Por Ale Kur

El gobierno de Donald Trump continua con dificultades para implementar su agenda política. Esta semana, la novedad fue el comienzo del debate en el Senado de su proyecto de sistema de cobertura de la salud, que vendría a reemplazar al famoso “Obamacare” por otro sistema mucho más antipopular y elitista (conocido naturalmente como “Trumpcare”).

Como cubrimos en este periódico anteriormente[1], la iniciativa de reforma (o mejor dicho, de contra-reforma) de Trump ya había comenzado en marzo en la Cámara de los Representativos, es decir la cámara baja del parlamento federal de los EEUU. En esa primera oportunidad, la propuesta presentada por el gobierno republicano no contó con los votos necesarios para ser aprobada, por lo cual naufragó sin llegar a someterse a votación. Contaba ya en ese momento con altos índices de desaprobación por parte de la población (más del 55% lo rechazaba y solo un 17% lo aprobaba), con la oposición de todo el bloque demócrata e inclusive de algunos miembros republicanos del parlamento (que se oponían tanto desde la “moderación” como desde el extremismo conservador).

Luego de ese traspié inicial, Trump reformuló ligeramente su proyecto de ley, lo que permitió que fuera finalmente sometido a votación en dicha cámara y aprobado en mayo, por un estrecho margen. El siguiente paso es entonces su discusión y votación en la cámara alta, el senado federal. Eso es precisamente lo que debía comenzar esta semana.

La verdadera naturaleza del proyecto de contra-reforma de Trump quedó expuesta al público en general con la publicación (hace algunos días) de un informe por parte de la Oficina de Presupuesto del Congreso. En dicho informe, se dio a conocer un dato que fue una auténtica bomba para la opinión pública: el proyecto presentado implicaría que, en los próximos diez años, más de ¡22 millones de personas! se queden sin cobertura médica de ningún tipo.

Como explicamos desde SoB en el artículo de marzo, el “Obamacare” había ampliado enormemente la cobertura médica de la población, aún con fuertes límites (no se trata de un sistema de cobertura realmente universal, sigue implicando fuertes tarifas para amplios sectores de trabajadores, mantiene la estructura privada del sistema de salud, implica un enorme gasto burocrático innecesario, etc.) Pese a todo eso, su implementación cambió la vida de millones de personas, que por primera vez tuvieron acceso al sistema de salud.

El Partido Republicano bajo la orientación de Trump lanzó ya desde la campaña electoral un ataque frontal contra el “Obamacare”, con el ángulo exactamente opuesto al que cualquier sector progresista podría sostener. Lo que Trump critica al “Obamacare” es que implica… demasiado costo para los ricos a través de los impuestos. Junto a ese eje central, aprovechó también demagógicamente los límites y deficiencias reales del “Obamacare” para ganar el apoyo de un sector de la sociedad, profundamente conservador. En términos numéricos está muy lejos de ser mayoritario, pero sí conforma el núcleo duro de la base electoral y política de Donald Trump, por lo cual conservar su apoyo se vuelve para su gobierno una tarea de vida o muerte. Por eso el multimillonario presidente considera su proyecto de contra-reforma uno de los asuntos más importantes y estratégicos de su gestión.

La crisis del “Trumpcare”

La publicación del informe de la Oficina de Presupuesto amplió la crisis que atraviesa el proyecto de contra-reforma. Ya inclusive antes de ello, la aprobación en el Senado venía muy complicada: de antemano se oponen los 48 senadores demócratas, por lo que el gobierno debe conseguir el apoyo de por lo menos 50 de los 52 senadores republicanos. Pero ya varios de ellos habían manifestado que no podían votar el proyecto tal como estaba (algunos de ellos inclusive con el argumento de que todavía era “demasiado blando” con el Obamacare).

La publicación del informe hizo rebotar el péndulo hacia el otro lado: hasta 15 senadores republicanos parecen haberse pasado a la oposición al proyecto de “Trumpcare” con consideraciones ligadas a la preocupación popular por la pérdida de cobertura médica, que se traduce en altos niveles de rechazo a la contra-reforma. En esas condiciones, si el proyecto fuera sometido a votación, sufriría una derrota contundente, que abriría una crisis política en el gobierno de Trump al derribar uno de sus pilares de campaña. Por esta razón, el tratamiento del proyecto volvió a posponerse por lo menos una semana más, pero con la perspectiva actual es muy probable que se siga estirando de manera indefinida.

Frente a la crisis del Trumpcare, sin embargo, comienza a crecer por abajo otra alternativa, infinitamente más progresiva. Se trata de hecho del exacto opuesto del Trumpcare. Es la propuesta de pasar a un sistema de “pagador único” (single-payer), que significa esencialmente que el Estado se convierta en un gran asegurador, encargado de cubrir la totalidad (o por lo menos la mayoría) del costo de atención médica de toda la población. Es decir, sería un sistema de cobertura universal, que no depende ni de altas tarifas sobre el usuario, ni de los aportes patronales (y por lo tanto de poseer un empleo). Un sistema así solo podría financiarse con fuertes impuestos sobre el 1% más rico de la población, especialmente los grandes empresarios que concentran la enorme mayoría de la riqueza de EEUU y del mundo.

Este sistema “single-payer” fue precisamente uno de los caballitos de batalla de la campaña electoral de Bernie Sanders, y una de las razones de su gran éxito. En los últimos meses fue también presentado como proyecto de ley en el parlamento del estado de California, donde cuenta con un enorme apoyo popular. Las discusiones se estancaron allí ante la negativa a tratarlo por parte del vocero demócrata de la asamblea, lo que abrió fuertes protestas de los trabajadores del sistema de salud y de la población en general. En toda EEUU, según encuestas, la alternativa de pasar a un sistema “single-payer” cuenta con el apoyo de por lo menos el 44 por ciento de la población, y podría ir en aumento en la medida en que se hunda el “Trumpcare” y se profundice la discusión pública.

Las dificultades del gobierno de Trump para hacer avanzar su agenda ponen de relieve que la situación política en EEUU todavía no está para nada definida. Mientras que Trump intenta hacer girar el péndulo político hacia la derecha, amplios sectores de la población avanzan en el sentido exactamente opuesto, buscando una salida a la crisis que tenga como prioridad los intereses de los trabajadores y los sectores desfavorecidos. Esto puede preanunciar futuras crisis, choques y realineamientos que hagan sacudir el tablero político norteamericano y mundial.

[1]“Estados Unidos – Trump lanza una nueva oleada de ataques contra la clase trabajadora”, Por Ale Kur, SoB 418, 23/3/17 http://www.socialismo-o-barbarie.org/?p=9437

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