El pasado martes 2 fallecía en esta ciudad (en donde vivía desde hace décadas) a los 82 años de edad, el escritor Abelardo Castillo, si bien nacido en Capital, se había criado en la localidad bonaerense de San Pedro en donde vivió hasta los 17 años. “Si la patria es la infancia: mi patria es entonces San Pedro”, declaró en más de una oportunidad.

Practicó todos los géneros literarios y en cada uno de ellos dejó su marca y estilo: cuentista, novelista, dramaturgo y crítico. Fue cofundador y editor de revistas literario/políticas (así se denominaron las dos primeras, la última no, por razones obvias), a saber: El grillo de papel entre 1959 y 1960 (prohibida por el gobierno “constitucional y democrático” de Frondizi), El escarabajo de oro (homenaje al cuentista norteamericano Edgar Alan Poe) desde 1961 hasta 1974 (también con problemas de censura, bajo el gobierno “constitucional y democrático” de Isabel Perón) y finalmente El ornitorrinco entre 1977 y 1996, con todos los inconvenientes que significó publicar bajo la dictadura, resistencia cultural (a veces cuestionada por otros artistas o intelectuales) de aquellos escritores que se quedaron en el país.

La novelística realista del siglo XIX, fundamentalmente francesa y rusa, influyeron en Castillo y también un trío de novelas rioplatenses que lo marcaron a fondo: Adan Buenosayres de Marechal, Los siete locos de Arlt y Sobre héroes y tumbas de Sábato. El que tiene sed, Crónica de un iniciado, por nombrar sólo algunas, muestran a un narrador potente con personajes que muchas veces deben atravesar situaciones límites. Sin embargo, para muchos críticos el más logrado Castillo, es el de sus cuentos: desde Las otras puertas hasta el último que publicó El espejo que tiembla, la versatilidad de su prosa (realista, fantástica, de enigma que bordea el policial negro) se deja ver allí mucho más que en su novelística. Como ya señalamos, incursionó también en el teatro con obras como El otro Judas e Israfel.

No menos importante fue su tarea de crítico literario e instalado en un contexto en donde literatura y política eran muy difíciles de separar (los sesenta y los setenta) pensamos que mantuvo una postura equidistante de extremos perniciosos como aquel de “la literatura en la torre de marfil” pero también de cierto reduccionismo que los herederos (conscientes o no) del realismo socialista y del marxismo vulgar (como de los nacionalistas de trocha angosta) ensayaban y predicaban. Tuvo disputas con cuadros e intelectuales del PC argentino, polemizó y defendió alternativamente con Sábato, Cortázar (a los que consideraba maestros) y en esa tarea, seguramente lo mismo le cabe a Piglia, fueron maestros de nuevas generaciones de escritores que crecieron al calor de esos jugosos y necesarios debates. El recorrido por las páginas de las revistas citadas son un magnífico ejemplo de lo que decimos y entre los libros de ensayo Las palabras y los días y fundamentalmente Ser escritor, recogen lo mejor de esa veta que Castillo expuso y desarrolló durante décadas.

Cerramos pues esta nota, recordando lo que él creía eran aspectos claves a tener en cuenta por todo aquel que se lance a la aventura de escribir. En uno de sus trabajos, señaló:

(Tener personalidad propia al escribir)… Y también una recomendación que le dio Marx a Lasalle: “Ya que escribes en verso, podrías hacer los yambos un poco más hermosos”. La adecuada combinación de estas dos enseñanzas es todo el secreto de cualquier literatura.

Guillermo Pessoa

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