueva masacre en Estados Unidos. Esta vez, el escenario fue una escuela de Parkland, Florida. 17 estudiantes fueron asesinados por Nikolas Cruz, joven de 19 años con graves trastornos mentales. No se trata de un “atentado” de parte de los “enemigos de occidente” sino de otro caso más en el que un norteamericano blanco utiliza su arma de guerra, legalmente adquirida, para ejecutar a sangre fría a decenas de personas. Una modalidad ya tristemente célebre por su gran cantidad de casos, entre los cuales se hizo especialmente conocido el de la secundaria de Columbine de 1999.

No solo se repiten una tras otras las matanzas en escuelas u otras instancias de la vida social, sino que las muertes por disparos de armas de fuego son tremendamente comunes en la cotidianeidad de EEUU. Estadísticas señalan que cada año mueren más de 7 mil niños menores de 17 años como producto de lo anterior. El problema de fondo es que el acceso a fusiles de asalto es prácticamente libre e irrestricto en Estados Unidos. Peor aún, la posesión de este tipo de armamento de guerra es considerado por todo un sector de la sociedad como un rasgo de “americanismo”, cristalizado constitucionalmente en la famosa “segunda enmienda”. Por todo ello se calcula que prácticamente un tercio de los norteamericanos están fuertemente armados.

Pero lo que hace que esto sea posible es la existencia de una poderosa industria armamentística que cuenta además con su propio lobby: la “National Rifle Association” (NRA). Esta organización tiene un fuerte peso en el amplio espectro político norteamericano, pero especialmente en el Partido Republicano al cual pertenece el presidente Donald Trump.

Esto es precisamente lo que denuncian los estudiantes de la secundaria de Parkland. Utilizaron el amplio impacto mediático que generó la masacre para movilizarse y dar un mensaje a la sociedad: no se puede tolerar que el negocio armamentístico se siga cobrando vidas. El acceso a fusiles de asalto debe ser fuertemente regulado y restringido. Esta posición es compartida por gran parte de la juventud norteamericana (y de la sociedad en general), que tomó el reclamo en sus manos y lo hizo resonar en las redes sociales y en las calles. Una gran movilización está siendo convocada en Washington con este contenido, a realizarse el 24 de marzo.

Sobre la base de una sensibilidad a escala nacional, se está desarrollando una tendencia a la movilización de grandes sectores por esta problemática. Es parte de un ciclo más general de organización y protestas en EEUU, que tuvo como protagonista al movimiento de mujeres, a los inmigrantes, a la comunidad negra y a amplios sectores de la juventud.

Socialismo o Barbarie

Aquí se cruzan varios problemas. Por un lado, la ya mencionada cuestión del acceso generalizado a armas de guerra. No defenderemos aquí el “monopolio de la violencia” en manos del Estado, que implica que solo la organización estatal pueda estar armada mientras el pueblo queda inerme e incapacitado para defenderse (y mucho menos gobernar por sus propios medios). Pero esto no quiere decir en modo alguno que las armas deban ser tan fáciles de conseguir como una botella de agua.

El derecho al armamento debe ser garantizado para las organizaciones obreras, populares y democráticas, de tal manera que puedan hacer pesar los intereses sociales de los explotados y oprimidos. Pero esto no quiere decir que todo individuo, abstractamente considerado, deba tener en su hogar los medios para ejecutar masacres. Esto último, que es lo que ocurre actualmente en EEUU, solo beneficia al negocio capitalista del armamento, pone en riesgo la vida de cientos de miles de personas, y no debilita ni un ápice el poder del Estado capitalista para imponer su propia dominación sobre la sociedad.

Esto se cruza con el segundo problema, la gran extensión y generalización de los trastornos de salud mental, que corre a la par (y se retroalimenta) de una extensión y generalización de la violencia y el odio dentro de la sociedad. Este es un tema mucho más complejo y que requeriría estudios específicos. Pero en las últimas masacres realizadas en EEUU perfila un determinado tipo social: individuos socialmente marginales, con un fuerte odio hacia los demás (que puede adquirir formas de odio racial, de odio hacia las minorías sexuales, odio misógino, odio religioso, etc.), graves problemas psiquiátricos y en posesión de fusiles de asalto. Es un coctel terriblemente peligroso, y que ya se reitera en demasiadas ocasiones como para ser considerado excepcional. Aquí deberían tenerse en cuenta, además del acceso a las armas, los motivos que subyacen a la alienación, a la intención de matar: salta a la vista que las condiciones de existencia de la sociedad norteamericana producen o agravan estos trastornos. Es el propio “modo de vida americano”, como materialidad y como ideología, el que genera a los monstruos que lo azotan.

Un último aspecto a señalar es la gran hipocresía con la que se manejan los medios de comunicación y los políticos norteamericanos. Como sostienen varios mensajes que circulan en las redes sociales, se mide con varas muy distintas a las masacres según la identidad del perpetrador. Si el atentado lo realiza un musulmán, se trata de un “ataque a la nación” y la respuesta son guerras y bombardeos en Medio Oriente. Si el atentado lo realiza un negro, se trata de la “violencia y el resentimiento” de toda una comunidad, y la salida es más policía, más “mano dura” y asesinatos de negros en las calles. Pero si el atacante es blanco, anglosajón, cristiano y estadounidense, es solamente una “tragedia” y no queda más que hacer que “rezar” por las víctimas.

Para acabar con las masacres es necesario acabar con el negocio de los armamentos, con el lobby de la guerra y los fusiles, y con la enfermante sociedad capitalista-imperialista, que aliena y destruye las subjetividades de millones de personas, al tiempo que incita al odio de todos contra todos. Una vez más, el dilema es Socialismo o Barbarie.

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