Para los catalanes, el viernes 27 de octubre quedará en la memoria y pasará a la historia. Ese día, a pesar de las amenazas del Gobierno de activar el 155, se proclamó la República, producto de la inmensa movilización previa y posterior al referéndum del 1-O. Ese día, miles y miles llegamos al Parlament para escuchar por altavoz el pleno en el que se votaría la Declaración de la República. En un clima de alegría, tensión y mucha expectativa, uno a uno se vivaban los votos positivos y se abucheaban los negativos. Saltos, gritos, abrazos, lágrimas y festejos, cuando finalmente por 70 votos a favor, 10 en contra y 2 abstenciones, se aprobaba declarar la independencia y “abrir un proceso constituyente que acabe con la redacción y aprobación de la Constitución de la República».

Acto seguido descorchamos cava y brindamos por los días y días de marchas, nerviosismo, discusiones, asambleas y reuniones. Brindamos, entre nosotros y con desconocidos, porque de alguna manera nos sabíamos artífices de esto. Al caer la noche las gigantescas columnas de gente y esteladas se dirigieron a Sant Jaume a continuar con los festejos. Y allí los cánticos que resonaron decían: “Fora, fora, fora, la bandera española”, en referencia a que se descolgara del palau de la Generalitat la misma, como corresponde a una República independiente y “Puigdemont al balcón”, pidiendo que el President tuviera la “amabilidad” de dirigirse a los catalanes, que se lo merecían y como las circunstancias lo ameritaban. Porque no todos los días, luego de un referéndum autodeterminado, un paro cívico y movilizaciones masivas, se declara una República en el mundo y no todos los días el gobierno amenaza con hacer realidad la intervención de las instituciones y la Autonomía catalanas. Nada de eso ocurrió. Ese viernes nos fuimos a dormir con una sonrisa, pero concientes que el 155 comenzaba a andar y sin saber cómo lo íbamos a enfrentar. Porque no había claridad ni convocatoria alguna que llamara a defender (de alguna manera) la República ante el embate del 155.

Pero a veces las verdades son amargas… aunque necesarias. Amargas porque duelen y necesarias para combatir y evitar la desmoralización y no masticar la rabia en casa, sino por el contrario, para hacer balance, sacar conclusiones, poner negro sobre blanco y redoblar esfuerzos en la pelea por hacer valer el mandato popular.

Dicho esto hay que decir que la Republica duró sólo unas horas y que Puigdemont ha capitulado ante el Estado español.

A las pocas horas de proclamada la República, Rajoy comparecía y se publicaba en el BOE el cese del President, el vice president y la mesa del Govern, la disolución del Parlament y la convocatoria a elecciones para el 21 de diciembre. El día sábado Catalunya despertaba con esta noticia. Desconcierto e incertidumbre ante la forma concreta que iba a adquirir la intervención del Estado en suelo catalán. Pero también se sabía que esto era el anuncio del fin de la República.

Por la tarde Puigdemont comparecía mediante un mensaje (grabado) de tres minutos llamando a tener “paciencia, perseverancia y perspectiva, hacer oposición democrática al 155 y a no abandonar la conducta cívica y pacífica”. Tan cívica y tan pacífica se develó su estrategia que, como ya adelantáramos en artículos anteriores, resulta tan inocua como inmovilista y estéril. Una estrategia orientada a desgastar, desarmar y frenar la movilización y a desvirtuar el original y justo reclamo de ejercer el derecho a decidir. A pesar de esto la incertidumbre no desapareció.

Qué sensación más rara se vivió ese día, todo continuaba como si nada hubiera pasado, a pesar de que se “habían hecho cosas”.  Se había declarado una República y se la había intervenido a la vez…

El domingo al mediodía las banderas españolas volvieron al centro de Barcelona. La Sociedad Civil Catalana (Entidad de derecha cuasi fascista) convocó a una manifestación bajo el lema “Todos somos Catalunya”, a la cual acudieron en primera fila el PP, el PSC y Ciudadanos. Y fue multitudinaria. Donde se reivindicó la falsa y forzada “unidad de España” y la Constitución del 78. Tanto una demostración de fuerza y dureza del gobierno y la derecha para reafirmar “el retorno a la legalidad mediante la implementación del 155” como de la polarización social que se vive.

El día lunes fue un día esperado con inquietud. Era el día del desembarco del Estado español en las instituciones catalanas.

Todo el mundo especulaba, porque con ese discurso se preparó, con que el Gobierno aplicara a lo bruto, con los tanques y/o detenciones, el 155 y todo el mundo esperaba que Puigdemont y Cía. se resistieran. Pero ni Rajoy usó la fuerza ni Puigdemont se resistió ni siquiera un poco. O, mejor dicho, ni Rajoy necesitó del uso de la fuerza ni Puigdemont quiso resistirse.

Sin embargo, ese lunes transcurrió con total “normalidad”. La gente fue a trabajar, llevó los niños al cole, asistió a clases, fue a la consulta médica al hospital, hizo la compra, renovó el DNI, las banderas españolas seguían ondeando en las reparticiones públicas que funcionaban de forma regular y no se observaba presencia policial notoria.

Mientras tanto, desde la Fiscalía General se anunciaban las citaciones y las querellas por los delitos de rebelión, sedición y malversación, entre otros, contra Carles Puigdemont, su equipo de Gobierno y la Mesa del Parlament, y tanto ERC como el PDECat salían a hacer declaraciones en el sentido de su más que probable participación en las elecciones convocadas bajo el 155. Junqueras fue más que elocuente y claro cuando dijo que “se tomarían decisiones difíciles de entender”.

Casi en paralelo, para sorpresa de todos y hablando en inglés y francés, Puigdemont aparecía en Bruselas y transmitía lo siguiente: “Estamos aquí como ciudadanos europeos, tenemos que trabajar como gobierno legítimo y esta es la mejor manera de dirigirse al mundo desde la capital de Europa. Y esto es una cuestión europea, (no del resto) desde que el Gobierno español decidió de manera ilegítima cesarnos de nuestros cargos. No tenemos ninguna protección desde que tomó control de la policía catalana, en mi caso se ha reducido la seguridad. Queremos no privilegiar la confrontación social. Si nos hubiéramos quedado ahí con una acción de resistencia hubiera habido violencia y no voy a enfrentar a mis ciudadanos a una ola de violencia”.

“Si me garantizan un proceso justo pues volveríamos de forma inmediata… por eso el viernes por la noche decidimos esta estrategia…. Fueron ellos los que empezaron el caos. Siempre actuamos sin violencia y democráticamente y estamos dispuestos a colaborar con la justicia y a respetar los resultados del 21D”.

Y así, después de la expectativa y alegría vino la perplejidad y la decepción.

Todo esto habla de que en el fondo, cuando la soga se tensa demasiado, ninguna fuerza burguesa está dispuesta a que se rompa. Ninguna fuerza burguesa se juega del todo y hasta el final, es más prefiere entregar todo antes que luchar a riesgo de perderlo todo. Y es que tienen todo y mucho que perder. Y pueden ir lejos, incluso más allá de lo que ellos mismos desean, pero hasta ahí llegan, el límite lo pone el miedo al desborde y el peligro de romper el orden y la legalidad capitalistas garantes de sus privilegios como clase. Porque no hay estrategias moderadas para objetivos radicales. Y hasta ahí llegan los moderados burgueses, hasta que llega el momento crítico y llega la hora de hacerse cargo concreta, efectiva y materialmente de las cosas y las decisiones y cuando es necesario, te sueltan la mano. Para salvarse ellos, como las ratas que huyen del agua.

Sintetizando. Se declara la DUI, pero al fin y al cabo, todo queda en el terreno declamativo, formal, sin salirse ni un ápice de la institucionalidad, se lleva a cabo la intervención del Estado, se la deja correr, Puigdemont se va y finalmente, de hecho, se la admite y acata al no oponer resistencia verdadera alguna, presentándose a declarar ante las querellas y aceptando las elecciones impuestas por Rajoy para anular el derecho y la lucha del pueblo catalán. Repugnante.

Hoy, excepto la CUP, de momento, ya hablan en clave electoral y se pronunciaron a favor de presentarse en las elecciones. No hubo marchas ni llamados a la resistencia, aunque sea pasiva, para efectivizar y defender la República, pero sí hay elecciones. Nada más pasivo y que eso y contrario a todo lo que se vino luchando y conquistando en las calles. Vaciar las calles y llenar las urnas, la manera más efectiva y “democrática” de la dirección burguesa del procés para desviar el legítimo derecho del pueblo catalán. Y para eso prepararon y preparan a su base, diciéndoles que ahora hay que votar aunque sea con la nariz tapada con tal de que no gane la derecha y de refrendar en las urnas la República, una República que ellos se encargaron de que sea sólo en el papel.

Para lavarse la cara y volver a jugarse la legitimidad y no perder el capital político acumulado hasta ahora, habilitan unas elecciones convocadas por el Gobierno central y a las cuales el independentismo llega dividido, pero aun así, éstos prefieren acudir a las urnas aunque sea perdiendo votos porque las calles no es su terreno y hay que calmar y encausar las cosas.

En este panorama alguna responsabilidad le cabe también a la CUP, que sólo se dedicó a presionar y confiar en el Govern pero nunca llamó efectivamente a la resistencia en las calles, nada. Chillan y amenazan por izquierda en el Parlament pero nunca sacan los pies del plato, al contrario, siempre terminan, confiando, esperando y al final, adaptándose a los canales institucionales y legales del parlamentarismo burgués y en el caso de asistir estas elecciones del 21 se estarían adaptando directamente a la legalidad del Estado español. Presionó para la DUI y una vez declarada qué…? Siguen sin llamar a movilizarse para resistir efectivamente al 155. Hasta ahora no hay ningún ejemplo de resistencia pasiva que hayan seguido, presentarse en el Parlament y continuar trabajando por la República (inexistente y retórica) no es ninguna resistencia real, sólo palabras y actos inocuos. Pero más indignante resulta conocer ahora, por las declaraciones de algunos de sus dirigentes, que recién ahora la CUP se estaría dando cuenta de lo que el ERC y el PDEcat son. Así Benet Salellas ha reconocido que el Govern no está preparado para un escenario de unilateralidad y que carece de estructuras de Estado propias. «Lo cierto es que en este país no hay estructuras de Estado preparadas ni medidas de efectividad republicana que se estén desarrollando».

Pero así como Catalunya es la sal en la herida del régimen del 78 y las elecciones no vendrán a solucionar nada, las direcciones burguesas llevan al desastre pero no lo son todo.

Por eso habrá que procesar el balance en los CDRs, en las aulas y en todos los lugares donde el Movimiento continúa vivo seguir alertas el desarrollo de los acontecimientos. Y más que nunca, reafirmar la necesidad de construir una dirección alternativa e independiente a ésta, que ya ha demostrado su traición y ha desnudado sus intereses. Y reafirmar también, para que la lucha y la voluntad de los catalanes triunfe, la necesidad de que la clase obrera entre en escena y se ponga en el centro con sus métodos y sus luchas.

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