La situación política en el Medio Oriente nunca se caracterizó por ser demasiado pacífica. Sin embargo, en las últimas décadas se convirtió en un verdadero polvorín, con todo tipo de guerras civiles, intervenciones imperialistas, masacres étnicas, etc.

La semana pasada, un nuevo hecho volvió a profundizar esta tendencia. Varios países árabes encabezados por Arabia Saudita decidieron implementar un bloqueo económico, diplomático y logístico total contra Qatar (país también perteneciente a la península arábiga y al Golfo Pérsico, y –hasta ahora- sede del mundial de fútbol 2022).

Se trata de una medida bastante inédita, en dos sentidos: por un lado, por el nivel de “radicalidad” de la misma, que sólo podría ser mayor con un ataque militar directo. Si bien no parece el caso más probable, una invasión tampoco está del todo descartada. Estos niveles de confrontación son relativamente extraños para la relación entre Estados en la región: desde la guerra del Golfo del 91 que no se veía la posibilidad de un enfrentamiento mayor entre dos Estados árabes. Toda la “acción” que existe en los últimos años no venía enfrentando a Estados ente sí, sino a distintos actores político-militares al interior de cada Estado. Son guerras “de baja intensidad” con intervenciones externas, pero donde hasta ahora se vienen cuidando las formas.

La otra razón por la que esta escalada es relativamente novedosa, es porque se trata de un enfrentamiento al interior de un bloque de “aliados”, tanto entre sí como en relación a Estados Unidos. Tanto Qatar como los países que impulsan su bloqueo pertenecen al “Consejo de Cooperación del Golfo”, organización hegemonizada por Arabia Saudita bajo el paraguas político-militar de EEUU. Todas ellas están unidas, además de por su alineamiento internacional, por compartir una pertenencia étnica y religiosa común: son países de mayoría árabe, musulmana y sunnita. Esto los pone a la vez en las antípodas de Irán, potencia de lengua persa y religión musulmana chiíta. En la arena regional, los países del Consejo de Cooperación del Golfo aparecen como un bloque enfrentado a Irán, que disputa contra ellos por la hegemonía de Medio Oriente.

El bloqueo a Qatar se originó formalmente como respuesta a la supuesta complicidad de Qatar con el terrorismo, además de una supuesta cercanía con el régimen iraní. Si bien es absolutamente cierto que Qatar apoya a todo tipo de grupos fundamentalistas religiosos, en este caso se trata de una excusa, ya que Arabia Saudita también lo hace (y con un volumen de capital mucho mayor). En el segundo caso, la acusación es todavía más endeble: Qatar viene formando parte de los dos “frentes calientes” contra Irán en la región, que son Siria y Yemen[1]. En ambos países interviene junto a los saudíes contra la potencia chiíta. Lo único cierto en este caso es que Qatar e Irán comparten la explotación de uno de los yacimientos de gas natural más grandes del mundo, que le reporta a ambos enormes beneficios. La supuesta “cercanía” entre ambos países se trata más bien de una sociedad comercial y sus derivaciones diplomáticas.

Tras estas acusaciones hay que poder distinguir los elementos reales de la confrontación. Pero primero, veamos algunas de las características generales de estos países.

Tanto Arabia Saudita como Qatar son monarquías absolutas, es decir, están lideradas por reyes o “emires” que gobiernan efectivamente sus países sin ningún contrapeso constitucional ni parlamentario. Ambos países son mayormente desérticos y atrasados, pero a la vez enormemente ricos gracias a los recursos de combustibles fósiles (en Arabia Saudí es el petróleo, en Qatar el gas natural). Ambos países poseen una casta dominante noble-burguesa enormemente privilegiada (que inclusive cuenta con poderosas inversiones en el exterior y hasta en Europa) mientras que super-explotan a una mano de obra mayormente inmigrante y cuasi-esclava, que no cuenta con ciudadanía ni ningún tipo de derechos. En ambos países el Estado es fundamentalista religioso, aplicando rigurosísimas leyes represivas contra la sociedad civil. Son Estados (y sociedades) profundamente machistas, homofóbicos, anti-obreros y anti-populares. Ambos Estados, como dijimos, financian y apoyan de diversas maneras a la ideología religiosa extremista y a los grupos terroristas sunnitas a lo largo y ancho del mundo. Ambos países son –paradójicamente- pilares de la estrategia de EEUU para mantener la “seguridad” en la región.

Lo que los diferencia es que Qatar viene hace ya un largo tiempo intentando construir su propia esfera de influencia en el mundo árabe e islámico, separada de la de Arabia Saudita (que a todos los efectos prácticos es el líder del bloque). Para ello realizó una fuerte apuesta a dos actores. En el plano político, a la organización internacional conocida como “Hermanos Musulmanes”. En el plano mediático, a la puesta en pie de la cadena Al Jazeera, moderno medio de comunicación masivo que tiene versiones tanto en árabe como en inglés, dándole una proyección no sólo regional sino global.

Los Hermanos Musulmanes son una organización política islamista que se plantea como opción de gobierno en los países donde existe. Busca establecer leyes islámicas (y un “modo islámico de gobernar[2]”) en el marco de regímenes democrático-burgueses o por lo menos con cierta institucionalidad de base parlamentaria. Adopta la forma de un movimiento de masas, teniendo una importante base social como producto de la acción asistencial y comunitaria entre los sectores empobrecidos, encuadrando además a capas medias profesionales y hasta sectores empresarios.

Su rama más importante es la de Egipto, que llegó a gobernar el país tras la caída de la dictadura de Mubarak (hasta que fue desplazada poco tiempo después por un nuevo golpe de Estado). También formaron gobierno en Túnez tras la caída de Ben Ali, y tienen presencia en Libia, en Marruecos, Jordania y varios otros países. Un caso muy destacado es el de Palestina: la rama local de los HHMM no es otra que el famoso movimiento Hamas, que gobierna la franja de Gaza y es protagonista de varios enfrentamientos militares con Israel.

Qatar mantiene con estos movimientos importantes relaciones políticas, a las cuales contribuye con financiamiento y apoyo de todo tipo. Durante la Primavera Árabe iniciada en 2011, el régimen qatarí postuló a los Hermanos Musulmanes como alternativa de gobierno “democrática” frente a las cuestionadas dictaduras y monarquías. El medio de comunicación Al Jazeera, fundado por la monarquía qatarí, sirvió como caja de resonancia de esta orientación en todos los países árabes. Esta política chocó de frente con los intereses de Arabia Saudita: significaba cuestionar todo el orden regional hegemonizado por aquélla.

Por ello, una vez que refluyó la ola de la Primavera Árabe, Arabia Saudita encabezó una “ola restauracionista” que comenzó por Egipto: allí apoyó con todo al golpe militar que derribó al gobierno pro-qatarí de los Hermanos Musulmanes. Esta oleada terminó llevando a una grave crisis diplomática entre Arabia Saudita y Qatar en 2014, pero que tras varios meses se había desactivado con una especie de “tregua” precaria entre ambos.

¿Qué cambió entonces, para que el conflicto vuelva a estallar estas semanas?

No está del todo claro cuál es el verdadero motivo de esta ronda del conflicto. El detonante aparente son algunas declaraciones que aparecieron en los medios, supuestamente provenientes del emir de Qatar, que parecían demasiado “amables” con Irán. El propio régimen qatarí desmintió esas declaraciones, sosteniendo que no eran reales sino producto de un “hackeo”.

El “timing” del bloqueo, en cambio, coincide sospechosamente con la visita de Trump a Arabia Saudita, ocurrida hace sólo unas semanas atrás. El objetivo de la gira (cubierto en anteriores números[3] de este periódico) era construir una alianza árabe contra Irán, encabezada por los saudíes. Algunos analistas señalan que esto fue interpretado por la monarquía saudita como una “luz verde” para establecer una plena hegemonía regional, aplastando la resistencia de los “díscolos” qataríes. Esta perspectiva parece verse confirmada por los “tweets” del propio Trump tras conocerse el bloqueo, que señalan a Qatar como sponsor internacional del terrorismo. Esto además podría ir muy en sintonía con los intereses de Israel, que quiere borrar del mapa a Hamas.

Pero ni siquiera esto está del todo claro. Qatar es una importante pieza de la política de EEUU en Medio Oriente. Alberga una de sus mayores bases aéreas y de coordinación militar en toda la región. Por otro lado, oficiales norteamericanos señalaron la importancia de Qatar como factor de mediación en la región: gracias a los contactos “non sanctos” del régimen qatarí, EEUU puede reunirse allí con sus enemigos como los Talibanes o Hamas, para sentarse a negociar llegado el caso.

En cualquier caso, la nueva crisis en el Golfo Pérsico es un síntoma más de la tendencia a la desintegración de Medio Oriente, en el marco de una situación geopolítica mundial que no deja de ser cada vez más inestable. En esta región, el estado permanente de guerras y masacres, opresión y tiranías muestran la peor cara del capitalismo: la barbarie completa. Hace falta una salida socialista para poder reconstruir todo Oriente Medio sobre nuevas bases.

Ale Kur

[1] Vale destacar que Qatar participa de la criminal coalición internacional que se viene encargando de bombardear a Yemen hasta sus cimientos, dejando de lado un amplísimo tendal de muertos civiles que no reciben prácticamente ninguna cobertura mediática.

[2] Este “gobierno islámico”, en cuanto a su proyecto económico, es tanto o más neoliberal que el de las dictaduras y monarquías actualmente existentes, lo que le quita todo filo a su “populismo”.

[3]Gira de Trump – De mal en peor…”, Por Claudio Testa, SoB 427, 1/6/17 http://www.socialismo-o-barbarie.org/?p=9823

 

 

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