Por Claudio Testa

Las raíces de la crisis del Estado español con centro en Catalunya, tienen larga data. Para entender esto, recordaremos algunas fechas y hechos relacionados con las tendencias centrífugas que hoy actúan allí con mayor fuerza que en otros estados europeos.

En estos momentos, los vientos de descontento, y crisis sociales y políticas soplan en toda Europa y la UE…

No por casualidad el Estado español es uno de los territorios donde adquieren mayor entidad esos fenómenos. Allí han tomado cuerpo como tendencias centrífugas, que se expresan en la lucha de Catalunya por su derecho a separarse y constituirse como “Estado independiente bajo la forma de República”.

No se trata de un capricho ni de una operación demagógico-electoral del momento, como algunos lo quieren presentar. Refleja, por el contrario, males “genéticos” del llamado “Estado español”.

En su caso, esos problemas se advierten hasta en el nombre. ¡No hay unanimidad ni en cómo denominar a ese Estado!

Oficialmente se habla de “España” (o, peor, de “Reino de España”). Entre otras cosas, esto implica dar por descontado que se trata de un Estado-nación, como por ejemplo Francia…

Otros, más realistas, hablamos de “Estado español”. Es decir, de una situación de hecho cuya legitimidad de origen es cuestionable… y que ahora, con lo de Catalunya, vuelve a ser crecientemente cuestionada… Y no sólo por la tentativa catalana de independizarse…

El origen inmediato del actual “Estado español” es la simbiosis de una de las más atroces dictaduras del siglo XX –la del “Caudillo” fascista Francisco Franco– con la rama española de la antigua (y detestable) monarquía de los Borbones. El tercer componente de esta simbiosis ha sido la infame capitulación de los principales partidos opositores a esa dictadura. Partidos supuestamente “democráticos”, pero que terminaron pactando con ella. A saber: los “socialistas” del PSOE, los “comunistas” del PCE, y varios partidos “nacionalistas” de Catalunya, Euzkadi, Valencia, etc.

Eran imprescindibles para darle un barniz “democrático” y de “renovación” a lo que en verdad era un operativo continuista… estafando así a las masas que no iban a tolerar una continuidad directa. Para eso se aplicó la clásica fórmula: “cambiar todo para que todo siga igual”.

Ese recambio o recomposición, ya acordado previamente, se concretó luego de la muerte del dictador, el 20 de noviembre de 1975. El borbón Juan Carlos I, que había sido seleccionado en vida por el mismo Franco para sucederlo, fue proclamado rey dos días después.

Se abrió entonces un período conocido como la “transición a la democracia”… que fue de lo más antidemocrático. En 1978, se dispusieron desde arriba cambios constitucionales… sin molestarse en convocar una Asamblea Constituyente verdaderamente democrática… No sea que la cosa se desmadrase… y que al populacho se le ocurriese, por ejemplo, sacarse de encima a los malditos Borbones y restablecer la República.

Así nació el llamado “régimen del 78”, que garantizó la continuidad en el poder de los sectores de la burguesía que se impusieron con la guerra civil de 1936-39, aunque haciendo un lugar en la mesa a otros actores políticos dispuesto a colaborar.

Pero el “mundo feliz” del posfranquismo dejó muchas cosas de fondo sin resolver. En los primeros tiempos, la colaboración con Madrid de los partidos nacionalistas tradicionales de Catalunya y el País Vasco, sumada a la traición de los partidos “obreros”, como el PSOE y el PCE, y la burocratización de las centrales sindicales UGT (Unión General de Trabajadores) y CCOO (Comisiones Obreras) pareció que solucionaba las conflictos y contradicciones históricas del Estado español.

Sin embargo, con el paso del tiempo, esto se ha ido revelando como una ilusión. Los viejos demonios que se creía exorcizados, salen de los roperos y comienzan a hacer de las suyas.

Lamentablemente, el demonio de uno de los movimientos obreros más combativos y heroicos de la historia, aún no ha vuelto a reencarnarse. ¡Esperamos que vuelva a escena! ¡Pero ya está haciendo de las suyas el demonio de las nacionalidades, amenazando con la independencia catalana!

Esto tiene antecedentes seculares. Por eso, como adelantamos al inicio, comentaremos algunas fechas y hechos en relación a Catalunya y el Estado español.

 

11 de septiembre, “Diada Nacional de Catalunya”

O, en español, “Día de Cataluña”. Casi todos los Estados y/o naciones tienen su “día” conmemorando algún gran triunfo nacional. En EEUU y países de América Latina, suele ser la fecha de declaración de la independencia. En Francia, el 14 de julio, en que se conmemora la “Toma de la Bastilla”, día de triunfo de la Revolución en 1789.

Catalunya es una excepción. La “Diada Nacional de Catalunya” no “festeja” nada. Conmemora una terrible derrota sufrida el 11 de septiembre de 1714. En esa fecha Barcelona, después de un largo y sangriento sitio, fue tomada por las tropas franco-castellanas del nuevo rey Felipe V, impuesto por los Borbones (familia que también gobernaba Francia con Luis XIV).

Ese día, en Catalunya salen a la calle inmensas multitudes con la “estelada”, la bandera de cuatro estelas rojas sobre fondo amarillo… Es una afirmación catalanista contra el dominio de Madrid.

Es que el triunfo de la nueva dinastía borbónica en 1714 significaría para Catalunya la pérdida de instituciones propias de gobierno semi-independientes, y de las libertades civiles. Desde ya que estas “libertades” y “autogobierno” eran válidas esencialmente para la nobleza y la naciente burguesía, pero eso se proyectaba también hacia abajo…

Otra consecuencia de la derrota de 1714 fue la liquidación por decreto de Felipe V de la “Generalitat de Catalunya”, que había sido establecida en el siglo XIII. Bajo ese nombre, con muchos cambios e interrupciones, a lo largo de los siglos se sucedieron diferentes instituciones de auto-gobierno catalán.

El hecho curioso (y significativo) es que hoy Felipe VI (actual rey Borbón y descendiente del Felipe V del siglo XVIII) lanza por TV desde Madrid rayos y centellas contra los malditos catalanes que nuevamente le hacen frente a la monarquía familiar.

Efectivamente, esa rama de los Borbones siguió reinando aunque con varias intermitencias en el Estado español, entre ellas, la de la brevísima Primera República (1873-1874). Simultáneamente, el siglo XIX fue de gran decadencia para España, que había perdido casi todas sus colonias, sobre todo en América Latina.

Esa decadencia no fue contrarrestada por un curso revolucionario. Concretamente, no lograron triunfar procesos como la Revolución Francesa de 1789, que barriesen no sólo la podredumbre de la monarquía borbónica sino también a sus viejas clases dirigentes.

La Revolución Francesa logró forjar la “República una e indivisible”. Eso en España no se logró. Tampoco, procesos como los de la unificación nacional de Italia o de Alemania. La Primera República, después de agonizar dos años, desembocó en otra restauración de los Borbones.

Pero, contradictoriamente –en medio de un atraso generalizado que hizo nacer la expresión despectiva “África empieza en los Pirineos”– en el Estado español comenzaron a darse focos de industrialización y desarrollo capitalista, en el País Vasco y sobre todo en Catalunya.

Sin embargo, esto no solucionó las cosas, sino que agudizó aún más las contradicciones. Mientras el centro del poder político estaba en la atrasada Madrid, las dos regiones de pujante desarrollo eran el País Vasco y Catalunya, con nacionalidades diferentes a la de Castilla, y que tenían idiomas propios… pero que no gobernaban España.

Ese desarrollo (y ese contraste) fue especialmente notable en Catalunya. En la “Belle Époque”, entre 1871 y la Primera Guerra Mundial (1914), mientras en gran parte de España reinaba el atraso, Catalunya se había industrializado y Barcelona era una ciudad que rivalizaba con París.

Esa industrialización haría también de Catalunya la cuna de uno de los movimientos obreros más combativos de Europa, aunque conducido principalmente no por los marxistas sino por el anarquismo. Y sus luchas no se limitarían a conflictos sindicales.

Pero no sólo un fuerte movimiento obrero y sus corrientes políticas anarquistas y socialistas se desarrollaron al calor de la industrialización catalana.

Ya tempranamente, en la década de 1880, nace también el “catalanismo político”. Desde entonces, se fueron sucediendo infinidad de corrientes nacionalistas con los más diversos programas. Ellos fueron, desde la pelea por cierta autonomía en relación a Madrid, hasta la lucha por la independencia del Estado español.

El nacionalismo catalán tomaría cuerpo en parte de esa burguesía y sobre todo de las clases medias. Es que ayer y hoy, los grandes burgueses han sido más bien “españolistas”… Un buen ejemplo fue el hombre más rico de Catalunya en su época, el banquero Juan March. Lejos de ser “catalanista”, fue el principal contribuyente de la “cruzada” fascista de Franco. Hoy las cosas no son muy diferentes…

 

La Generalitat de Catalunya y la guerra civil

Con la caída de la monarquía de los Borbones en 1931 y la instauración de la Segunda República, no sólo comienza un período revolucionario en el Estado español, sino también de ascenso de los movimientos nacionalistas en Catalunya (y en el País Vasco). En Catalunya esto implicó la resurrección de la Generalitat y la posterior concesión de un Estatuto de Autonomía.

El intento de golpe de Estado fascista del 17 y 18 de julio de 1936 encabezado por el Gral. Franco fracasa, pero al mismo tiempo inicia la Guerra Civil que se prolongaría hasta el 1º de abril de 1939.

En esa derrota inicial de los fascistas, las masas populares de Catalunya, principalmente los obreros de Barcelona organizados en milicias, jugaron un papel de primer orden.[1]

Pero Catalunya, al mismo tiempo que un bastión de la resistencia, sería el escenario más nítido de las contradicciones del campo republicano, que contribuyeron al triunfo final de los fascistas.

El Partido Comunista acataba las directivas de Stalin de enfrentar al fascismo promoviendo el “frente popular” con los burgueses “democráticos”. Entonces,  no había que molestarlos ni asustarlos con medidas radicales que favorecieran los intereses de obreros y campesinos. Pero eso era “política-ficción”: la burguesía y los privilegiados en general, ya se habían pasado en masa al campo de Franco en la guerra civil.

Simultáneamente, esa política implicaba que no se ponía en pie un poder obrero y popular como el que había logrado el triunfo en las guerras de la Revolución Rusa, ni se satisfacían las demandas de los trabajadores de la ciudad y del campo. Al mismo tiempo, los stalinistas imponían un régimen cada vez más represivo contra las bases obreras y populares.

El descontento creciente llevó en mayo de 1937 a todo un sector de trabajadores, principalmente anarquistas, organizados en milicias, a sublevarse tomando puntos importantes de Barcelona. Pero el anarquismo, aunque mayoritario en las masas trabajadoras, no tenía por definición una política para la conquista del poder. Estaba además dividido. No fue difícil derrotar esa protesta.

Esto dio la oportunidad al stalinismo de desatar una brutal represión. Fueron masacrados, en primer lugar, los dirigentes y activistas del POUM (Partido Obrero de Unificación Marxista), calificado de “trotskista”.

Al mismo tiempo, en la dirección de la Generalitat, se fueron imponiendo personajes cada vez más a la derecha, tanto socialdemócratas como de la escasa burguesía “republicana”. Una de sus primeras medidas después de mayo de 1937 fue disolver las milicias obreras que habían derrotado el golpe fascista de julio de 1936 y habían contenido los avances de las tropas de Franco.

La desmoralización profunda que produjo este curso a la derecha entre las bases obreras y populares, abrió el camino a la derrota en la guerra civil.

Décadas después, los partidos que impulsaron o avalaron esta infamia –el PCE y el PSOE– estarían en primera fila de la colaboración con los Borbones para instaurar la monarquía sucesora de Franco.

Aunque todavía hay grandes diferencias con esa época de revoluciones (y contrarrevoluciones), las enseñanzas de la guerra civil y en especial de la heroica lucha en Catalunya, deben ser patrimonio de todos los luchadores por el socialismo… Y muy tenidas en cuenta para lo que se viene…

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1.- Sobre todo esto, recomendamos la lectura de George Orwell. “Homenaje a Cataluña y otros escritos”, Tusquets, Barcelona, 2015.

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