Buenas noches compañeros, muchas gracias por la invitación. Este año hemos tenido muchas conmemoraciones, Marx, Gramsci, Fidel, el Che, pero la Revolución Rusa ha ocupado el lugar más relevante y, nuevamente, muchos hemos vuelto a revisar febrero, octubre, la caída del zar, los soviets, Kerenski, las Tesis de Abril, la toma del Palacio de Invierno. Volvimos a estudiar un proceso que despierta una enorme curiosidad en la nueva generación que quiere conocer cómo fue esa primera gran victoria contra el sistema capitalista.

Es evidente que la Revolución Rusa fue el principal acontecimiento del siglo XX por las transformaciones sociales que introdujo, por la expectativa de emancipación que generó y por el enorme pánico que creó entre las clases dominantes, que sintieron que perdían sus privilegios y observaron un escenario de declive de su dominación. La Revolución Rusa cambió el sentido de la forma en la cual se piensa una revolución. No fue la primera, pero fue la revolución que introdujo un razonamiento en los militantes de todo proceso político. Todas las teorías que discutimos en el siglo XX en la izquierda (la teoría de la dependencia, el desarrollo desigual y combinado, la revolución permanente, etc.) está conectada con dónde, cómo y cuándo puede haber una revolución. Esta idea de que la revolución hay que pensarla permanentemente es un legado específico y propio de la Revolución Rusa.

Es una revolución que debemos situar en su contexto histórico específico, fue una revolución de principios de siglo XX, cuando concluye el período de capitalismo liberal, de libre comercio. Era una época de gran prosperidad, de gran mutación del sistema que desembocó en guerras inter imperialistas jamás vistas en la historia precedente. Fue una verdadera carnicería humana en Europa que generó sublevaciones masivas, indignación masiva, que produjo la reacción de los pueblos contra el destino de ser carne de cañón de las distintas potencias imperiales en conflicto. La Revolución Rusa está directamente conectada con la convulsión que generó la Primera Guerra Mundial. Incluso zanjó una discusión que había entre los marxistas si la revolución iba a ser desencadenada por una crisis económica o por un acontecimiento bélico. Bueno, fue desencadenada por un acontecimiento bélico, y toda la secuencia de 1917 está conectada con el desenvolvimiento de la Primera Guerra Mundial.

No fue una revolución cualquiera, no fue una revolución más, fue la primera revolución socialista. Hay muchas discusiones sobre qué es una revolución socialista o qué fue una revolución socialista. Se pueden tomar distintos elementos para centrar la definición. Uno puede decir que fue una revolución socialista por las metas que se proponía (comunismo, igualdad, auto administración popular, propiedad colectiva de los medios de producción). Se puede decir que fue una revolución socialista por la práctica económica (la NEP, el comunismo de guerra) o por el rol de la clase obrera (el primer protagonismo nítido del proletariado en un proceso revolucionario triunfante), o por el rol del Partido (el Partido Bolchevique inició lo que hoy llamamos militancia, antes de esa época no existía este tipo de militancia que conocemos hoy, es un legado directo del Partido Bolchevique). O puede ser vista como una revolución socialista por el enlace internacional, la perspectiva de que en Rusia se iniciaba, iba a seguir en Alemania o en Oriente, pero la revolución socialista es mundial. Yo me inclino siempre a pensar que el elemento más determinante fueron las medidas anticapitalistas que tomó. Porque las medidas anti capitalistas que tomó la Revolución Rusa inauguraron un camino visible de fin de la explotación del capital, inauguraron una idea concreta de lo que puede significar el socialismo para el futuro de la humanidad, por lo tanto, la Revolución Rusa es «el» acontecimiento de la primera mitad del siglo XX.

En la perspectiva histórica de la que hoy hablamos, la vigencia, hay que analizar la Revolución Rusa tomando en cuenta también qué ocurrió después, qué dejó la Revolución Rusa. Hay un segundo período nítido de capitalismo, la era de posguerra, los años cincuenta hasta los años setenta, y en ese período de posguerra la Revolución Rusa no es ya puro entusiasmo. Y la Revolución Rusa está ensangrentada por el estalinismo, fue ahogada en sangre por la usurpación de una capa burocrática, por los gulags, ya ha perdido esa imagen de transformación idílica con la cual era concebida y vista por las multitudes de todo el mundo.

A pesar de la contra revolución estalinista dentro de la revolución, la memoria de lo creado por la Revolución Rusa siguió intimidando a la burguesía mundial, siguió generándole una situación de pánico. El fin de la Segunda Guerra el Estado de bienestar, el capitalismo keynesiano, la mejora del poder adquisitivo, las enormes concesiones que caracterizaron al período de los años 50, 60 y 70 es un legado de la Revolución Rusa por la negativa, por el miedo de que vuelva a ocurrir, por el fantasma del comunismo, por el peligro que significaba incluso cuando la Revolución Rusa, en su versión estalinista, ya había sido digerida y adaptada a una modalidad de coexistencia con el capitalismo. El miedo siguió rodeando al universo de las clases dominantes y por eso otorgaron concesiones inimaginables en la época de Lenin, inimaginables en la época de Marx.

La posguerra fue un período muy distinto, a diferencia de la Revolución Rusa, ya no hubo guerras entre potencias, y como no hubo guerras entre potencias, el escenario de una revolución surgida en rechazo a una guerra entre potencias desapareció como el escenario inmediato. En cambio, el imperialismo adoptó otra forma, la forma de una supremacía explícita de EEUU y la forma de guerras imperiales constantes sobre la periferia del mundo. Por esa razón, la revolución se desplazó a la periferia. Lo que alguna vez imaginó Marx, lo que claramente intuyó Lenin, comenzó a verificarse: la revolución, en vez de en Europa, empezó a estallar en los países del Tercer Mundo, de la periferia, muy conectados a resistencias a la opresión imperial. Estallaron en Yugoslavia, China y Vietnam revoluciones muy conectadas con la forma que adoptó el imperialismo en esa época.

Las revoluciones que triunfaron fueron las que tomaron algo de la Revolución Rusa: una dinámica anti capitalista. Las que absorbieron el elemento de dinámica anti capitalista triunfaron como revolución (Yugoslavia, China y Vietnam). Las que no adoptaron ese elemento, las que se mantuvieron atadas al nacionalismo burgués y a los límites de la propiedad capitalista fracasaron, fallaron; fue lo que ocurrió en el grueso de la descolonización de Asia y África. La revolución más familiar a nosotros, la que más nos toca, la que más nos llega, la Revolución Cubana, fue la revolución de este periodo. Fue una revolución que se radicalizó tomando elementos de la Revolución Rusa. Y en esa radicalización, a 90 millas de Miami, logró un triunfo de escala histórica para nuestra región. Incluso, la Revolución Cubana, tomó o rejuveneció un elemento ya alicaído por el estalinismo en la URSS, que fue el elemento del internacionalismo. No hubo Tercera Internacional, pero ahora sí hubo un proyecto de expansión con la gesta de Che hacia el resto de la región.

Esto nos lleva a la actualidad, y en la actualidad es evidente que tenemos otro capitalismo, el neoliberal que hemos discutido en detalle en las jornadas anteriores. Es un capitalismo brutal, neoliberal, porque ya no queda nada de la Revolución Rusa, ahora la URSS implosionó. Y como implosionó la URSS y desapareció la memoria y ese contrapeso, el neoliberalismo lanzó una agresión sin precedentes contra los trabajadores del mundo. En un contexto donde el imperialismo sigue generando el mismo genocidio de sangre que en la Primera Guerra, que, en la posguerra, ahora creando escenarios de terror como, por ejemplo, los que vemos en el Medio Oriente.

El problema complejo es qué ocurre hoy con la revolución. Es un problema complejo porque en los últimos 20 o 30 años no hemos visto revoluciones del tipo rusa o de posguerra. En un sentido estricto no creo que podamos aplicarle el término revolución a las revoluciones naranjas, más bien son contrarevoluciones, a la Primavera Árabe y ni siquiera a las sublevaciones latinoamericanas de la década pasada. Son más bien rebeliones, no revoluciones, en la medida en que un gran levantamiento popular no desemboca en desmoronamiento del Estado, en un desenlace militar, o en la formación de un poder dual que desafía al poder burgués.

Entonces la pregunta es, si no ocurrió: ¿está vigente la revolución como perspectiva, como posibilidad, como necesidad de la época actual? Mi respuesta es categóricamente que sí y la razón es muy sencilla: un capitalismo tan brutal, tan opresivo como el neoliberal, tarde o temprano no genera sólo rebeliones, genera necesariamente revoluciones. Porque el capitalismo redistributivo, humano e inclusivo es una fantasía que va desapareciendo con el paso del tiempo. Y esa desaparición hace madurar el contrapeso, ese contrapeso en la conciencia popular es la necesidad de cambios, ya no limitados sino cambios radicales del sistema. Lo que no sabemos es qué estrategia recorrerá, transitará un proceso revolucionario en el siglo XXI, eso no lo sabemos, todavía no tenemos el dato de la realidad que nos indique qué tipo de curso tendría una revolución en los próximos tiempos. Y simplemente diría que hay cuatro certezas que sí podemos afirmar, aunque son un tanto genéricas. La primera es que no habrá revolución sin captura del poder del Estado, la idea de que vamos a cambiar el mundo sin tomar el poder es una idea imposible. Lenin demostró que si queremos la transformación de una sociedad lo primero es manejar los recursos básicos del poder, anular el poder burgués e inaugurar un poder socialista, proletario, de nueva era. La segunda certeza es que no hay países privilegiados y países relegados para este proceso, no es que la revolución tiene que empezar en Francia, o en Bolivia. La revolución puede empezar en el lugar donde las contradicciones objetivas y la conciencia de las masas induzca a este proceso. No hay un parámetro de fuerzas productivas que dice «hay un país maduro y un país inmaduro», lo que está maduro o inmaduro es la conciencia popular para hacer una transformación. La tercera certeza es un poco más compleja, sería más bien una intuición que una certeza, es la combinación de lucha parlamentaria con acción directa que tienden a tener los procesos actuales. A diferencia del pasado, ahora ya no tenemos dictaduras clásicas, tampoco tenemos democracia ni regímenes constitucionales, tenemos regímenes autoritarios, represivos, donde el poder se gestiona no a través del parlamento, pero la combinación de lucha electoral con la gestación de poder popular alternativo parecería ser una tendencia general en los distintos regímenes políticos bajo los cuales hay acontecimientos de lucha social. La última es la vigencia del principio anti imperialista en la dinámica de los procesos transformadores. Esta idea de que con la globalización se acabaron las luchas nacionales es un mito, las luchas parten de tradiciones, de experiencias, de organizaciones, de universos nacionales, o a lo sumo regionales. Esos universos conducen a tipos de luchas que tienden a confrontar necesariamente con el poder imperial. Basta ver lo que significa Trump para la humanidad para comprender hasta qué punto es necesaria la lucha anti imperialista como un componente de la lucha por la revolución socialista.

Por lo tanto, estamos en una nueva época, en un nuevo período, en un momento donde sabemos que la revolución aparecerá; no sabemos dónde ni cómo ni por qué estrategias claramente llevarla a su triunfo. Pero si queremos tener alguna idea, estudiemos a la Revolución Rusa. Es muy cierto lo que ha dicho el compañero Roberto Ramírez, hay un gran silencio sobre la Revolución Rusa, pero hay un interés equivalente entre los que luchan. Los que luchan sí se interesan, porque olfatean que ahí hay mucho que aprender.

Esa trayectoria es una trayectoria a seguir, por lo tanto, yo concluyo con esto: la revista que organiza estas jornadas tiene un título que sintetiza los problemas de la revolución de nuestra época, socialismo o barbarie. Esa fue la disyuntiva en 1917 y esa es la disyuntiva en un mundo capitalista de opresión, de degradación, destrucción, miseria, que sólo tiene una alternativa emancipadora. Esa alternativa es el socialismo y en jornadas de estudio y análisis de la revolución es que vamos a ir construyendo una estrategia para el socialismo del futuro.

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