Menos impuestos a los ricos, más protagonismo al complejo militar-industrial

Por Ale Kur

El primer año de mandato de Donald Trump se acerca a su fin, luego de varios meses complicados, con muchas iniciativas frustradas, un importante nivel de oposición y un nivel de popularidad bastante bajo.

Hace dos números atrás nos referíamos en estas páginas a la decisión del presidente norteamericano de reconocer a Jerusalén como capital de Israel[1], que provocó una gran controversia internacional. En las últimas semanas, la Asamblea General de la ONU realizó una votación a través de la cual rechazó esa decisión por amplia mayoría. Trump quedó así en una minoría evidente ante el resto del mundo, en su determinación de avasallar los derechos de los palestinos sin respetar ni siquiera los más tímidos acuerdos internacionales vigentes. Hasta ahora, solo el gobierno de Guatemala manifestó su intención de seguir los pasos de EEUU mudando su propia embajada a Jerusalén.

En este artículo nos referiremos a otros dos elementos de la política del gobierno norteamericano que tuvieron fuerte trascendencia en las últimas semanas.

La reforma impositiva

El congreso de EEUU finalmente aprobó una de las reformas estructurales que Trump viene planteando desde su campaña electoral: la reforma impositiva. La misma consiste esencialmente en un recorte a los impuestos que pagan las empresas del 35% al 21%, así como una rebaja de los que pagan los grandes contribuyentes. De esta manera, el Estado pierde un ingreso equivalente a 1,5 billones de dólares a lo largo de los próximos diez años, que difícilmente pueda llevar a otra consecuencia que no sea el recorte de gastos del Estado (especialmente los de asistencia social, protección ambiental, etc.). Se trata de la reforma más agresiva en el rubro en los últimos 30 años, según señalan varios analistas, y está hecha exclusivamente para el beneficio del 1% que concentra la mayor cuota de riqueza en el país.

La ideología detrás de este recorte supone que, al verse aligerado el costo impositivo, el gran capital estaría más dispuesto a “invertir” en la economía productiva, generando puestos de empleo en el país. Se trata de un discurso que ya conocemos bien, y que ha demostrado ser radicalmente falso en todas partes del planeta. El dinero que se ahorran los capitalistas no es reinvertido en la industria sino en el sistema financiero, contribuyendo solamente a generar nuevas burbujas y futuras crisis económicas. Inclusive una corporación capitalista de primera línea como la Goldman Sachs reconoce que el impacto de la reforma en la economía será mucho menor al que espera Trump.

El problema de fondo es que la economía norteamericana, desde la crisis de 2008, tiene un crecimiento muy lento, y que eso facilita el ascenso de otras potencias mundiales, especialmente de China. Más de fondo todavía, en las últimas décadas EEUU sufrió un proceso de des-industrialización, como consecuencia de la deslocalización de empresas hacia otros países con mano de obra más barata. Esto a su vez produce una reducción de los puestos de trabajo y una caída en el nivel de vida, que fue uno de los factores más importantes detrás de la elección de Trump como presidente. El presidente norteamericano, con su consigna “America First” (América Primero) amagó con llevar adelante una política proteccionista, que desmontara la globalización neoliberal y obligara a las empresas a producir en el país mediante barreras arancelarias. Pero de esto ocurrió muy poco: rápidamente Trump fue “domesticado” por el statu quo globalizador, y ahora intenta perseguir su programa a través de la mera apelación a la “voluntad de invertir” de los empresarios.

Por otro lado, la aprobación de la reforma impositiva significó el primer triunfo significativo de la agenda de Trump en el Parlamento: hasta el momento, casi todas sus grandes iniciativas legislativas habían naufragado ante la división en las filas de su propio partido Republicano. La sanción de esta ley le otorga un poco de aire al gobierno norteamericano, aunque sus alcances políticos no parecen ser muy lejanos. En primer lugar, porque esta reforma parece ser ampliamente impopular entre la sociedad: solo un tercio de los estadounidenses la apoyan, mientras la mayoría opina que solo está hecha al servicio de los ricos. El estado de ánimo predominante entre los norteamericanos no favorece precisamente a las grandes corporaciones: por el contrario, amplios sectores sacaron luego de 2008 la conclusión de que son ellas las responsables de la crisis.

La “estrategia de seguridad nacional”

Otro elemento de la política de Trump que causó cierto revuelo en estas semanas fue la presentación de su “estrategia de seguridad nacional”, un documento de 67 páginas refiriendo a las problemáticas geopolíticas y militares que EEUU debe enfrentar en la actualidad.

Este documento es la expresión en el plano internacional de los mismos problemas que describimos en el punto anterior. EEUU viene debilitando su posición económica en el mundo, y eso tiene su correlato también en las relaciones de fuerzas entre países. Al ascenso de China como gran potencia mundial compitiendo con Norteamérica, debe sumarse también el creciente rol de otros países con economías más débiles, pero con peso geopolítico y militar, como Rusia e Irán.

Estos países significan un desafío para la hegemonía de EEUU y sus aliados en regiones como Medio Oriente, y fuertes tensiones en Europa Oriental (como es el caso de Ucrania). China le disputa concretamente a EEUU el control de gran parte del continente asiático, a través de su iniciativa de grandes inversiones conocida como “la Franja y la Ruta” (o “nueva ruta de la Seda”), y Corea del Norte desarrolla un programa de armas atómicas y misiles intercontinentales que resulta un gran dolor de cabeza para el gobierno norteamericano.

En ese marco, la política de seguridad nacional presentada por Trump implica intentar relanzar la hegemonía mundial norteamericana con una fuerte inversión en el terreno militar, que implica (por lo menos en las palabras) la intención de poner en pie una nueva carrera armamentística. Trump ya había anunciado su voluntad de renovar el arsenal nuclear de EEUU, y posiblemente haga lo mismo con sus sistemas anti-misiles, poniendo en cuestión el “equilibrio estratégico” existente entre las grandes potencias. La industria de guerra norteamericana tendría un gran despliegue con los nuevos lineamientos.

Por otra parte, la nueva estrategia implica fortalecer las alianzas de EEUU con países que sirven como “contención” de sus adversarios. Así plantea la formación de un bloque entre Israel, Arabia Saudita y Egipto para frenar a Irán, y la consolidación de uno con Japón y la India para contener a China.  En este último caso, implica recuperar también alianzas debilitadas como las que EEUU tenía con Filipinas y Tailandia, así como con Singapur, Vietnam, Indonesia y Malasia.

Por último, la nueva política de seguridad nacional implica también fortalecer el programa económico de “América Primero”, con el mismo abordaje señalado en el punto anterior. A esos aspectos hay que sumarle el de la eliminación de regulaciones (tales como la que existen en el terreno ambiental), con el objetivo entre otros de maximizar la producción de energía dentro de los propios EEUU (es decir, ampliar la extracción de petróleo, gas y carbón, que son altamente contaminantes y favorecen el calentamiento global). En el plano del comercio, EEUU buscará frenar las prácticas anti-competitivas de sus adversarios como los subsidios y la transferencia forzada de conocimientos tecnológicos. La potencia norteamericana debe intentar a toda costa retener su lugar de principal foco de innovación del mundo, cada vez más debilitado y cuestionado por el ascenso de sus competidores.

En síntesis, Donald Trump cierra el año 2017 mostrando toda la naturaleza de su gobierno: rabiosamente pro-capitalista (y en particular, amigo del 1% más rico del planeta), militarista, imperialista y favorable a la destrucción ambiental por la vía de la explotación irrestricta de combustibles fósiles. Un gobierno así, más allá de su demagogia, es incapaz de solucionar ninguno de los problemas de los trabajadores y el pueblo de Estados Unidos, y es un grave peligro para el mundo entero. Gran parte de la situación mundial depende del grado en que sea capaz de imponer su agenda, o de si, por el contrario, es derrotado por la resistencia popular en EEUU y en            el globo.

[1] La embajada yanqui a Jerusalén: Trump ratifica a Israel como estado único en Palestina, Por Ale Kur, SoB 451, 7/12/17

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