Los problemas de la propiedad estatizada

Por Roberto Sáenz

“La propiedad que se declara de todos no es de nadie y se la apropia el más vivo”. (Dicho popular en los países del Este europeo en la posguerra)

Presentamos a continuación una parte editada de la charla que dimos en febrero pasado en el Hotel Bauen a propósito de unas jornadas de formación de la juventud de nuestro partido dedicadas a las lecciones de la Revolución Rusa.

En dicha charla nos dedicamos a repasar algunos de los problemas de la revolución permanente durante el siglo pasado, cuestión en el marco de la cual se abordó la problemática de la propiedad estatizada una vez expropiados los capitalistas; las características que la misma debe tener para ser un fundamento del Estado obrero.

En el movimiento trotskista se ha considerado a la propiedad estatizada como fundamento per se del Estado obrero. Nuestro ángulo apunta a cuestionar esa presunción –propiedad estatizada = Estado obrero- con la idea que dicha propiedad no tiene un carácter social en sí mismo: depende en manos de quién esté; el que domine el Estado tendrá el control de la propiedad.

De aquí que en la transición socialista la categoría de propiedad no sea sólo económica, sino que incluya una dimensión política[1].

Propiedad privada y propiedad colectiva

La propiedad capitalista es una categoría simple, del ámbito de la economía. Es una forma de propiedad absoluta: el propietario es el dueño. Ahí termina todo su “misterio”. Es por eso que en el capitalismo el derecho de propiedad es absoluto porque denota una potestad directa sobre el bien que se trate. Es claro quién es el dueño de la empresa. Incluso la complejización de las formas de propiedad bajo el capitalismo (mediante sociedades anónimas y toda otra forma de propiedad colectiva de los capitalistas), no cuestiona el hecho que la propiedad es una relación del ámbito de la economía.

Las cosas se complican con la propiedad estatizada. ¿Quién es el dueño de los medios de producción en los Estados no capitalistas? A priori, “todos”: toda la población ex explotada y oprimida, salvo obviamente los capitalistas recién expropiados que son contra quienes se ejerce este derecho de propiedad popular, por así decirlo. (Pierre Naville afirmaba agudamente que si se declaraba un derecho de propiedad es porque dicho derecho debía afirmarse contra alguien; en la medida que la propiedad sea realmente de todos, ya no será más propiedad; la misma se habrá extinguido, se estará en el comunismo.)

¿Qué ocurrió con la propiedad estatizada en la ex URSS (y demás países no capitalistas) luego de la burocratización? El dicho popular que encabeza esta nota nos da una pista sobre su curso: «la propiedad que se declara ‘de todos’ no es de nadie y se la apropia el más vivo»; una expresión que reflejaba la experiencia real de las masas en dichos países.

Si esa apropiación de la propiedad estatal (por parte de “los más vivos”) era sistemática, el carácter a priori colectivo de esta forma de propiedad quedaba cuestionado (aunque no estuviera consagrada jurídicamente esta injusticia). Porque debe quedar claro que no hay manera de que la propiedad estatizada se haga valer, si no es colectivamente.

La propiedad estatal es la forma de propiedad colectiva por antonomasia; esto por oposición a la propiedad privada, que en su modelo clásico, es individual. Esta última es una categoría de orden económico: no supone ninguna forma de representación (política) para hacerse valer. De ahí que sea un derecho de propiedad absoluto.

Pero en el caso de la propiedad estatizada, debe existir alguna forma en que su carácter colectivo se haga valer. Si esto no ocurre, si una minoría de “vivos” se apropian sistemáticamente de esa propiedad, su carácter colectivo queda cuestionado. Cuestión que, de paso, pone entre paréntesis el carácter obrero del Estado, porque no es la clase trabajadora la que se beneficia de esta forma de propiedad.

Con la propiedad privada capitalista, aunque esté sancionada jurídicamente, y el Estado tenga los perros guardianes de la represión para defenderla, se está frente a un derecho de orden privado, por así decirlo, no constitucional; no posee un carácter público como la propiedad estatal: la Constitución defiende la propiedad privada, pero cada capitalista privado no es parte de la Constitución.

En los Estados obreros las cosas son distintas: la propiedad estatizada sí es un principio del derecho constitucional. El pueblo figura en la Constitución como dueño de los medios de producción. Y esto ocurre porque la propiedad estatizada es un derecho colectivo: no hay manera de ejercerlo de forma individual[2].

¿Pero qué pasa si ese colectivo, que tiene el derecho a ejercer la propiedad, no está en el poder? Se pone todo en cuestión. Porque la propiedad estatal no puede pensarse en exclusión de su carácter político. Millones de personas sólo podrían ejercer sus derechos propietarios, colectivamente, mediante alguna forma de representación; de ahí que la cuestión remita a si la clase obrera está (realmente) en el poder.

Y de ahí que su forma no sea tan absoluta como la propiedad privada, donde -en el modelo clásico- el dueño está claro, no puede haber dudas de quién es. Pero como el propietario de la propiedad estatizada es el pueblo ex explotado; y como ese pueblo sólo puede manifestarse como entidad colectiva, es decir, políticamente, si no tiene instituciones de representación, si no está realmente en el poder, dicha forma de propiedad deja de ser una “institución” del Estado obrero: pasa a ser el “taparrabos” de una apropiación unilateral de la riqueza por parte de la burocracia (“los más vivos”).

El concepto de propiedad en Marx

Veamos ahora el concepto general de propiedad. Vamos a tomar algunas definiciones de las Formas que preceden a la producción capitalista (Formen), conocido texto de Marx donde trazaba el proceso histórico de separación de los

trabajadores de los medios de producción, medios que históricamente habían estado al alcance de su mano[3].

Afirma Marx respecto del propietario: «el individuo se comporta consigo mismo como propietario, como señor de las condiciones de su realidad» (Marx; 1998; pp. 67). Está claro que para Marx el propietario es “el señor de sus condiciones de existencia”, las domina realmente. La palabra es fuerte, categórica, subrayando lo que queremos señalar acerca del carácter real de todo verdadero propietario. Propietario es el señor de sus condiciones de existencia, de “su realidad”, que es lo mismo que decir de sus condiciones de producción, de los medios de producción; tiene el dominio sobre los mismos. Sino, no es propietario.

Esto vale, o debe valer, para todo tipo de propietarios. Para todo aquel que sea considerado propietario bajo la forma histórica que sea (tengamos en cuenta que, en este texto, Marx se estaba refiriendo a las formas de propiedad que preceden a la propiedad capitalista). También debe valer para los trabajadores propietarios colectivos del Estado obrero. Marx define los atributos que hacen a todo propietario; deben valer, entonces, para los trabajadores que son parte de un Estado obrero.

La complejidad aquí es que este tipo de propiedad (propiedad estatizada), sólo puede hacerse valer como propiedad colectiva; esto debido a que no es una forma de la propiedad privada (se entiende que estamos hablando de los medios de producción), y que, por lo tanto, sólo pueden ejercerse colectivamente.

En el caso de un Estado obrero no se trata que los trabajadores sean propietarios individuales de sus fábricas (como en las cooperativas bajo el capitalismo): son los dueños colectivos de todas las unidades de producción. Un colectivo que entonces sólo puede ser representado en el plano político mediante instituciones que expresen dicha potestad.

Si en el campo se lleva a cabo una reforma agraria el campesino dice «este es mi pequeño Petrogrado» (por referencia al obrero que en la obra de John Reed decía: “mi Petrogrado, ahora eres todo mío”). La tierra, efectivamente, no es más del señor: es de él. Y esa es la definición de Marx de propiedad: una relación material y de hecho, efectiva; no una abstracción.

Ahora bien: ¿quién se va a sentir el dueño de “su Petrogrado” (de su propiedad)? si sabe que es todo un chiste; que nada es realmente de él, como terminó ocurriendo en las sociedades que expropiaron a los capitalistas, pero la clase obrera no llegó al poder.

Marx tiene otra definición en el mismo sentido: «Propiedad: la relación entre el sujeto que trabaja y los presupuestos de su trabajo, dados como algo que le pertenecen» (Marx; 1998; pp. 69). Para nosotros, en un Estado obrero, propietario es el trabajador que por la vía de la dictadura del proletariado, de la democracia socialista, de tener arte y parte en la producción, en la planificación, en la fábrica, es consciente en su vida real (¡porque realmente lo es, no por una forma de “sugestión colectiva”!), que es el dueño de las cosas, de los medios de producción.

En el trotskismo se tendió a afirmar que no importaban las percepciones. ¿Cómo no van a importar las percepciones? Los trabajadores serían idiotas: ¡la clase social más inocente de la historia!; dueños de los medios de producción sin darse cuenta…

Como hemos visto, la definición de Marx sobre la propiedad es una afirmación fuerte, “adjetivada”: el propietario es alguien que se relaciona con los presupuestos de su trabajo como frente a algo que, efectivamente, “le pertenece”. Para dar un ejemplo de la vida cotidiana: uno le compra un helado a un pibe de tres años; el nene se enchastra todo, pero sabe que es su helado. Se lo querés sacar, y se defiende con uñas y dientes: «este es mi helado».

La paradoja sería que un nene de tres años tendría mayor madurez, mayor percepción sobre lo que le pertenece, que la clase social en la cual el marxismo deposita sus esperanzas de emancipación de la humanidad… Pero esto es falso: ¡si los trabajadores no sentían que la propiedad les pertenecía, era porque no les pertenecía!

Las percepciones son representaciones que se construyen sobre la base de la experiencia. Son construcciones, representaciones del mundo y sus relaciones construídas sobre la base de la realidad, no ocurrencias que vienen de no se sabe dónde. Si nadie percibía que era dueña de los medios de producción, algo malo debía estar ocurriendo (esto aunque los burócratas no fueran los dueños formales de los medios de producción, sino que se apropiaban en los hechos de la propiedad, lo que nos remite a otro aspecto de la cuestión que aquí no podemos tratar).

Como digresión observemos que esto nos lleva a otro aspecto del problema: la relación entre los conceptos de propiedad y apropiación real. Estas relaciones muchas veces están “superpuestas” (como en la propiedad privada capitalista), pero no tiene por qué estarlo siempre. En otras formas históricas de propiedad, la propiedad y la apropiación real han diferido. Por ejemplo: en la forma cooperativa capitalista, integrantes a priori iguales de la misma, se apropian de manera desigual del producto del trabajo de todos (por ejemplo en el caso de los propietarios cooperantes que cumplen las funciones de administradores).

El carácter de la propiedad en la transición 

Así las cosas, los conceptos de propiedad y apropiación refieren a un complejo de relaciones donde no sólo vale la relación jurídica de propiedad, sino también la apropiación real –que es de facto, extrajurídica– de los bienes.

Moshe Lewin (uno de los mayores historiadores de la Unión Soviética ya fallecido), contaba en un reportaje sus percepciones en la ex URSS[4].

Vivió allí en los años 40 (se escapó de los nazis en Polonia montado en un camión del Ejército Rojo[5]) y trabajó en fábrica: «cuando yo vivía en la Unión Soviética, tuve discusiones con obreros, campesinos, oficiales y soldados, de las cuales se notaba claramente que la gente reaccionaba a su ambiente de una forma que le era propia, con sus propias palabras. Varios estudios sobre el tema confirmaron esto. Imposible ver un obrero que te dijera, en privado, que pertenecía a la clase dirigente. Cuando yo trabajaba en el Ural, los obreros sabían quiénes eran ellos y quiénes los jefes (nachalstvo), los patrones, que tenían el poder y los privilegios. Cuántas veces escuché a los obreros declarar: los jefes se ocupan bien de ellos mismos, pero no se ocupan de la gente ‘de nuestra especie’. Los ingenieros y los administradores tenían su propio restaurant en el seno de la empresa del cual salían claramente rellenitos. Y los obreros remarcaban: ‘¡incluso las camareras de su restaurant son más gorditas que las del nuestro!’. Eso decían los obreros, que, ellos, sufrían hambre» (Lewin; 2015; 91).

Si como hemos visto con Marx el propietario es alguien que se comporta con los presupuestos de su trabajo “dados como algo que les pertenecen”, en la ex URSS y demás sociedades burocratizadas de la posguerra, una de dos: o la propiedad no les pertenecía (pero entonces, ¡no eran Estados obreros!), o el concepto de propiedad marxiano estaba equivocado y la propiedad carece de todo atributo de potestad real sobre las condiciones de existencia…

Opinamos que se dio la primera variante: el Estado soviético dejó de ser obrero cuando la clase trabajadora perdió el poder en los años 30; lo que simultáneamente significó su pérdida de la potestad sobre la propiedad estatizada. Para ser una de las bases del Estado obrero, la propiedad tiene que estar en manos de los trabajadores, no hay otra alternativa.

En un Estado obrero, en una sociedad de transición, la propiedad se transforma, debe tender a transformarse en un hecho colectivo; socializarse. Pero esto supone que la clase obrera esté efectivamente en el poder. Sin esta condición, no hay Estado obrero: “Lo que ha cambiado es la existencia de un Estado proletario. Pero, ¿quién responde del carácter de clase del Estado? No podemos contentarnos con invocar al respecto la estatización de los medios de producción. Eso sería entrar en un círculo vicioso. El Estado no es proletario porque nacionaliza, sino porque ha surgido de una revolución por medio de la cual la clase trabajadora ha roto la vieja maquinaria estatal burguesa y se ha amparado del poder político. De ahí la novedad y la importancia de la cuestión que entonces se plantea: si el proletariado se ha visto desposeído del poder político, ¿quién lo ejerce pues en su nombre?” (Bensaïd, 1978)[6].

Lo anterior no significa que en los países no capitalistas la burocracia fuese propietaria. El Estado burocrático (tipo de Estado en el que devino la ex URSS subproducto de la burocratizacion[7]) no es un Estado burgués. Esto nos reenvia a otro costado del problema, que no podemos desarrollar aquí, vinculado a las formas de apropiación de una burocracia que no llegó a ser una clase orgánica ni consagró jurídicamente su dominio sobre los medios de producción, pero que sin embargo se apropiaba de ellos.

Lo que nos interesa poner en entredicho aquí es la idea que la propiedad estatizada, por sí misma, fuese un atributo del Estado obrero. Esto independientemente de que la clase obrera tuviera cualquier potestad sobre dicha propiedad (estuviera en el poder). Una potestad que sólo podía ejercerse colectivamente.

Porque, como está dicho, cuando hablamos de propiedad estatizada nos estamos refiriendo no a cualquier forma de propiedad privada, individual, sino a una forma de propiedad pública, colectiva. Propiedad que sólo puede hacerse valer mediante una real representación de su voluntad colectiva; instituciones que representen dicha voluntad colectiva, sean soviets, consejos obreros, o lo que sea, y que expresen que la clase obrera está en el poder.

Vale aquí también una aguda anécdota presentada en Vida y destino (reconocida obra de Vasili Grossman, autor soviético antiestalinista): «Hay algo que me suena raro. Yo me levanto a trabajar a las cinco de la mañana; entro a las seis. Lo que no entiendo es por qué ‘mis empleados’, entran a las nueve». Hay que imaginarse a los obreros como la clase dirigente y los empleados, sus empleados. Pero si vos sos el dueño; si existe una dictadura del proletariado; si sos la clase dirigente: ¿por qué razón te levantás más temprano que los que, supuestamente, son tus “empleados”?

Saltan a la vista los problemas de una teorización abstracta; una teoría de la revolución que, como hemos señalado, convierte a la clase obrera en idiota. La justa percepción de los trabajadores era que otros tenían el poder y los privilegios; no ellos. ¿Cómo convencerlos de que se trataba de un Estado obrero? Esta dificultad es con la que se toparon algunos cuadros trotskistas cuando a finales de los años 80 viajaron a la ex URSS y no pudieron convencer de sus “esdrujas” definiciones a un solo mortal (ningún trabajador reconocía como “Estado obrero” a la Unión Soviética).

Propietario es el que tiene control sobre sus condiciones de existencia. Pero ningún trabajador reconocía esto en los países no capitalistas. Por lo demás, el carácter público de la propiedad estatizada supone que en las sociedades de transicion la propiedad es una categoría también política.

La propiedad privada capitalista es una relación de la “sociedad civil”; no tiene ningún aspecto político. Pero la propiedad estatal es una categoría simultáneamente económica y política; esto en la medida que, necesariamente, está mediada por esa entidad política que es el Estado. Quedan superpuestos la “sociedad política”, el Estado, y la propiedad; se trata de una definición política, no sólo económica.

Stalin le hizo escribir a Bujarin que la propiedad en la Unión Soviética era del “pueblo entero”. Una definicion que ya en su día era una mistificación. La experiencia histórica ha demostrado que la propiedad estatizada debe hacer honor a su carácter público para transformarse en una palanca para la transicion. Transformarse en una propiedad cada vez más controlada por los trabajadores como condición para que sea, efectivamente, del pueblo entero.

Lo que al mismo tiempo significa tender a negarse, cada vez más, como propiedad, esto en la medida que se hace de todo el pueblo. Porque si la propiedad es de todos, no hay que afirmarla contra nadie: deja de ser propiedad. Lo que no es más que la teoría marxista clásica de la propiedad, que tantos marxistas olvidaron durante el siglo pasado (ver La Revolución Traicionada, capítulo 3, “El socialismo y el Estado”, de un genial autor llamado León Trotsky, al que se le dedica tanta profesión de fe sin estudiarlo de manera profunda).

Esta es la connotación que hace a un Estado obrero auténtico. Porque la propiedad estatizada tendiente a la socializacion de la producción, no puede hacerse valer en abstracción de la clase obrera[8].

El Estado como economista y organizador

Veamos ahora el problema del Estado como tal. Tiene varios aspectos. Un costado lo agarramos con el tema de la propiedad estatizada. Otro tiene que ver con la especificidad del rol del Estado en la transición; su papel en la misma.

Pasa aquí algo similar a lo que visualizamos en relación a la propiedad: no se puede separar mecánicamente, como en el capitalismo clásico, el orden de la economía del de la política, cuestión que tendrá consecuencias a la hora de la definición del carácter obrero del Estado. Trotsky señala que el Estado en la transición asume un rol no solamente político: “La revolución proletaria no sólo libera las fuerzas productivas de los frenos de la propiedad privada; también las pone a disposición directa del Estado que ella misma crea. Mientras que después de la revolución el Estado burgués se limita al rol de policía, dejando el mercado librado a sus propias leyes, el Estado obrero asume el rol directo de economista y organizador” (Trotsky; 1935).

Es decir: queda colocado como uno de los términos de la “ecuación económica”, de las relaciones económicas. En la sociedad capitalista el Estado puede intervenir o no; puede regular o no. Pero los términos de la ecuación económica son el obrero y el patrón; es el capitalista el que dirige los asuntos de su empresa.

Claro que el Estado tiene un rol económico. Pero este rol hace a las condiciones económicas generales: a lo que se llama “macroeconomía”.

También es cierto que hay empresas estatales, formas capitalistas de Estado. Pero en la generalidad de los casos es el patrón es el que decide qué hace con su empresa.

En las sociedades de transición al socialismo las cosas son distintas: el Estado es, necesariamente, uno de los términos de la ecuación económica: de ahí que sea el economista y organizador de la producción material. El Estado obrero es el representante colectivo de la clase obrera; dialoga con los comités de fábrica, con el director (o los directores) de la planta; no son los comités los únicos que tienen el poder en la producción; si así fuera, se tendría una guerra de todos contra todos, federalismo, competencia entre fábricas, etcétera: se necesita de la representación colectiva del poder de los trabajadores, la planificación de la economía nacional[9].

La tradición del marxismo revolucionaria está por la dictadura del proletariado, por tomar el poder destruyendo al Estado burgués, poniendo en pie un nuevo Estado; más bien un semiestado proletario como lo definiera Lenin.

Pero el tema es que si el Estado es el “término político”, colectivo de esa ecuación, y se ubica como economista y organizador de la economía, y de la planificación económica, en manos de quién esté el Estado es fundamental.

Sino: ¿quién sería el economista y organizador de la producción? ¿Una burocracia que hable en su nombre pero se apropie de la parte del león de la producción, como ocurrió en la ex URSS burocratizada?

Insistimos. No es como en la propiedad privada capitalista, donde el Estado puede ayudar vía macroeconómicamente, pero es el capitalista el que determina cuáles son sus negocios. ¿Quién dice en un Estado obrero «mis negocios son estos» si no es la clase obrera? El problema es que en el modelo abstracto del “Estado obrero” se tiende a perder el problema fundamental de en manos de quién está realmente el Estado (cuando de lo que se trata es que la economía está en manos del Estado).

Porque si el Estado está a cargo de la economía, pero dicho Estado no está en manos de la clase obrera, el problema que se genera es que la economía no trabaja estratégicamente para beneficiar a dicha clase, lo que deja cuestionado el carácter social de dicho Estado. 

En el Estado obrero, en la transición socialista, es decisivo en manos de quién está el Estado; es central. No se puede hacer abstracción de eso. Porque dicho Estado es parte integral del mecanismo de la economía: no es sólo una relación política, es económica también: porque es economista y organizador.

Y en el mismo texto Trotsky añade otra definición –general, pero profunda- que va en el sentido que venimos señalando, que “milita” en contra de las definiciones puramente mecánicas y economicistas de la transición: afirma que a diferencia del capitalismo, el socialismo se construye de manera consciente: es una construcción consciente.

Cómo se planifica, a quién se beneficia, a quién se sacrifica, es central. Todo el mundo sabe qué es la economía, cómo se toman sus decisiones: mientras haya economía hay escasez. Hay que decidir. Hay que elegir. No se pueden satisfacer todos los requerimientos.

Y, por lo tanto, para que no vuelva la explotación del trabajo (como volvió en la ex URSS bajo distintas formas e intensidades en distintos momentos), hay que consultar, hay que decidir colectivamente. Y puede ser que el colectivo de trabajadores diga «renunciamos al consumo presente en función de las generaciones futuras». Pero tiene que ser una decisión democrática, colectiva, consciente: no el taparrabos del reinicio de la explotación del trabajo en manos de una burocracia.

Si el Estado obrero es economista y organizador, quién esté a su frente es decisivo: quién economiza y quién organiza, y en función de qué intereses y qué perspectivas, y de qué manera, de qué modo.

La clase obrera organizada como clase dominante

Tenemos todavía dos categorías: Estado obrero y dictadura del proletariado. Usamos las dos. Pero es más propia del marxismo revolucionario la categoría de dictadura del proletariado: indica de una manera más categórica quién ejerce la dictadura.

Aparentemente, el primero en formular la categoría de “Estado obrero” fue Kautsky, cuyo fetichismo estatista es ampliamente conocido. Sería interesante llevar adelante una genealogía del concepto que se remonte a algunas discusiones en la Primera Internacional. En ella se sustanció una discusión acerca del problema de la propiedad estatal en contra de las tendencias proudhoniana y anarquistas, que rechazaban esta forma de propiedad en nombre de la pequeña propiedad privada.

El problema tiene que ver con las derivas estatistas y/o economicistas de la categoría Estado obrero. Debemos recordar que Marx definía a la Comuna de París como “la forma al fin descubierta de la dictadura del proletariado”. Esto no quiere decir que no utilicemos la categoría de Estado obrero. Pero la problemática aquí es que ha sido una fórmula mal usada; utilizada de una manera que no da cuenta de quién, qué clase ejerce realmente la dictadura, el dominio sobre la sociedad.

La dictadura del proletariado en Lenin es una “dictadura de nuevo tipo”, porque es la mayoría la que la ejerce sobre la minoría. Y una “democracia de nuevo tipo”, porque es la primera vez en la historia que la mayoría explotada y oprimida ejerce el poder. Esto se vincula a otra determinación que tiene que ver con la democracia socialista, la democracia obrera, la forma del ejercicio colectivo del poder por parte de la clase obrera.

Claro que a estas formas políticas del Estado de la transición no hay que entenderlas ingenuamente. No solamente suponen la dictadura sobre la burguesía, la guerra civil con el imperialismo, sino que en su propio seno (en los soviets o los organismos de poder y representación que sean), hay lucha de partidos, lucha de tendencias, disputa del poder.

El problema de la democracia socialista se coloca como subproducto de una comprensión fáctica: que la obra de la transición socialista, la obra de la transformación de la sociedad, no puede ser llevada adelante sólo desde arriba: debe ser una tarea cada vez más colectiva, que abarque a cada vez mayores sectores de masas. Porque transformar la sociedad, la economía, colectivizar la producción, dirigir colectivamente los medios de producción, acabar con las relaciones de opresión en la familia, requiere de un involucramiento creciente de capas crecientes de la población.

Lo dice Lenin cuando plantea la aspiración a que “la última cocinera aprenda a manejar los asuntos del Estado”. La población trabajadora tiene ideas y representaciones del mundo: son clase en sí y clase para sí. Tienen ideas políticas y tienen que expresarse de alguna manera; en la democracia dentro del partido, en la democracia de los soviets: tiene que haber algún ámbito de representación de su voluntad colectiva y de sus discusiones.

Estas discusiones no se deben encarar ingenuamente porque la lucha política es durísima. Pero debe existir un ámbito de representación de los matices de opinión, que fue lo primero que mató el estalinismo al burocratizar la vida política y pudrir el partido bolchevique; no se podía participar, no se podía opinar, no se podía decidir.

Existe una cuestión muy profunda que contaba el historiador marxista ruso ya fallecido Vadim Rogovin (que tiene una obra monumental sobre las purgas de los años 30): señala que producto del terror implantado con las Grandes Purgas, nadie opinaba, o, más bien, que dejaron de existir en la URSS opiniones honestas sobre las cosas.

Pero es evidente que, en esas condiciones, es imposible la existencia de una democracia obrera, de la democracia socialista; incluso que la clase obrera pueda ejercer el poder, su dictadura. ¿Cómo se puede ejercer la representación política y la democracia socialista si nadie puede decir lo que opina? Sólo puede ejercerse si todo el mundo puede decir, más o menos libremente, lo que piensa.

La lucha política es dura y quizás dé temor decir lo que se cree. Es una lucha política, no es joda, es muchas veces una “guerra”, hay “piquetes de ojos”; es lucha política. En este texto estamos en un determinado nivel de abstracción. Si lo haríamos más concreto daríamos cuenta de exigencias de la lucha de clases más complejas, de las circunstancias de la guerra civil, de lo que la misma impone, de la ruptura de todos los lazos de solidaridad entre clases antagónicas, de la “sangre” que domina a la misma, etcétera.

Pero de todas maneras debe estar claro que el problema de la democracia socialista hace a la representación de la voluntad colectiva de una clase social que es enorme y tiene que expresarse. Hay peleas de hegemonía; lucha de tendencias: ¡un partido no sería revolucionario si no tuviera la aspiración de dirigir!

Pero una cosa es dirigir y otra distinta es suprimir físicamente a toda la oposición; de ahí que Trotsky dejara planteado en La Revolución Traicionada, la defensa del pluripartidismo soviético. Una cosa es dirigir con puño de hierro por intermedio de los organismos de masas; otra es suprimir los organismos de masas: los ámbitos de polémica y lucha política.

Una cosa es dar a brazo partido la lucha política; otra cosa es suprimirla, convertirla en un hecho policial, que es lo que hizo el estalinismo.

Sin la clase obrera en el poder por intermedio de organismos que representen su voluntad colectiva (partido, soviets, o lo que sea); sin que la propiedad estatizada, los medios de producción, estén en manos realmente de la clase obrera, lo que se tiene no es un Estado obrero, una sociedad de transición al socialismo: se tiene un proceso de transición abortado, un Estado burocrático donde la dinámica de la revolución permanente ha quedado bloqueada.

 

Bibliografía

Daniel Bensaïd, “Prólogo al ‘Último combate de Lenin’”, de Moshe Lewin, 1978.

Marcelo Buitrago, “Evgueny Pashukanis y la superación marxista del derecho”, Revista Socialismo o Barbarie n°30.

Moshe Lewin, Les sentiers du passé, Moshe Lewin dans l’ historie, textes présentés et annotés par Denis Paillard, Editions Syllepse, París, 2015.

Karl Marx, Formas que preceden a la producción capitalista, en Formaciones económicas precapitalistas, Eric Hobsbawm, Siglo Veintiuno Editores, México, 1998.

León Trotsky, “Estado obrero, termidor y bonapartismo”, The New International, julio 1935.

C-A Udry, Denis Paillard, “Moshe Lewin. In memorian”, 04/09/2010.

[1] Recomendamos leer “Evgueny Pashukanis y la superación marxista del derecho”, de Marcelo Buitrago (Revista SoB n°30), artículo que puede ser visto como complementario de esta nota.

[2] Esta apelación al “pueblo entero” como “propietario” de los medios de producción figuraba en la Constitución de Stalin de 1937 redactada por Bujarin antes de ser asesinado por aquél. Es una verdad de Perogrullo afirmar que para esa época se trataba de un cinismo mayúsculo; la clase obrera había perdido todos los atributos del poder. 

[3] Sabido es que el primer medio de producción de la humanidad, además de ser el objeto de producción de la misma, fue (es) la naturaleza: su laboratorio natural (Marx).

[4] Dice Denis Paillard sobre el valor que le daba a las percepciones Moshe Lewin: las trataba como “instantáneas”, “snap shots que hacían a la agudeza de su mirada, a su capacidad para comprender el detalle que le da sentido a las cosas (Udri, Paillard; 2010).

[5] Moshe Lewin siempre se mostró agradecido de los soldados rusos que lo ayudaron a escapar de los nazis.

[6] Pregunta retórica esta última, se entiende, porque a nuestro modo de ver nadie puede ejercer el poder en nombre de la clase obrera; ninguna otra capa social y partido que no sea de la clase obrera, que no se reivindique de ella.

[7] Cristian Rakovsky, de quien hemos tomado esta definición, hablaba a comienzos de los años 30 de que la URSS había devenido en un “Estado burocrático con restos proletarios comunistas”.

[8] La socialización de la producción es otro costado del mismo problema que estamos viendo vinculado a la abolición de toda propiedad; tiene que ver con lo que ocurre en el proceso productivo, donde el conjunto de los trabajadores van tomando el mando creciente del proceso de producción; proceso que de esta manera se socializa y, por lo tanto, liquida la separación entre trabajo muerto y trabajo vivo, liquida la propiedad como relación fetichizada, reificada, opuesta al colectivo de los trabajadores que, de esta manera, pasan a controlar realmente el proceso de producción, se emancipan.

[9] De ahí que Lenin y Trotsky hayan rechazado las posiciones sindicalistas de la Oposición Obrera de Alexandra Kolontai y Alexander Shliapnikov.

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