Desde comienzos de 2015, Yemen (país ubicado en la península arábiga) se encuentra sumido en una guerra civil con intervenciones extranjeras, con consecuencias terriblemente devastadoras. Inclusive antes de la guerra, Yemen se trataba ya del país más pobre del mundo árabe, con una gran cantidad de población (25 millones de habitantes) pero desértico y sin los recursos naturales (petrolíferos, gasíferos, etc.) que volvieron millonarios a sus países vecinos.

En marzo de 2015, una coalición internacional liderada por Arabia Saudita (junto a otras monarquías del Golfo como Emiratos Árabes Unidos, y junto a la dictadura egipcia de Al Sisi) comenzó su intervención en la guerra civil, con una brutal campaña de bombardeos indiscriminados.  Dicha intervención contó (y cuenta aún) con el apoyo de Estados Unidos[1], el Reino Unido y Francia. El objetivo de la misma es defender los intereses regionales del bloque saudí, contra la influencia de Irán y sus aliados locales.

La coalición internacional que intervino en Yemen es responsable de una gran cantidad de crímenes de guerra, que incluyen el bombardeo deliberado de infraestructura civil (incluyendo hospitales, escuelas, zonas residenciales, etc.), dejando miles de muertos. Para esto ha utilizado inclusive armas prohibidas internacionalmente como las bombas de racimo.

Por otro lado, dicha coalición implementó también un inhumano bloqueo naval y terrestre a las mercancías que provienen del exterior, bajo el pretexto de impedir el ingreso de armas iraníes. En la práctica, lo que el bloqueo hace es detener la llegada de alimentos y combustible (vitales en una economía que depende enormemente de las importaciones).

Esta situación provocó una enorme crisis humanitaria en Yemen, una de las peores de nuestra época histórica. Según organismos internacionales, más de 17 millones de yemeníes (el 60 por ciento de la población del país) sufren inseguridad alimentaria y desnutrición. Entre ellos, 7 millones están en peligro real de muerte por hambre, en pleno siglo XXI. Esto, junto al colapso general de la infraestructura, provocó un brote de cólera de enormes dimensiones: más de 300 mil personas se infectaron, de las cuales murieron más de 2 mil. Esta enfermedad afecta especialmente a los niños.

La brutal situación que viven millones de yemeníes es silenciada por los grandes medios de comunicación, que son cómplices de los crímenes de la coalición apoyada por Estados Unidos y las grandes potencias occidentales.

De la “Primavera Árabe” a la guerra civil y la catástrofe humanitaria

Desde 1990 y hasta 2011, Yemen fue gobernada por el presidente Ali Abdullah Saleh (que a su vez había gobernado Yemen del Norte desde 1978, hasta la reunificación del país). Se trata de uno de los exponentes del nacionalismo árabe que fue dominante en la región durante muchas décadas.

En 2011, el estallido de la Primavera Árabe estimuló el surgimiento de enormes movilizaciones en Yemen (con gran protagonismo de la juventud), levantando las mismas demandas que en el resto de los países de la región: denunciando el hambre, la pobreza, la corrupción y el régimen político antidemocrático y represivo.

Tras varios meses de inestabilidad y crisis política, en noviembre de 2011 el Consejo de Cooperación del Golfo (organismo que nuclea a los países de la península arábiga) llegó a un acuerdo mediante el cual Saleh renunciaba a la presidencia, y el poder era traspasado a Abdo Rabu Mansur Hadi (su vicepresidente), apoyado por Arabia Saudita y EEUU. A cambio, Saleh podía quedarse en el país liderando su partido político (Congreso General Popular), y el régimen en su conjunto permanecería intacto. La farsa del acuerdo se “legitimó” en 2012 mediante unas elecciones de candidato único, donde solo Hadi podía presentarse. De esta manera, se intentaba poner fin a la Primavera Árabe en Yemen en base a acuerdos por arriba, con un títere del imperialismo como presidente, negándole toda participación al pueblo y sin cambiar nada esencial. Sin embargo, esto no logró frenar las movilizaciones populares que mantuvieron sus demandas originales.

La erosión del sistema político continuó su curso, y se agravó la situación económica. El gobierno de Hadi avanzó con una quita a los subsidios del petróleo (receta clásica del FMI), provocando un aumento del costo de vida. Esto produjo una ola de rechazo popular y provocó enormes movilizaciones en Sanaa, la capital de Yemen.

En septiembre de 2014 esta situación fue capitalizada por los llamados “Hutíes”. Se trata de una organización política (denominada “Ansar Allah”) de raíz étnico-tribal, adherente a la secta Zaidí -una variante de la religión musulmana chiita-, y que se referencia con el régimen iraní. Sus milicias armadas avanzaron sobre la capital tomándola, en alianza con las brigadas militares y grupos tribales leales al expresidente Saleh (una alianza extraña y “ad hoc”, dado que ambas facciones habían estado enfrentadas durante décadas y no tienen ningún terreno ideológico-político en común).  En enero de 2015 esta alianza tomó el palacio presidencial de Yemen, estableciendo al poco tiempo su propio gobierno y su propia dictadura sobre la población, reprimiendo manifestaciones populares de disenso (inclusive estudiantiles, matando a varios jóvenes en ellas).

En paralelo, el “presidente” Hadi pudo escapar, estableció su administración en Adén (ciudad más importante del sur del país) y solicitó la intervención de sus aliados saudíes para restaurar su gobierno. La intervención se concretó en marzo de 2015, apenas logrando evitar que colapse por completo el régimen de Hadi por la vía de consolidar la división del país (entre el norte dominado por la alianza Huties-Saleh y el sur oficialista), pero no logró de ninguna manera modificar esas fronteras en los tres años de guerra civil que le sucedieron (permanecen estancadas hasta el día de hoy). Mientras tanto, a medida que el país se desangraba en su conflicto, grupos jihadistas como Al Qaeda e ISIS aprovecharon la situación para consolidar y expandir su propia presencia en el país, dominando regiones enteras.

Ese es entonces, al momento actual, el único saldo de la guerra civil y de la intervención extranjera: catástrofe humanitaria, destrucción del país, miles de muertes y una expansión de los grupos extremistas religiosos.

Crisis y divisiones en ambos bandos

Mientras el frente militar permanece prácticamente sin modificaciones, ambos bandos sufren fuertes problemas internos.

La coalición internacional liderada por Arabia Saudita se encuentra debilitada por varios factores: el fracaso de su larga intervención, el creciente cuestionamiento a sus crímenes de guerra, y las tensiones internas derivadas de la crisis con Qatar (que se retiró de la coalición ante el bloqueo que le realizaron el resto de sus ex–aliados). La propia clase dominante saudita se encuentra fuertemente dividida, sin consenso de como continuar con la guerra (ni con la estrategia exterior del país en general).

Por otro lado, en los últimos meses comenzó a abrirse una grieta al interior de la alianza entre los Hutíes y Saleh. Los primeros acusan al segundo de estar en conversaciones con la Coalición Internacional para buscar un acuerdo. Por su parte, el segundo organizó la semana pasada una multitudinaria movilización (de cientos de miles de personas) en la capital Sanaa, en ocasión del 35 aniversario de la fundación de su partido. Desde el palco, los oradores lanzaron fuertes críticas a sus aliados Hutíes, acusándolos de monopolizar la mayor parte del poder (como los medios de comunicación estatales) y de realizar una mala administración en las zonas que controlan (demorando la paga de empleados y combatientes). Sostuvieron que su partido no está dispuesto a ser un «socio menor» de los Hutíes, lo que pone en el horizonte la posibilidad de una ruptura entre ambos. Este panorama se vio agravado por algunos choques armados que se desencadenaron entre ambas facciones, si bien no pasaron (por el momento) a mayores. De fondo, la problemática es la falta de cualquier visión en común: mientras el partido de Saleh adhiere al viejo nacionalismo árabe (en su fase decadente), los Hutíes están mucho más cercanos al régimen teocrático iraní.

Más allá de cómo se desenvuelvan estas contradicciones en el futuro, está claro que todos los bandos y facciones que pelean en la guerra civil encarnan posiciones reaccionarias, contrarias a las demandas democráticas y de transformación social enarboladas en 2011 por la juventud y el pueblo (tanto en Yemen como en gran parte del mundo árabe). Esto se agrava por la brutal intervención extranjera apoyada por el imperialismo de EEUU, que tiene desastrosas consecuencias para la población civil.

Es necesario frenar la masacre en Yemen, imponiendo la retirada de todas las potencias extranjeras que vienen interviniendo, derrotando a los aparatos reaccionarios e imponiendo el poder de los explotados y oprimidos.

Alu Kur

[1] Es importante aclarar que ya mucho antes de la guerra civil EEUU venía bombardeando Yemen con sus “drones”, contra objetivos supuestamente pertenecientes a Al Qaeda –operativos donde muchas veces mueren civiles que nada tienen que ver con la organización jihadista.

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