Desde su concepción liberal de la revolución, Fitzpatrick procura establecer vínculos entre Lenin, Trotsky y Stalin (en su versión burocrática) como parte de la tradición bolchevique.

En su libro no escasean los “ejemplos” que, según la autora, demuestran la presencia de los métodos de Stalin en el gobierno de Lenin, así como valoraciones esquemáticas y simplistas en torno al papel de Trotsky como dirigente de la Oposición de Izquierda.

Aunque algunos rayan en lo vulgar, pueden confundir a lectores menos avezados en la historia de la revolución rusa y la burocratización de la URSS.

Lenin: la génesis de las grandes purgas

Para descalificar a Lenin, Fitzpatrick recurre a una argumentación muy sencilla: suponer que todos los rasgos dictatoriales del régimen de Stalin ya estaban presentes (aunque fuese en forma embrionaria) en la conducción revolucionaria de Lenin. Este es el punto de partida para realizar una serie de comparaciones abusivas entre ambos.

Por ejemplo, indica que las tácticas aparatistas de Stalin para copar con sus delegados el Congreso de 1924 (donde la Oposición de Izquierda solamente tuvo tres delegados) fue producto de la escuela de Lenin a la hora de dirigir el partido, donde construía mayorías abordando militantes y desplegando una táctica interna para posicionar su política (todo esto legitimado además por su liderazgo histórico dentro del partido).

Esto es una ligereza y muy deshonesta, que confunde el “hacer política” en el marco de un partido revolucionario con centralismo democrático (donde hay corrientes de opinión, tendencias y fracciones) con los métodos de aparato ejercidos por la burocracia, donde el respaldo se obtenía facilitando nombramientos en la estructura del partido y en zonas del país con mejores condiciones, todo con tal de bloquear a Trotsky y a la Oposición de Izquierda (de lo cual Fitzpatrick da cuenta en su obra).

Además, esta acusación no resiste la prueba de los hechos, pues el Partido Bolchevique en tiempos de Lenin se caracterizaba por una intensa vida interna, con debates intensos entre tendencias (¡propios de un partido que se juega por la revolución!) ante cada fenómeno importante de la lucha de clases. Cada libro, ensayo y artículo de Lenin es prueba de esto: ¡siempre contienen debates directos contra otros dirigentes socialdemócratas de la II Internacional y Rusia, con el afán de lograr la mayor claridad para la lucha teórico-política de la clase obrera!

Basta recordar la interna del partido a propósito de la política ante el gobierno de conciliación surgido después de la revolución de febrero de 1917, donde Lenin con sus Tesis de Abril libró una pelea contra los “viejos bolcheviques”, para reorientar al partido hacia la independencia del gobierno y apostando a profundizar la revolución en un curso socialista, marcando un quiebre con la estrategia clásica de los bolcheviques(1) que había servido de mampara para que la dirección del partido (previo al arribo de Lenin de su exilio) se plegara como el ala izquierda del régimen de febrero, renunciando a cualquier perspectiva insurreccional de antemano.

Además, esta acusación evidencia que para Fitzpatrick, la pugna entre Stalin con la Oposición de Izquierda se redujo a un juego de poder a lo interno del partido, casi como una partida de ajedrez que no guardó relación alguna con los retrocesos de la lucha de clases a nivel internacional en ese período. Al respecto, Trotsky fue muy preciso al establecer una relación directa entre el fortalecimiento de la burocracia y las derrotas de la clase obrera, en particular con la derrota de la revolución alemana: “La primera represión contra la Oposición se produjo inmediatamente después de la derrota de la revolución alemana y fue, en cierto modo, su complemento. Esto habría sido imposible si el triunfo del proletariado alemán hubiera podido aumentar la confianza en sí mismo del proletariado de la URSS y, por consiguiente, su fuerza de resistencia ante la presión de las clases burguesas del interior y del exterior y también ante su correa de transmisión, la burocracia del Partido”. (Trotsky. “Stalin, El gran organizador de derrotas”. Pág. 191)

Fitzpatrick también valora la expulsión de Trotsky de la URSS en 1927, como un reprise de lo realizado por Lenin en 1922, cuando exilió a dirigentes mencheviques y cadetes. Nuevamente la autora peca por desvincular las decisiones políticas con su contexto histórico (¡algo más grave proviniendo de una historiadora profesional!).

En 1922 la revolución venía saliendo de una cruenta guerra civil que se extendió por tres años (sumados a cuatro años de la I Guerra Mundial), donde los bolcheviques tuvieron que enfrentar enormes presiones para sostener la revolución y, como parte de las condiciones propias de una guerra y el período inmediatamente posterior, el gobierno soviético recurrió a medidas represivas contra los partidos opositores al gobierno de los Soviets que actuaron de quinta columna de los ejércitos blancos (incluso Lenin fue víctima de un atentado en 1918 que por poco lo mata).

De ahí que no sea comparable la expulsión de dirigentes de los mencheviques (partido reformista aliado a la burguesía tras la revolución de febrero y opuesto al poder de los Soviets) y cadetes (partido de la burguesía rusa que apoyó el golpe militar de Kornilov) en 1922, con la expulsión de Trotsky en 1927, seis años después de finalizada la guerra civil y donde fue el principal dirigente del Ejército Rojo contra los ejércitos contrarrevolucionarios. Acá resalta la pequeña diferencia entre el accionar de Lenin en 1922 y de Stalin en 1927: en un caso se trata de la expulsión de enemigos jurados de la revolución, en el otro de un dirigente revolucionario que luchó a fondo contra la contrarrevolución.

Estas argumentaciones son consecuentes con lo expuesto anteriormente en La Revolución Rusa, donde Fitzpatrick cataloga a Lenin como el precursor de las purgas estalinistas: “No es difícil rastrear la génesis revolucionaria de las grandes purgas (…) Lenin no sentía escrúpulos sobre el empleo del terror revolucionario y no toleraba la oposición ni dentro ni fuera del partido. Aún así, en tiempos de Lenin se trazaba una nítida distinción entre los métodos permisibles de lidiar con la oposición exterior al partido y aquellos que podían usarse contra la disidencia interna”. (Fitzpatrick, 2015: 211)

Así las cosas, las diferencias entre Lenin y Stalin se reducen a matices sobre cómo lidiar con sus adversarios a lo interno del partido, pero en el fondo ambos eran dictadores que no permitían ninguna oposición y utilizaban el terror revolucionario, el cual devino en las Purgas de Moscú en 1936.

Además de lo absurdo de esta conclusión teleológica, no hay punto de comparación entre la supresión temporal de libertades democráticas y el terror rojo (o revolucionario) ejercido por los bolcheviques en la guerra civil para mantener a flote la revolución ante la invasión de los ejércitos blancos y tropas de potencias imperialistas, con el terror burocrático desencadenado por Stalin que, apelando a la lucha contra la “guerra económica” y los enemigos internos, erigió en principio la supresión de cualquier espacio de libertades democráticas y desarrolló un operativo de exterminio selectivo de sus opositores dentro del partido bolchevique, muchos de ellos veteranos revolucionarios que enfrentaron la cárcel y exilio del zarismo(2).

Esta diferenciación entre el terror rojo y el terror burocrático escapa del universo mental de Fitzpatrick, una historiadora liberal que condena a priori cualquier ruptura con el orden democrático-burgués, indiferentemente si se trata de una revolución protagonizada por explotados y oprimidos contra sus verdugos, o bien, un alzamiento fascista en defensa del orden, la patria, la religión, la propiedad privada, etc. Es una postura conservadora, cuyo trasfondo es negar cualquier perspectiva de emancipación social, la cual no puede realizarse sin que medie la violencia revolucionaria contra las clases explotadoras y opresoras. Eso explica su condena absoluta a cualquier forma de terror, indiferentemente de los fines y medios que persiga.

No somos apologistas de la violencia, pero el materialismo histórico es contundente al señalar que ninguna clase dominante ha cedido sus privilegios de forma pacífica, por lo cual las revoluciones son estremecimientos donde la violencia revolucionaria es inseparable de la lucha de los explotados y oprimidos por refundar la sociedad. Trotsky daba cuentas de esto en Historia de la Revolución Rusa (tomo II): “Las conmociones sociales de 1917 transformaron la faz de la sexta parte del globo y entreabrieron nuevas posibilidades a la humanidad. Las crueldades y horrores de la revolución, que no queremos negar ni atenuar, no llueven del cielo, sino que son inseparables de todo desarrollo histórico” (Trotsky, : 90). En un sentido similar se expresaba Marx, cuando comparaba las revoluciones con los “dolores de parto” de una nueva sociedad.

Trotsky: el Robespierre derrotado

Fitzpatrick pasa tabla rasa a todos los debates y luchas en oposición al estalinismo, las cuales asume como simples disputas por el poder, en menoscabo de las perspectivas estratégicas de cada sector.

En particular focaliza sus ataques contra la Oposición de Izquierda, aduciendo que “Trotsky denunciaba que Stalin pretendía ser termidoriano, pero aquí se equivocaba: a todas luces, Stalin aspiraba a interpretar el mismo papel que Trotsky quería para sí, el de Robespierre de la Revolución Rusa”(3). (Fitzpatrick, 2016: 67)

Esta es una valoración vulgar que diluye las fronteras programáticas entre las tendencias dentro del Partido, reduciendo todo a la lucha por el poder como un fin en sí mismo. Agreguemos, además, que Fitzpatrick no aporta ninguna prueba para sustentar esta caracterización de Trotsky, obviando la enorme lucha teórica y política de Trotsky contra el estalinismo (de la cual no realiza ningún balance) y en defensa del marxismo revolucionario, así como las enormes adversidades que enfrentó durante su exilio hasta el momento de su asesinato, al igual que decenas de miles de militantes de la Oposición de Izquierda que murieron en campos de concentración o a manos de la GPU en el exilio.

Trotsky luchó contra el estalinismo para defender las conquistas de la Revolución de Octubre y, más importante aún, garantizar que la clase obrera ejerciera el poder directamente por medio de sus organismos políticos (soviets, sindicatos y partidos) e impedir la regresión del capitalismo debido a la conducción de la burocracia soviética. De haberse limitado a una lucha de vanidades por el poder, bien pudo haber aprovechado su rol como dirigente del Ejército Rojo para realizar un golpe de Estado.

Lastimosamente, Trotsky libró su batalla contra el estalinismo en condiciones muy adversas a lo interno de la URSS y en el plano internacional (particularmente con la derrota de la revolución alemana en 1923 y el surgimiento del fascismo por Europa), y finalmente sus peores pronósticos se materializaron tras la consolidación del estalinismo como un aparato contrarrevolucionario a nivel mundial que, durante décadas, bloqueó y/o encuadró burocráticamente procesos revolucionarios por todo el mundo, con casos trágicos como la revolución china de 1927, la guerra civil española de 1936-1939 y la disolución de la Internacional en 1943.

Incluso Trotsky no capturó por completo las transformaciones que la burocracia operó en la URSS, algo comprensible dado su exilio y cuidado al interpretar un fenómeno en tiempo real que resultó totalmente novedoso e inesperado. Esto explica que, hasta el momento de su asesinato en 1940, caracterizara a la URSS como un estado obrero burocratizado, aunque en varios de sus escritos de los años 30 ya dada señales de que era una caracterización que estaba al borde de su negación y que sería necesario examinar con el desenlace de la Segunda Guerra Mundial(4), perspectiva que finalmente se materializó con transformación social de la URSS en un Estado burocrático donde la clase obrera perdió el poder ante la burocracia.

Aunado a esto, Fitzpatrick le reprocha ser el responsable del menosprecio histórico hacia el equipo de Stalin, pues siempre los presentaba como hombres sin iniciativa propia, cuando en realidad eran dirigentes eficientes en sus respectivos ámbitos de trabajo (industria, agricultura, seguridad, etc.): “En los viejos tiempos, nuestra imagen de Stalin y su equipo procedía sobre todo de Trotsky, que entendía que Stalin era un personaje secundario, y su grupo, gentes de tercera que a duras penas merecían atención (…) En cuanto al equipo, acertó en un aspecto: no eran intelectuales cosmopolitas como él mismo o, a este respecto, como Lenin. Sin embargo distaban de ser los hombres sin cara ni atributos específicos que Trotsky (y otros, a su estela) creyeron ver”. (Fitzpatrick, 2016: 21)

Efectivamente Trotsky calificó despectivamente como “epígonos” a los hombres en torno a Stalin y, además, fue muy crítico sobre su estrechez política y teórica en general, rasgos en los que era comprensible se expresara el carácter burocrático y aparatista del equipo (algo que la misma Fizpatrick resalta en su libro). Esto no significaba que fueran incapaces o ineficientes en sus funciones de administradores del Estado, por el contrario, es un perfil muy propio de los burócratas (aunque dejemos anotado que con todo lo “organizadores” que eran, también lo eran para generar faltas multiplicadas y tremendas irracionalidades propias de la gestión burocrática de los asuntos).

Lo que Trotsky apuntaba eran sus limitaciones en tanto dirigentes revolucionarios, dirigentes que se presentaban como los máximos exponentes del “leninismo”, ensuciando de paso toda la tradición acumulada por el socialismo revolucionario (incluido el bolchevismo) durante décadas de lucha obrera para justificar su existencia como casta parasitaria: “La burocracia stalinista además de no tener nada de común con el marxismo, es también extraña a toda doctrina, programa o sistema. Su ‘ideología’ está impregnada de un subjetivismo absolutamente policial; su práctica, de un empirismo de las más pura violencia. En el fondo los intereses de la casta de los usurpadores, es hostil a la teoría: no puede dar cuenta a sí misma ni a nadie de su papel social. Stalin revisa a Marx y a Lenin, no como la pluma de los teóricos, sino con las botas de la GPU”. (Trotsky, Bochevismo y Stalinismo: 26-27)

Desde esta óptica, son totalmente comprensibles las caracterizaciones de Trotsky sobre los hombres que rodeaban a Stalin, los cuales son recordados únicamente por haber sido parte del gobierno estalinista como jefes de segunda o tercera línea, cuyas “elaboraciones” teóricas no pasaban de ser verdaderas vulgarizaciones del marxismo revolucionario con el objetivo de legitimar a la burocracia estalinista.

Entre lo anecdótico y lo palaciego…

Debido a su interpretación liberal de la revolución, su retrato del equipo de Stalin termina siendo muy “palaciego” y, peor aún, pierde de vista las fuerzas sociales y procesos políticos que confluyeron para potenciar el surgimiento de la burocracia soviética y modificar el carácter social del Estado que surgió con la Revolución de Octubre. De esta forma, El equipo de Stalin termina siendo una obra de lectura cautivadora, con una narrativa muy al estilo de “House of Cards”, pero carente de conclusiones estratégicas que aporten a una mejor comprensión de la burocracia estalinista.

Esto no resta atractivo al libro de Fitzpatrick, el cual aporta muchos datos ocultos durante décadas sobre los principales debates a lo interno del equipo de Stalin, los que pueden ser de utilidad siempre que se interpreten desde un ángulo crítico al que brinda la autora.

El estalinismo representó una verdadera contrarrevolución que modificó el carácter de clase del Estado soviético y, por lo mismo, no tenían ningún trazo de continuidad con la tradición del socialismo revolucionario que encarnaban los bolcheviques. Trotsky insistió mucho en esta perspectiva, ante los diferentes sectores de izquierda y la intelectualidad que desde los años 30 planteaban que la degeneración estalinista era la consecuencia inevitable del bolchevismo: “La exterminación de toda la vieja generación bolchevique, de una gran parte de la generación intermedia que había participado en la guerra civil, y también de una parte de la juventud que había tomado más en serio las tradiciones bolcheviques, demuestra la incompatibilidad no solamente política sino también directamente física, entre el bolchevismo y el stalnismo”. (Trotsky, Bolchevismo y Stalinismo: 16)

Desde la corriente Socialismo o Barbarie realizamos un balance profundo del curso del estalinismo y sus implicaciones sobre la URSS (así como de las revoluciones de posguerra del siglo XX), apoyándonos en la monumental obra de Trotsky pero, sin perder de vista, que sólo pudo observar los primeros años del proceso de burocratización del partido bolchevique, mientras que nosotros tenemos la posibilidad de hacer un balance más global al presenciar el “final de la película”.

Producto de este enfoque, desde SoB analizamos que la burocratización liderada por el estalinismo instauró un gobierno autoritario que expropió del poder real a la clase obrera y modificó el carácter de clase de la URSS y, retomando el análisis de Christian Rakovsky(5), pasó de ser un Estado obrero con deformaciones burocráticas a un Estado burocrático con restos proletarios comunistas: “El desalojo político de la clase obrera del poder significa, dialécticamente, su desalojo social: la pérdida del carácter obrero del Estado ocurre aunque la propiedad siga siendo estatizada. No hay forma de separar una cosa de la otra, como se hizo tradicionalmente en el trotskismo. La propiedad estatizada no quedó en manos de la clase obrera sino en las de la burocracia: una capa social ajena y enemiga, y no ‘mandadera’ o ‘representativa’ de la clase obrera. Y ya hemos escrito en otros lugares que la burocracia soviética era algo más que una mera burocracia: era la única capa social privilegiada y dominante de la sociedad soviética en el sentido pleno de la palabra”. (Sáenz, El Estado Obrero y la contrarrevolución burocrática – Cuando la clase obrera es desalojada definitivamente del poder www.socialismo-o-barbarie.org)

  • Previo a la revolución de 1917, los bolcheviques sostenía que el carácter de la revolución rusa era democrático-burgués, aunque por la debilidad de la burguesía liberal y la fortaleza del proletariado, sería dirigido por la clase obrera en unidad con el campesinado, estableciendo una dictadura democrática de obreros y campesinos. Posteriormente a la revolución de febrero y ante el desarrollo de los acontecimientos, Lenin varía su postura hacia un llamado a profundizar el curso socialista de la revolución, lo que representó una coincidencia con Trotsky y posibilitó el ingreso de este último al Partido en julio de ese año.
  • Por otra parte, hay que reconocer que los bolcheviques cometieron errores en este terreno, como la supresión temporal del derecho a formar fracciones dentro del partido bolchevique, lo cual cerró un espacio de debate vivo en la URSS y, a la postre, fue aprovechado por Stalin para decretarlo como una “norma” e instaurar un régimen anti-democrático en el partido y librar la contrarrevolución política en el Estado soviético. Pero este fue un error que se dio bajo enormes presiones de la guerra civil y que siempre fue visto como una medida extrema pero temporal, mientras que la burocracia la normalizó en tiempos de paz.
  • Trotsky caracterizó a Stalin como un Termidor de la revolución rusa, en analogía con la revolución francesa, pues durante ese mes fue derrocado Robespierre y dio paso a la derechización de la revolución.
  • A contramano de estos apuntes de Trotsky, el movimiento trotskista de posguerra mantuvo la definición de la URRS como Estado obrero burocrático, categoría que posteriormente utilizaron mecánicamente para definir los nuevos Estados surgidos de revoluciones anti-capitalistas (como en China o Cuba) o directamente por la ocupación soviética del Este europeo, como Estados obreros burocráticos aunque la clase obrera nunca tuvo directamente el poder. Esto devino en un craso objetivismo que le costó muy caro al movimiento trotskista, pues no armó a la militancia estratégicamente durante décadas.
  • Uno de los principales dirigentes de la Oposición de Izquierda, que sufrió el destierro en Siberia por varios años. Posteriormente capituló bajo la presión del nazismo, planteando la necesidad de trabajar con el estalinismo para defender la URSS.

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