Por V. Lenin

 “Hace dos meses que los bolcheviques están en el poder, pero su en lugar de un paraíso socialista, sólo conocemos el infierno del caos, de la guerra civil, de un desorden mayor.” Así escriben, dicen y piensan los capitalistas y sus partidarios concientes y semiconcientes.

Hace sólo dos meses que los bolcheviques están en el poder —respondemos nosotros—, y ya se ha dado un paso enorme hacia el socialismo. No lo ve quien no quiere verlo, o quien es incapaz de apreciar la vinculación de los acontecimientos históricos. No quieren ver que en pocas semanas han sido casi totalmente destruidas las instituciones no democráticas en el ejército, las aldeas y las fábricas. No hay otro camino —no puede haber otro caminó— hacia el socialismo, que 110 sea a través de esa destrucción.

No quieren ver que en pocas semanas, en lugar de la mentirosa política exterior imperialista, que prolongaba la guerra y encubría el saqueo y las conquistas con tratados secretos, hay una política verdaderamente revolucionaria y democrática, que se esfuerza por lograr una paz realmente democrática, una política que ya ha alcanzado un gran éxito práctico como es el armisticio y ha aumentado cien veces el poder propagandístico de nuestra revolución. No quieren ver que el control obrero y la nacionalización de los bancos han empezado a ponerse en práctica y que son los primeros pasos hacia el socialismo.

No pueden comprender la perspectiva histórica aquellos que se hallan aplastados por la rutina del capitalismo, sacudidos por el estruendoso derrumbe de lo viejo, por el crujido, por el ruido, por el “caos” (el aparente caos) de las estructuras seculares del zarismo y de la burguesía que se destrozan y se hunden; atemorizados por la extrema agudización de la lucha de clases y su trasformación en guerra civil, la única guerra legítima, la única justa, la única sagrada —no en el sentido clerical, sino humano— la guerra sagrada de los oprimidos para derrocar a los opresores y liberar a los trabajadores de toda opresión. En esencia, todos estos aplastados, sacudidos y atemorizados burgueses, pequeños, burgueses y “servidores de la burguesía” frecuentemente están guiados, sin advertirlo, por aquella vieja, absurda, sentimental y vulgar idea intelectualista de “implantar el socialismo”, que han adquirido “de oídas”, con pedazos de la teoría socialista, repitiendo las tergiversaciones de esta teoría hechas por ignorantes y semieruditos, y atribuyéndonos a nosotros, los marxistas, la idea, hasta el plan de «implantar” el socialismo.

A nosotros, marxistas, estas ideas, para no hablar de los planes, nos son ajenas. Siempre hemos sabido, dicho y destacado que no es posible “implantar” el socialismo, que éste crece en el medio de la más intensa, la más aguda lucha de clases —que alcanza cimas de frenesí y desesperación— y de la guerra civil; que entre el capitalismo y el socialismo hay un largo proceso de “dolores de parto”; que la violencia siempre es la partera de la vieja sociedad; que al período de transición de la sociedad burguesa a la sociedad socialista corresponde un Estado especial (esto es, un sistema especial de coerción organizada contra una clase determinada), es decir, la dictadura del proletariado. Y la dictadura presupone y significa un estado de guerra latente, un estado de medidas militares de lucha contra los enemigos del poder proletario. La Comuna fue una dictadura del proletariado, y Marx y Engels le reprocharon lo que ellos consideraban como una de las causas de su derrota, es decir, que la Comuna no había utilizado con suficiente energía su fuerza armada para aplastar la resistencia de los explotadores. En esencia, todos estos alaridos de los intelectuales acerca de la represión de la resistencia de los capitalistas, no son más que un resabio de la vieja “conciliación”, para decirlo de modo “cortés”.

Pero si lo decimos con llaneza proletaria, tendríamos que decir: continuar el servilismo ante el dinero es la esencia de los alaridos contra la coerción obrera, que ahora se aplica (lamentablemente, con poca fuerza y energía) contra la burguesía, los saboteadores, los contrarrevolucionarios. «La resistencia de los capitalistas está vencida”, declaró el buen Peshejónov, uno de los ministros de los conciliadores, en junio de 1917. Este buen hombre ni sospechaba que la resistencia debe ser vencida efectivamente, que será vencida, y que el nombre científico de esta operación es dictadura del proletariado, que todo un período histórico se caracteriza por la represión de la resistencia de los capitalistas y, en •consecuencia, por una sistemática aplicación de la coerción contra toda una clase (la burguesía) y contra sus cómplices.

La codiciosa, maligna, frenética, repugnante avidez de los adinerados, el cobarde servilismo de sus parásitos: tal es la verdadera base social de los actuales aullidos de los intelectuales pusilánimes —desde los de Riech hasta los de Nóvaia Zhizn— contra la violencia por parte del proletariado y del campesinado revolucionario.

Este es el significado objetivo de sus aullidos, de sus lamentos, de sus gritos de farsantes acerca de la “libertad” (libertad de los capitalistas para oprimir al pueblo), etc., etc. Ellos estarían «dispuestos” a reconocer el socialismo, si la humanidad lo alcanzara de repente, de un salto espectacular, sin rozamientos, sin luchas, sin el rechinar de dientes de los explotadores, sin los variados intentos de éstos por conservar lo antiguo o traerlo de nuevo de contrabando, sin que el proletariado revolucionario “responda” a cada intento con la violencia. Estos seudointelectuales parásitos de la burguesía están “dispuestos” a meterse en el agua siempre que no se mojen.

Cuando la burguesía y los funcionarios acostumbrados a servirla, empleados, médicos, ingenieros, etc., recurren a los medios más extraños de resistencia, esos seudointelectuales se aterrorizan.

Se estremecen de miedo y sus alaridos sobre la necesidad de volver a la “conciliación” son más estridentes que nunca. En cambio, a nosotros, como a todos los amigos sinceros de la clase oprimida, las medidas extremas de resistencia de los explotadores, sólo pueden alegramos, pues no esperamos que el proletariado madure para el poder en una atmósfera de persuasión y halagos, en una escuela de sermones melosos o declamaciones instructivas, sino en la escuela de la vida, en la escuela de la lucha. Para convertirse en clase dominante y vencer definitivamente a la burguesía, el proletariado debe aprender, porque el conocimiento que eso implica no lo recibe de pronto y preparado. Y es en la lucha donde aprende. Y sólo enseña una lucha seria, tenaz, desesperada. Cuanto más extrema sea la resistencia de los explotadores, más enérgica, firme, despiadada y eficazmente serán aplastados por los explotados. Cuanto más variados sean los intentos y los esfuerzos de los explotadores por defender lo viejo, con mayor rapidez aprenderá el proletariado a arrojar a sus ¡enemigos de clase de sus últimos escondrijos, a arrancar las raíces de su dominación, a eliminar el terreno donde podía (y tenía que) crecer la esclavitud asalariada, la miseria de las masas, el lucro y el descaro de los adinerados.

Con el aumento de la resistencia de la burguesía y sus parásitos, crece la fuerza del proletariado y del campesinado aliado a él. A medida que sus enemigos, los explotadores, intensifican su resistencia, los explotados se fortalecen y maduran, crecen y aprenden, se despojan de la esclavitud asalariada “vieja como Adán”. La victoria estará de parte de los explotados, pues de su parte está la vida, la fuerza numérica, la fuerza de la masa, la fuerza de las inagotables fuentes de todo lo que es abnegado, progresista y honesto, de todo lo que empuja hacia adelante, de todo lo que despierta para la construcción de lo nuevo, de todas las grandes reservas de energía y de talento de la así llamada “gente común”, los obreros y campesinos. La victoria será de ellos.

Escrito entre el 24 y el 27 de diciembre de 1917 (6 al 9 de enero de 1918).

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